|
General: Camino a la muerte
Scegli un’altra bacheca |
Rispondi |
Messaggio 1 di 2 di questo argomento |
|
Da: maribea05 (Messaggio originale) |
Inviato: 21/10/2005 14:21 |
Comentario de Maribea:
Hay días en que el asco y el odio hacia quienes nos oprimen, hacia los antipatriotas cínicos y asesinos, comenzando por el propio dictador y continuando con sus "históricos" "incondicionales" "adláteres" y "voceros incluyendo los internautas", que se han adueñado de nuestro país, de nuestra cultura, de nuestra sangre, que han violado la historia, que han pisoteado principios, tambaleantes, pero principios al fin y al cabo, me inunda de tal manera, que olvido mi tendencia al humanismo, a la fuerza de la razón, a la tolerancia con los contrarios, a evitar emociones extremas que llevan invariablemente a destrucciones morales y sociales, y sólo pienso en Martí con su Abdala:
"El amor, madre, a la patria No es el amor ridículo a la tierra, Ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, Es el rencor eterno a quien la ataca; "
Hoy es uno de esos días. Leyendo esta crónica, no puedo más que analizar el aspecto puramente humano de toda esta historia de asesinato de estado. No puedo más que ver al hombre, con sus limitaciones, con sus desparpajos, con sus distorsionados conceptos de vida, con su "delincuencia" a cuestas, nacido y criado en la dictadura, producto de la dictadura, asesinado por la dictadura que tiene el cinismo de repetir hasta la saciedad que ha creado una sociedad más justa, más pareja, mejor para todos. ----------
A pesar de lo extenso, Disidente Universal consideró que, por su valor informativo y humano, se debía reproducir completo el siguiente artículo publicado hoy en CubaEncuentro - DU
http://www.cubaencuentro.com/ CubaEncuentro
Emigrar al patíbulo Un testimonio de las últimas horas de Lorenzo Enrique Copello, el último fusilado del castrismo por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO, La Habana Artículo enviado desde el Hospital Nacional de Reclusos Prisión Combinado del Este Ciudad de La Habana.
Convivir en un calabozo con un condenado a muerte es intrincarse en el laberinto de una vida ajena, que comienza a pertenecernos, a dolernos.
Cuando abrieron la puerta de la celda tapiada y vi por primera vez a Lorenzo Enrique Copello Castillo, no imaginé que lo fusilarían en una semana, tras uno de esos juicios sumarísimos de la primavera de 2003.
Lorenzo era un negro de treinta y tantos años, de buen aspecto, que caminaba cojo por la golpiza que le propinaron cuando lo arrestaron en el Puerto del Mariel, al oeste de La Habana. Los zapatos negros y sin cordones tenían marcas de salitre, y sus ojos reflejaban la extenuación de los náufragos, de esos que aún huelen a mar.
Nos saludó con una sonrisa doble: la de sus labios y la de sus ojos. Se acostó, y al instante dormía con la inmovilidad de los difuntos.
Mis compañeros de celda —el chino, un joven acusado de vender drogas, y un muchacho condenado por asesinato e involucrado en un tráfico de emigrantes— nos sentimos desilusionados. Nos sabíamos de memoria nuestras respectivas historias o leyendas y esperábamos del recién llegado una de estreno. En los calabozos de Villa Marista, sede nacional de la Seguridad del Estado, no hay espacio para caminar; y la única opción, entre interrogatorio e interrogatorio, es conversar sobre cualquier tema, para no pensar.
Por la mañana, descubrimos que Lorenzo era un criollazo. Nos relató, como quien cuenta una película, que a medianoche abordó con varios amigos y amigas la lancha Baraguá, una de esas que cruzan con pasajeros la bahía habanera. El grupo de piratas debutantes llevaba oculto en sus mochilas recipientes con combustible; y, además, contaban con un arsenal de desconsuelo: un revólver y un cuchillo. Lorenzo apoyaba su narración con mímica teatral. "Llegué hasta la cabina y disparé dos veces. Una contra la proa y otra al mar. Entonces grité: '¡Esto se jodió, nos vamos pa' Miami!'".
Al principio todo resultó a pedir de sueños. Entre los pasajeros habían dos extranjeras —magníficas piezas de cambio— acompañadas por un par de Rastafaris. En total, tenían una treintena de rehenes. La Bahía de La Habana quedaba atrás, y la embarcación se adentraba en el anchísimo Estrecho de la Florida.
