“... resulta importante aclarar que a pesar de la presente crisis de credibilidad de las concepciones socialistas, la relativa escasez actual de propuestas económicas socialistas refleja más un acto de resignación temporal que una posición de pesimismo intelectual irreversible. Toda crisis es conmocionadora y casi siempre afecta la claridad de las ideas, pero pasado algún tiempo comienzan a madurar las condiciones para su recomposición”. (CUBA, LA REESTRUCTURACIÓN DE LA ECONOMÍA. Pág. 61, Editorial Ciencias Sociales; La Habana, 1995).
Este tema está motivado por la lectura de uno de los libros más interesantes y sugerentes de los que he podido estudiar en los últimos años. Me refiero al libro que Julio Carranza Valdés, Luis Gutiérrez Urdaneta y Pedro Monreal González, jóvenes investigadores del Centro de Estudios de América, de Cuba, titularon CUBA. LA REESTRUCTURACIÓN DE LA ECONOMÍA. Una propuesta para el debate” (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1995).
El mismo retorna actualidad a la luz de lo que acontece en la Venezuela Bolivariana y las nuevas discusiones sobre el nuevo socialismo o socialismo del siglo XXI.
La cita con que inicio la presente reflexión motivada por la obra comentada, ha dado paso a un “acto de creación” de sus autores: la presentación de un programa de reestructuración económica viable para la Cuba del “periodo especial”, como aporte a un planteamiento alternativo de socialismo.
La situación económica de Cuba, las propuestas desde el exterior alentándola a llevar a cabo una transición hacia una “economía de mercado” (esto es, hacia una transición al capitalismo), los conceptos para sustentar la reestructuración económica dentro de una nueva ruta socialista y la dinámica de una propuesta de reestructuración (que se propone la restitución de los equilibrios, la búsqueda de eficiencia, la transición a un mercado regulado y la descentralización de la economía), han sido expuestas por los autores del libro comentado con agudo sentido crítico, con un serio apego a la realidad, con un intenso espíritu propositivo, con gran creatividad y marcada modestia intelectual.
La reflexión propia es sometida al debate sin obviar sus posibles contradicciones e insuficiencias en la forma de enfrentar los desafíos de la Cuba actual y sin evadir el “debate mayor” sobre el socialismo y las alternativas de la izquierda en el presente mundial.
ALGO SOBRE EL DEBATE MAYOR
La necesidad de enfrentar con determinación y propuestas concretas el pesimismo generado por “el destino final” de la Perestroika y de las fallidas experiencias socialistas en Europa oriental, constituye, de entrada, uno de sus principales aportes.
Está bien presente en los autores del libro comentado el “optimismo de la voluntad”, tan necesario para avanzar, en y con la revolución cubana. Pero aprecio algo apagado el “escepticismo del pensamiento” en cuestiones que entiendo claves para ajustar algunas cuentas pendientes con la historia y superar en toda su magnitud las causas estructurales que provocaron el colapso de lo que ellos definen como “socialismo clásico”.
Es posible que tal insuficiencia esté motivada por el hecho de que en Cuba las reflexiones, elaboraciones y cambios sobre la marcha, han estado mucho más relacionadas con la crisis de inserción en la economía mundial (provocada por la sumatoria de la desintegración de la URSS y el derrumbe del llamado socialismo real, el criminal bloqueo estadounidense ¡¡reforzado!!), que por la maduración de la crisis estructural del estatismo burocrático y de los componentes del sistema copiados de la experiencia soviética.
Es posible también que el abordamiento en profundidad de este tema o no haya madurado suficientemente en Cuba o provoque heridas desorganizadoras en la presente fase.
No creo, sin embargo, que la integración al CAME y la modalidad de economía centralizada-planificada con un nivel restringido (casi nulo) de relaciones monetario-mercantiles, la altísima dependencia económica de la URSS y el estatismo abrumador derivado del trasplante mecánico del llamado socialismo real, haya sido la “única alternativa al bloqueo” impuesto por EE.UU.
