DARIEL ALARCÓN, ALIAS BENIGNO, VIVE COMO REFUGIADO POLÍTICO EN PARIS Y SE DEDICA A DESGRANAR SUS MEMORIAS EN LIBROS.
Se le conoce por coronel Benigno, el apóstol del Che. Luchó con el comandante Guevara en África. Fue su preferido entre el exiguo batallón que Fidel Castro envió a Bolivia: 49 guerrilleros iluminados para aliviar la presión norteamericana sobre Cuba. Sobrevivió, como por milagro, sobrevivieron él y cuatro más. Y escuchó a escasos metros los disparos que dieron muerte al Che.
Regresó como héroe a La Habana. Y como figura nacional vivió Benigno, hasta que el castrismo le defraudó sin remedio. Después de atar cabos y madejas, desde su refugio político en París, Benigno denuncia que "Fidel acordó con la Unión Soviética y con el Partido Comunista boliviano enviar al Che a morir a la selva de Bolivia. La desaparición del Che fue un alivio para muchos". Lo cuenta en Memorias de un soldados cubano, que publica Tusquets. Su acusación tiene mil indicios, pero sólo una prueba: la guerrilla debía encontrarse en la selva con el líder comunista boliviano, Mario Monje, para recibir el apoyo de su partido y sus juventudes. Pero en esa misma fecha, Monje fue requerido en Bulgaria por las autoridades soviéticas y, a continuación, en La Habana, por Fidel. El apoyo nunca llegó.
Su nombre real es Dariel Alarcón. Nació el 6 de septiembre de 1939, hijo no reconocido de un terrateniente gallego y una cubana mulata, vivió diecisiete años, campesino y analfabeto, trabajando las tierras duras de Sierra Maestra, hasta que una noche de marzo de 1957, sin saberlo siquiera, dio cobijo a una panda de barbudos que resultó ser el embrión de la Revolución que dos años más tarde caería sobre La Habana. Amaneció el día, y el Ejército de Batista allí mismo fusiló a su mujer. La tarde después, el compañero Benigno, cargado de soledad y venganza, se enrolaba en una lucha rebelde que nunca abandonará.
Fue ametrallador, segundo jefe de vanguardia y cocinero en la última cruzada del Che, y con la fuerza de llamarse Benigno salió de la selva boliviana, herido de muerte, los gusanos cebándose en los agujeros de bala que llevaba. Atrás quedaba el cadáver del héroe, que él dice saber dónde está enterrado, "está en Valle Grande, pero no donde lo están buscando, y también lo sabe el cura que le dio la despedida cristiana, y que ya no es cura pero que aún vive en Bolivia". También por llamarse Benigno vivió en La Habana con privilegios grandes de coronel y funcionario de Interior, denunciando sin ambages la desigualdad y el personalismo: "Te dejan hablar porque te llamas Benigno", le decían sus compatriotas, "oye, guajiro, que el Che murió hace tiempo". Pero Benigno había aprendido la franqueza del compañero Ramón, que así llamaban los guerrilleros al comandante Che Guevara: "Él nos enseñó a llamar mierda a la mierda". Benigno, el extremista. En su memoria tejió la trama de la conjura que ahora denuncia.
Y así lo cuenta: "Es una cadena de celos que se remonta a Sierra Maestra. Allí había dos hombres, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos, y por méritos surge un tercero, el extranjero, el médico argentino Ernesto Guevara, primer comandante que la Revolución nombra después de Fidel. Cienfuegos murió, y su muerte sigue siendo un episodio fantasma. Adelante salió el Che, la admiración del pueblo hacia él crecía, por su trabajo, por su intransigencia, al tiempo que entre los dirigentes cubanos anidaban el miedo y la envidia. Nada se decía de Raúl Castro, el hermano".
"La admiración del pueblo hacia él crecía al tiempo que entre los dirigentes cubanos anidaban el miedo y la envidia" |
El siguiente salto se sitúa ya en las campañas de África, en el discurso de Argel, año 1961, donde el Che alertó abiertamente contra el imperialismo soviético, animando la guerra de guerrillas como camino a la independencia real de Cuba. El líder guerrillero había salido de La Habana renunciando a sus cargos en el Gobierno cubano, hasta renunciaba a su ciudadanía en un documento que Fidel haría público en caso de caer él muerto. Pero Fidel no esperó, fue durante su campaña en el Congo ("una campaña que nos sorprendió incluso a nosotros, pero ¿quién era el enemigo?") cuando el dirigente cubano leyó públicamente en La Habana la carta de despedida del Che: "Y nosotros qué íbamos a entender: le vimos zapatear el suelo con ira y comparar a Fidel con un nuevo Stalin". Benigno vivió con el Che "la primera traición de Fidel".
