Con Cuba el reto es sólo uno: adiós a las armas
Los gobiernos de los EEUU de Norteamérica, es decir, las elites industrial-financieras y políticas que detentan el poder real y se alternan en las riendas del estado, tienen pactado desde 1959 derrumbar la Revolución Cubana. Las razones son dos: 1) doblegar el único desafío de soberanía nacional exitoso en América Latina, 2) aniquilar el Proyecto Socialista que siembra un inquebrantable precedente histórico en el hemisferio occidental.
Ambas razones demuestran, después de casi 50 años de fracasos permanentes de toda la política de los EEUU desesperada por conseguir sus objetivos, que la mayor potencia económica y militar del planeta es perfectamente incapaz de imponerse cuando la voluntad de un pueblo es sinónimo de dignidad, decoro y mejores aspiraciones.
La vocación libertaria del pueblo cubano se ha impuesto por encima de todas las cosas. Un pueblo que después de sacudirse 400 años de brutal injerencia europea y defender su soberanía de los EEUU durante otros 60 años, habiendo sepultado ambos colonialismos, apenas cristaliza su propio sentido de nación.Ese es el significado y el mensaje perenne de Cuba hacia el mundo. Es un mensaje intenso para todo el pensamiento occidental. Especialmente para todo ese pensamiento político y cultural que siente mancillada la creencia de su superioridad civilizacional ante la decisión de Cuba de ser ella misma. Muy específicamente para todo el egocentrismo de las elites políticas, económicas y culturales europeas. La tradición del pensamiento político norteamericano ha sido y es profundamente utilitarista y oportunista, salvo las figuras librepensadoras que, como N. Chomsky en patio propio y Harold Pinter en Europa, luchan cada vez más asombradas contra el ostracismo de siempre. La tradición del pensamiento político europeo ha estado preñada del prurito intelectual y cultural de su milenaria historia. La otredad que defiende Cuba ha puesto en tela de juicio toda esa suficiencia intelectual occidental.
El hecho trascendente que se da con Cuba no es, a pesar de serlo, el indiscutible avance social de toda su población. Avance alcanzado con un imponente desarrollo humano e infraestructural en dos ámbitos clave para una sociedad: la educación y la salud. Imponente no solo por la envergadura de su universalidad y cualidad, sino además por haber sido logrado en apenas treinta años del Proyecto Socialista. Es decir, tomado el principio del Siglo XX, en apenas un tercio del tiempo que transcurre hasta hoy - algo más de cien años - sin que ninguno de los países de América Latina lo haya logrado bajo sus seculares regimenes capitalistas. Al pensamiento occidental pasteurizado tal relación le aturde.
No ha logrado Cuba situar a la altura del avance social el desarrollo de su economía. La complejidad política del empeño por hacerlo obnubila toda la razón del pensamiento occidental capitalista. Dado que para Cuba no se trata en primera instancia del crecimiento económico sino del desarrollo socioeconómico, el problema deja de circunscribirse a su insularidad política para establecerse como el intento de negar toda la historia del modo de producción capitalista. No por una negación ególatra en sí misma, sino porque no existe otra vía para lograrlo.
He ahí lo trascendente que se da con Cuba. Porque tal planteamiento del problema implica un vuelco cultural en las relaciones socio humanas. Un antes y un después en la historia.
Las economías llegan a crecer por inercia. Empujadas por el instinto de conservación social y por la gula humana. Los grandes ciclos de la economía capitalista reflejan esos impulsos, más allá de toda explicación científico-técnica que el pensamiento ilustrado de ayer y de hoy se haya afanado y se afane en darle. El crecimiento económico pertenece a la esfera de los instintos primarios, el desarrollo socioeconómico a la esfera de la cultura política.