Si ahora, en condiciones más difíciles, se reivindica otro camino de orientación socialista y abre el debate sobre el socialismo del siglo XXI, es claro que tal fatalidad no es cierta y denota falta de profundidad autocrítica.
Este importante tema es extensivo además al sistema político, a las relaciones partido-Estado, Estado-organizaciones sociales, a la concepción sobre la vanguardia auto-proclamada, a la teoría como dogma, y a la participación y el poder de decisión dentro de la democracia; aireadas significativamente, en el caso cubano, por la relación democrática entre el liderazgo histórico y el pueblo, por algunas formas originales de participación y poder del pueblo, por la coexistencia junto al dogma de un fuerte espíritu independiente, de una articulación del marxismo al pensamiento martiano; por el peso de la cubanidad, el caribeñismo y la latinoamericanidad dentro de la revolución; por la gravitación del guevarismo, el influjo de los primeros diez años, la creatividad y la habilidad táctica de Fidel en importantes vertientes del pensamiento y la acción revolucionarios.
En realidad, en la URSS y los países de Europa oriental no colapsó un “socialismo clásico”, sino más bien la falta de socialismo en el camino hacia él. La transición hacia el socialismo, al adoptar el curso estatista-burocrático, al ser conducido exclusivamente desde un pensamiento dogmatizado y a través de métodos verticales, al convertir la propiedad estatal en una forma de enajenación y alienación (y no una variante de la socialización), al devenir en un sistema político antidemocrático e incluso despótico, al impedir la socialización del poder que incipientemente encarnaron los soviets... bloqueó las posibilidades de autosuperación y creó estructuras burocráticas rígidas, corrompidas, separadas del sentir del pueblo y de una parte de sus anhelos.
Y todo esto predominó sobre los efectos de sus históricos logros sociales.
Es preciso distinguir entre el tránsito al socialismo y el socialismo como tránsito al comunismo. Por eso, si bien es verdad lo que señalan Carranza, Gutiérrez y Monreal respecto a lo dañino que resultó pensar el socialismo como “la primera sociedad no mercantil” (y no como la “ultima sociedad mercantil”), también es necesario hacer conciencia de que lo que ha estado planteado en sociedades como Cuba es el tránsito al socialismo, es un proyecto de orientación socialista (y no el socialismo como tal), lo que con mayor razón cuestiona el curso abrumadoramente estatista adoptado anteriormente por la revolución cubana.
En la propia URSS y en los países del Este europeo, por el nivel de desarrollo del que partieron los cambios revolucionarios, lo que fue golpeado fue más bien una modalidad de tránsito al socialismo y no la forma “clásica” del mismo. Incluso los modelos implantados resultaron distintos del propio ideal socialista esbozado por Marx y Engels, y por el propio Lenin.
En Cuba la situación no llegó a ese nivel porque junto a la “sovietización”, en permanente brega contradictoria, coexistió la cubanidad de ese proceso, y la dogmatización siempre ha estado enfrentada a la creatividad. El libro comentado es precisamente una muestra de creatividad, como muchas otras presentes en la reflexión y en el debate que ha tenido lugar en Cuba desde 1459 hasta el presente.
NECESIDAD DE UN PROYECTO GLOBAL DE TRANSFORMACIONES
Me pongo de acuerdo con Carranza, Gutiérrez y Monreal en que para corregir a plenitud y en profundidad los defectos estructurales de la economía es necesario algo muy superior a una reforma parcial o simples cambios en los métodos de planificación y administración. Implica MUCHO más que el conjunto de medidas adoptadas, que si bien una parte de ellas apunta en dirección a los cambios necesarios, al no estar enmarcados dentro de un programa sistémico y un definido proyecto de tránsito a un socialismo alternativo, superador a plenitud del curso anterior, ha dado lugar a una “economía dual” (la parte de la economía estatal-planificada y la parte de las sociedades anónimas con mercado, ambas con sistemas financieros, contables, planes y legislaciones diferentes y poco relacionadas), lo que provoca serias distorsiones y desequilibrios.
