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General: Medidas y cálculos: algunas razones para apoyarse en Cuba
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: mfelix28  (Mensaje original) Enviado: 28/11/2005 22:33
Parte de un extenso articulo de Santiago Alba , en Rebelion:
 
 
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Pues bien, ¿por qué digo yo que en Cuba, en cambio, hay una verdadera democracia? Por la sonrisa de Elayne, la recepcionista del modesto hotel estatal Bello Caribe.

Las sonrisas son misterios meteorológicos, se dirá, y no textos; y no se las puede contextualizar, por tanto, sin disolver su potencia o mistificar su mensaje. Sobrevuelan el mundo, incorpóreas, como la del carrolliano gato de Chessyre; y sólo porque vuelan por encima del mundo nos conmueven o nos desasosiegan. Pienso, por ejemplo, en las sonrisas infantiles que aletean sobre la basura de algunos barrios de El Cairo; o pienso en las sonrisas inhumanas de los enamorados; o pienso en la sonrisa pornográficamente angelical de Sabrina Harmann, la soldado estadounidense inclinada sobre la boca del cadáver del prisionero iraquí torturado. ....

...Y la sonrisa de Elayne? Se inscribe en un horizonte social, político y moral -ésta es mi posición, que no quiere ser sólo provocativa- radicalmente diferente; declara espontáneamente, para el que ha acumulado un poco de experiencia y ha sabido leer unos cuantos datos, una diferencia que los enemigos de la Revolución querrían reducir al clima o al carácter (una folklórica "exuberancia caribeña" inalterable bajo cualquier régimen político) y que está, al contrario, tan rigurosamente inspirada en Montesquieu como para respetar y conservar un clima y un carácter (instancias, entre nosotros, ya completamente "corroídas"); una diferencia irreductiblemente ilustrada que, aún en medio de las dificultades, a salvo de todos los errores, anuncia a través de detalles la realidad en ciernes de ese modelo alternativo que los EEUU combate no sólo porque le oponga resistencia sino, sobre todo, para que no lo creamos posible. También en Cuba se pueden localizar dos órdenes paralelos de recurrencias (en la sociedad y en el cuerpo) que la voluntad colectiva ha acabado por vincular en una relación de significación necesaria y espontánea: se repiten ciertas "medidas" (luego veremos todo el alcance de este término) y se repiten también, en otro lugar, ciertos gestos, ciertas miradas, cierta forma de abordar al otro, de palabra y de obra. De entrada, la sonrisa de Elayne es la síntesis improbable de dos fuerzas que no encontramos habitualmente reunidas: la alegría y la civilización. La antropología nos ha acostumbrado al misterio, que el turismo ha convertido en mercancía, de que los pobres sean alegres; la gente sólo sonríe, al parecer, cuando no tiene nada, bajo la uralita de las chabolas, privada al mismo tiempo de zapatos y de libros; hasta el punto de que se podría creer que el analfabetismo y la miseria constituyen la condición misma de la felicidad humana. Al mismo tiempo, estamos acostumbrados a que en nuestras sociedades de mercado sólo sonrían los políticos; y si encontramos no sólo más riqueza sino también más cultura, más refinamientos intelectuales, más "civilización", la gente está menos contenta, es más desconfiada, más agresiva, menos solidaria. En definitiva: los pobres tienen alegría sin cultura; los ricos tienen cultura, pero han perdido la alegría. Pues bien, si este extendido lugar común describe algo más que un cómodo sistema de compensaciones psicológicas (lo que es muy probable) hay que decir que existe un país, Cuba, en el que tamaña ley de hierro queda en suspenso. Dónde empieza Cuba y dónde la Revolución es difícil saberlo, y hasta bonito ignorarlo, pero hay sin duda un punto de intersección -inscrito en el verbo y en el rostro- en el que la democracia se vuelve belleza; este equilibrio puede ser fruto de la casualidad o hasta de la agresión estadounidense que, al mismo tiempo, lo erosiona y amenaza, pero lo cierto es que Cuba es el único país del mundo donde la mayor parte de la población al mismo tiempo piensa y sonríe. Elayne es el resultado de una paideia y no de la naturaleza. En la economía de guerra del capitalismo nos hemos resignado a que licenciados universitarios tengan que trabajar de recepcionistas o camareros; y les exigimos que estén contentos de ganar cuatro duros, sin seguridad social, en un trabajo estacional. Los que leen libros trabajan en una hamburguesería sin derecho a sindicación; la mayor parte de la población, que no lee libros, también trabaja en una especie de hamburguesería. Estos hombres y estas mujeres, naturalmente, se tienen prohibida cualquier sonrisa que no figure expresamente en su contrato, e incluso ésas nos las escatiman si no está cerca el vigilante. Elayne es recepcionista en un modesto hotel del Estado en la isla de Cuba, donde faltan tantas y tantas cosas; es recepcionista de hotel porque hacen falta recepcionistas de hotel y porque no todo el mundo puede -ni quiere- ser ingeniero. En la economía de guerra cubana, trabaja muchas horas y gana muy poco, pero tiene la casa, la luz, el agua, la sanidad, la educación aseguradas, lo que permite apuntar la mirada hacia otras cosas, sobre todo si se es madre de una niña. No es una licenciada en Políticas que trabaja de recepcionista; es una recepcionista que sabe leer y resumir una noticia, fundamentar una opinión, defender una idea (lo que, por cierto, muchos de nuestros licenciados en políticas no saben hacer); podría estar escribiendo acerca de mí como yo estoy escribiendo acerca de ella; y te pasa la llave como un amigo te pasa la sal, sin servilismo ni violencia. Es más dueña de sí misma que cualquier ejecutivo occidental, incluso en las condiciones de excepción en las que vive; cada vez que se acuerda de su niña, a cubierto de todas las acechanzas que un mortal puede evitar, el pecho se le dilata; cada vez que el pecho se le dilata, con la tranquilidad que Voltaire exige a todo sujeto de razón, fija su atención en un libro o en una situación: mira a su alrededor de una manera que la convierte ya en una suerte de modesta literata (y, claro, de experimentada y perspicaz psicóloga). Y como es joven, es amada, hace sol y le gusta la gente, está alegre; y todo lo que sabe, todo lo que le han enseñado en la escuela y ha aprendido después en las bibliotecas, no sólo no empaña sino que aumenta su orgullo y redondea su sonrisa: esa sonrisa no se puede descomponer; es humana, es animal, es psicológica, es sobrenatural, es inconmensurable, pero al mismo tiempo -me atreveré a decir- es socialista. Y como el socialismo es la normalidad robada, la racionalidad violada, la belleza escamoteada, la sonrisa de Elayne prefigura ya, como un rescoldo entre cenizas, lo que será la típica sonrisa humana (cuando el capitalismo sea sólo ya la visión de un extraterrestre).

