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De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 07/10/2007 02:10

La pasión revolucionaria del Che

Vibraba en aquella flor de la piel en Latinomérica

Ernesto Che Guevara 

"Traidor", le dije. "Usted es un traidor". Le mostré el recorte de un diario cubano: él aparecía vestido de "pitcher", jugando al béisbol. Recuerdo que se rió, nos reímos; si me contestó no sé. La conversación saltaba como una pelotita de pimpón, de un tema al otro, de un país a otro, de uno a otro recuerdo, añoranzas de su lejana comarca y experiencias de su vida muy vivida. Saludó a Frondizi y Frondizi cayó. Saludó a Janio Quadros y Janio Quadros cayó. "Suerte que no tengo de dónde caer", comentaba yo, poniendo cara de preocupado, y él se reía, fruncía el ceño, se sentaba, se paraba, caminaba por la sala, dejaba caer la ceniza de su "Havana Cazador" y me apuntaba con él al pecho. 

Eduardo Galeano 

Con ánimo discutidor, no magistral, recurría a veces a un pizarrón para explicar una idea compleja, y a golpes de tiza dibujaba la polémica en torno del cálculo y de la vigencia de la ley del valor en la sociedad socialista, o con signos y numeritos bosquejaba el sistema de retribución por normas de producción. Era cáustico como buen argentino, fervoroso como buen cubano: generoso como su verdad, pero en guardia, dispuesto a mostrar los dientes por ella. Una fuerza profunda y hermosa le nacía, sin cesar, de adentro. Se delataba, como todos, por los ojos. Tenía, recuerdo, la mirada limpia, como recién amanecida: esa manera de mirar de los hombres que creen. Creía, sí, en la revolución de la América Latina, en su doloroso proceso, en su destino, y tenía fe en una nueva condición humana, nacida de una sociedad centrada en la solidaridad y no en la codicia.

Han pasado casi 33 años de aquella entrevista en Cuba y más de 35 desde que él fue atrapado vivo y asesinado en Bolivia; y no viene mal recordar ahora su mensaje esencial: ahora que la moda venera los espejismos de la tecnocracia y los desencantos de los intelectuales, ahora que la buena educación manda identificar la libertad de los negocios con la libertad de las personas y algún prestigioso novelista confunde a los usureros con ángeles custodios de la democracia. No viene mal recordar, digo, que el Che Guevara fue presidente de un banco, el Banco Central de Cuba, no dedicado a la especulación sino al socialismo, y que en tal carácter firmaba los billetes: no los firmaba Ernesto Guevara, sino "Che", así "nomás", para burlarse. Porque él no creía que el desarrollo económico fuera un fin en sí: el desarrollo de la sociedad tiene un sentido si sirve para transformar al hombre, si le multiplica la capacidad creadora, si lo lanza más allá del egoísmo. El tránsito desde el reino de la necesidad hasta el reino de la libertad es un viaje alucinante del yo al nosotros. Y este viaje no puede realizarlo el capitalismo, porque sacrifica al derecho de propiedad los demás derechos y organiza la vida como una carrera de lobos.

Contra el veneno de la codicia, el más mortal, el que mata por dentro, el "Che" dijo cuanto dijo y escribió cuanto escribió, y vivió como vivió y murió como murió. Y éste es el sapo vivo que la civilización del consumo no puede tragarse, aunque ella reduzca la historia latinoamericana a un "western" de colores y convierta a este héroe de nuestro tiempo en un mero "tiratiros" de gatillo alegre, cuya imagen puede venderse impunemente en los supermercados. 

Entre cubanos y uruguayos

Era agosto de 1.964 y estábamos con Reina Reyes y Julio Villegas en su despacho del Ministerio de Industria. El Che hablaba y uno tenía la impresión de que le subía la temperatura de la sangre, pero manejaba a rienda corta su entusiasmo no bien yo me ponía a tomar anotaciones de lo que decía. Entonces, los ojos fijos en la lapicera que bailaba sobre el papel, prefería el comentario pícaro y cortante, que dejaba escapar después de echar, sonriendo, dos o tres densas bocanadas de humo entre los espesos bigotes y la barba raleada. 

