En la historia de Cuba, el asalto al Cuartel Moncada es uno de los acontecimientos de mayor relevancia y trascendencia.



Su principal protagonista, el comandante Fidel Castro, ha vinculado dicha acción a otras gestas patrióticas, sosteniendo que ese 26 de julio de 1953 se reinició la marcha heroica de liberación “emprendida por Céspedes y proseguida más adelante por ese hombre excepcional cuyo centenario se conmemoraba precisamente aquel año: José Martí”.



Hay que recordar, por otra parte, que en la época del asalto el pueblo cubano vivía sometido a la dictadura de Fulgencio Batista. Las injusticias, la corrupción, la represión y la entrega del país a los intereses de Estados Unidos tenían su réplica en un amplio movimiento opositor.



Sin embargo, la principal organización opositora, el Partido Ortodoxo, había perdido a su líder –Eduardo Chibás–, era muy heterogénea y se mostraba incapaz de dar dirección a la lucha antidictatorial.



Fidel se incorporó al Partido Ortodoxo: pero pronto comenzó a formar una organización autónoma, con “gente seleccionada en sectores humildes del pueblo”, según su propia expresión. Esta organización preparó a sus militantes en torno a un objetivo preciso: la toma del poder. Cuando se realizó el asalto, no eran muchos: unos dos mil doscientos combatientes.



“Nosotros pensábamos, ha dicho Fidel, ocupar las armas del campamento en Santiago de Cuba, hacer un llamamiento a la huelga general de todo el pueblo, partiendo de la situación de descontento y de odio hacia Batista, y utilizar las estaciones nacionales de radio para un llamamiento a la huelga general. Si no se lograba la paralización del país, el objetivo nuestro era después era ir hacia las montañas para librar una guerra irregular en las montañas” (www.radiohc.cu/moncada/relatafidel.htm).



No tuvieron éxito en cuanto a la toma del cuartel. Y por lo tanto debieron postergar la realización de la señalada estrategia. Pero fue una experiencia política y militar de extraordinario valor y trascendencia histórica. Así lo señaló el Informe Central del Primer Congreso del PCC: “El asalto al Cuartel Moncada no significó el triunfo de la Revolución en ese instante, pero señaló el camino y trazó un programa de liberación nacional que abrirá las puertas del socialismo. No siempre los reveses tácticos son sinónimo de derrota. Como han expresado sus propios organizadores, la victoria en 1953 habría sido tal vez demasiado temprana para contrarrestar las ventajas de la correlación de fuerzas en aquel instante”.



Llama la atención, desde luego, tanto la audacia como la responsabilidad con que enfrentaron la circunstancia los revolucionarios cubanos.



Apenas 35 hombres se reunieron, tal como estaba previsto, en la madrugada del 26 de julio en la granjita Siboney, a pocos kilómetros del Cuartel Moncada, mientras otro grupo estaba en la localidad de Bayamo. Desde allí marcharon, vestidos con uniforme militar, en unos cuantos vehículos y con armas de caza, a conquistar una fortaleza militar –la segunda más grande del país– ocupada por más de mil soldados profesionales.



Los guerrilleros actuaron de acuerdo a las normas de la más estricta clandestinidad, y lograron así sorprender completamente al enemigo. A tal punto, que el ataque habría tenido éxito a no mediar algunas circunstancias inesperadas. La principal de ellas fue que la dictadura había reforzado la guardia con ocasión del carnaval que todos los años se realiza en la isla en julio, lo cual produjo un enfrentamiento prematuro fuera del cuartel, contra lo previsto.



Pero lo importante es que los dirigentes del movimiento encabezado por Fidel planearon y ejecutaron la maniobra captando acertadamente la situación política y las aspiraciones populares. Interpretaron y expresaron lo que la mayoría del pueblo quería y necesitaba. Los combatientes, escasos en número, no estaban solos. Estaban vinculados a los intereses y aspiraciones de las masas pobres y oprimidas.



Por eso no resulta extraño que Fidel haya afirmado alguna vez que la estrategia que elaboraron en el Moncada fue la misma que los condujo después a la victoria, “sólo que en la segunda ocasión no comenzamos en el Moncada, sino que comenzamos por la Sierra. Hicimos la guerra en la Sierra, y al final liquidamos a Batista con esa misma estrategia, en esencia”.



El Moncada fue una invitación al compromiso, a la lucha y a la victoria. Marcó un camino que fue seguido por el pueblo cubano hasta el derrocamiento del dictador, y más allá todavía, porque ciertamente no terminó ahí el proceso revolucionario. Cuando muchos pensaban que el nuevo gobierno se limitaría a realizar su política dentro de los límites del mismo sistema capitalista, la revolución triunfante se encaminó al cumplimiento de un objetivo mayor alcance: la construcción del socialismo en suelo americano.



A partir de ese hecho, el choque con la clase dominante cubana, y muy especialmente con los intereses imperialistas, resultó inevitable. Como inevitable fue también su vinculación con el entonces bloque de países socialistas, y muy especialmente con la Unión Soviética. El apoyo que encontró en ellos fue importante.



Pero lo fundamental para la continuidad del proceso revolucionario ha sido y es –ya el Moncada fue un anuncio y los hechos posteriores lo han corroborado– la participación activa en él del propio pueblo cubano, revolucionario, valiente y decidido como pocos.



Por Carlos Donoso Pacheco. El autor es primer vicepresidente de la Izquierda Cristiana de Chile. El presente trabajo fue publicado en el periódico “El Siglo”.

 

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