El sabor de un beso.
Por Joseph
Sentado en una banca, lo encontré saboreando con nostalgia una naranja.
Despertó de su siesta culpa de un ruido muy incomodo – como el sonido de un viejo motor a diesel -, miro el reloj eran las cuatro, comprendió que ya era tarde para ir a trabajar – y si mando a la mierda mi trabajo, pensó, por un instante mientras buscaba el otro zapato bajo la cama - recordó que a las tres y treinta de la tarde tenia aquella importante reunión con el director del distrito de Salud un tipo que nunca sabia combinar su corbata con el color de la camisa, pero demasiado puntual, para asumir que no había llegado al compromiso, se miro en el espejo comprendió que los años habían pasado igual que con el resto del mundo, se dio cuenta que estaba pensando como un anciano.
- Buenas, tardes – saludo a la portera.
- Buenas – contesto ella, para después decir que una señorita había traído un sobre para él.
- ¿Por qué, no me lo entrego antes?
- Lo recibí hace una hora y pensé que usted ya estaba en su trabajo.
No contesto nada.
Era un sobre blanco, sin nombre.
Hace tiempo que pienso sinceramente que lo nuestro no tiene sentido, espero puedas comprender la decisión que estoy tomando, vos mejor que nadie sabes las razones que me empujan a esto; me voy mañana.
La carta, era de ella.
Regresare en un mes, espero no te enfades…
Y prefirió dejar de leer.
Entonces, que pensas hacer. Deberás asumir ahora que si ella prefirió no llamarte al teléfono era porque no deseaba verte, ¿pero, porque?
Camino por la misma calle que acostumbraba caminar para ir al trabajo, entonces comprendió que era una estupidez llegar a la oficina casi a las cinco.
Era un sobre blanco, sin nombre pero él antes de abrirlo adivino por el papel que estaba impregnado del olor inconfundible a Isabel.
Entonces se puso de rodillas como un perro, y levanto la sabana y sorpresa, su zapato no estaba ahí, pero reencontró aquella foto que se tomaron la primavera pasada – la daba por perdida - en el parque de la flores recordó que hoy cumplirían seis meses, pensó con humor el porque las mujeres nunca olvidan ese tipo de cosas y cuando es uno quien las olvida arman un tremendo alboroto.
Y prefirió dejar de escribir.
Isabel, firmo la carta no se atrevía a decirle lo que sucedía, ni siquiera sabia todavía como decírselo a sus padres.
Llamo un taxi, a la esquina de la 6 de junio con Belgrano le dijo al conductor, sabia que a esa hora el ya no estaba. Esperaba que cuando Rodrigo la llegue a leer, sea demasiado tarde para que la busque, la verdad era que le mentía, su flota salía esa tarde a las seis no mañana.
Entonces ahora, pensas buscarla, quizás no este en su casa de todas maneras no se perdía nada eran la cinco y treinta tardo quince minutos en llegar.
- buenas, disculpe será que esta tu hermana.
- No, se fue hace diez minutos a la terminal.
- No entiendo.
Ella lo miraba a los ojos, entonces el repitió nuevamente su pregunta ella acepto, sus labios se acercaron hasta encontrarse en un apasionado beso, que le recordó el sabor de las naranjas.
La misma canción volvió a sonar, en el salón nadie se pregunto donde estaban, Isabel lo escuchaba sin decir nada como cuando escuchaba al profesor en el colegio pero esta ves el no hablaba como profesor, hablaba de otra forma y ella sabia donde terminaría todo si pudiera confesarle las veces que había imaginado aquel momento.
Rodrigo, la tomo suavemente de la mano y le susurro al oído, quiero hablar con vos le dijo, vamos afuera un momento.
Sabias que no debías decírselo que era tu alumna, pero nunca habías sentido ese deseo incontenible por otra mujer ni siquiera cuando el era un adolescente había experimentado esa sensación - ¿será que era amor? – entonces se encontraron envueltos por la sombra entre los árboles del patio.
- quiero que sepas, -estaba realmente nervioso- que desde que te conocí no he dejado de pensar en vos.
- Si y con eso; que quieres decir.
Ella sonreía, habían cambiado la canción, había aceptado salir con el.
- que se fue hace diez minutos.
Escucho un trueno.
- Ahora lo entiendo, gracias.