Un despacho de prensa informa que el científico Ronald Mallet, de la Universidad de Connecticut, ha creado un novedoso modelo para viajar en el tiempo. El prototipo utilizaría energía luminosa para curvar el tiempo y podría estar a punto dentro de 10 años. Pero el genial Mallet ha llegado tarde. La burocracia de Washington se le ha anticipado y sin tener que recurrir a la ciencia.
La administración Bush, desde ahora, ya está implementando su modelo para regresar a Cuba hacia algo más de un siglo atrás. La genialidad estriba en que no precisa de arcos luminosos, sino de un nuevo documento de la “Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre”. Dicho documento tiene muchos puntos que valen la pena ser abordados, hoy me limitaré a alguno de sus aspectos. Otros los trataré más adelante.
Hecho público el pasado 10 de julio y aprobado por el presidente Bush, el documento consta de 93 páginas que se adicionan y complementa al anterior (2004) de 400 y tantas. Realmente nunca he visto gastar tantas palabras para publicar un claro objetivo: liquidar a la nación cubana y regresarla en el tiempo. ¿Por qué es la nación cubana el verdadero objetivo y no el “régimen” político-social imperante en la Isla, como pretende hacer creer?
La historia de Cuba es la de la permanente controversia con EEUU, debido a las apetencias de Washington. Ya en 1823, después de comprar la Florida a España, Estados Unidos se había expandido hasta una distancia de 90 millas de Cuba. España era un imperio en decadencia y el imperio norteamericano estaba en ascenso. El Secretario de Estado (y más tarde presidente) John Quincy Adams, dejó en claro lo que ha sido desde entonces la piedra angular de la política norteamericana hacia Cuba:
“Pero así como hay leyes de la gravitación física las hay de la política; y si una manzana arrancada de su árbol por una tempestad no puede sino caer a tierra, Cuba, separada por la fuerza de España e incapaz de ser independiente, solo puede gravitar hacia la Unión Norteamericana, la cual por la misma ley de la naturaleza no puede arrojarla de su seno”.
Los historiadores llaman a esta intención “la política de la fruta madura”.
En plena guerra de independencia de los cubanos contra el poder colonial español, el 20 de abril de 1898 el Congreso de EEUU aprobó la Resolución Conjunta (de la Cámara de Representantes y el Senado) en la que afirmaba que “el pueblo de Cuba es, y de derecho debe ser, libre e independiente”. Esta declaración fue hecha 24 horas después que los EEUU declararan la guerra a España por el aún oscuro suceso de la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana. De esta forma Estados Unidos entraba en el conflicto hispano-cubano precisamente cuando los independentistas de la Isla tenían prácticamente ganada la guerra, después de 30 años de duro batallar, y España no podía gastar ni una peseta ni un hombre más. Nada, la fruta madura.
La Resolución Conjunta fue mostrada al pueblo norteamericano y difundida por la prensa como el apoyo oficial de Washington a la libertad e independencia de los cubanos. La Estatua de la Libertad había cambiado la antorcha por el sable “liberador” de los Rough Riders de Teddy Roosevelt. Sin embargo en 1901, cuando el Ejército de EEUU había sustituido como ocupante al de España y un gobernador norteamericano se sentaba en el sillón del gobernador general español en Cuba, el gobierno de Washington tuvo la delicadeza de reforzar sus buenas intenciones de recoger la fruta madura al imponer un apéndice a la Constitución cubana como condición para la independencia. Se llamó Enmienda Platt (por quien presentó el proyecto de ley, Orville H. Platt) y varias de sus cláusulas contradecían el derecho de Cuba a ser “libre e independiente”, como habían proclamado tres años atrás en la resolución congresional.
Por ejemplo, EEUU podía intervenir militarmente en el país cuando lo estimaran conveniente –lo que con posterioridad hicieron en dos oportunidades--; disminuía la capacidad de ejercer las relaciones internacionales, así como la jurisdicción del nuevo gobierno en todo el territorio nacional, ya que excluía a la Isla de Pinos como parte de Cuba (actualmente Isla de la Juventud). También exigía la cesión de territorio para “bases carboneras” (la actual Base Naval y Campo de Concentración de Guantánamo) sin límite de tiempo, que solo podría regresar a Cuba por consentimiento de ambas partes. Huelga decir que EEUU se niega a devolver las tierras usurpadas a Cuba.
El apoyo de la Resolución Conjunta resultó en la práctica en una libertad y soberanía virtuales, en una independencia de efectos especiales hollywoodenses, un espejismo irreal. El destino de Cuba era el de ser absorbida mediante el fabuloso engranaje de control económico-poder político y la imposición de una seudo cultura que fuera borrando los auténticos valores nacionales.
La historia del siglo 20 cubano no es más que el empeño de la nación por recuperarse y marcar el destino de una nueva sociedad. Y la revolución que triunfó en 1959 puede considerarse como la culminación de ese largo proceso. Los cambios efectuados por la revolución –cuya velocidad y profundidad deben una gran cuota al enfrentamiento inicial de las administraciones norteamericanas–, culminaron en una forma de sociedad socialista que está en constante proceso de revisión y reajuste, por parte de los propios cubanos y no debido a presiones externas.
