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General: La Izquierda no puede ser sectaria
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De: CombateNews6  (Mensaje original) Enviado: 13/08/2008 00:40

¿Qué es hoy ser de izquierda?

Por Darío L. Machado Rodríguez


La izquierda no puede ser sectaria 

Uno de los más graves errores cometidos por la izquierda en el pasado siglo ha sido el espíritu sectario, el considerarse algunos “la” vanguardia, el asumir que o se está con uno o se está contra uno. Tal punto de vista, muy difundido en el espectro mundial de la izquierda en el siglo XX, fue causa de divisiones, de pérdidas de energía y tiempo en discusiones muchas veces estériles, de falta de transparencia y de freno al conocimiento real de los problemas.

El velo que impuso a muchos sectores de izquierda el rechazo a nuevos argumentos, simplemente porque no se correspondían con los dogmas asumidos por unos u otros, impedían ver con claridad las motivaciones de aquellos sectores que también buscaban su espacio en la lucha contra el capitalismo. La izquierda soberbia que se autoproclamaba la meca del cambio revolucionario no aceptaba ella misma cambiar.

Esa visión dogmática y sectaria impedía ver a los demás como lo que realmente eran, los nuevos enterradores que le habían nacido al capitalismo como resultado de sus propias y para éste insolubles contradicciones, y los veían muchas veces como sectores “que le hacían el juego al capitalismo” o, en el mejor de los casos, como advenedizos equivocados. En lugar de comprender la posición social de esos sectores, sus motivaciones, su situación real, sus necesidades y su interpretación de los problemas, recibían el rechazo por la opinión diferente, produciéndose roces y enfrentamientos que laceraban la necesaria articulación de fuerzas y dejaban heridas muchas veces difíciles de sanar.

Aquel proceder, lejos de multiplicar la labor de aquella izquierda, lo que hizo fue debilitarla. El querer alzarse con una única verdad, convirtió a ésta en absoluta, en consecuencia, acabada y total, incapaz de desarrollo y enriquecimiento, cerrada para comprender eficientemente los cambios. Y la correcta comprensión acerca de los cambios que se han producido y producen en el mundo es arma principal en el arsenal político de la izquierda.

No ser sectario resulta hoy, no simplemente “una posición política correcta” sino una necesidad de la propia lucha, lo fue ayer, pero lo es mucho más hoy y lo será cada día más. La lógica de esa necesidad estriba en las características propias del capitalismo tardío, en la dispersión, la desestructuración social que sus prácticas entrañan.

La homogeneización de los seres humanos que impone el capitalismo tardío implica una atomización de la gente frente al mercado, un extrañamiento de unos y otros, articulados cada vez más solo por el mercado omnipotente, por donde todos tienen que pasar, en el que junto a los marginados y excluidos del mercado hay un movimiento consumista febril que está deteriorando crecientemente el equilibrio medioambiental y el equilibrio emocional de las personas. La crisis del sistema es evidente, pero su superación ya no será con un esquema vanguardista–uniclasista, sino multiclasista, incluyente, colectivista, participativo, profundamente democrático y horizontal.

La izquierda debe ser ética

La transparencia es aliada de la izquierda. Si alguien tiene que mentir, disfrazarse con pseudoargumentos, esas son las fuerzas del conservadurismo, las de la derecha. La izquierda debe ser siempre consecuente en su actuación con lo que piensa y proclama. La ética de las convicciones solo se prueba en la práctica política.

Por ello -como asegura Fidel Castro- el socialismo es la ciencia del el ejemplo. Se trata entonces para decirlo con palabras de Isabel Rauber, de “transformarnos para transformar”. Ello implica que la construcción sistemática del nuevo mundo comienza desde dentro mismo del movimiento revolucionario, desde la actuación de cada uno de sus integrantes, comienza con la construcción de un nuevo tipo de relaciones dentro del propio movimiento que constituyan prácticas alterativas, comportamientos diferentes que transmitan la nueva ética que debe regir el comportamiento desde las cotas de poder que se vayan conquistando en la lucha.

Altruismo, colectivismo, tolerancia, democracia, diálogo, persuasión, educación, humanismo, solidaridad, justicia, igualdad, deben ser valores que constituyan la axiología del revolucionario, la estimativa de la izquierda. Igualmente, su capacidad para aprender solo puede estar asegurada por la necesaria modestia, la izquierda no puede ser soberbia; ella debe reconocer el derecho al error y a la rectificación, de igual manera también al acierto donde quiera que este esté y la difusión de la experiencia y, en cualquier caso, el aprendizaje.