Para entender lo anterior [1], “bástele al pensamiento reticente el examen de los actuales niveles de concentración de la renta y la estructura social del consumo en las cuatro mayores economías de América Latina, las mismas que, de acuerdo con la apología del desarrollo económico en Cuba antes de 1959, cincuenta años atrás apenas competían con la economía cubana. En la mayor de ellas, Brasil, con una renta per capita de alrededor de USD 3,500 , “la diferencia de la renta entre el 10% más rico de la población y el 40% más pobre es de 28.9 veces, lo cual puede considerarse perversamente injusto”[2]. Constatar lo injusto no es una mera forma literaria. En Brasil cerca de 50 millones de personas, según los informes de la prestigiosa Fundación Getulio Vargas,subsisten con menos de US$2 diarios, lo cual tiene lugar bajo un sistema de seguridad social, médica y educacional profundamente carente. En México, con una renta per capita de USD 6,200 , no menos del 40% de la población, en franca contradicción con el supuesto de las ventajas desarrollistas del Tratado de Libre Comercio con los EE.UU. y Canadá (TCL), subsisten entre la pobreza y la miseria. En Argentina, con USD 6,000 de renta per capita, se comprueba que el 50% de la población y el 70% de los niños vive hoy en la pobreza o la miseria, a pesar de haber sido considerado el país uno de los modelos de desarrollo más aventajados de la región. En Colombia, presentando una renta per capita de USD 1,900 , el 60% de su población permanece visiblemente empobrecida y nada menos que un millón y medio de niños se ve obligado al trabajo informal semi esclavo para subsistir. Tómese adicionalmente a Venezuela para comprobar como en un país de elevados ingresos por cuenta de sus recursos petroleros, cerca del 80% de la población ha venido vegetando entre la pobreza y la miseria extrema. Valga finalmente hacer mención al actual paradigma de desarrollo en Suramérica. En Chile, cuya economía ha venido presentando en los últimos años un destacable desempeño macroeconómico y su renta per capita se sitúa en los USD 4,600 , entre un 30% y un 40% de la población no participa con igual propiedad de las ventajas del crecimiento económico; lo que se traduce, según informes del Banco Mundial (Bird), en un 24% de la población viviendo en la pobreza, un 14% de analfabetismo y lacifra de casi 80 mil niños forzados a subsistir en el mercado de trabajo” [3].
Si se toman las economías industrializadas el análisis arrojaría resultados similares. Puesto que el desarrollo socioeconómico alcanzado por tales países no se entiende en su justa dimensión si no se pondera adecuadamente. La marcha definitiva hacia un estado de bienestar social en la pos-guerra estaba forzada por la imposibilidad de los poderes fácticos de ignorar el sacrificio de los ciudadanos en las guerras intestinas, hecho ya sensible desde la primera conflagración mundial, tal como lo ha analizado Ralf Dahrendorf.A lo anterior se suma la ganancia de conciencia de clase expropiada de las mayorías asalariadas que se da en el periodo entre guerras y después del segundo zafarrancho mundial, una vez más atizado en la añeja cultura de Europa. Desde entonces el reformismo burgués se convertirá en salvavidas recurrente del estatus quo capitalista.
El “pacto social interno” que conduce al estado de bienestar capitalista sería montado sobre la exponenciación del entramado de relaciones económicas extorcivas que el llamado primer mundo ha impuesto al resto del mundo. Pero no sólo. Puesto que en el diseño se inserta la expropiación de los propios conciudadanos hasta extremos insospechados, ciudadanos todos que serían más libres y más ricos si el desarrollo socioeconómico fuera una condición del crecimiento socio-humano. No por casualidad los modelos escandinavos, especialmente el sueco, han sido objeto de las más desatinadas diatribas políticas por parte del fundamentalismo neoliberal que entre euforias a destiempo y frustraciones rabiosas se ha querido imponer en el mundo occidental.
Los análisis exhaustivos sobre tales regímenes de extorsión en las relaciones económicas internacionales que imponen los estados de bienestar social abundan. Los países del Sur siguen siendo “exportadores” neto de capitales hacia el Norte. Los montos de la transferencia aumentan ininterrumpidamente. La deuda externa pagada ya varias veces continúa drenando la formación bruta de capital en las economías subdesarrolladas. El crecimiento, remanente en su marcha inercial, no tiene perspectivas de sostenibilidad ni expansión. El reflote de las economías industrializadas a expensas de relaciones económicas hegemónicas con las que se patrocinan los estados de bienestar sustenta los patrones de consumo que de otra forma se harían insostenibles. Todo el dinero del comercio mundial del petróleo, excepto el de un productor irredento (sí, efectivamente, se trata de Venezuela hoy), se recicla fundamentalmente en los mercados financieros norteamericanos, el resto en los europeos. Los mayores receptores de inversiones de capitales en el mundo siguen siendo, “naturalmente”, las economías industrializadas sobre las que se soportan los estados de bienestar social.
