Mientras Italia registraba la enésima muerte en el puesto de trabajo y las lágrimas de cocodrilo trocaban un ralo reguero en caudaloso torrente, yo pasaba horas en mi casa siguiendo en el vídeo de mi computadora los acontecimientos de la huelga de los trabajadores cinematográficos americanos. Si presento estas consideraciones, no es para explicar los hechos –otros lo han hecho con mejores títulos que los míos—, sino para reflexionar sobre las posibilidades de la comunicación hoy en día. Para decir que el sujeto es doble: nosotros, que seguimos desde lejos, y ellos, que actúan allá. Y que la reflexión concierne a los dos, porque ambos nos vemos envueltos en un proceso de transformación. ¿Por qué he perdido el tiempo en eso? Porque actualmente los comportamientos conflictivos de los “trabajadores del conocimiento” y de la “clase creativa” se han convertido en el centro de mi reflexión; lo considero uno de los componentes sociales más dinámicos en todos los sentidos. La industria del espectáculo procura más empleos que la industria del automóvil, y sus modelos de trabajo interno están dominados por las figuras típicas del trabajo postfordista, intermitente, móvil, intelectual, apremiado por las nuevas tecnologías, etc.…. “Devastadora”, así se ha definido esta huelga, y ahí tenemos otro punto importante: hay sectores que pueden bloquear el proceso productivo y llevarlo a la parálisis; por lo tanto, disponen de poder contractual. Pero pueden hacerlo, si se mantienen firmes durante tres meses. Los sindicatos se llaman guilds, “gremios”(la Writers Guild of America West, que ha bloqueado Hollywood, y la Writers Guild of America East, que ha bloqueado Manhattan: casi 12 mil inscritos) y ahí se confirma el retorno a las formas originarias, incluso casi medievales -¡”gremios”!—, del asociacionismo obrero; se confirma el valor de la ayuda mutua (hace poco ha nacido en EEUU el guild de las madres empresarias, las que tienen hijos y deben llevar una empresa, las mompreneurs (“madresarias”) que, en un 75%, no son sino trabajadoras autónomas, freelancers (véase el sitio web www.moms-for-profit.com). ¿De qué otra forma debería haber seguido esta huelga? ¿Mandando un e-mail? (Por favor, quisiera más información…) ¿Esperando que saliera un libro? ¿Llamando a los amigos en Canadá, para ver si sabían algo más? ¿Mandando un sms a Patric Verrone? No estoy seguro de qué es más importante, si la lucha o la producción de información sobre la misma, dos procesos creativos y de transformación distintos y acumulativos. Uno se queda estupefacto ante sitios web en los que tienes toda la información que quieres, minuto a minuto, donde puedes ver vídeos en directo, series de fotos y millares de blogs, de historias personales, de testimonios de cómo la lucha ha cambiado a las personas. Un cierto Mark Kunerth dice que nunca va a quebrar una línea de piquete, a pesar de que un día recorrió 29 millas dando un rodeo, porque para él el guild ha sido más que una familia; y cuenta una historia tremenda de una mujer encinta que descubre que tiene un cáncer en el cerebro y el sindicato la apoya, le procura los especialistas adecuados, las clínicas adecuadas, el seguro con el que logra pagar las curas. Actualmente la mujer y su hija están bien. Los trabajadores cinematográficos tienen una larga historia de luchas que se remonta a los años 60. Su contraparte es la AMPTP, la Alliance of Motion Pictures and Television Producers, con sede en Encino (California), de la que forman parte los ocho colosos del sector, desde la Fox a la Disney, de la NBC a la Viacom. Cada tres años, renuevan contrato, el Minimum Basic Agreement (MBA), al que se añaden otras cláusulas. Esta vez, las demandas del guild eran importantes: los trabajadores querían un trozo del pastel representado por los nuevos soportes, Internet, DVD, videoteléfonos, etc. Es ahí donde el enfrentamiento se recrudece. Convencida de poder desgastarlos, la AMPTP se mantuvo firme, pero ocurrió lo contrario. El frente patronal se deshizo, las pequeñas y medianas empresas productoras firmaban, una a una, contratos separados, mientras que los doce mil, compactos, iban avanzando bajo una creciente solidaridad: desde el Screen Actors Guild (SAG), cuyo contrato vence en junio de 2008, a los veteranos Teamsters y a la International Longshore and Warehouse Union, dos sindicatos de los trabajadores de transportes y de