El presupuesto de Venezuela para 2005-2006 calculaba los ingresos por exportación de crudo a 25 dólares el barril, que
hoy se cotiza a cerca de 100 dólares; el Gobierno del presidente Hugo Chávez nada, o mejor dicho se ahoga, en divisas porque, pese a ese maná inagotable,
la ciudadanía hace colas como en la mejor época de la Unión Soviética: no hay leche ni para un remedio y el precio de los artículos de primera necesidad, subsidiados y controlados,
es un himno a la inflación.
Y en esa tesitura, en la que una firma encuestadora venezolana registra en unos meses una caída de la popularidad del líder bolivariano del 65% al 38%, Chávez abre un nuevo frente en su disputa con la petrolera estadounidense Exxon, al cerrarle el martes su suministro de crudo. No es el apocalipsis, porque determinados contratos se mantienen, con lo que del millón y medio de barriles que Caracas exporta diariamente a Estados Unidos -un 13% de las importaciones petrolíferas de este país-, sólo 90.000 barriles se ven afectados por la medida. Y parece poco probable que Chávez haga buena su anterior amenaza de cerrar completamente el grifo al imperio del mal, porque quien haría un pésimo negocio sería Venezuela, que ya sufre bastante con las escaseces en el suministro de alimentos.
El gigante Exxon había hecho todo lo que estaba en su mano para que Caracas tomara represalias, al lograr que tribunales del Reino Unido, Holanda y Estados Unidos retuvieran unos cientos de millones de dólares de PDVSA -la petrolera nacional venezolana- con la peregrina justificación de que se la excluía de futuras explotaciones del crudo venezolano. La suma, a todas luces disparatada, por la que pide que se intervengan los bienes de la firma venezolana es de 12.000 millones de dólares. Chávez no podía dejar pasar semejante ocasión, máxime con su radical caída de popularidad, para culpar del caos económico de su país al chivo expiatorio del imperialismo del norte.
La Venezuela de Chávez se está convirtiendo en uno de los mejores clientes de medio mundo, porque parece aspirar a comprarlo todo y a producir cada vez menos también de todo, excepto de crudo. Pero ese monocultivo exige honradez y competencia en el negocio, valores de los que no parece andar sobrada Caracas.