Bañistas dieron cobijo y alimentos a inesperados visitantes

MADRID. El choque de dos mundos, el de la Europa rica y el del África pobre, tuvo lugar el domingo en Tenerife, una de las islas Canarias. Eran las tres de la tarde y más de cien veraneantes, españoles y alemanes en su mayoría, disfrutaban de un día de relax en La Tejita, una de las exclusivas playas del sur de Tenerife. Pronto serían protagonistas de una de esas escenas que reflejan negro sobre blanco, nunca mejor dicho, la desigualdad de este mundo pero también la solidaridad espontánea de la que es capaz el ser humano en situaciones inesperadas. Resulta que en plena hora punta del verano llegaba un cayuco, una de esas endebles barcazas con las que cada día cientos de africanos tratan de surcar los kilómetros que separan el cielo del infierno, la comodidad europea del drama africano.

De repente, 88 africanos molidos por el sol, el hambre, el agua salada y, sobre todo, el miedo a morir ahogados o a ser interceptados por las autoridades, llegaron exhaustos, casi sin poder caminar. La escena era dramática.

A pesar de que cada día decenas de embarcaciones similares llegan a las costas españolas, estas suelen arribar de noche y a zonas muy poco frecuentadas para tratar de burlar a los vigilantes. Pero los africanos de La Tejita llegaron a plena luz del día y directamente al corazón de la Europa de vacaciones.

Los veraneantes añadieron, si cabe, una nota más de conmovedora originalidad. Sin pensarlo dos veces, hombres, mujeres y algunos niños se lanzaron a dar apoyo en sus propios brazos a los visitantes africanos. Los ayudaron a bajar del cayuco, los sentaron en la arena y les dieron apoyo y cobijo.

Les dieron agua de sus botellas de día de playa, y comida que llevaban en sus mochilas y bolsas de paseo. Las toallas fungieron de improvisados pero efectivos cobijos frente al sol con los que cubrieron a los visitantes para protegerlos de una insolación ya evidente a pesar de sus pieles curtidas. A quienes tenían la ropa mojada los vistieron con la que habían llevado de recambio. Se volcaron tanto que llegó un momento en que alrededor de cada balsero extenuado había tres o cuatro preocupados veraneantes.

FUTURO INCIERTO
Pasado un cuarto de hora desde la llegada de los visitantes, un grupo de policías llegó a la playa y se acercó a los improvisados socorristas con el fin de darles los guantes estériles que ellos usan para atender a los cientos de africanos que cada día llegan, como precaución ante posibles enfermedades. Los bañistas no hicieron caso, siguieron atendiendo y dando alimento y ánimo a los africanos sin importarles otra cosa más que ayudarlos. Luego llegaron miembros de la Cruz Roja que se hicieron cargo de los recién llegados.

Pero esta no es una historia con final feliz. Ocho de los recién llegados han sido hospitalizados. Cuando estén recuperados correrán la misma suerte que ayer mismo corrió el resto de sus compañeros: pasarán a disposición judicial mientras se tramita su expulsión. Muchos volverán a intentarlo una y otra vez, porque el hambre no conoce ninguna frontera.