Lorenzo cerró los ojos para disfrutar mejor de sus palabras. "Oigan, ya nos veíamos en las costas de Cayo Hueso enseñando unos carteles que habíamos hecho con frases contra el comunismo, para que los americanos nos dieran asilo político". Lorenzo sonrió, como un chiquillo que recuerda una travesura. Al abrir los ojos, despertó de su aventura onírica. Su expresión se transformó en la de un adulto en peligro.
Nos contó, siempre auxiliándose con su gestualidad criolla, cómo el mar —un mar histérico— cambió de humor repentinamente. Imaginé las olas como cascadas continuas, la lancha a la deriva, a merced de ascensos y descensos bruscos y constantes. Vi en el rostro del negro el terror que sintieron aquellos cachorros de mar —secuestradores y rehenes— al saber que en esa situación de espanto se había agotado el combustible, incluido el de reserva.
Un guardacostas cubano se aproximó. A través de un megáfono uno de los guardafronteras los conminó a entregarse. "Pero nosotros, de eso nada. Respondí a gritos que teníamos a dos extranjeras. Que nos dieran combustible o la cosa iba a terminar mal".
Llegaron a un acuerdo. El guardacostas remolcaría a la Baraguá hasta el Puerto del Mariel. Allí le proporcionarían lo necesario para llegar a Estados Unidos, a cambio de que no lastimaran a los rehenes.
Lorenzo intentó esgrimir una sonrisa de consuelo, pero, errático, emitió un suspiro triste. "Era una trampa. Muy cerca del muelle, un hombre rana del Ministerio del Interior le hizo una seña a las extranjeras para que se lanzaran al agua. Una de ellas se tiró. Traté de impedir que la otra hiciera lo mismo, pero un pasajero —después supe que era un militar vestido de civil— me empujó, caí al mar y perdí el arma. Varios hombres ranas me atraparon. En el agua comenzaron a golpearme. Continuaron en el muelle. Mis compañeros también estaban dominados".
"La cosa fue grande. Vino hasta Fidel. Nos dijo que si nos hubiéramos ido, dentro de unos años hubiéramos querido regresar".
Lorenzo movió la cabeza seguro de su negativa. "¡Qué va! Yo hubiera hecho como mi padre, que se pasó la mitad de la vida preso; pero en el 80, cuando lo del Mariel, se fue a Estados Unidos, se cambió el nombre, estudió y se hizo ingeniero. Sí, yo iba a hacer lo mismo. Después reclamaría a Muñe, mi mujer actual; y a Rorro, mi hija, que es del primer matrimonio".
Muñe —apócope de muñeca— vendía pizzas en su casa. Lorenzo la describía como una Venus de Milo, pero con brazos, cálida y cándida. Al hablar de Muñe la expresión del negro se asemejaba a la de un amante primerizo.
Pero ella, como Rorro, desconocía que Lorenzo vivía dos existencias paralelas, y que con esa doble vida recorría su laberinto personal. Él era una moneda que giraba por el aire a cara o cruz, a mal o bien.
Lorenzo trabajaba días alternos como custodio de una policlínica del municipio de Centro Habana. Allí su actitud era ejemplar, nos aseguró. Mas sus días libres eran libertinos. Se dedicaba al proxenetismo y a la estafa. Esta la ejercía a veces a través de juegos de azar; otras, como "guía" de turistas inexpertos.
"Una vez —nos relató entusiasmado— viajé a Pinar del Río con un francés. ¡Qué vida! El lo pagaba todo: un apartamento que alquiló, bebida de la buena y a las mejores jineteras. Allá conoció a una temba y se quedó con ella. No sé qué le vio. El francés era un buen hombre. Yo siempre me porté bien con él. Aunque era muy confiado, jamás me aproveché de eso". Nos miró con picardía y añadió: "¡Pero a otros…!".
En una ocasión Lorenzo me dijo: "Ricardo, qué lástima que te dio por la política. Con tu pinta y facilidad de palabras, serías un estafador de primera".
También nos hablaba de Rorro. Una linda adolescente que sabía valerse por sí misma. "Es como yo, pero honrada". El sobrenombre surgió cuando era una bebé, pues la madre y Lorenzo le cantaban para dormirla: "A rorro mi niña, a rorro mi amor". La muchacha estudiaba la enseñanza media en Miramar, un reparto de la antigua —y actual— clase alta. "Papi, allá los autos son cómicos, la gente se viste cómico, las casas son cómicas. En fin, Miramar es una comedia".
