El problema inflacionario alcanzó tal gravedad que hasta economistas cercanos a la Casa Rosada como Roberto Frenkel y Eduardo Curia encienden luces de alarma. La salida de Guillermo Moreno y las internas con Alberto Fernández y Martín Lousteau.lapoliticaonline-tna
“El desafío es una inflación del 10 por ciento” ¿Se sostiene una economía con 20 por ciento de inflación? Néstor Kirchner avanza en Puerto Madero en la ampliación y blindaje de una estructura política con vocación hegemónica y eje en el peronismo. Esto puede leerse como un signo de fortaleza o como un ejercicio de prudencia de quien otea tormenta en el horizonte. Nubarrones que obviamente no provienen de la desarticulada oposición que –con sus contradicciones- intentan estructurar líderes como Mauricio Macri, Elisa Carrió o Hermes Binner, hasta ahora incapaces de superar la condición necesaria de un proyecto presidencial: la construcción de un armado político nacional. El mayor abismo que se abre bajo los pies del kirchnerismo, como siempre en la Argentina, como le sucedió a otros movimientos en su momento arrolladores como el alfonsinismo y el menemismo, es la economía. Este medio se preguntó tres semanas atrás si era consistente un modelo económico con una tasa de inflación real que bordea el 20 por ciento. Ahora esa misma inquietud –con pronóstico negativo- fue expresada por dos economistas de los más sólidos que existen entre quienes defienden el modelo autodenominado “productivo”, que encarna el kirchnerismo. Eduardo Luis Curia a través de una columna publicada en La Nación bajo el título catástrofe “Hay que poner ya toda la carne en el asador”, reconoce que “hoy la Argentina enfrenta un reto inflacionario relevante” que en caso de no ordenarse, terminará “dañando la inversión, la actividad y el empleo”. Mientras que desde el diario Buenos Aires Económico, otro de los defensores de este modelo, el titular del Cedes, Roberto Frenkel, acusa al gobierno de haber “perdido la brújula” en la contención de los precios y afirma: “No sabemos exactamente donde estamos, pero no creo equivocarme afirmando que experimentamos una tasa del 20 por ciento de inflación”. Frenkel vaticina que esta situación puede terminar dinamitando las altas tasas de crecimiento y empleo, básicamente sostenidas por un tipo de cambio competitivo –o artificialmente alto afirmarían desde la ortodoxia-. ¿Por qué habría de sucede esto? Porque la incapacidad del gobierno de darse una estrategia global, consistente y de metas explícitas para enfrentar la inflación, podría provocar un “desgajamiento” de la macroeconomía. “En ausencia de un cambio de orientación es probable que las políticas macroeconómicas se desgajen: la política fiscal por un lado, la monetaria por otro y la cambiaria por un tercero. En ese contexto, en el que pesan los incentivos particulares de los organismos conductores de las políticas, sería esperable que el tipo de cambio real tendiera a apreciarse, despojando al modelo de su columna vertebral”, afirma Frenkel, en una sofisticada lectura de la interna que cruza el área económica. El problema de las expectativas Frenkel cita además una frase de Alan Greenspan, quien sostuvo que la tasa de inflación es tolerable cuando no afecta las decisiones de gastar, ahorrar o invertir. Situación que, concluye, lamentablemente no se da en la Argentina. El ex titular de la Reserva Federal consideraba la franja “tolerable” entre el 2 y el 4 por ciento anual, mientras que el kirchnerismo hasta ahora dio a entender que un 10 por ciento es funcional al modelo de economía recalentada que tanto seduce a Néstor Kirchner. El problema, como señalan Frenkel y Curia es que ya estamos muy por encima de ese umbral. Además, el gobierno sufre las consecuencias de haber roto el termómetro: Como nadie le cree al Indec, la gente ajusta los precios por su cuenta, basándose en estimaciones extraoficiales o en su propia “intuición”, que suelen superar el número real de inflación, retroalimentando así la escalada. Drama que se escenifica en la política en las discusión que cada vez de manera menos velada enfrentan a Martín Lousteau y Guillermo Moreno. El primero como supuesta opción “racional” que busca desatar el nudo relatado por Frenkel y Curia. El segundo como garante del modelo de crecimiento a todo vapor que Néstor Kirchner impuso y quiere seguir imponiendo, ahora –ya dejó en el camino a la ortodoxia nativa y al mismo FMI- a la comunidad de bienintencionados que sostiene que llegó la hora de la prudencia. Por eso la inflación, el arreglo del Indec, las presiones salariales, la salida de Moreno, el pago al Club de Paris, el previo acuerdo con el FMI y los hold outs y la supuesta recompensa en inversiones, son todos eslabones de la cadena que comenzó a cerrarse sobre el cuello de la administración kirchnerista, que por esas paradojas argentinas disfruta por estas horas el clímax de su poder. Trampa mortal edificada por el gobierno, que repite así la vieja historia peronista de construir su propio verdugo, que como sucede con todos los verdugos, termina mordiendo la mano de su amo. Así las cosas, es muy posible que Guillermo Moreno termine fuera del gobierno, pero sumaría el kirchnerismo un nuevo escalón en su construcción del cadalso si acaso cree que muerto el perro se acabó la rabia. Por Ignacio Fidanza |