“La periferia del desarrollo capitalista se tipifica cada vez más inequívocamente como un subproducto de la lógica, la capacidad y la dinámica de reproducción del capital transnacional y de las relaciones económicas intrínsicamente asimétricas entre países industrializados y subdesarrollados. Unos 23 países son responsables por el 88,4% de los flujos internacionales de créditos, por el 70% de las inversiones externas directas y por el 87,5% del valor total de las empresas listadas en las bolsas de valores de todo el mundo. En su órbita sirven de reflujo a dichos capitales unos 115 países en desarrollo, incluida América Latina, los que abren sus mercados para recibir recursos que, como se aprecia, sólo rozan el territorio geográfico de sus economías. Y los 47 restantes, la mayoría países de África, como Etiopía, Somalia y los más empobrecidos de Latinoamérica, no cuentan como destinos que garanticen los retornos requeridos, es decir, no existen para el capital” [4].
¿Se necesitarán otras alegaciones para que las neuronas del pensamiento ilustrado occidental admitan o su cinismo político o su mediocridad intelectual para entender de qué se trata con Cuba?
El estado de bienestar capitalista es un estado caritativo por naturaleza. No son los ciudadanos (la masa posmoderna) los que auto gestionan la riqueza que producen porque no son propietarios de los medios de producción. No pueden por ende ni apropiarse del producto social ni decidir soberanamente sobre su enajenación. Están impedidos, por lo tanto, de decidir sobre la capitalización del “plusvalor” que producen. Están sujetos a la caridad de sus benefactores, a ese grupo de congéneres indudablemente hábiles en la artes marciales del modo capitalista de hacer producir socialmente y atesorar privadamente, a esa mano esquiva que le da al resto la oportunidad de emplear su capacidad de trabajo y recibir agradecidos un pago a cambio. A esa mano esquiva que le da de comer y que aún quisiera ser lamida. La pugna de ese resto por obtener mayores parcelas del resultado de su propio trabajo obliga al estado a las políticas de bienestar social. La dádiva les viene de arriba y a eso le llaman pacto social. La institucionalidad capitalista sigue a buen resguardo.
Cuba pudiera emprender ese camino. Pudiera crear su propia clase de propietarios y su propio rebaño de asalariados. Trataría de imitar los pasos. Daría camino a la gula privatizadora, al oportunismo político de toda calaña para que solapados privilegiados locales se hicieran del patrimonio nacional. Nada innovador, sería solamente seguir la senda de transformaciones de los otrora países “socialistas” del Este. Talvez se trataría de evitar la vía rusa que según J. Stiglitz disminuyó en sólo 15 años la edad promedio de la población en casi 10 años. Todo un fenómeno demográfico de mano del progreso privatizador. A falta de capital en manos cubanas el extranjero tendría luz verde para ultimar el proceso de apropiación en aras de la eficiencia del capital privado. Subterfugio con que lograron atragantar a casi todos en todos los países de aquel bloque, y lo vienen haciendo contumazmente desde siempre en las democracias de América Latina.
¿Cuál es el esfuerzo mental o intelectual de los llamados disidentes internos cubanos? Se podría esperar un poco más de imaginación, pero no, no hay atisbos. Y no hay atisbos porque no piensan con cabeza propia. La dependencia del pensamiento es un lastre del colonialismo cultural que trató de echar raíces en Cuba bajo las imposiciones española primero y norteamericana después. Es el natural caldo de cultivo para que funcione el mercenarismo político que promueven los centros de poder capitalista con los EEUU a la cabeza y la UE a su lado. No es un fenómeno nuevo en la historia universal.
En mi artículo titulado En Cuba, revolución y contrarrevolución. A debate con los proyectos de las disidencia, expongo: “Abogar (en Cuba) por un referéndum sobre un proyecto como el denominado Varela, es decir, sobre la aceptación o no de un grupo de exigencias que reivindican reformas económicas, desvinculadas de esencias como la propiedad social, es decir, la propiedad no-privada sobre los medios de producción, no pasa de ser una velada negación de uno de los presupuestos cardinales de la esencia no-capitalista del Proyecto Sociopolítico de desarrollo legítimamente blindados por la Constitución cubana. No por casualidad el publicitado proyecto ha sido convertido en una bandera de guerra por los círculos foráneos de la oposición profesional al proyecto de la Revolución” [5].