...

A poco que se deje suelta la mirada, uno comprende de inmediato -y comprende las causas de este límite- que en Cuba sólo faltan cosas. Tampoco faltan muchas. Para vivir decentemente y construir una sociedad libre los hombres sólo necesitan cuatro cosas -una casa, una herramienta, un poco de queso y algún adorno- y, si llegan a tener cinco, de nada les sirven ya las otras cuatro, tal y como expresa este principio cuyo enunciado anticipa aquí el título de un libro que algún día escribiré: "Poco es bastante, mucho es ya insuficiente". La lucha contra el capitalismo debe ser, ante todo, una lucha por restablecer "lo poco" -lo bastante- y por lo tanto entraña una forma de austeridad o de ascetismo, una disciplina social de ayuno voluntario. No podemos querer generalizar la producción, distribución y consumo de mercancías a nivel planetario; y naturalmente no podemos querer el goce particular de bienes que no podemos generalizar. La necesidad del ascetismo viene impuesta por la producción autofecundada del capitalismo y su renovación acelerada de los mercados, que amenaza la supervivencia material de la humanidad. Pero viene determinada también por el hecho de que esa destrucción ininterrumpida de recursos ha borrado las fronteras entre las cosas de comer, de usar y de mirar, impidiendo la formación de relaciones estables y, en consecuencia, de verdaderos productos culturales, y porque ha introducido la rapidez de la digestión, y de la insatisfacción, en la propia percepción subjetiva del mundo. Mucho es insuficiente, mucho más es mucho menos, todavía-más es estar a punto de perderlo todo. El ascetismo, pues, no sólo defiende la finitud irreemplazable de la Tierra; es la condición misma de toda alegría y toda civilización. El ascetismo es jocundo, parlanchín, abundante, lúdico, lento, creativo, contemplativo, cooperativo, caribeño. Por cada mercancía que descontamos, sumamos un objeto, una relación, un principio, una sensación; por cada mercancía que descontamos, sumamos un plus de tiempo. Restar es recuperar todas las cosas que hemos dejado atrás; lo poco, lo bastante, reintroduce la abundancia perdida en lo siempre-insuficiente del mercado y con ella la tranquilidad ilustrada sin la cual es imposible decidir nada. En Cuba faltan cosas, pero no muchas, quizás sólo una o una y media, y estoy seguro de que cuando se les permita respirar, cuando puedan liberar toda su potencia acumulada de la mordaza imperialista, la alegría y la civilización seguirán asociadas a esta idea de la "bastanza" comunicativa, de la poquedad multiplicadora en cuyos bordes germinan salvajemente el ingenio, la solidaridad, el amor y el sentido común. De momento, con las pocas cosas que tienen, con las pocas cosas que les dejan, los cubanos dan al mundo una lección no sólo de cómo gestionar bien recursos limitados -por contraste con otros países vecinos, incluso más ricos, en los que el hambre mata literalmente o corrompe moralmente a miles de personas-; enseña, sobre todo, que con pocas cosas que se tengan, a condición de que se tenga todavía alguna, una humanidad consciente y decidida puede construir diferencias y defender cotidianamente los detalles -el gesto en carne viva- de una superioridad moral, democrática y antropológica a la que sólo falta la armadura de un presupuesto más holgado.