logística, respectivamente (¿les dice algo?). Son conmovedoras las fotos en las que se ve a viejas glorias del cine, octogenarias, nonagenarias, en carrozas desfilando con los jóvenes y enarbolando pancartas; hay una solidariedad intergeneracional y profesional sorprendente. A los miembros de los guilds se les tenía informados constantemente de las negociaciones: una relación de gran confianza entre base y cúspide (aun si en la aprobación del acuerdo final aparecerían algunas diferencias). La comunicación vía Internet es la garantía de esa transparencia, de esa relación democrática. Fue Richard Freeman quien a finales de los años 90 entrevió las grandes posibilidades que ofrece Internet a las organizaciones sindicales, al asociacionismo de los trabajadores («Will unionism prosper in cyberspace? The promise of the internet for employee organization» en el British Journal for Industrial relations de septiembre de 2002). Pero Internet requiere una organización fuerte y competencias sofisticadas. Para mantener durante tres meses sitios como www.wga.org o www.unitedhollywood.com se necesita una estructura capaz de reaccionar en tiempo real, una disponibilidad de hombres y mujeres que ni siquiera una multinacional consigue movilizar. O ¿es acaso mi ignorancia de septuagenario la que me llama a engaño? Tener el poder de impedir, de bloquear el proceso productivo, hoy en día tampoco es suficiente; hay que estar situados en posiciones de gran visibilidad, y el mundo del cine es una de ellas. Los militantes del WGA han quebrado la consigna de los Golden Globe [Globos de oro], un negocio multimillonario. La contraparte cedió pocos días antes de la entrega de los Oscar, porque los trabajadores estaban dispuestos a boicotearla también. Su huelga dejó en casa a decenas de miles de trabajadores del ciclo productivo, pertenecientes a otros sectores. La AMPTP esperaba que se rebelaran y rompieran los piquetes. Pero no hubo tal, lo que resulta significativo. Mientras reviso los apuntes para el artículo y los textos que he descargado, tengo una iluminación. No he visto a ningún sociólogo, a ningún profesor, pontificar sobre esta lucha; ninguna esputo de saliva académica: ¡milagro! Estar delante del vídeo y seguir en directo estos acontecimientos es como asistir a la reconstrucción de tejidos maltrechos durante años por la metástasis del neoliberalismo, del individualismo, de la ideología del hazlo tú mismo; y ver de nuevo como hombres y mujeres hacen la cosa más elementales del mundo: defender la propia condición de los trabajadores. Algo que en tiempos pasados nos resultaba familiar y que hoy se ha vuelto rara. Hace poco, por la noche, la Rai3 pasó la película de Francesca Comencini In fabbrica. Ahí tenemos a la verdadera clase trabajadora, ¿os acordáis de ella? Caramba, reconozco lugares, rostros, situaciones. Faltan muchas cosas, la química, por decir algo: falta la Madre de todas las luchas, la de los electromecánicos milaneses del 60. Pero no importa, está igualmente bien, y al final, la obra de arte, las últimas entrevistas a los metalmecánicos de hoy. Dos inmigrantes tío-Tom, dos chicas apagadas, un pícaro contento de ser competitivo. A eso les ha reducido un cuarto de siglo de tratamientos. Vuelvo al vídeo: la Izquierda Arcoiris, dice una noticia, vuelve a poner el "trabajo" en el centro. Debería haberlo hecho hace veinte años. Hoy en día, ya ni siquiera sabe lo que es el trabajo. Sergio Bologna es un veterano sindicalista y analista político italiano. Como teórico de la autonomía obrera en los años 60, participó en las revistas Quaderni Rossi y Cronache Operaie en 1964, antes de fundar Classe Operaia con Mario Tronti y Romano Alquati. Como empleado de Olivetti, participó en el primer intento de sindicalizar a los nuevos obreros de cuello blanco de los sectores de la electrónica y el procesamiento de datos. En 1966, comenzó a enseñar en la Universidad de Trento y contribuyó a fundar la revista Quaderni Piacentini. En 1968 editó los dos primeros números de la revista Linea di Massa. En los últimos años se ha dedicado a estudiar la evolución de los trabajadores en el postfordismo. Uno de sus últimos libros traducidos al castellano es: Crisis de la clase media y postfordismo, Madrid, Akal, 2006 (traducción castellana: Marta Malo de Molina Bodegón). Il Manifesto, 19 febrero 2008. Traducción para sinpermiso.info: Anna Garriga. Revisado por La Haine |