Argentina 2001, Bolivia 2003, Ecuador 2005:
¡Que se vayan todos!
Solidaridad activa con la rebelión de los “forajidos”
¡Todos somos forajidos!, ¡Fuera Lucio!, ¡No queremos y no nos da la gana / ser una colonia norteamericana!, fueron algunas de las consignas coreadas por la multitud durante las extraordinarias jornadas de lucha protagonizadas por el pueblo ecuatoriano durante la última semana. Pero los sentimientos de este pueblo se expresaron con toda contundencia en las calles y plazas de Quito estremecidas por el grito unificador que cuestiona a la institucionalidad política y a la política misma: ¡Que se vayan todos! Sólo la melodía o la entonación de esta consigna fue diferente a la que se escuchaba en las calles y plazas de Buenos Aires en diciembre de 2001. La armonía, aquí y allá, fue sin embargo la misma: se trata de esa armonía que surge desde abajo, desde la sociedad misma, y que permite transformar esa-nuestra consigna en la incontenible decisión colectiva de expulsar del poder -nuevamente- a un gobierno democrático, en este caso el del coronel Lucio Gutiérrez.
Estamos en presencia de la enésima caída de un gobierno latinoamericano desde que se instauró la democracia en esta región hace 20 años o más. En el caso de Ecuador, en menos de una década, han caído tres gobiernos elegidos por el voto: Bucaram (1997), Mahuad (2000) y ahora Gutiérrez. No se trata simplemente de una estadística, sino más bien de la terca insistencia de que la política se desbarranca en una crisis irreversible. Una vez más se ha puesto de manifiesto no sólo la fragilidad sino también la frustración y el hartazgo de nuestra gente con los mecanismos -¿insuperables?- de representación y delegación en los que se basan las democracias.
Pero además, en este caso, no se trata de la caída de un gobierno prototipo de derecha o de centro-derecha, como fueron De la Rúa en la Argentina o Sánchez de Lozada en Bolivia. Se trata de la caída estrepitosa de un gobierno que asumió hace 27 meses con un manto teñido de “izquierdismo” y “progresismo”. Cabe recordar que el joven coronel Lucio Gutiérrez lideró -en enero de 2000- un levantamiento de sectores militares en alianza con organizaciones indígenas, logrando derrocar al entonces presidente Jamil Mahuad, quien, entre otras fechorías, había impuesto el dólar como moneda oficial ecuatoriana. Aunque en ese momento no llegó al poder, sino más bien sufrió prisión y luego fue liberado, fundó posteriormente su partido: Sociedad Patriótica, y asumió la presidencia en enero de 2003 gracias al apoyo activo de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y de su brazo político Pachacutik, pero también de otros movimientos sociales. Más temprano que tarde, sólo seis meses después, Gutiérrez rompió con todos estos sectores, los traicionó abiertamente, pero también los dejó desmovilizados y frustrados después de que se convirtieran en furgón de cola del sucio juego de la política. Es más, propició su división, logrando controlar mediante el sucio clientelismo político algunas facciones. Posteriormente, el coronel “progresista” y hasta “revolucionario”, que había pronunciado algunas palabras contra la oligarquía y la corrupción política, el mismo que había declarado su admiración por el presidente venezolano Hugo Chávez, terminó como “el mejor amigo” de Estados Unidos y buscó respaldo en los sectores políticos más repudiados. Nombró en noviembre pasado una Corte Suprema adicta, la cual permitió el retorno impune al país de los ex presidentes corruptos Abdalá Bucaram y Gustavo Noboa. Esto provocó el rechazo de amplios sectores de la sociedad ecuatoriana. Ante la presión popular, el propio Gutiérrez y sus parlamentarios destituyeron a su Corte Suprema. Fue la gota que colmó el vaso. Nadie lo apoyó, todos lo rechazaron, pero además rechazaron a todos los políticos, a las instituciones judiciales y parlamentarias.