Finalmente, la ética de la izquierda tiene que identificarse con prácticas totalmente diferentes de las habituales del poder que quiere desplazar, sustituir. En consecuencia, la izquierda no puede ser arbitraria, ni impositiva, ni verticalista, ni autoritaria. La nueva ética del poder revolucionario tiene que nacer con prácticas, estilo y métodos raigalmente diferentes de los practicados por el capitalismo y por los anteriores ordenamientos sociales fundados en la propiedad privada, el individualismo y el egoísmo. Estas prácticas deben ser naturalmente revolucionarias, a ello nos referiremos a continuación.

La izquierda debe ser por definición revolucionaria

Ser “de izquierda” significa ser revolucionario. Ser revolucionario implica una actitud activa frente a la necesidad del cambio, una actitud consecuente con la necesidad de transformar el mundo. Una izquierda que se autoproclame tal, pero en los hechos no actúe en dirección al cambio, no puede considerarse “izquierda”, será presa del conservadurismo, no será revolucionaria. En política ser es hacer. Ser de izquierda es hacer la revolución.

Aquí no estoy, por supuesto, asumiendo un único modo de hacerla, por el contrario, las vías, modos, plazos, objetivos estratégicos y tácticos, abren un amplio y abigarrado espectro de variantes, tan amplio como condiciones históricas concretas haya en la multiplicidad de realidades culturales políticas que existen en constante movimiento y cambio el mundo de hoy. El sistema capitalista padece de un evidente agotamiento, pero sigue siendo un sistema vivo. Hacer la revolución es el modo de demostrar en la práctica su agotamiento, aunar conciencias para acelerar su superación. Es la única posición verdaderamente anticapitalista, por ello pasa a ser fundamental el propio concepto de revolución.

Hoy se ha extendido y globalizado el capitalismo monopolista transnacional, y la sociedad humana es en su conjunto una clara demostración de su desarrollo desigual. Ningún país donde se haya iniciado una revolución socialista ha logrado instalar de modo irrefutablemente irreversible el socialismo. Sin embargo, la pregunta es si es posible mantener el rumbo socialista en un determinado país y eventualmente por cuánto tiempo sin que exista un movimiento mundial generalizado de superación del capitalismo. Las respuestas definitivas a esas preguntas solo puede darlas la historia, sin embargo, ejemplos como el de la revolución cubana, demuestran que es posible mantener un rumbo de transformaciones de signo socialista, aún en medio de la creciente complejidad de la sociedad humana actual. Para ello es imprescindible mantener la actividad revolucionaria transformadora con un sentido de integralidad y con toda la flexibilidad posible según lo exijan las circunstancias.

Fidel Castro ha sintetizado el concepto de revolución, que a continuación transcribo por su importante significado actual para el enfrentamiento al capitalismo. Este se inscribe en la tradición práctico-transformadora del marxismo, y constituye en esa dirección un importante referente para la izquierda en la actualidad.

“Revolución –dijo Fidel Castro el 1ro de mayo de 2005 en la Plaza de la Revolución en Ciudad de La Habana- es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado, es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

En consecuencia, situarse a la izquierda y ser de izquierda es situarse en todo momento del lado del progreso social. De esta suerte, la izquierda tiene que ser por definición también ajena a todo burocratismo, opuesta a todo lo que frene las necesarias soluciones de continuidad a los problemas de la sociedad. Tiene que interiorizar el carácter efímero del Estado desde que se esté cumpliendo el deber de fortalecerlo para asegurar las tareas socialistas. Tiene, en consecuencia, que concebir al poder como un instrumento colectivo de la transformación revolucionaria de la sociedad, y en ningún caso como un fin en sí mismo, lo cual significaría imitar las prácticas habituales del poder político del capitalismo.

La izquierda, por tanto, tiene que estar siempre dispuesta al cambio, a comprender los problemas nuevos y buscar y encontrar las soluciones nuevas que reclaman. Debe ser creativa y actuar, a eso me referiré en el próximo artículo y final.



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De: CombateNews6 Enviado: 13/08/2008 12:44

 

¿Qué es hoy ser de izquierda?

Por Darío L. Machado Rodríguez

 

La izquierda tiene que ser creativa y actuar

El pensamiento revolucionario de la izquierda anticapitalista tiene que estar acompañado de la acción. Una “izquierda” que solo piense y enarbole argumentos y puntos de vista, pero no practique políticamente, no corra riesgos, quedaría en la contemplación de los problemas y, de hecho, sus puntos de vista estarían lastrados por la falta de comprobación práctica, además de resultar poco o nada útiles a la sociedad y las más de las veces contraproducentes.

De nada sirve llenar cuartillas y gastar tiempo, haciendo revoluciones en el papel o en el discurso. El vínculo entre el pensar y el hacer constituye un principio de la existencia de la izquierda como fuerza del cambio.