De vuelta a La Habana les preparan para iniciar las campañas americanas: el pretexto era aliviar la presión yanqui sobre la isla. "Al campamento de Ñancahuasu venía Fidel a instruirnos para morir, nos visitaba todos los fines de semana, hasta hacía de cocinero. Quería hacernos la vida agradable para que le creyéramos mejor tal vez, y nos decía que en Bolivia nos convertiríamos en mártires de la patria y otras cosas que sonaban igual de lindas y profundas. Nos invitaba a la muerte, por la Revolución". Y allí fueron, noviembre del 66, desesperados por llegar, a morir, a una misión de la que sólo se les permitía regresar inválidos. "Yo me sentía un héroe". Fueron y en vano esperaron el apoyo del partido y las juventudes comunistas de Bolivia, porque su máximo representante, Mario Monje, faltó a la cita: "¿Y, mientras, qué recomendaciones le daban a Monje en La Habana y desde Moscú?", se pregunta Benigno, "Monje ha reconocido públicamente que estos encuentros sucedieron".
El líder boliviano llega al encuentro dos meses más tarde, para comunicarles que nadie se unirá a su batalla. Habían pasado siete meses de campaña y en la selva boliviana quedaban 22 hombres de los 49 que habían partido, sin comida, sin apoyo, sin calzado ni ropa, sin medicinas ni infraestructura alguna. Con seis mil soldados bolivianos siguiéndoles como sabuesos. El Che les habló: "Bueno, muchachos, aquí no hay nada que hacer. El que quiera puede salir por Chile como acordamos para casos de invalidez. Nadie les considerará traidores". Pero allí quedaron, y en agosto, diez meses de campaña, volvió a decirles el Che que mejor sí se marchaban, que no se preocuparan por él, que sabría sobrevivir en la selva "como un animalito". Y ellos resistieron, "nos expusimos a la aniquilación para contarle a Fidel la verdad que él sabía antes que ninguno".
¿Y el Che qué sabía? "El Che sabía que estaba condenado, sabía lo que estaba pasando en realidad, pero no comunicaba su angustia a la tropa. Yo nunca creí que el enemigo me vencería". Tan ciega era la fe que les conducía, descalzos, hambrientos, heridos y abandonados, con una radio como único canal de comunicación con el mundo exterior, el aparato que aún se conserva en la casa parisina de Benigno, junto al Rolex de oro herencia del comandante.
"Fidel acordó con la URSS y con el Partido Comunista Boliviano enviar al Che a morir a la selva" |
Benigno fue su preferido. Lo glosa el Che en sus memorias, que son apenas unas notas: "Joven de gran valor, muy prometedor. Festejarle el cumpleaños con lo traído", que era mate y harina de maíz. Su fecha de nacimiento apareció reseñada en el diario del comandante Guevara, entre los íntimos: la familia y Benigno. El compañero Benigno, cocinero y jefe de vanguardia, hace del Che el retrato de un héroe romántico. "Era intransigente consigo mismo, duro en los momentos que tenía que serlo". Y luego a la luna escribía poemas de amor el comandante. "Tenía un carácter del carajo, era muy difícil acabar el día sin tener una bronca con él". Sin embargo, de los diez años que Benigno compartió con el Che sólo recuerda una agarrada. Fue por unas sardinas.
-¿Qué vas a hacer de comida?
-Bueno, voy a hacer unas papas sancochadas y una carnita ripiada.
-No, no hagas esa carnita ripiada, haz un arroz con frijol y sardinas. -Bueno, como usted mande -y esa palabra le cayó mal y contestó:
-¡Como mande yo no, chico! ¡Como me sale de los cojones mardarte!
Benigno lloró de rabia, como un niño, y luego sintió mucha vergüenza, "y ese sentimiento me comprometió aún más con él". A Benigno se le llenan las palabras de sentimientos bonitos. "Al Che no le gustaba la fiesta ni la bebida, sólo echaba un trago de coñac por las mañanas para calmar el asma, le gustaba el deporte, le fascinaba el rugby, y jugar al ajedrez".
¿Y las mujeres? El canal cuatro de la televisión británica difundió hace un par de meses un documental basado en los diarios de juventud del comandante donde se retrata a un Che mujeriego, racista, violento. "El Che era humano, claro que le gustaban las mujeres, pero sus relaciones siempre fueron muy sutiles: `Esto es una necesidad de dos -decía-, nadie más debe saberlo'". El Che obligaba a sus soldados a desposar y llevar con ellos a Cuba a las mujeres africanas con las que tuvieran relaciones. "Él no estuvo con ninguna mujer en África. Nos castigaba mucho por aquellas tertulias de hombres casados hablando de otras chicas: nos insultaba, `inmorales, sinvergüenzas'". Y se dice también que a su propia mujer la maltrataba en público, lo dice el mismo Benigno en sus memorias. "Porque su mujer era un poco... Tenía un carácter muy fuerte, como si quisiera lucirse, y él combatía ese tipo de actitudes donde fuera. Él decía que ella era su señora en casa, que en las actividades públicas era un compañero más".