Ser periodista era una lástima: no porque uno se hubiera puesto a trabajar después de tantos días y noche de vértigo sin sueño ni razón ni por lo nervioso que eso lo ponía a uno, sino porque la fluida comunicación que espontáneamente nacía se cortaba a cada rato por culpa de mi oficio. "Estamos conversando entre cubanos y uruguayos", mentía entonces el "Che" para eludir alguna pregunta indiscreta. Todo hacía evidente, sin embargo, que aquella pasión que en él vibraba tan a flor de piel había roto las fronteras que otros habían inventado para América Latina. Escuchándolo, no podía uno olvidar que aquel hombre había llegado a Cuba después de una larga peregrinación latinoamericana: que había estado, y no como turista, en el torbellino de la naciente revolución boliviana y en la convulsiva agonía de la revolución guatemalteca; que había cargado bananas en Centroamérica y que había sacado fotos y vendido estampitas en las plazas de México para ganarse la vida, y que, para jugársela, se había lanzado a la aventura del "Granma".

Celia de la Serna me dijo hace años, en Montevideo, que su hijo había vivido siempre demostrándose a sí mismo que podía hacer todo lo que no podía hacer, y que así había ido puliendo su asombrosa voluntad. Los continuos ataques de asma le habían interrumpido la escuela en cuarto año, pero siguió dando exámenes por su cuenta y luego fue brillante estudiante de medicina. A los 17 años se ganaba la vida trabajando, escribía poemas (bastante malos) y practicaba, a su manera, el álgebra y la arqueología. Entonces empezó a redactar un diccionario filosófico. A los 18 años, el ejército argentino lo declaró absolutamente inepto para la vida militar. Celia, que tanto se le parecía, le tomaba el pelo por intolerante y fanático. Ella me dijo que él actuaba movido por una tremenda necesidad de totalidad y pureza. Así se convirtió en el más puritano de los revolucionarios occidentales. En Cuba era el jacobino de la revolución. "Cuidado, que viene el Che", advertían los cubanos, bromeando pero en serio. 

Creador de Revoluciones

Todo o nada: agotadoras batallas ha de haber librado este refinado intelectual contra su propia conciencia tentada por la duda: con rigor de monje o de guerrero iba conquistando certidumbres de hierro. Con la capacidad de sacrificio de un cristiano de las catacumbas, el "Che" había elegido un puesto en la primera línea de fuego, y lo había elegido para siempre, sin concederse a sí mismo el beneficio de la duda ni el derecho al cansancio. 

Este es el insólito caso de un hombre que abandona una revolución ya hecha por él y un puñado de locos para lanzarse, con otro puñado de locos, a empezar otra. Porque no vivió para el triunfo sino para la pelea; la pelea de nunca acabar contra la indignidad y el hambre; y ni siquiera se hizo el obsequio de volver la cabeza hacia atrás para mirar el hermoso fuego que levantaban sus propias naves quemadas. El "Che" no era hombre de escritorio: era un creador de revoluciones, y se le notaba; no era, o era a pesar suyo, un administrador. Tenía que estallar de alguna manera aquella tensión de león enjaulado que su calma aparente delataba.

Le faltaba la sierra. Y con eso no quiero decir que no se haya entregado entero, en cuerpo y alma y sombrero, a las tareas de alta responsabilidad que cumplió en el Gobierno de Cuba. Se sospechaba que no dormía nunca, y los domingos cortaba caña como un obrero voluntario. Nadie sabe de dónde sacaba tiempo para leer, escribir, polemizar. Y para pelear con su asma implacable, que ya había llevado a cuestas en los tiempos de la guerrilla. El propio Ernesto, me contó, que "la orden de partida llegó de golpe, y todos tuvimos que salir de México tal y como estábamos, en grupos de a dos o tres. Teníamos un traidor entre nosotros, y Fidel había ordenado la salida súbita para evitar que el traidor avisara a la policía. Aquel traidor todavía no sabemos quién era. Y así fue que me tuve que ir sin el inhalador, y durante la travesía me vino un ataque de asma tan espantoso que no sé cómo hice para llegar". El Che hacía lo que decía; decía lo que pensaba y pensaba como vivía. Todos los cubanos lo sabían, todos lo veían.