Aquí se trata del carácter del movimiento social, no de enarbolar nombres o proclamarse “de izquierda”, sino del reconocimiento de la existencia de intereses raigalmente opuestos en el mundo de hoy, que exigen deslindar propósitos, explicar alternativas, construir objetivos que se conviertan en líneas de acción y actuar en consecuencia, acumular la experiencia, tanto del éxito como del fracaso, y seguir adelante. La derrota se convierte en experiencia solo si se continúa la lucha.

Cuando se habla de construir sentidos y de trazar finalidades de la lucha, no se está aludiendo a ningún programa en específico, ni a un modo determinado de concebirlo. Por ejemplo, las condiciones del mundo de hoy convierten en una finalidad revolucionaria el rescate de la soberanía, el rescate de las riquezas, la defensa de la cultura y la identidad nacional, propósitos elementales todos que permiten incluir dentro del concepto de pueblo y gestores del cambio a sectores que muy probablemente no compartirían propósitos ulteriores más profundos.

Sin embargo, son muchos los dogmas que el capitalismo ha sembrado en la conciencia de la población, los esquemas mentales que hacen entender sus señales y estereotipos de modo casi automático y que deben ser objeto de la batalla de ideas que tiene que enfrentar la izquierda.

Conceptos actuales como los de Estado de derecho, derechos civiles, derechos humanos, libertad, democracia, política, etc., constituyen para la izquierda objeto primario de abordaje revolucionario, de pensamiento crítico, de esclarecimiento de su torcida interpretación por los aparatos ideológicos de la dominación capitalista.

Eso implica para la izquierda un reto, el de ser renovadamente creativa, debe autoconocerse mejor, reconstruir su autoestima, sobre la base del reencuentro entre la militancia revolucionaria y la cotidianidad de la sociedad, para eso no tiene otra opción que salir del laberinto de sus propios mitos, de sus errores y esquemas mentales.

La creatividad siempre implica una ruptura con lo anterior, pero también una continuidad. Ser creativo es ser uno mismo y diferente a la vez. La creatividad es la negación del sometimiento a la rutina, al conocimiento alcanzado, pero no vigente; para la creatividad resulta imprescindible el optimismo, la confianza en el pueblo, el repudio a la soberbia que conduce inevitablemente al aislamiento y la soledad. La creatividad no puede ser autosuficiente, porque solo puede nacer de la realidad que existe, las personas sí, los individuos sí, porque los comportamientos humanos pueden estar guiados por desviaciones, hijas de la ignorancia y los malos hábitos.

Solo en un estrecho vínculo con la sociedad, puede la izquierda encontrar el camino de la creatividad. Aun en medio de la maleza a veces implacable de las costumbres corruptas que anidan en la propia población como resultado de largas décadas de enturbiamiento de las conciencias, es posible encontrar un hilo conductor para reinventar el tejido popular consciente en las nuevas condiciones.

Lo primero para ello es que cada quien con conciencia anticapitalista, con conciencia de izquierda, sea capaz de desembarazarse de sus propios fantasmas, de sus propios ariques y encontrar lo nuevo, aprender de ello y transformarse a sí mismos junto con todos.

La izquierda en su expresión cotidiana, esto es, las personas conscientes de su posición anticapitalista y las más diversas formas de asociación e integración de estas para luchar contra ese sistema, deben integrarse al máximo en los espacios prepolíticos o antepolíticos para vivir desde la cotidianidad su propia experiencia de lucha. No pocas veces la mayor debilidad de las izquierdas en el pasado siglo y todavía hoy estriba en ofrecer un mundo tan inalcanzable como ininteligible para los demás, no porque los demás sean ignorantes, sino porque esa izquierda ha sido ignorante, no ha sabido explicar ni explicarse a sí misma los caminos de los sentimientos humanos.

Lo anterior implica poner en un primer plano para todos el objetivo de la formación política, que toca a todos los revolucionarios. Una formación que debe ser en sí misma creativa en todos los órdenes, tanto en sus contenidos como en las formas de hacerse.

Lamentablemente, no pocas veces se asume la formación política como más de lo mismo, como repetición de lugares comunes, con el empleo de un lenguaje en desuso, como si nada en este mundo hubiera cambiado. Obviamente, las nuevas generaciones, quedan fuera con tales conceptos y prácticas. La creatividad de la izquierda implica constituirse en un foco de atracción para las personas, particularmente para la juventud.

La izquierda tiene que unir la creatividad a la alegría. La izquierda debe ser alegre porque le sobran razones para el optimismo histórico; el tono hierático y grandilocuente explicable y aceptable en muy escasas coyunturas históricas, no puede ser el estilo de comunicación de la práctica política de la izquierda.