En este contexto, el 13 de abril se intensifican las movilizaciones populares en Quito. Dos días después, calificando de “forajidos” a quienes protestaban en las calles, Gutiérrez decreta sin escrúpulos el “estado de excepción” (o “estado de sitio”). El coronel imaginó que el país era un cuartel. Sólo lo imaginó, felizmente. La reacción del pueblo de Quito fue inmensa y extraordinaria. Se sucedieron cinco días de movilizaciones, en las que se vivió un nuevo protagonismo de miles de estudiantes secundarios y universitarios, pero no sólo. Gente sin militancia política, docentes y profesores, amas de casa, profesionales, jubilados, desocupados y hasta “barras bravas” de los clubes de fútbol ocuparon las calles y plazas de la capital ecuatoriana reclamando que se vaya el dictadorzuelo y ¡Que se vayan todos! El miércoles 20 cayó. Un helicóptero, semejante al que sacó a De la Rúa aquel 20 de diciembre de 2001, llevó a Gutiérrez al aeropuerto internacional de Quito. La gente lo bloqueó, le impidió salir del país y el destituido gobernante quedó encerrado en la Embajada de Brasil.
Es necesario subrayar, en medio de todo esto, que la llamarada revolucionaria de Quito y de otras ciudades ecuatorianas quemó las naves de una política “renovada”, “no corrupta”, “progresista”, o lo que fuera, proclamada en su momento por Lucio Gutiérrez y por quienes lo apoyaron con entusiasmo: entre sus congéneres estuvieron en su momento el venezolano Hugo Chávez, el brasileño Lula y el argentino Néstor Kirchner. También, sin duda, el dictador cubano Fidel Castro, quien, sin embargo, ni corto ni perezoso, a pocas horas de la caída de Gutiérrez, se distanciaba y lo “denunciaba” por haber girado hacia el “imperio”. Lula, en cambio, se hizo cargo del paquete, al mismo tiempo que saludaba al nuevo Papa, tal vez reconociendo en Gutiérrez un amigo que proyectó en su momento un gobierno inspirado en los “ideales” (¿?) del Foro Social Mundial de Porto Alegre.
Una nueva rebelión, un nuevo desafío
La rebelión social ecuatoriana, que ha mostrado un inédito protagonismo transversal de la sociedad de este país, expresa claramente un carácter antipolítico global. No nos dice: ¡Que se vaya éste o que se vayan éstos!, nos dice claramente y de nuevo en América Latina: ¡Que se vayan todos! Revive así una radicalidad social contra la política que ha tratado de ser maquillada con las propuestas dulzonas de una “nueva política” en Venezuela, Brasil, Argentina o Uruguay. A su vez, tanto la mayoría de la izquierda como los “autonomistas” u otros sectores, consideran que este tipo de rebeliones propone una “política popular”. O bien, que la política, finalmente, sale de sus escenarios clásicos y es “asumida” por la sociedad. Todas estas variantes conciben que la sociedad sólo puede ser reorganizada por la política y por el Estado. Casi nadie plantea que la sociedad puede ser reorganizada por sí misma, liberándose del yugo de la política. Las pulsiones de Quito, que no se detienen ante la caída de Lucio Gutiérrez y que incluso demandan la renuncia de todos los parlamentarios, están mostrando una tendencia en este sentido. El pueblo ecuatoriano, en particular su juventud, se considera “autoconvocado” y algunos sectores reclaman una “asamblea popular” y no la sucesión presidencial institucional. Sin embargo, en medio de toda esta efervescencia no deja de haber confusión, es cierto, tal vez mucha confusión. Pero, incluso así, las vibrantes jornadas de la última semana, en particular la del miércoles 20, plantean la posibilidad del crecimiento de una conciencia plena de protagonismo social y de autoorganización: algo que no puede surgir por generación espontánea, también aprendiendo de las lecciones de Argentina 2001/2002, o de Bolivia 2003 con todas sus particularidades. El riesgo es permitir la reproposición de una política travestida, siempre opresora y corrupta. En este sentido, haciendo activa toda nuestra solidaridad con la llamarada revolucionaria de Ecuador, afirmamos la necesidad de construir una alternativa militante que pueda contribuir al desarrollo de una conciencia de la autoorganización y de una revolución social, más que nunca interétnica, socialista y libertaria. Se trata de una alternativa opuesta a la lógica de los partidos políticos y por fuera de la política misma, una alternativa de fraternidad, solidaridad y liberación.
Buenos Aires, 21 de abril de 2005
socialismo libertario
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