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General: Che, el gen de la rebeldía
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Respuesta  Mensaje 1 de 48 en el tema 
De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 04/10/2007 16:32

Nota de opinión
Che, el gen de la rebeldía

Por Eduardo Aliverti.- (periodista y escritor argentino)
A 40 años de su muerte (se cumplen el 9 de octubre), Ernesto Che Guevara sigue siendo el ícono más grande de rebelión ante la injusticia que haya aparecido desde entonces. Más allá de los errores que pudo haber cometido en el terreno militar o político, no es posible encontrar una figura donde se conjuguen incorruptibilidad, valentía y desprendimiento personal como en el Che. Esa inédita síntesis es, sin dudas, la que permite que supere el paso del tiempo.



4 de octubre de 2007

Si bien se registran críticas a ciertas decisiones que tomó en el plano militar –se dice que haber dividido la columna a su mando en el último tramo en Bolivia, fue un grave error desde el punto de vista estratégico–, a algunos aspectos de su gestión al frente del Banco Central y del Ministerio de Industrias de Cuba, y a sus duras medidas disciplinarias –fusilamientos incluidos–, es imposible encontrar, por derecha o por izquierda, quien ponga en duda su honorabilidad, su intachable conducta, su desprendimiento, su austera forma de vida aun siendo funcionario.

Por esa razón, el Che se constituye como una figura totalmente diferente, que cuenta además con un ingrediente no menor, quizás más obvio, pero indispensable para completar las características de mito insuperable: joven, hermoso y muerto antes de los 40 años combatiendo en tierra ajena por el internacionalismo. Virtualmente imposible de ser superado en términos de concentrar en una sola figura todas esas peculiaridades.

Solo en esa línea de pensamiento se puede hallar cierta explicación acerca de que la del Che sea una presencia que no solo se mantiene vigente, sino que se muestra en cada una de las manifestaciones, marchas y protestas que en el mundo se desarrollan. En todas ellas, si se quiere buscar un denominador común, ese es el Che.

En una reciente participación televisiva en la que debía “defender” al Che Guevara, promoví los valores que esgrimió a lo largo de su vida y su actuación como líder revolucionario, pero de ninguna manera considero que encarne al argentino tipo, o al “patrón genético nacional”. Se da en este plano una contradicción. Hay una cantidad de elementos que suelen vincularse con la “argentinidad”, como la trampa o la picardía, que no tienen absolutamente nada que ver con Guevara. Por otra parte, si se toman en cuenta su placer por la lectura, por la cultura, la afición por el deporte, uno podría definir que era argentino, y yo diría, más bien porteño.

Tampoco puede negarse, lo dijo el propio Fidel Castro, que el Che siempre pensaba en la Argentina como desembarco final. Fidel lo explica en una nota que le hiciera Gianni Miná, transformada en libro y video titulado Cuando pienso en el Che porque así comienza su respuesta Fidel. Una respuesta de cuatro horas, por cierto. En esa entrevista, hace 20 años, Fidel recuerda la promesa formulada en México al Che, acerca de que una vez que triunfara la revolución en Cuba, nada le impediría acudir con su espíritu revolucionario allí donde el mundo lo requiriese. Fidel contesta, y creo que esto también lo hace admirable, sobre el carácter temerario de Guevara, incluso hace un cuestionamiento a su arrojo, a ese ir todo el tiempo al encuentro de la muerte. Al verse cercado en Bolivia debió cuidarse, escapar, dice Castro, y aclara que bajo ningún aspecto se lo dejó solo, sino que, por el contrario, no fue posible colaborar más con él en esas circunstancias. Y afirma también Fidel que el triunfo o no de una decisión no define su justicia: si no hubiésemos triunfado en Cuba, aclara, si nos mataban a todos en el desembarco del Granma, no habría significado que estábamos equivocados. Y concluye que el Che no estaba equivocado en Bolivia, aunque yo creo que, íntimamente, Fidel piensa que el Che sí se equivocó en Bolivia.

Desde el presente y hasta donde da la vista no se percibe la posibilidad de que surja una figura con las características épicas del Che, y mucho menos en esta etapa mundial en la que la victoria del mercado, la filosofía del egoísmo y la antisolidaridad difícilmente permitan la aparición de una personalidad de esas características. Que se impuso además a las de otros revolucionarios, derrotados por el tamaño alcanzado por Guevara en términos de consideración mundial, honorabilidad y puesta del cuerpo en defensa de un ideario. Por caso, el Che superó una prueba muy dura, casi imposible: venció al marketing, que no logró vaciar de sentido su imagen. Cada pibe que lleva una remera, un escudo, un tatuaje del Che invita a pensar en quién fue esta figura que conserva el poder de concentrar semejante grado de admiración. Quizás esa sea la palabra clave a 40 años de su muerte: por fuera de toda polémica, no hay personaje en la Argentina que sea tan admirable como él. Por eso creo que hay mito para rato.