La responsabilidad de cualquier movimiento sociopolítico que se reconozca de izquierda para con la sociedad en la que actúa implica la necesidad de verse en su realidad cultural como un ente requerido constantemente de renovación, a partir de su propia realidad le corresponde encontrar caminos para enfrentar con éxito el capitalismo tardío, caminos en los que lo nacional y lo internacional están hoy indisolublemente vinculados.

La izquierda es internacionalista por definición

Enfrentar al capitalismo tardío es una tarea de doble vía, es un problema nacional, pero simultáneamente es la expresión concreta de la crisis de un sistema mundial. Nadie puede avanzar en el mundo de hoy en el aislamiento total, nadie es autárquico, ni económica, ni políticamente.

La lógica internacionalista de la lucha contra el capitalismo es correspondiente con la realidad internacional del sistema, cuya voracidad no ha dejado prácticamente espacio donde no haya penetrado con sus reglas y ambiciones.

Lo que ha ocurrido en el mundo, luego de la desaparición del equilibrio bipolar, ha sido el reforzamiento de las formas institucionales globales de dominación de los poderes nortecéntricos. Las articulaciones de los centros de poder del primer mundo capitalista a través de reuniones de sus representantes gubernamentales, las internacionales liberales y socialdemócratas, la Unión Europea, la OMC, la expansión de la OTAN, la dominación mediática, el renacimiento de la IV Flota y muchas otras formas, contrasta con la aún escasa articulación de las fuerzas anticapitalistas.

Ante esta realidad, renunciar al internacionalismo significa abandonar el terreno estratégico de la lucha anticapitalista.

El principio del internacionalismo es para la izquierda un imperativo ético y político nacido de la realidad elemental que entraña la necesidad del apoyo mutuo; no es un principio imponderable, etéreo, sino necesario en el sentido más auténtico de la palabra. La solidaridad internacionalista es un propósito que da contenido a la lucha y se construye como uno de los sentidos de esa lucha, ante todo por su carácter de condición sine qua non para el éxito.

De hecho, hoy resulta muy difícil cuando no imposible lograr objetivos básicos de liberación, como la recuperación de las riquezas en manos de las transnacionales, o condiciones elementales para el desarrollo, sin avanzar en la cooperación e integración regional cada vez más plena, en el multilateralismo y en otras formas de cooperación internacional e integración regional. incluyendo eventualmente la integración política.

En la lógica de una estrategia revolucionaria, las posiciones de izquierda irían contra natura si no fuesen cada vez más internacionalistas. Lo anterior implica comprender dónde están los enemigos verdaderos de los pueblos y sin perder el fiel de esa brújula proyectar su estrategia de conocimiento de la realidad y de actividad sociopolítica transformadora.

A modo de “cierre” de lo que no puede ser “cerrado”.

He intentado explicar siete rasgos o características que pueden contribuir a conceptuar lo que hoy debemos entender por “ser de izquierda”. Sobra decir que todos son rasgos estrechamente vinculados entre sí, que se complementan mutuamente, pero que pueden ser diferenciados para contribuir a esclarecer la estructura del concepto que he querido esbozar.

Considero oportuno también recalcar al final de estos artículos la intención de contribuir a la elaboración de un mejor enfoque metodológico para el análisis, no para establecer diferenciaciones sectarias en política. Una cosa es la caracterización de una tendencia, como concepto general, otra los postulados y las acciones concretas de tal o cual expresión política orgánica.

La crítica obligada y necesaria de los errores del socialismo y de la izquierda como tendencia política, particularmente durante el siglo XX, pero también ahora, en modo alguno puede conducir a vaciar de contenido teórico el accionar político del enfrentamiento al capitalismo hoy globalizado y sostenido por los poderes nortecéntricos con una orientación neoliberal y la imposición de un pensamiento único, a lo cual se resisten masas cada vez más amplias de seres humanos. No puede oponerse al pensamiento único otro pensamiento único, pero tampoco puede vencerse al capitalismo sistémico, articulado mediante numerosos instrumentos económicos, financieros, comerciales, políticos, jurídicos, ideológicos, psicológicos, mediáticos, militares, sin una concepción también sistémica, sin una teoría del cambio, parte de la cual es también el estudio y conocimiento de las características de las fuerzas sociales que lo enfrentan.

Claro está, en el terreno de lo que debe comprenderse hoy como “ser de izquierda” no hay un punto final. Podría eludirse el debate sobre las posiciones, sobre el análisis de lo que significa hoy ser de izquierda, con el argumento de que ello provocaría obligadamente un enfoque sectario y traería la división. Ojalá el problema del sectarismo, tan vinculado con el egoísmo y la soberbia, con la tozudez y el engreimiento humano tuviera su solución con el silenciamiento de una discusión.




 
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