Las formas en que las sociedades se organizan están mediadas históricamente y muy marcadas por el contexto global, así que lo trascendente es la nación donde radica el sedimento primario que las hizo ponerse de pie y afirmarse con sus peculiaridades ante el resto de sus iguales. Eliminar esa reserva cubana es el objetivo y los gobiernos de EEUU muestran pruebas sobradas de ello. Si en 1925 devolvieron a la soberanía cubana la Isla de Pinos y en 1934 negociaron la Enmienda Platt por un Tratado de Reciprocidad, no fue solo debido al formidable empuje de las masas y de la intelectualidad criolla, sino a que ya tenían el engranaje de control lo suficientemente impuesto como para hacer concesiones formales. A pesar de ello, en la década de los 50 del pasado siglo fueron las esencias de la nación las que irrumpieron triunfantes.
Basta echarle una ojeada al informe de la Comisión para comprender que se trata de una vuelta al período prerrevolucionario –y si es posible a 1901– como principal objetivo y para ello dispara con dos cañones: liquidar por agotamiento la idea del socialismo como modelo viable en la mentalidad y actitudes de la población y, posteriormente, ir desmantelando a la nación.
Transición, sí, sucesión, no, es el lema comercial de la campaña de marketing que lanza EEUU para el producto “Cuba liberada”. Washington y Miami entienden por transición el cambio de régimen, y lo que los cubanos podemos entender por transición es lo que ellos llaman sucesión. Y es que el relevo de Castro podría ser un punto de giro en cualquier dirección y ese momento les preocupa sobremanera.
Abro una hipótesis en forma de pregunta: ¿qué pasaría si mañana Cuba hiciera modificaciones parecidas al modelo chino o vietnamita? ¿Qué pasaría si el equipo de transición a lo cubano movilizara y canalizara nuevas energías productivas sin perder el control político?
Los marxistas consideran que el marxismo es un instrumento de análisis, y el socialismo la recreación resultante. Las realidades del mundo contemporáneo han promovido la búsqueda de soluciones novedosas, ajenas a todo dogmatismo, y que sean capaces de liberar fuerzas manteniendo una política de pocas diferencias entre los componentes de la sociedad.
¿Puede suceder? Sin duda EEUU ha aquilatado desde tiempo esos posibles “escenarios”, como gustan de decir algunos imitando el inglés, y por eso quieren actuar desde “ahora”, como enfatizó Bush, para regresar en el tiempo.
Los mamotretos de la famosa Comisión equivalen a la Resolución Conjunta, y la Enmienda Platt ya está presente en algunos pasajes de la Ley Helms-Burton, la que condiciona el levantamiento del bloqueo y las relaciones “normales” con EEUU a que Cuba cumpla las exigencias de Washington –igual que en 1901. Aquella no fue más que el control de un país y la modelación de una sociedad a capricho ajeno. Y su nueva versión aspira a lo mismo y a revertir conquistas esencialmente humanas nunca antes disfrutadas por el pueblo cubano en su pasado pre-revolucionario de elecciones “libres” y democracia aprobada por EEUU.
No estamos ante una Comisión para ayudar al pueblo cubano sino para obtener un gobierno que consienta “que los Estados Unidos pueden ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual”. (Enmienda Platt, Artículo III)
“Un gobierno adecuado” pudiera ser el del “Presidente” Fulgencio Batista, “elegido democráticamente” el 10 de marzo de 1952 mediante un golpe de estado y a quien una Misión Militar de EEUU asesoró (por cierto, sin mucho éxito) en su guerra contra el Ejército Rebelde de Fidel Castro hasta el triunfo revolucionario. O Tomás Estrada Palma, el primer presidente de Cuba en 1902, escogido por EEUU, y que tuvo que renunciar a su ciudadanía norteamericana de 25 años para poder presentar su candidatura. O el de algún candidato, nuevo Estrada Palma residente de Miami con ciudadanía norteamericana incluida, que ya se afila los dientes para participar en unas elecciones bien libres y democráticas, organizadas por los mismo expertos de la Florida que le facilitaron la presidencia a George W. Bush en 2000.
Siguiendo con la Enmienda Platt, su artículo I dice: Que el Gobierno de Cuba nunca celebrará con ningún Poder o Poderes extranjeros ningún Tratado u otro convenio que pueda menoscabar o tienda a menoscabar la independencia de Cuba ni en manera alguna autorice o permita a ningún Poder o Poderes extranjeros, obtener por colonización o para propósitos militares o navales, o de otra manera, asiento en o control sobre ninguna porción de dicha Isla.
¿Acaso esto no se acerca a la mencionada relación de Cuba con Venezuela –país al que menciona 9 veces en el texto de la Comisión-- y a la presión sobre otros países para mantenerse alejados de la Isla? ¿Cuál será la nueva versión de este artículo para que precise a la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) como una merma de la soberanía nacional?
El profesor Ronald Mallet ha llegado tarde: la máquina del tiempo ya está inventada y piensan aplicarla nuevamente en Cuba. Pero el experimento demuestra una vez más lo poco que conocen la vocación de independencia del pueblo cubano. La fruta madura ha resultado, y resultará, una fruta envenenada para cualquier imperio que intente tragarla.
Manuel Alberto Ramy, es jefe de la corresponsalía de Radio Progreso Alternativa en La Habana y editor de la versión en español de Progreso Weekly/Semanal.