PARTE 2
Y HAY MAS PERO NO QUIERO AGOBIARLOS...
Cuando el Congreso estadounidense inició la investigación sobre el colapso
de la empresa, se comprobó que de los 248 miembros del Congreso
pertenecientes a los 11 comités de la Cámara de Representantes y del
Senado implicados en la investigación, al menos 212 habían recibido dinero
de Enron o de Arthur Andersen5.
Patrice HILL, «Clinton Helped Enron Finance Projects Abroad», Washington Times (semanario),
25 de febrero-4 de marzo de 2002.
4 Duncan CAMPBELL, «New Enron Scandal Link to Bush», The Guardian, 2 de febrero de 2002.
El anterior presidente de la comisión también informó de que había recibido una llamada
telefónica de Lay en la que éste le dijo que «a él y a Enron les gustaría mantenerme como
presidente, pero que tendríamos que estar de acuerdo en cuanto a los principios».
5 Don Van NATTA, «212 Out of 248 on Congressional Panels Received Enron Donations»,
International Herald Tribune, 26-27 de enero de 2002.
En total, los fondos de pensiones públicos perdieron entre 5.000 y
10.000 millones de dólares; los privados perdieron probablemente aún
más. El plan de jubilaciones de los empleados del Estado de Florida se
encontró con 325 millones de dólares menos en su contabilidad, ya que
el gestor del fondo había seguido comprando cuando Enron se hundía.
También se vieron castigadas las pensiones de los empleados públicos en
Ohio, la ciudad de Nueva York y Georgia, y el fondo de pensiones y dotaciones
de la Universidad de California perdió 145 millones de dólares11.
Fiel a su reputación de benefactor de la
comunidad y patrón considerado, una de las filiales de Enron, Portland
General Electric, contrató a psicólogos para consolar a sus afligidos trabajadores.
Entretanto, como informó el New York Times, la caída en picado
de las acciones había volatilizado también los ahorros de muchos
empleados de las empresas Nortel Networks, Lucent Technologies y
Global Crossing, debido a que también habían invertido demasiado en
acciones de sus empleadores12.
La baja rentabilidad de sus áreas de negocio principales ha hecho que
muchas empresas optaran, como Enron, por la financiarización, lo que les
permitía practicar una contabilidad cosmética y abrevar en los beneficios
obtenidos en operaciones de endeudamiento de baja calidad. Los productos
derivados sobre instrumentos de crédito se pueden basar tanto en
el endeudamiento de los consumidores como en el de las corporaciones,
proporcionando el primero intereses particularmente altos. General
Electric, a través de su filial GE Capital, obtiene casi tanto del crédito al
consumo, de la deuda empresarial y de los arrendamientos financieros
como de la producción de motores para aviones y bienes de consumo
duraderos. Citigroup, que descargó hábilmente sobre otros gran parte del
riesgo asumido al invertir en Enron, compró en septiembre de 2000
Associates First Capital por la impresionante suma de 31.000 millones de
dólares. Algunos alzaron las cejas con extrañeza al enterarse de que un
gigante financiero como Citigroup –el mayor banco de Estados Unidos–
se interesaba por una empresa conocida por sus «préstamos depredadores
» a los pobres y que había engordado desplegando,como decía The
Economist, «las tácticas de los prestamistas usureros y de los estafadores
La adquisición por parte de Citigroup le permitió prestar con un
interés del 20 por 100 el dinero que le habían proporcionado sus impositores.
Durante los años de la burbuja bursátil muchos consumidores,
animados por el creciente valor de sus planes de jubilación 401(
Los de dentro y los de fuera
Enron ha cristalizado otras ansiedades, muy generalizadas, sobre las perspectivas
de los fondos de pensiones y los planes de jubilación 401(k).