En Cuba sigue planteada la lucha por la defensa de un proyecto de estado-nación que rompe con la filosofía del modo capitalista de relaciones humanas asumidas como relaciones económicas. En Cuba se lucha por concebir las relaciones socio-productivas no como narcisismos competitivos, sino como modos de cooperación socio-humana. Modos en los cuales el trabajador (de cualquier profesión) no tenga que vivir bajo el acoso de ser para la empresa, a fuerza de no valer en el “mercado de trabajo”, un activo (asset) multiplicador de ganancias en las cuales no participará en igualdad de derechos por la razón de no estar en posesión del capital.
Los auto denominados opositores políticos internos huyen ante la complejidad del Proyecto Socialista cubano. ¿Contra qué se ejerce oposición?, será siempre la interrogante de principios. Puesto que Cuba está retada ante sí misma a demostrar la viabilidad de la opción de su proyecto socio-político lo que está en juego no es un modelo de provechos contables, sino el bienestar sustentable de toda la nación. La iniciativa revolucionaria le pertenece a la gente de pueblo. En ese contexto creador toda oposición política no podrá ser más que contrarrevolución. La evolución interna del Proyecto en la trayectoria no-capitalista asumida ha de enfrentar decididamente en debates populares abiertos las causas que mediatizan la democracia ciudadana, política y económica. Es a este debate creador al que le temen los timoratos, los oportunistas y la auto titulada oposición ideológica interna. Puesto que la arrojada profundización de la democracia participativa y directa en todo el universo de las relaciones socio-humanas determina la auto sustentabilidad del Proyecto Socialista.
Creen las fuerzas políticas opositoras al Proyecto Socialista que la autonomía del movimiento de la sociedad y la plena soberanía ciudadana constituyen una negación de sus esencias, sin llegar a entender (¿o sí?) que es precisamente ello una de las claves de la viabilidad del mismo. El pensamiento utilitarista estrecho no les permite entender que la evolución hacia un sistema socializado de explotación de los medios de producción resulta una de las otras claves determinantes. Bajo tales condiciones la eficiencia del modelo económico hallará terreno propicio no para una progresión cualquiera, sino para aquella condicionada por la democracia económica.
La oposición exógena contra el Proyecto Socialista de Cuba, es la oposición contra una necesidad histórica de la nación cubana. Es un proyecto de soberanía y desarrollo socioeconómico que no amenaza, por su esencia humanista, a pueblo, nación o estado alguno. La sostenida agresión de los EEUU contra ese Proyecto habla de la naturaleza del capitalismo norteamericano y de su propia inconsistencia. El coro que en el mundo se le ha venido sumando, con la UE al frente, descalifica la capacidad política de sus autores y pone de relieve los complejos ancestrales de un pensamiento definitivamente atrapado en la decadencia de sus propias ideas acerca de sí mismos.
Cuba tiene derecho a exigir un mínimo de decencia cultural y política con respecto a su incondicional derecho de autodeterminación y a la fuerza de carácter y capacidad de resistencia y empuje creativo de su pueblo. Al enfrentar la natural renovación que exige todo proceso social revolucionario no ha de dudarse que la Isla se ira convirtiendo en un imprescindible centro de debate internacional acerca de los valores humanos que otras naciones defienden para sí y los que en Cuba se vienen e intentan seguir legitimando.
Si de civilización hemos de hablar, acéptese el debate de ideas. Y digamos “adiós a las armas”, a todas por igual, las militares, económicas, políticas y culturales. Ese es el verdadero reto de la razón humana.
Roberto Cobas Avivar
España, diciembre 2006
[1] Por lo casi invariable de su actualidad me permito reproducir lo expuesto en mi ensayo “Cuba y la alternativa. Hacia la negación o en pos de su viabilidad. Una incursión alrededor de las claves”, http://www.nodo50.org/cubasigloXXI/politica2.htm
[2]
Es una colocación de Carlos Alberto Zen, recogida en su estudio Desequilibrios distributivos de renda no Brasil e o proceso de sua repercussao num Cenario Global; Brasil, 1999.