Concuerdo en que en los años del llamado “periodo especial” no ha sido precisado un proyecto global e integral de transformaciones, ni definidas las metas más allá de la emergencia y de algunos objetivos generales loables (preservación de logros en salud y educación, distribución equitativa de una oferta precaria, etc.); sin que esto desmerite la hazaña de haber sobrevivido con evidentes posibilidades de sostener la independencia, la dignidad, el espíritu de equidad social y la determinación de salvar el curso socialista de la revolución cubana.
Recuperar la viabilidad económica de un pequeño país, pobre y bloqueado como Cuba, precisa de una reestructuración profunda que implica redefinir las bases de su acumulación, inserción en el mundo y transformación de su sistema económico.
Eso no puede lograrse, si no se quiere correr el riesgo de un cataclismo social y político, desmontando todo lo positivo que ha acumulado: dignificación, independencia, vocación por la equidad social, gratuidad de la educación y la salud, rol redistribuidor del ingreso y las riquezas del Estado, alta protección social.
Por eso, más allá del desconocimiento de factores nacionales y de su esencia ideológica contrarrevolucionaria, las variantes que del exterior propugnan por instaurar el reinado del mercado y de la propiedad privada capitalista en Cuba entrañan mucha perversidad.
De ahí la importancia de la propuesta alternativa de esos cuatro jóvenes economistas cubanos sobre la necesidad de producir cambios significativos en las estructuras básicas del sistema económico sin enajenar la esencia socialista del tránsito en marcha, más bien potenciándolo a través de nuevas estructuras y nuevas formas de socialismo.
Esto reviste más importancia después de haberse constatado que la propiedad estatal no es, de por sí, propiedad social y de valorar que la transición estatista-burocrática demostró ya su inviabilidad por razones estructurales.
La búsqueda de mayores niveles de desarrollo, de eficiencia y de recursos, plantea como necesidad el establecimiento en Cuba de diversas formas de propiedad, gestión y participación popular.
Esto no equivale a hacer “concesiones”. Tal criterio se asienta en una sobreestimación del estatismo y en una incorrecta identificación de éste con el socialismo.
La transición al socialismo ajustada a la necesidad de emplear todas las posibilidades de acumulación y creatividad se relacionan en este tipo de países con “un proyecto que preserve la preeminencia de la propiedad social” para “garantizar la conducción del desarrollo socioeconómico en función de los intereses nacionales, y sostener el gasto social necesario que permita niveles de vida decorosos al conjunto de la población”, y que dentro de ese contexto articule “la incorporación de formas de propiedad privada... dentro de los límites que se establezcan para controlar el desarrollo” (Obra citada, página 86).
El libro citado tiene la virtud de concretar aportes muy valiosos para el diseño de un proyecto global de reestructuración profunda de la economía cubana dentro de una nueva estrategia socialista; esto es, de una redefinición sustancial del concepto socialista como ideal viable.
Entre esos aportes se destacan:
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Un planteo de reforma empresarial que implica la rearticulación de diferentes formas de propiedad (estatal, cooperativa, privada e individual), preservando la preeminencia de la propiedad social, incorporando nuevas formas de gestión descentralizadas y nuevos modos de apropiación del excedente en función del interés colectivo.
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Los mecanismos de regulación y distribución (incentivos negativos y positivos en función de la eficiencia, nuevas juntas de administración designadas por las diversas instancias del poder popular, Banca Comercial y de Desarrollo, normas de competencia, sistema de impuesto en función de ganancias e ingresos, equilibrio macroeconómico).
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Redefinición del rol del Estado como planificador, promotor, regulador, empresario, estabilizador y redistribuidor de ingresos dentro de un sistema de pluralidad de formas de propiedad y de gestión.
Los autores del libro comentado han hablado en Cuba no solo para Cuba. Quizás sin proponérselo, o “sin querer queriendo”, han hecho aportes sustanciales para las líneas generales de un proyecto de transición al socialismo en el marco de las condiciones latinoamericanas y caribeñas. Sólo que, además de particularidades en las proporciones de los problemas a enfrentar y de desniveles significativos en cuanto a recursos y potencialidades, en Cuba se trata de corregir el rumbo desde sus altísimos niveles de estatismo y en el resto del subcontinente de la dominante propiedad privada y del mercado a un proceso de socialización.