El día que a Lorenzo le entregaron la petición fiscal, le dijo al guardia que servía la comida: "Échame más, ¡qué soy un pena de muerte!". Y se rió. Pero un rato después nos miró serio y comentó en voz baja, casi consigo: "quién lo hubiera dicho, ¡yo deseando una sanción de 30 años!".
Lorenzo regresó del juicio muy optimista. "Mi abogado dijo que cómo se iba a pedir sangre, si no se derramó una gota de sangre". Y repetía a cada rato estas palabras, con el fervor que un moribundo invoca a Dios.
También nos comentó: "Ustedes no me van a creer, pero sentí más miedo cuando en el juicio vi el vídeo de la lancha subiendo y bajando en aquel mar furioso, que cuando yo estaba allí mismito, jugándome la vida".
Esa noche nos llevaron a una oficina. A los cuatro por separado. Cuando llegó mi turno, un capitán me explicó que aunque a Lorenzo le pedían la pena de muerte, eso no significaba que lo fusilarían. "Pero —puntualizó el oficial— algunos condenados a la pena capital se desesperan y se suicidan por gusto, pues la sanción no es ratificada por el Tribunal Supremo o por el Consejo de Estado".
Con este argumento solicitó mi cooperación para impedir —dado el caso— que Lorenzo atentara contra su vida. Accedí. Después me enteré que a mis otros dos compañeros de celda le pidieron lo mismo. Nunca supe que le dijeron a Lorenzo.
Desde entonces la ventanilla de la puerta tapiada la mantuvieron abierta; y afuera, un policía permaneció de guardia.
Al otro día por la tarde vinieron a buscar a Lorenzo. Regresó muy contento. "La Seguridad del Estado trajo en un auto a Rorro, a la mamá de ella y a mi madre. Me dijeron que el director del policlínico le iba a escribir al Consejo de Estado hablándole de mi buena actitud laboral". Al rato vinieron de nuevo por él.
Ya a solas , el Chino, el otro muchacho y yo comentamos que esa visita era la despedida final. La policía política —y la otra— no acostumbra a traer a nuestros familiares para que nos visiten. Estábamos equivocados. No era la última despedida, sino la penúltima.
Lorenzo retornó feliz. Dos oficiales fueron a buscar a Muñe y había tenido una visita con ella. A discreción, mis compañeros de celda y yo nos miramos consternados. Comprendimos que Lorenzo sería ejecutado próximamente.
Aquella tarde la comida fue diferente a la habitual: medio pollo, arroz con moros, ensalada, vianda, postre y refresco. Lorenzo sospechó. "¿Medio pollo para cada uno?". El guardián lo tranquilizó argumentando que habían traído tantos pollos que no cabían en las neveras, y a todos los detenidos les estaban sirviendo la misma ración. Lorenzo le creyó —o simuló creerle—: era su última cena.
Horas después, Lorenzo sintió un dolor en el pecho. Avisé al guardia. Se lo llevaron inmediatamente a la posta médica. Regresó al rato. Nos aseguró que se sentía mejor después que lo inyectaron. Estaba soñoliento. Obviamente lo drogaron. Transcurridos unos minutos, dormía otra vez con la inmovilidad de los difuntos. Recordé la noche que lo conocí. Apenas —y a penas— había pasado una semana.
Sería medianoche cuando abrieron la puerta. En el pasillo vi a seis guardias. Uno entró y despertó a Lorenzo. Se levantó aturdido. Se calzó con torpeza sus zapatos sin cordones. Me miró como preguntándome: "¿Qué ocurre?". Se lo expliqué con una mirada. Le di una palmada en el hombro, y lo vi partir a la muerte.