Cuando grandes empresas como Global Crossing, K-Mart y LTV iniciaron
el proceso de quiebra poco más o menos al mismo tiempo, los planes de
jubilación de sus empleados resultaron igualmente dañados. Incluso
aquellos cuyos patronos estaban lejos de la quiebra podrían encontrarse
con sus fondos de pensiones tremendamente disminuidos. La prensa económica
ha tratado de consolar a los participantes en esos fondos prometiéndoles
que la recuperación estaba próxima; pero consciente de que
podría pasar mucho tiempo antes de que efectivamente llegue, criticaba
despiadamente a los individuos y a las instituciones que habían permitido
que se produjera el desastre. La amargura era lo bastante profunda como
para sugerir nuevos posicionamientos: «Durante mucho tiempo pensamos
que el conflicto fundamental en el capitalismo era el que enfrentaba a
propietarios y trabajadores –escribía un comentarista–, pero Enron demuestra
que el conflicto principal opone a los que están dentro y los que están
fuera. Los perdedores en el caso Enron son tanto los trabajadores como
los propietarios de títulos»23.
Como era de prever, el entusiasmo del Wall Street Journal por los planes
de jubilación 401(k) –uno de los grandes inventos del capitalismo moderno
– permaneció impasible mientras éstos se hundían a raíz de la debacle
de Enron:
Hay riesgos en cualquier inversión que trate de beneficiarse de la prosperidad
capitalista estadounidense. Los viejos acuerdos sobre pensiones fijas
tan defendidos por las brigadas anti401(k) comportan el riesgo de que
toda la empresa, o la industria, sufra pérdidas. Esas provisiones para pensiones
quedan entonces infrafinanciadas, lo que es peor para los trabajadores
que no disponen en absoluto de opciones de diversificación. Basta
preguntar a los trabajadores del acero estadounidenses33.
Rutas hacia la privatización
La quiebra de Enron habría tenido menos impacto si otros 85 millones de
trabajadores estadounidenses no se hubieran visto personalmente expuestos
debido a sus propios planes de pensiones. Precisamente dos
semanas antes de la publicación del informe de la comisión de Bush
sobre la Seguridad Social, su hundimiento constituyó un importante revés
para la privatización del sistema estadounidense de pensiones públicas,
ya que los ex empleados de Enron se encontraban ahora con que «sólo
podían recurrir a la prestación de jubilación de la seguridad social», y la
insistencia en que incluso esa pensión básica podría quedar expuesta a
los vaivenes de Wall Street encontró una fuerte resistencia popular. El
propio Bush se sintió obligado a pedir protección para los planes de pensiones,
medidas de contabilidad más estrictas y requisitos de transparencia
más rigurosos en su discurso sobre el estado de la Unión tras la crisis
de Enron. Sin embargo, esas medidas, en sí mismas limitadas, van a ser
puestas en vigor por Harvey Pitt, el nuevo director de la Securities and
Exchange Commission (SEC) [Comisión del Mercado de Valores], que trabajó
como representante de las firmas de contabilidadcuando éstas
derrotaron los intentos de impedir que los auditores cobraran honorarios
por su actividad de consultoría a las empresas que auditaban.
El capital financiero, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido,
podría considerar que esa reducción de las prestaciones públicas –elevando
la edad mínima de jubilación o, en el caso estadounidense, debilitando
su vinculación a los ingresos– podría constituir una alternativa
aceptable al planteamiento preceptivo del Banco Mundial, ya que los trabajadores
se verían obligados a ahorrar más en planes privados y seguirían
trabajando, en caso de poder hacerlo, más allá de los sesenta años.
La «privatización implícita» –congruente con la tradición del Estado del
bienestar «liberal residual»– podría a la postre entregar un volumen equivalente
de negocio a la industria de los servicios financieros. Recortar
las prestaciones públicas en el contexto de un inminente pánico sobre las
pensiones puede parecer políticamente imprudente, pero es el tipo de
reforma que podría llevarse a cabo mediante una sucesión de enmiendas
aparentemente inocuas, que, sorteando a los votantes, podrían encontrar
menor resistencia que la extensión de la privatización obligatoria. Mientras
sigan siendo rechazadas las «cuentas individuales», este planteamiento
podría constituir una opción de recambio viable43.