El género cinematográfico que más ambiciones ha generado en Cuba y en Sudamérica es el film de reconstrucción histórica, alegan los doctos. Y si se repasan las más de 20 películas que forman parte de la muestra 50 años luz, organizada por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) en homenaje al medio siglo desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, no caben dudas. Los títulos que se expondrán en doble turno durante 17 maratónicos días en el cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635), amparan la tesis: Historias de la Revolución, El joven rebelde, El brigadista, Clandestinos y (como no podía faltar) Hasta la victoria siempre, entre otras, son claros guiños a un periodo insoslayable de la historia cubana y mundial.
Para comprender el carácter de la producción cinematográfica del archipiélago es necesario remontarse, precisamente, a alrededor de 50 años atrás, sin dejar de considerar las obras pioneras de Enrique Díaz Quesada (El parque de Palatino, 1906), Ernesto Caparrós (La serpiente roja, 1932) y Manuel Alonso (Casta de roble, 1953), por nombrar sólo a algunos. Ochenta y tres días después de la Revolución, el 23 de marzo de 1959, cuando la nave estaba aún ambientándose al giro de timón, nacía el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), manifiesto del régimen sobre la importancia otorgada a las artes y la cultura, cuya finalidad era y continúa siendo la promoción de producciones fílmicas vernáculas, en consonancia con el pensamiento revolucionario. Como “instrumento de opinión y formación de la conciencia individual y colectiva”, el celuloide debía “contribuir a hacer más profundo y diáfano el espíritu revolucionario y a sostener su aliento creador”, ordenaba la Ley 169 de creación del organismo. Rápido se puso a trabajar: en 1960, se estrenó Historias de la Revolución, dirigida por una de las caras sobresalientes de la nueva institución, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea, y, de las que integran el itinerario que se exhibirá casi en simultáneo en Buenos Aires, Mar del Plata, Villa María y Unquillo (Córdoba) y Trevelin (Chubut), le siguieron El joven rebelde, de Julio García Espinosa, otro de los protagonistas de la génesis del colectivo, La muerte de un burócrata y Memorias del subdesarrollo, también de Gutiérrez Alea, y Lucía, de Humberto Solás.
“Desde sus orígenes, el cine cubano y el instituto tuvieron un rol de agrupación de la vanguardia y desempeñaron un papel importante en la historia cultural de Cuba, un papel protagónico, de esclarecimiento, difusión y debate fuerte de ideas”, enfatiza a Página/12 Omar González, director del Icaic desde hace 9 años, de visita en Argentina junto con la vicedirectora Susana Molina con motivo de la presentación del ciclo. “La institución está formada por un staff de realizadores, pero además existe una influencia y liderazgo de la producción independiente del país. Estas no disponen de recursos suficientes, entonces el Icaic aparece como ayuda”, afirma el cubano y señala un ejemplo con el dedo índice sobre el listado de la programación de la muestra: Hombres sobre cubierta, realizada el año pasado por Alejandro Ramírez y Ernesto Pérez, revive la travesía del trovador Silvio Rodríguez en Playa Girón, en 1969.
El caso viene a tino para demostrar, además, la multiplicidad de historias que se narran en estos films. Los tópicos van desde la defensa de la soberanía del territorio nacional, pasando por la intervención cubana durante la Guerra de Angola, hasta la aún universalmente pretendida reivindicación de los derechos femeninos. Retomando la tesis primigenia, González añade que en Cuba “no se puede desligar el cine de la historia, del peso de la realidad, que es muy fuerte y viva”. Más aún: “Surge como una herramienta política de revolución, no sólo para la propaganda, sino también para la educación del pueblo. Los grandes procesos revolucionarios en el mundo entero lo han hecho. En Argentina, también sucedió”, asegura.
Y entre esas experiencias autónomas, ¿qué lugar ocupan las disidentes con el régimen en la filmoteca cubana? Ninguno. Sencillamente, según el director del Icaic, no los hay. “En Cuba es muy difícil encontrar opositores a la Revolución; sí, afuera”, delimita. Pero la justificación no se agota en esos pretextos, seguro irritantes para muchos artistas cubanos exiliados en distintos puntos del globo, algunos incluso denunciantes de casos de censura. La vice Molina –que luego destacaría que, en sus casi diez años en el Icaic, no hubo censura– toma la batuta y profundiza: “El cine que acompañó todo el proceso revolucionario lo hizo desde una mirada crítica. Una revolución es un cambio social muy fuerte y significó un cambio de 180 grados para todo el pueblo cubano. Ese cambio, que fue totalmente positivo, tuvo en su camino errores, pequeñas manchas que el Icaic ha detectado. El cine de la institución acompaña desde la honestidad, la polémica y la crítica, porque una revolución es un cambio constante”, reflexiona. Y para dejar en claro que no hay intenciones de dejar a nadie afuera, González destaca que “en Cuba se realizan más de 60 muestras de cine de países que habitualmente no tienen lugar”, y luego añade que “el gran problema del cine cubano, el argentino, el francés, el español y el italiano es que no se ve más que vagamente, en sus respectivos países, pero a veces ni eso”. Por eso, “el esmero está puesto en que el espectador tenga una mirada cinematográfica basada en la diversidad, para que no sea sólo cine norteamericano, que ya ganó las vías de la televisión y de la piratería. De lo contrario –teoriza–, sería una monocultura, con un espectador mimético y adormilado, sin otro punto de referencia que el ‘cine de pirotecnia’”.
Informe: Facundo Gari.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)