------------- Fuente Noticias de Ultimo Minuto Disidente Universal Actualización 10/21/05 8.25am http://www.disidenteuniversal.org/08noticias/noticias_ultimo_minuto.htm |
|
|
Primo
Precedente
2 a 2 di 2
Successivo
Ultimo
|
Rispondi |
Messaggio 2 di 2 di questo argomento |
|
Da: mfelix28 |
Inviato: 21/10/2005 17:27 |
¡Felicidades! No conozco a nadie que haya leído a Abdala y se atreva a citarla, el propio Martí se avergozaba de ella. Respecto a lo que dices le recuerdo ( o le informo, no sé) que Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodán Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac , "las victimas", junto con otros ocho delincuentes ( desde el 11-S del 2001 son "terroristas") secuestraron un trasbordador que realizaba el trayecto entre La Habana y la localidad de Regla, con 40 personas abordo. Su " intención" dijeron los secuestradores, era apoderarse del trasbordador con la finalidad de viajar hasta los Estados Unidos de América, (lo que o es una excusa tonta o demuestra la ignorancia de los terroristas en cuanto a distancias, combustibles, etc). Tambien demuestra su ignorancia en el sentido de que segun acuerdos USA-Cuba serían inmediatamente devueltos. La cosa se agravaba con el hecho de que USA les había negado tiempo atrás visas por sus antecedentes delictivos ( no pol'ticos), Martínez Isaaca estuvo preso por homicidio y los otros por estafas y similares. Al quedarse sin combustible a 45 kilómetros de Cuba, guardacostas cubanos procedieron a remolcar la nave de vuelta a la isla. Durante el trayecto, el grupo mantuvo el control de la embarcación. Para rematarlo aún más , mientras eran remolcados, el grupo de secuestradores amenazó con asesinar a los pasajeros que tenían como rehenes, incluidas dos turistas francesas a las que le pusieron cuchillos en el cuello. Aquí firmaron su sentencia de muerte. La situación llegó a su fin sin violencia cuando las fuerzas de seguridad cubanas alentaron a los pasajeros a lanzarse al mar y luego capturaron a los secuestradores. Las autoridades comunicaron que âla totalidad de los que estaban en la nave fueron rescatados y salvados sin un disparo ni un rasguñoâ. Lorenzo trabajaba días alternos como custodio de una policlínica del municipio de Centro Habana. Allí su actitud era ejemplar, nos aseguró. Mas sus días libres eran libertinos. Se dedicaba al proxenetismo y a la estafa. Esta la ejercía a veces a través de juegos de azar; otras, como "guía" de turistas inexpertos Fueron juzgados y condenados a muerte. estoy en contra de la pena de muerte Maribea, afortunadaemente en españa no existe, así que no tengo que estar contibnuamente en la calle manifestandome en contra de su aplicación, como no dudo que hará Ud. en USA, donde en un mes se ejecuta a más gente que en Cuba en una año. Debe gastarse una fortuna en zapatos debido al desgaste. Es de admirar, por tanto , su preocupación, no solo por las muertes de su país, sino sobre las que ocurren en otros países. Me imagino que cuando condenen a muerte a Saddam, tambien pateará las calles y llenará los foros con su protestas.. Algo de culpa en la aplicación efectiva de la pena de muerte en Cuba la tiene Bush (¡ que raro!) ya que fue este señor quien dijo que como hubiera una emigración descontrolada Cuba-USA , USA estaría en su derecho de tomar cartas en el asunto para evitarla de la forma más radical. Para evitar la desgracia de diez millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y siete cubanos, la ejecución de tres no es muy desproporcionada. De hecho, se frenaron en seco los secuetros. Mire otra cosa que me intriga: En sus comunicados sobre presos políticos ( porque a estos tres Uds. les dan el calificativo de "políticos") NUNCA dicen nada sobre los ocho colegas des estos tres terroristas, ¿ que pasó? ¿ no son político s estos? Incluso el Payo LIbre les llema " otros prisionerso del año 2003" y a su lado porne "terroristas" Mire, del final de la sentencias le saco los nombres: MAIKEL DELGADO ARAMBURO, RAMON HENRY GRILLO, YOANNY THOMAS GONZALEZ y a HAROLD ALCALA ARAMBURO, como autores del mismo delito a PRIVACION PERPETUA DE LIBERTAD. Sancionar a WILMER LEDEA PEREZ como autor de este propio delito, a TREINTA AÑOS DE PRIVACION DE LIBERTAD, Y sancionar a ANA ROSA LEDEA RIOS, YOLANDA PANDO RIZO Y DANIA ROJAS GONGORA como autoras del mencionado a CINCO AÑOS DE PRIVACION DE LIBERTAD para LEDEA RIOS; TRES AÑOS DE PRIVACION DE LIBERTAD para PANDO RIZO y DOS AÑOS D E PRIVACION DE. LIBERTAD para ROJAS GONGORA, |
|
|
|
|
|
|
©2025 - Gabitos - Tutti i diritti riservati | |
|
|