Aun en este mundo unipolar, de concentración globalizada, Guevara seguirá presente. En cada lugar del mundo donde el espíritu de rebeldía, siempre latente, requiera de un referente, allí estará el Che.


  
# Nota publicada en la revista Acción 987 Primera quincena octubre 2007



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Respuesta  Mensaje 2 de 48 en el tema 
De: matilda Enviado: 05/10/2007 08:36
 

Respuesta  Mensaje 3 de 48 en el tema 
De: matilda Enviado: 07/10/2007 01:42

Latinoamérica

Carta abierta a Ernesto Che Guevara 

Frei Betto 

Querido Che:

Ya han pasado cuarenta años desde que la CIA te asesinó en la selva de Bolivia, el 8 de octubre de 1967. Tenías entonces 39 años. Pensaban tus verdugos que, al meterte balas en tu cuerpo, después de haberte capturado vivo, condenarían al olvido tu memoria. Ignoraban que, al contrario de los egoístas, los altruistas nunca mueren. Los sueños libertarios no quedan confinados en jaulas cual pájaros domesticados. La estrella de tu boina brilla más fuerte, la fuerza de tus ojos guía a generaciones por las rutas de la justicia, tu semblante sereno y firme inspira confianza a quienes combaten por la libertad. Tu espíritu trasciende las fronteras de Argentina, de Cuba y de Bolivia y, cual llama ardiente, inflama aún hoy el corazón de muchos revolucionarios.

En estos cuarenta años ha habido cambios radicales. Cayó el muro de Berlín y sepultó al socialismo europeo. Muchos de nosotros sólo ahora comprenden tu osadía al señalar, en Argel en 1962, las grietas en las murallas del Kremlin, que nos parecían tan sólidas. La historia es un río veloz que no ahorra obstáculos. El socialismo europeo trató de detener las aguas del río con el burocratismo, el autoritarismo, la incapacidad para llevar a la vida cotidiana el avance tecnológico derivado de la carrera espacial y, sobre todo, se revistió de una racionalidad economicista que no hincaba sus raíces en la educación subjetiva de los sujetos históricos: los trabajadores.

Quién sabe si la historia del socialismo no sería distinta hoy si hubieran prestado oído a tus palabras: “El Estado se equivoca a veces. Cuando sucede una de esas equivocaciones se percibe una disminución del entusiasmo colectivo debido a una reducción cuantitativa de cada uno de los elementos que lo forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes: es el momento de rectificar”.

Che, muchos de tus recelos se han confirmado a lo largo de estos años y han contribuido al fracaso de nuestros movimientos de liberación. No te escuchamos lo suficiente. Desde África, en 1965, le escribiste a Carlos Quijano, del periódico Marcha de Montevideo: “Déjeme decirle, aún a costa de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por sentimientos de amor. Es imposible pensar en un auténtico revolucionario sin esta cualidad”.

Esta advertencia coincide con lo que el apóstol Juan, exiliado en la isla de Patmos, escribió en el Apocalipsis hace dos mil años, en nombre del Señor, a la Iglesia de Éfeso: “Conozco tu conducta, el esfuerzo y la perseverancia. Sé que no soportas a los malos. Aparecieron algunos diciendo que eran apóstoles. Tú los probaste y descubriste que no lo eran. Eran mentirosos. Ustedes han sido perseverantes. Sufrieron por causa de mi nombre y no se desanimaron. Pero hay una cosa que repruebo en ti: abandonaste el primer amor” (2, 2-4).

Algunos de nosotros, Che, abandonaron el amor a los pobres, que hoy se multiplican en la Patria Grande latinoamericana y en el mundo. Dejaron de guiarse por grandes sentimientos de amor para ser absorbidos por estériles disputas partidarias y, a veces, hacen de los amigos, enemigos, y de los verdaderos enemigos, aliados. Corroídos por la vanidad y por la disputa de espacios políticos, ya no tienen el corazón encendido por ideas de justicia. Permanecieron sordos a los clamores del pueblo, perdieron la humildad del trabajo de base y ahora cambian utopías por votos.

Cuando el amor se enfría el entusiasmo se apaga y la dedicación se retrae. La causa como pasión desaparece, como el romance entre una pareja que ya no se ama. Lo que era ‘nuestro’ resuena como ‘mío’ y las seducciones del capitalismo reblandecen los principios, cambian los valores y si todavía proseguimos en la lucha es porque la estética del poder ejerce mayor fascinación que la ética del servicio.