Luego también cuenta Benigno que la columna que compartieron hasta la muerte del comandante iba detrás de una guerrillera célebre, Tania, una especie de Matahari en la guerra de guerrillas. "Yo noté que él deseaba a la Tania, pero no puedo decir que lo realizara físicamente". (Tania cayó abatida en otro punto de la selva boliviana, y en su cadáver se encontró un feto de tres meses cuya paternidad muchos atribuyeron al Che: "Sería imposible asegurarlo, Tania tenía relaciones con varios hombres a la vez").
También dicen de él, en el documental,, que el Che era racista: "Lo dicen porque llamaba a las cosas por su nombre, y decía negro sin reparos, negro por suerte o desgracia, pero negro y no de color, ¿de qué color?". Huelga preguntarle a Benigno por el resto de las acusaciones que se hacen al comandante, sobre las cuatrocientas muertes sumarísimas que se le atribuyen, sus errores al frente de la Banca Nacional y el Ministerio de Industria y su intento de negociar con Kennedy en la cumbre de Punta del Este.
Benigno regresó héroe y no se rindió. En 1969 volvió de nuevo a Bolivia, de nuevo tras el sueño, pasando por quirófano, decolorándose el cabello, cambiando el color de sus pupilas para no ser reconocido por el Ejército. Fue su última campaña, le dieron puesto y el sacó el preuniversitario y hasta la carrera de Historia.
Ahora Fidel ha hecho del comandante Guevara una bandera y ha declarado 1997 Año del Che: "Se acordó de él cuando le abandonó la Unión Soviética. Cuando ya lo tenía olvidado, convirtió al Che en negocio e hizo de él un mito capaz de unir y mover al pueblo de Cuba". Por aquel entonces, años ochenta, Dariel Alarcón vivía ya en La Habana, barrio acotado de Sierra Maestra, disfrutando de los privilegios que su rango le confería. Tenía vaca, dos cerdos, gallinas, una huerta, su hijo desayunaba antes de salir para la escuela y asegura que sus puercos estaban mejor alimentados que la mayoría de los habaneros. "Tenía a mi disposición una planta entera del hotel Habana Libre y otra del Nacional, tres suites en el Riviera, muchas casas dispersas por ciudad de La Habana y varios chalets en las Playas del Este, donde alojaba a dirigentes que venían a instruirse en la lucha y también a quien yo quisiera. Desde aquellas habitaciones se podía pedir hasta una caja de muerto, y se gastaba cualquier cantidad de dinero". ¿Y así vivió usted 26 años de Revolución? "Este... Yo vivía locamente enamorado de mi Revolución. Luego, cuando empecé a ver las primeras cosas desagradables, me nació la confusión, ¿será esto transitorio?". No podía desprenderse tan fácil de lo que él había ayudado a crear. Pero ya por el 85 empezó a maquinar una forma de denunciar los errores y salir de allí: "Soy coronel y guajiro, vengo de tan abajo que pude palpar bien lo que sentía el pueblo: la gente estaba defraudada, desconfiada. Y fui viendo también que quienes denunciaban la corrupción eran apartados. Pensé en delatar los desmanes de Vilma Spin, la mujer de Raúl Castro, con costureras particulares que salían a Europa a comprarle las telas. Personajes con poder absoluto, casas que daban por doquier a los amigos... Fidel era el único que pensaba y ordenaba. Aquello no era la Revolución, era una burla. La Revolución había perdido su camino y el pueblo, su futuro".
Hace poco más de un año Benigno desembarcó en el País Vasco francés, donde el traductor de su editorial francesa se afanaba en las páginas de su primer testimonio, Los supervivientes del Che. Allí se encontró como en su casa, y ahora vuelve cuando puede a la calle donde escuchó cantar la Internacional en euskara. Allí la gente le para por la calle, le saluda y le invita a comer. Hoy Benigno comió sardinas en una taberna vasca. No toma, a no ser un poco de buen vino, como el Che. La reencarnación del Che fuma un gauloise detrás de otro y bebe café negro. Conserva la agilidad de sus años de lucha, algo escorada por la trayectoria del tiempo y los huesos, y el nervio en sus músculos prietos. Vive como refugiado político protegido en las afueras de París, pasea siete y ocho kilómetros diarios y aún lleva escolta, él se resiste, pero la Seguridad francesa le custodia. Su hijo Abel le acompaña y le mira con admiración, tiene catorce años y estudia en una escuela de adaptación para extranjeros, le traduce del francés y va con él a donde quiera que vaya, que su padre no cruce la calle sin que él lo sepa. A Benigno no le gusta París, "hay mucho hipócrita", así se refiere el último revolucionario a los cubanos que han emigrado "en busca de dinero". Benigno tiene un hermano natural en un pueblo gallego cuyo nombre ni recuerda, "estuve allí dos veces" (Benigno ha estado en medio mundo), un pueblo que por aproximación podría ser Ortigueira. De cualquier manera, no puede visitarlo: "Allí se espera que vaya. Correría un gran peligro si lo hiciera".