Una vaca o una patata, por ejemplo, poseen características genéticas diferentes según el lugar del planeta en los que se encuentren. Esta diversidad se ha desarrollado durante millones de años de evolución, formando y estabilizando cada especie. De esta manera, las razas autóctonas están más preparadas para superar enfermedades o emergencias medioambientales. La selección humana de las variedades más productivas tiende a menospreciar las características genéticas de funcionalidad y de adaptación, descartando especies según las demandas del mercado. Sin embargo, este proceso lleva a un empobrecimiento de la base genética tanto de las razas comerciales como del resto.
Por ello, mantener la diversidad genética es fundamental para que la variedad pueda suministrar más productos alimenticios y más posibilidades de hacer frente a situaciones de emergencia, como el cambio climático, las enfermedades o los cambios socioeconómicos. Por ejemplo, a finales de 1830 un hongo desconocido en Europa casi acabó con las patatas en el continente. La plaga se pudo controlar gracias a los ejemplares resistentes que se trajeron de América Latina, de donde era originaria la patata.
Asimismo, la ingeniería genética no es la panacea. En la actualidad, solo un pequeño número de mutaciones inducidas se han revelado útiles para mejorar la producción vegetal. Sin embargo, los animales son organismos mucho más complejos y la tecnología tiene todavía muchos años por delante para un desarrollo pleno. Por lo tanto, los expertos subrayan que la conservación de esta biodiversidad doméstica es mucho más económica y eficaz.