CURIOSA forma esa de asumir la responsabilidad sin necesidad de dimitir que ha reinventado ayer Kofi Annan: llama errores de gestión a lo que es un escandaloso caso de corrupción y se los adjudica a la ONU, de la que él es máximo administrador, pero no renuncia a su cargo, ni siquiera cuando, ayer, el presidente de la Comisión Independiente demuestra que hubo un conflicto de intereses porque su hijo Kojo Annan, que trabaja en la firma suiza Cotecna, consiguió para ella un contrato de suministro de servicios de inspección para el programa humanitario de Irak.

De los 64.000 millones de dólares que se movieron en el programa «Petróleo por Alimentos» sacaron provecho no sólo el derrocado régimen de Sadam Husein, al que la ONU permitió el contrabando de crudo y el cobro de comisiones por valor de unos 13.000 millones de dólares, sino también funcionarios de la ONU y, sobre todo, empresarios de varios países. ¿De qué países? Las empresas beneficiarias de los contratos de suministro bajo cuerda que hacía Sadam, según se reveló ayer, eran rusas (19.300 millones de dólares), francesas (4.400 millones), y chinas (1.700 millones). Qué casualidad, precisamente de los tres países más favorables al levantamiento de las sanciones a Husein y los tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que no autorizaron la guerra de Irak. Claro que, para colmo de casualidades, está el hecho de que el presidente de la Comisión que quiere cepillarse a Kofi Annan es Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos. A lo mejor no lo hace porque las empresas americanas fueron excluidas de la lista de favorecidos por los chanchullos de Sadam permitidos por Naciones Unidas -que junto a las británicas sólo obtuvieron 406 millones de dólares- sino porque la ONU, bajo el mandato de Annan, se opuso a la invasión de Irak por Estados Unidos y el Reino Unido. Tal vez no dimita Kofi Annan porque en materia de corrupción nunca se sabe cuál es la peor.