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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: mfelix28 Enviado: 28/11/2005 23:05

Medir es, en primer lugar, compartir un metro válido para todos por igual, lo que presupone como condición inexcusable la satisfacción de las necesidades mínimas para una vida digna. Cuba es el único país del mundo donde se puede sobrevivir sin dinero, donde se puede vivir con poco dinero y donde la diferencia entre la vida y la muerte no depende del dinero; y donde, al mismo tiempo, esta tranquilidad no deriva de la miseria de otros países ni de la desgracia de otras gentes. Si EEUU intranquiliza por todos los medios e ininterrumpidamente a los cubanos (mediante la erosión económica y la amenaza armada) no es porque quiera destruir la isla o porque odie a sus habitantes sino para destruir este metro desde el cual los hombres, a través del pensamiento y de la imaginación, pueden acceder al lugar del otro, al espacio común de la razón libre y de la compasión activa, a la propiedad colectiva desde la que medimos al mismo tiempo el derecho y el dolor de los demás. EEUU intranquiliza a los cubanos para que pierdan la razón, como la han perdido buena parte de los estadounidenses, y para que traicionen a la imaginación, como la han traicionado la mayor parte de los europeos; y en este contexto de agresión permanente y de dificultades prolongadas es humanamente comprensible que los más débiles o los más corruptos hayan acabado volviéndose tan locos como para ponerse a calcular individualmente las ventajas de no ser un hombre.


Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: mfelix28 Enviado: 28/11/2005 23:32

En todo caso, esta oposición "ideal" entre el maletero adinerado y despreciado y el investigador empobrecido y respetado -imagen virtual que han soñado las sociedades más injustas de la tierra, como su revés y su exutorio, y que sólo en Cuba adquiere una mínima consistencia real, deformación noble de un proyecto mejor- revela lateralmente una conquista social, condición de todas las demás, que no puede pasar desapercibida y no puede dejar de emocionar a un demócrata. Los cubanos se han acostumbrado a la dignidad, tienen ya la tradición de no inclinarse, han adaptado sus órganos a la normalidad de no reconocer jerarquías, ni en el lenguaje ni en el trato. La educación triunfa cuando se convierte en cortesía, la alegría triunfa cuando hace estallar la cara, la igualdad triunfa cuando se convierte en ademán; es decir, cuando convierte el cuerpo mismo y su gestualidad espontánea. La tentativa del 1789 francés acabó, apenas quince años más tarde, en un Imperio que del "ciudadano" sólo dejó la cáscara; nuestros reyes y dirigentes, a los que imita la constelación entera de los profesionales del triunfo (rectores, directores, subsecretarios, ejecutivos, estrellas del balón), siguen protegiendo hoy sus privilegios de clase detrás de puertas inviolables y guardaespaldas acorazados al tiempo que hacen en público algunas concesiones populistas a sus clientes: el icono publicitario en su aura celeste que visita sin mancharse un hospital de Indonesia, el brazo campechano que condesciende a estrechar la mano de un votante, el astro cinematográfico que firma autógrafos de 5 a 6 en un supermercado, el ídolo del estadio que recomienda votar una constitución europea que no ha leído... gestos todos cuya contrapartida es una masa pasiva y expectante. La inexistencia de una "clase política" en Cuba no sólo se manifiesta en la rutina de ministros sin corbata que se pasean sin escolta, que viajan en modestos utilitarios al lado del compañero conductor y comen pollo y lechuga, como todos, sirviendo ellos mismos el vino a la pequeña funcionaria traída a la carrera para que haga de intérprete. Inseparable de esta naturalidad inter pares, la gente en Cuba no sabe nada de ese "culto a la personalidad" que cubre como el aceite, en el mundo capitalista, el conjunto de las relaciones políticas y sociales: la sumisión al jefecillo que intimida, el silencio ante el médico o el empresario que por fin nos ha recibido, la estupefacción infantil ante el dueño del cochazo, el deleite religioso de cruzarse en la calle con un presentador de televisión o con un delantero del Real Madrid, el agradecimiento obsceno al chiste de un político, el orgullo de llevar el mismo peinado que la novia de un príncipe. Si algo impresiona en Cuba es que sus ciudadanos son "compañeros" incluso para enfadarse, cumplir órdenes o admirar a otro. Si algo impresiona en Cuba es que incluso aquéllos que critican a Fidel, e incluso los más acérrimos, lo llaman por su nombre y lo hacen desde la seguridad del que ha sido enseñado a medirse con él. Un borracho con el que discutí una vez, atrabiliario y agresivo, se golpeaba el pecho en una callejuela de La Habana al tiempo que gritaba: "¿Es que Fidel se cree que tiene más problemas que yo?". Un borracho español malquistado con Don Juan Carlos habría gritado: "¿Es que el rey se cree que tiene más derechos que yo?".


Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: mfelix28 Enviado: 28/11/2005 23:32
¿Por qué no trabajáis?


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