Tu corazón, Che, latía al ritmo de todos los pueblos oprimidos y expoliados. Peregrinaste desde Argentina a Guatemala, de Guatemala a México, de México a Cuba, de Cuba al Congo, del Congo a Bolivia. Todo el tiempo saliste de ti mismo, encendido de amor, que en tu vida se traducía en liberación. Por eso podías afirmar con autoridad que “es preciso tener una gran dosis de humanidad, de sentido de justicia y de verdad, para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Es necesario luchar todos los días para que ese amor a la humanidad viva se transforme en hechos concretos, en gestos que sirvan de ejemplo, de movilización”.

Cuántas veces, Che, nuestra dosis de humanidad se ha resecado, calcinada por dogmatismos que nos hincharon de certezas y nos dejaron vacíos de sensibilidad para con los dramas de los condenados de la Tierra. Cuántas veces nuestro sentido de justicia se perdió en escolasticismos fríos que proferían sentencias implacables y proclamaban juicios infamantes. Cuántas veces nuestro sentido de verdad cristalizó en el ejercicio de autoridad, sin que correspondiésemos a los anhelos de quienes sueñan con un trozo de pan, de tierra y de alegría.

Tú nos enseñaste un día que el ser humano es el “actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad”. Y que éste no es “un producto acabado. Los defectos del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que emprender un continuo trabajo para erradicarlos”. Quizá nos ha faltado destacar con más énfasis los valores morales, las emulaciones subjetivas, los anhelos espirituales. Con tu agudo sentido crítico cuidaste de advertirnos que “el socialismo es joven y tiene errores. Los revolucionarios carecen muchas veces de conocimientos y de la audacia intelectual necesarios para enfrentar la tarea del desarrollo del hombre nuevo por métodos distintos de los convencionales, pues los métodos convencionales sufren la influencia de la sociedad que los creó”.

A pesar de tantas derrotas y errores, hemos tenido conquistas importantes a lo largo de estos cuarenta años. Los movimientos populares han irrumpido en todo el Continente. Hoy en muchos países están mejor organizados los campesinos, las mujeres, los obreros, los indios y los negros. Entre los cristianos, una parte significativa ha optado por los pobres y engendró la Teología de la Liberación. Hemos sacado considerables lecciones de las guerrillas urbanas de los años 60; de la breve gestión popular de Salvador Allende; del gobierno democrático de Maurice Bishop, en Granada, masacrado por las tropas de los Estados Unidos; de la ascensión y la caída de la Revolución Sandinista; de la lucha del pueblo de El Salvador. En México los zapatistas de Chiapas ponen al desnudo la política neoliberal y se propaga por América Latina la primavera democrática, con los electores repudiando a las viejas oligarquías y eligiendo a aquellos que son a su imagen y semejanza: Lula, Chávez, Morales, Correa, Ortega, etc.

Falta mucho por hacer, querido Che. Pero conservamos con cariño tus herencias mayores: el espíritu internacionalista y la revolución cubana. Una y otra cosa se presentan hoy como un solo símbolo. Comandada por Fidel, la Revolución cubana resiste al bloqueo imperialista, la caída de la Unión Soviética, la carencia de petróleo, los medios de comunicación que pretenden satanizarla. Resiste con toda su riqueza de amor y de humor, salsa y merengue, defensa de la patria y valoración de la vida. Atenta a tu voz, ella desencadena un proceso de rectificación, consciente de los errores cometidos y empeñada, a pesar de las dificultades actuales, en hacer realidad el sueño de una sociedad donde la libertad de uno sea la condición de justicia del otro.

Desde donde estás, Che, bendícenos a todos nosotros los que comulgamos en tus ideales y tus esperanzas. Bendice también a los que se cansaron, se aburguesaron o hicieron de la lucha una profesión en su propio beneficio. Bendice a los que tienen vergüenza de confesarse de izquierda y de declararse socialistas. Bendice a los dirigentes políticos que, una vez destituidos de sus cargos, nunca más visitaron una favela ni apoyaron una movilización. Bendice a las mujeres que, en casa, descubrieron que sus compañeros eran lo contrario de lo que ostentaban fuera, y también a los hombres que luchan por vencer el machismo que los domina. Bendícenos a todos nosotros los que, ante tanta miseria que siega vidas humanas, sabemos que no nos queda otra vocación más que la de convertir corazones y mentes, revolucionar sociedades y continentes. Sobre todo bendícenos para que, todos los días, estemos motivados por grandes sentimientos de amor, de modo que podamos recoger el fruto del hombre y la mujer nuevos.

- Frei Betto es escritor, autor de “La mosca azul. Reflexiones sobre el poder”, entre otros libros.

Traducción de J.L.Burguet

Las citas del Che tienen como fuete el texto El socialismo y el hombre en Cuba, publicado en “Ernesto Che Guevara, escritos y discursos”, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pp.253-272


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