Bush sufre por culpa de Cuba; está “obsesionado” con ella, diagnosticó Fidel Castro el fin de semana. Pensó que el colapso de la revolución era cuestión de días cuando supo que Fidel, sometido a una delicada intervención quirúrgica, estaría alejado de su cargo por tiempo indeterminado. Pero no sólo no se produjo ninguna de las protestas, que imaginaba encabezadas por sus asalariados en Cuba, esos a los que llama disidentes, ni el éxodo migratorio masivo, vaticinados por sus papagayos mediáticos. En los dieciocho meses posteriores lo que ha visto el mundo entero es un país estable y un pueblo que ha mostrado confianza y adhesión al gobierno encabezado por Raúl Castro. Frente a gigantescos desafíos el presidente en funciones y su equipo no han perdido un minuto en acometer sus responsabilidades con serenidad, tino y dedicación. Los problemas que abordan se derivan de casi medio siglo de terrorismo de Estado y cerco económico de Washington -cada vez más recrudecido- de la desaparición del aliado soviético, de muy desfavorables circunstancias asociadas al cambio climático y también, de errores propios que Fidel y Raúl han reconocido con la mayor crudeza y están empeñados en rectificar. Recrear el socialismo sin hacer concesiones irreparables al mercado es un asunto muy complejo toda vez que el dogmatismo de la era soviética frenó el desarrollo de la teoría revolucionaria. Pero no hay temor al reto.
No conozco de la dirección de ningún país que en condiciones tan adversas, sometido a virtual situación de guerra nada menos que por Estados Unidos, haya propiciado la discusión popular libre y sin tapujos sobre la sociedad que existe y la que se desea, como viene ocurriendo en Cuba. Sólo quienes tengan una fe ilimitada en su pueblo pueden darse ese lujo y paralelamente organizar un proceso electoral hecho suyo por la ciudadanía. Felices, me relatan amigos desde la isla de la alegre, desbordante y consciente participación ciudadana y la alta calidad cívica de los candidatos, que ha hecho muy reñidas las votaciones.
Expuesto muy sintéticamente, este cuadro explica una parte de la frustración y la rabia de Bush, cuyo sueño delirante de medrar como ave de carroña con la enfermedad de Fidel se ha convertido en pesadilla. Otra parte se debe a una América Latina en trance de liquidar el neoliberalismo, con pueblos alzados contra el despojo de sus derechos culturales, sociales y políticos más elementales y logrando avances en su integración económica y política, el reverso de la descrita por el gerente del imperio en su mendaz y farisaico ataque a Cuba. El criminal de guerra de la Casa Blanca es un ignorante pero sabe, aunque sea por instinto animal, cuánto ha contribuido el ejemplo revolucionario de la isla a la forja de esta nueva realidad de la Patria Grande.
Pero nada que diga o haga va a cambiar la decisión cubana de construir el socialismo y unir su destino al de los pueblos latinoamericanos y al de todos los que luchan por la independencia y la libertad. Si fue así cuando Cuba se quedó sola, cómo será hoy, acompañada por Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y tantos frentes de lucha como el abierto altivamente por Costa Rica contra el libre comercio y el fraude electoral.
Derrotado en Irak, repudiado por la humanidad, impopular en grado sumo en casa, Bush sufrirá otra amarga paliza en los próximos días cuando la Asamblea General de la ONU condene una vez más el criminal bloqueo a Cuba. Es paradójico su llamado a la rebelión en la isla, que está en marcha hace décadas y ahora reverdecida, pero contra el imperio que encabeza.
Publicado en La Jornada el 25 de octubre de 2007