Candela, el chófer que nos acompañó a todo lo largo de Cuba, al volante de un lujoso Cádillac, recién expropiado, solía llamarlo caballo. Este supremo elogio a la cubana, sólo se aplicaba en su boca a tres personas: Fidel, el "Che" y Shakespeare. La divulgación popular del teatro estaba dando frutos de esta manera más bien imprevista: cada dos por tres, Candela entraba en trance y se ponía a hablar torrencialmente del dramaturgo isabelino (Se pronunciaba de varias maneras; los yanquis le dicen Chéspir) y de sus obras que bien conocía: ¡Qué va! Ése sí que era un caballo muy didáctico, sí señó.

El Che tenía varias obsesiones, y una obsesión en el centro de todas las demás, era la mística del socialismo en marcha, la fe del pueblo en el mundo nuevo que nace, debe ser el motor del desarrollo. Él desconfiaba de estímulos materiales, y en la entrevista me dijo así, con todas las palabras:

-"Hay sistemas de retribución que pueden darle a cada cual la esperanza de llegar a ser Rockefeller".

También, renegó del sistema de cálculo económico y negó la vigencia de la ley del valor en el tránsito al socialismo. Me dijo:

-"Éste es un periodo de decisión para Cuba. Y no podemos, no debemos olvidar que existe un peligro de retorno al capitalismo. Otros casos lo demuestran".

Este tema lo indignaba. Durante nuestra conversación no llamó "compañeros", sino "señores", a quienes querían llevar adelante una línea opuesta a la suya en el proceso económico de la revolución.

Con el mismo estilo, filoso, peleón, atacaba a sus propios errores:

-"Fue un disparate apurarse tanto con la industrialización. Quisimos sustituir todas las importaciones de golpe, por la vía de la fabricación de productos terminados. Queríamos acabar de una vez con la dictadura del azúcar. Y así, es verdad que el monocultivo es subdesarrollo, pero no vimos las complicaciones enormes que trae la importación de los productos intermedios".

Sobre la "Coca Cola", fabricada en Cuba, me repitió lo que poco antes había dicho por la televisión:

-"Sabe a jarabe de pecho".

La irreverencia del "Che" no perdonaba a nadie. A los dirigentes comunistas que acudían a Cuba, en incesante peregrinación, solía recordales que "las revoluciones se hacen y no se dicen, que la misión de los partidos comunistas es estar a la vanguardia de la revolución, pero que lamentablemente ocurre, en casi toda América Latina, que están a la retaguardia".

Pero, quizá por nostalgia, por defenderse de los tirones del terruño perdido, mitad venganza, mitad homenaje, los argentinos eran el blanco predilecto de sus más ácidos comentarios. Suya era la "malvada" iniciativa de financiar la revolución latinoamericana comprando a ciertos argentinos de Buenos Aires por lo que valen y vendiéndolos por lo que creen que valen.

-"El destino de Cuba parece íntimamente ligado al destino de la revolución latinoamericana -le comenté-. Cuba no puede ser coagulada dentro de fronteras. Funciona como motor de la revolución continental ¿O no?

-"Podría haber -me dijo- posibilidades de que no. Pero nosotros hemos eliminado esas posibilidades. La posibilidad de que los movimientos revolucionarios latinoamericanos no estuvieran directamente ligados a Cuba hubiera podido concretarse si Cuba accediera a dejar de ser ejemplo para la revolución latinoamericana. Por el solo y simple hecho de estar viva, no es ejemplo. ¿De qué modo es ejemplo? Del modo como la revolución cubana encara las relaciones con los Estados Unidos, y de la lucha contra el imperialismo. Cuba se podría limitar a ser un ejemplo puramente económico, digamos"



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