Como el libro comentado se limita al tema de la reestructuración de la economía cubana dentro del marco de un proyecto socialista viable, no puede considerarse un defecto del mismo que no aborde otras vertientes de ese proyecto, y que salvo formulaciones muy puntuales no trate lo concerniente a la transformaciones en el sistema político, los cambios en la esfera social y cultural, el surgimiento de nuevos sujetos y los requerimientos de una reestructuración más integral.
Esa comprensión, sin embargo, no debe obviar el tratamiento de esos temas a la hora de enfocar la nueva alternativa socialista, no sólo en el plano económico, sino también en las demás vertientes del todo nacional.
Las estructuras que hicieron crisis en el Este europeo no fueron sólo las económicas.
El proceso de fusión del partido con el Estado, la hegemonía en la política exterior de los intereses de Estado, los efectos negativos de esos fenómenos sobre la conciencia popular, la manipulación desde el Estado y desde el partido de las organizaciones sociales, la burocratización y la corrupción burocrática, la doble moral en la cultura de género y la prolongación del machismo más allá de las formales y reales expresiones contra la discriminación de la mujer, el peso de la concepción adultocéntrica, el sedimento cultural racista por encima de la superación del racismo institucional... tienen expresiones significativas en el sistema político-estatal cubano y en sus relaciones con la sociedad civil constituyéndose en trabas al proceso de socialización del poder y a la reproducción y ampliación del poder del pueblo.
Nuevos fenómenos que afectan el viejo rol de los sindicatos y nuevos sujetos y autores derivados del ya iniciado proceso de superación del estatismo-burocrático y de la transición hacia una articulación de diversas formas de propiedad, se suman y amplían el reto creativo.
La diversidad social obliga a mayor democracia partidaria y más énfasis en la hegemonía entendida como autoridad e influencia bien ganada y no como sistema de órdenes verticales.
No se trata de concederle espacio a la contrarrevolución y a la injerencia imperial sino que al estar tan vinculado al proyecto socialista a la autodeterminación y al ser tan amplio el conjunto de fuerzas sociales que pueden ser sujetos de ese tipo de transición socialista, se precisa rearticular de otra forma la relación partido-Estado, organizaciones y movimientos sociales, pensando la presencia del partido no como componente conductor de un amplio y diverso movimiento político social, que a su vez controla, influye y presiona sobre las instituciones estatales y expresa un internacionalismo solidario independiente y superior al de la política exterior del Estado.
En síntesis, se trata de vencer tres bloqueos, dos de ellos (el que impone el imperialismo estadounidense y el que resultó del colapso del llamado socialismo real) fundidos en uno y operando desde el exterior y otro de esencia interna y expresión de la resistencia de las estructuras y métodos a superar.
El esfuerzo propio y la solidaridad internacional se combinan y se potencian para avanzar contra esa aberración imperialista en esta era de la “guerra infinita” de Bush; mientras el pensamiento propio y la determinación de avanzar hacia la redefinición y renovación de la transición socialista son las únicas garantías para abatir el tercer bloqueo, el que depende de actores sociales y políticos netamente internos.
Estos no son recetas ni intromisiones. Esa revolución es tan nuestra como la nuestra y “sin querer queriendo” el amor por ella nos convoca sistemáticamente a pensar sus actuales y futuros retos como si fueran propios. Sin mucha prisa, pero también sin pausa, con la debida prudencia y la necesaria firmeza, combinando bien los cambios de corto, mediano y largo plazos, su secuencia y su simultaneidad... todos los bloqueos pueden y deben ser vencidos.
Y así un modelo de transición socialista que fue condicionado por la bipolaridad entre la URSS y los EU, que fue impactado por la “guerra fría” y que pese a la esencia herética de la revolución que le dio origen fue deformado por la enorme gravitación del modelo euroriental, podría no solo anotarse la hazaña de sobrevivir en un mundo tan adverso y frente a un enemigo tan poderoso y perverso, sino que además podría, autotransformandose, entrar en la nueva corriente de los socialismos del siglo XXI.
¡Que así sea!