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General: La neblina del ayer
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De: maribea05  (Mensaje original) Enviado: 18/09/2005 13:41
"Carlos: —¿Te acuerdas, Conde, cuando cerraron los clubes y los cabarets porque eran antros de perdición y rezagos del pasado? El comentario de Candito: —Y para compensar nos mandaron a cortar caña en la zafra del setenta. Con tanta azúcar íbamos a salir de un solo golpe del subdesarrollo. Sigue Candito: —a veces me pongo a pensar… ¿Cuántas cosas nos quitaron, nos prohibieron, nos negaron durante años para adelantar el futuro y para que fuéramos mejores? Y de colofón una simple respuesta de Carlos desde su silla de ruedas, y con la veteranía de las aventuras africanas como injusta herencia adquirida, resultado de cuestionables intereses ególatras de cualquier Zeus en un Olimpo caribeño: —Una pila." (Tomado de La neblina del ayer, de Leonardo Padura, Tusquets editores, 2005)

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Un día llegó y se me metió en los huesos.
Ahora la neblina del ayer me envuelve

(Opiniones, Disidente Universal, colaboración especial)
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No sé muy bien cómo ni cuando ocurrió, pero la verdad, aunque sea a través de mi óptica, es para decirla. Un día Mario Conde, el policía ahora ex policía nacido de la pluma de Padura o de cualquier madre cubana llegó a mi vida a través de las cuatro estaciones, y se me metió en los huesos, o es posible también que siempre haya estado allí, sentado inquieto sobre mi historia, balanceando las piernas con infantil descuido, formando parte de ella misma.

No quise escribir sobre este tema sino muchos días después de haber terminado de leer La neblina del ayer, la más reciente novela de Leonardo Padura (TusQuets editores, junio 2005) y donde Mario Conde, en esta nueva etapa de su vida —otra más— que también vive el pueblo cubano, no se desvincula del ansia de investigar, cuando “en el resuelve” que se ha convertido su día a día, se enfrenta a un asesinato. Terminar de leer un libro de este autor es para mí como un duelo, y las etapas de duelo suelen ser la mayoría de las veces traumáticas, nebulosas y eternas enemigas de la objetividad. Atacan como virus las emociones y las hacen superponerse al sentido práctico de la vida, en vez de contribuir al necesario equilibrio interno que impone el balance de casi mitad y mitad. Cada vez que termino un libro de Padura siento una extraña mezcla de ansiedad (sobre todo en las últimas páginas) y pena al punto final, con una ingrata sensación de por qué tan pronto, que perdura.

Ninguna pretensión de análisis crítico de la obra de Padura es mi intención. No podría, primero porque no soy crítica literaria y segundo, porque estoy absurdamente enamorada de Mario Conde, lo cual hace imposible cualquier análisis objetivo de quien le hace surgir para sacarse de adentro a su través, las circunstancias de una vida.

A Mario Conde lo conocí de casualidad. Alguien me regaló la primera de las estaciones. No recuerdo ahora si esta serie nació en orden cronológico o en desorden, aunque la práctica de lo segundo encierra en sí misma una dosis propia, lógica y particular de lo primero. Por tanto no puedo decir con certeza cuál de los cuatro libros anteriores Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras o Paisaje de otoño, fue el primero de mis entrañables compañeros nocturnos. Y la impresión que me causó aquel libro —y los demás—, ese Conde donde se mezclaban con un acertado y magistral tino las contradicciones que son consustanciales a nuestro yo, al vivir suyo específicamente, ¿al de cualquier cubano?, me impactaron profundamente.

El personaje creado por Padura no es un cubano típico, pero tampoco lo contrario. Puede al mismo tiempo ser policía —tristes recuerdos que muchos podamos tener de los miembros de tal profesión en un sistema altamente represivo— y ser sencillamente un policía sensible, un “tipo duro” al mismo tiempo que justo y humano, uno más en la especie que tenga que ahogar sus penas en alcohol, arropadas con música de los “Beatles” y “Sangre Sudor y Lágrimas”, que recrea un estado interior de nostalgía-euforia-tristeza-absurdos, la risa-llanto de cualquier tragedia sin importar si viene ésta de Grecia, o está enclavada en la mayor de las Antillas. Conde puede sobrevivir siendo investigador de crímenes o actos de corrupción, y manteniendo un nivel de autoconciencia extraño y fuera de lugar, en un gran campo cultivado de aberraciones sico y sociológicas que ya vienen al nacer, por ser maleza no desyerbada a tiempo. Todo esto en franca contradicción con lo que debiera ser el resultado de la ecuación que se implantó hace tiempo. Mario al mismo tiempo que es, es lo que no es. Quizás por eso la novela, las novelas de Padura con este personaje, son sencillamente geniales, porque no es muy comprensible, desde mi lejano estar, un policía-persona-sincero-cuestionante-romántico-realista-curda-amigo-cubano-ex policía-cuentapropista, que haya logrado conservar tan elevado nivel de lucidez, de capacidad de raciocinio, en un mundo donde sobrevivir a toda costa, es lo aprendido.

