MIéRCOLES 15 de AGOSTO de 2007
15/8/2007
Culpa universal
Eruditos e intelectuales
Los ataques terroristas aparecen así como la merecida expiación por nuestra grandísima culpa universal, y los inocentes caídos con las torres gemelas se contemplan como agentes y cómplices del imperialismo, según sostiene cínicamente un fascista americano desde su cátedra universitaria y al amparo de la libertad que tanto odia, aunque por nada del mundo renunciaría a su disfrute
El fantasma que recorre el mundo no es hoy el marxiano fantasma del comunismo, sino el del nihilismo más exasperado.
Por Marcos S. Alvarez
Ya no quedan humanistas en Occidente, sólo scholars e intelectuales, unos ensimismados en la exigua parcela del saber que han acotado, otros empeñados en el socavamiento y la crítica feroz de la libertad y la democracia. Signos premonitorios de lo que F. W. Walbank tituló, referido al Imperio romano, La pavorosa revolución, que terminó con doce siglos de civilización. Pero si los eruditos pasan hoy desapercibidos en su inocua especialización académica, el estruendo intelectual se escucha ahora por todas partes y su poderío se deja notar incluso en el lugar que parecía más a resguardo de su funesto oleaje, los Estados Unidos de América, cuyos liberals se parecen cada vez más, preocupantemente, a los progresistas europeos.
Uno de los últimos humanistas occidentales fue Ernst Robert Curtius (1886-1956), autor de la maravillosa Literatura europea y Edad Media latina, un estudio inolvidable de la retórica clásica, conservada fervorosamente durante el medioevo hasta su floreciente eclosión renacentista. Allí se da cuenta de la importancia que para Occidente tuvo siempre la palabra, de la que se ocuparon pensadores ilustres como Platón, Aristóteles, Virgilio o Quintiliano, y que resplandece, como un zafiro, en Dante, Shakespeare, Goethe o Calderón, glorias de Occidente. Y es que la Palabra, entre nosotros, ha gozado siempre de altísima consideración, en parte porque siempre se asoció con el concepto supremo de Verdad, pero sobre todo porque nuestras raíces religiosas, que indican la creación del mundo como obra del Logos divino, nos empujaron suavemente en la dirección de una moral de compromiso irrenunciable con la misma. Ahora, todo ello está a punto de desaparecer.
El fantasma que recorre el mundo no es hoy el marxiano fantasma del comunismo, sino el del nihilismo más exasperado, y por cierto que a lomos de un descarnado potro, el Intelectual, esa figura única en la historia humana, nacida en el equívoco Siglo ilustrado europeo y que se propone la titánica e incomprensible tarea de combatir rabiosamente nuestros fundamentos políticos, religiosos y culturales, para lo cual no duda en acudir a los recursos más tremendos, la Mentira y el Terror. La mentira se difunde a través de su inextricable red mediática y el Terror se patrocina por el siniestro expediente de justificar su uso contra nosotros, como en el 11-S, lógica consecuencia de su mayor invento de los últimos tiempos, la indemostrada Culpa universal de Occidente.
El declive de Occidente está, pues, a la mano de quienes desde dentro operan para su consecución, y no seremos vencidos por fuerzas amenazantes del exterior, sino por una confabulación suicida de las mismas con el enemigo interior, la quintacolumna infame que vive entre nosotros y que usará de nuestras libertades no como un ideal humano exportable a todo el mundo, sino como una debilidad y una incitación a sobrepasarlas hasta lograr su erradicación. El odio a la libertad es el distintivo de la casta intelectual, y la comprobación de tan inconcebible aserto bien a la vista está, sólo hay que contemplar, por ejemplo, cómo insisten en colocar en un mismo plano moral a la gran democracia americana con los terribles regímenes políticos del Islam.
Como hasta para el más lerdo y malintencionado la anterior comparación resulta escandalosamente inconsistente, entonces recurren a la propaganda masiva ---son los amos de los media---, capaz de ablandar el sentido común de las masas hasta la total inutilización, y si se desgañitan hasta la afonía con el menor traspiés de la democracia americana, como hacen Chomsky o Moore, nos ocultan, por el contrario, en un perfecto fundido en negro, el equivalente y casi siempre terrible parangón de lo que ocurre en otras partes. Así les vemos defender incansables los derechos de los criminales recluidos en Guantánamo, pero callar como ahogados por las veinte o treinta mil ejecuciones que la monstruosa dictadura china lleva anualmente a cabo. Y es que no les basta con el odio a la democracia, sino que sienten una profunda fascinación por las tiranías, a las que siempre justifican, bien como una intocable diferencia cultural, bien por el coeficiente de compartido antiamericanismo que todas suelen llevar adscrito.
De la colusión entre progresismo intelectual, odio a la verdad y alianza con el terror dan cuenta infinidad de ejemplos de hoy mismo. Uno de ellos podría ser El libro negro del colonialismo, obra de un intelectual francés doblado de erudito, Marc Ferro. Sin necesidad de entrar en las cansinas revueltas del libelo y de las argumentaciones que allí fantásticamente se concitan, digamos que la tesis del libro es que Occidente es culpable de la guerra que el Islam nos ha declarado en justa compensación por nuestra imperdonable historia de opresión colonial. Los ataques terroristas aparecen así como la merecida expiación por nuestra grandísima culpa universal, y los inocentes caídos con las torres gemelas se contemplan como agentes y cómplices del imperialismo, según sostiene cínicamente un fascista americano desde su cátedra universitaria y al amparo de la libertad que tanto odia, aunque por nada del mundo renunciaría a su disfrute.
Habría que preguntarle al historiador francés, tan preocupado por lo derechos de la justicia histórica y sus sangrientas reparaciones, si estaría igualmente dispuesto a irse a vivir a La Meca e investigar in situ el pasado âimperialistaâ y âcolonialâ de la Hégira mahometana del siglo VII (¿o no fue tal?), aunque tal vez no ignore, a pesar de las orejeras progresistas, que antes encontraría allí la horca por sacrilegio que editor y público para su libro justiciero.
Y también podríamos preguntarle si le parece que debiéramos alegrarnos del colapso acelerado de la riquísima cultura helenística que la expansión militar árabe produjo, sin compensarla con nada equivalente, como pretende hacernos creer el nihilismo multiculturalista, para quien todo vale lo mismo ---o más bien nada vale nada. Pero ocurre que estos intelectuales, cuya insignia más visible es el odio autopunitivo a lo propio y el abrazo apasionado a cualquier totalitarismo, por aberrante que sea, están mucho más a gusto aquí, al amparo de nuestra vulnerada y despreciable libertad, que en la casa de sus ocasionales amigos. Tal vez a la espera de que los nuevos amos, cuando nos venzan, les reserven un lugar al sol por los servicios prestados. Mas si Roma no paga traidores…, que no esperen mayor clemencia de los sarracenos. ¿Acaso merecen otra cosa?