Tuve conciencia aún desde pequeña de mi cubanía, del amor a mis orígenes. Todo esto cuajó y maduró al dejar atrás mi tierra y comenzar a sentir el peso de su distancia, cuando se completó con el respeto y cariño entrañables a la patria. Mario Conde es un ser tan completo en sí mismo —no exento de yerros en su justa medida, además, porque no logra ser el super al igual que tampoco el antihéroe— que pudo descubrir eso mismo dentro de Cuba, viviendo, madurando y envejeciendo bajo unas circunstancias en las cuales yo determiné que no estaba dispuesta a soportar.

En líneas y entrelíneas, Padura logra poner el “día a día” “al día”, de un estado de cosas que ya dura mucho. Quizás sea porque vive en Mantilla, de donde no ha querido salir porque tiene el convencimiento de que dejaría de ser, automáticamente y pese a sus ansias, parte de esa contemporaneidad.
No sólo hace suya la divisa filosófica de Descartes, “pienso, luego existo”, sino que la conforma como parte de la complejidad-simple —imposible separarnos de las contradicciones— de su “aristocrático” Conde que se acuesta y se levanta con la cabeza caliente de tanto nadar entre conflictivos pensamientos.

El autor se desdobla a través del personaje, al menos, en lo que respecta a compartir épocas o eventos específicos. Los amigos de Conde son amigos de Padura; son quizás amigos míos también porque mucha de la nostalgia, de la música, muchas de las miserias sociales que se traslucen a través de naturales conversaciones, fueron compartidas. Tuve un amigo, “el flaco Toni”, que fue de los primeros en ir y regresar de Angola. No volvió paralítico como “el flaco Carlos” amigo de Conde, pero sí absolutamente loco. He despedido amigos entrañables que se fueron antes que yo, y siento el mismo dolor de la ausencia que en aquel momento. Al Conde también se le fue un amigo quien sencillamente pensó más de la cuenta, quizás producto de horas “muertas” de conversaciones sostenidas en los cálidos encuentros cotidianos de los “socitos” en casa del “flaco Carlos”, entre los efluvios etílicos de una botella del dudoso “algo” que apareciera para ayudar “a descargar”, en donde pudieran surgir sin ataduras cuestionamientos tales como éste de Carlos: —¿Te acuerdas, Conde, cuando cerraron los clubes y los cabarets porque eran antros de perdición y rezagos del pasado? El comentario de Candito: —Y para compensar nos mandaron a cortar caña en la zafra del setenta. Con tanta azúcar íbamos a salir de un solo golpe del subdesarrollo. Sigue Candito: —a veces me pongo a pensar… ¿Cuántas cosas nos quitaron, nos prohibieron, nos negaron durante años para adelantar el futuro y para que fuéramos mejores? Y de colofón una simple respuesta de Carlos desde su silla de ruedas, y con la veteranía de las aventuras africanas como injusta herencia adquirida, resultado de cuestionables intereses ególatras de cualquier Zeus en un Olimpo caribeño: —Una pila.

Lo curioso que pudiera resultar para algunos que quieran pensarlo, es que ni Conde ni sus amigos son disidentes. ¿O, sí lo son?

Acostumbro a decir, medio en broma medio en serio, que 1955 fue un año de gloria para la Humanidad. Nacieron ilustres figuras en las artes y las ciencias, que han aportado lo mejor de sí para beneficio de los demás. Nací yo (de ahí la broma)… también nació Leonardo Padura, a quien agradezco profundamente su obra. Un gran escritor cubano, comprometido con él mismo, que es mucho compromiso. Termino injustamente enojada con él por haberme abandonado tan pronto en mis ansias de saber, de investigar, de vivir un poco la cotidiandad de Mario, y me pregunto ¿qué viene ahora, querido escritor, cubano más, compatriota y “de allá”? ¿Qué podrás transmitirnos a través de tus personajes, de ti mismo? Aunque no lo creas o no lo sepas realmente, dejaste de pertenecerte. Eres de todos los que vemos a través de Conde tu mundo y su mundo, que, en definitiva y aunque desde la distancia, es también el nuestro.


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