Por los caminos del totalitarismo (III) Raúl Soroa
LA HABANA, Cuba - Noviembre (www.cubanet.org) - Mucho se ha escrito sobre las peculiaridades del sistema cubano. No voy a negar que el totalitarismo cubano tiene elementos propios, aportes que el castrismo ha realizado, perfeccionando el sistema, pero la base del régimen totalitario cubano es el estalinismo. El déspota cubano ha incorporado elementos del nazismo, del maoísmo, del populismo latinoamericano, del franquismo, y hasta de las ideas del Duce italiano. En un final, de lo que se trata es de mantenerse en el poder, y para eso sirve todo y vale todo.
Muchos se preguntan: ¿Cómo es que un país con aptitud para la democracia como Cuba produjo la dictadura más larga y profunda del continente americano?
Por una de esas paradojas de la historia, que a veces son muy difíciles de explicar, un pueblo que decía anhelar la restauración de las libertades, que había dado su sangre en la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista, una de las naciones más prósperas de América Latina, donde los comunistas alcanzaban apenas el 3% de los sufragios, se convirtió en el primer y único país comunista del hemisferio occidental, gobernado por una dictadura totalitaria que ha utilizado los más drásticos métodos estalinistas.
"Había una vez una república. Tenía una Constitución, sus leyes, sus libertades, presidente, Congreso, tribunales, todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar, escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada, y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión".
Estas palabras no pertenecen a nuestros aguerridos luchadores por las libertades cívicas. No pertenecen a los periodistas independientes, a ninguno de los líderes de los diversos partidos, organizaciones o movimientos que enfrentan al régimen de Fidel Castro. Estas palabras, por asombroso que nos parezca, fueron pronunciadas por el mayor conculcador de la libertad en la historia de Cuba: Fidel Castro. Corresponden a su alegato "La historia me absolverá", pronunciado durante el juicio que se le celebró en 1953 por el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba.
Quienes hemos crecido escuchando su retórica política extrañamos en ese discurso las habituales acusaciones que siempre le hace a la república. Noten que dice república, y no neo república, como acostumbra a decir. ¿Dónde están sus usuales sarcasmos? ¿Por qué no habla aquí de las falsas libertades de la seudo república neocolonial?
El totalitarismo se caracteriza fundamentalmente por su falta de ética, por mentir sin escrúpulos, por mimetizarse, esconderse detrás de los anhelos libertarios de los pueblos. Se empolla como un huevo maligno al calor de las injusticias sociales o de las imperfecciones de la democracia. Tiene su cimiento en el autoritarismo, en la inmadurez nacional, en el caudillismo. Crece y se extiende subrepticiamente. Cuando los pueblos vienen a darse cuenta, la hidra ya parió mil cabezas y los tiene bien sujetos.
La naturaleza humana tiende a buscar el autoritarismo y busca muchas veces al hombre fuerte para que le solucione los problemas. Cuba no es la excepción, sino la confirmación de la regla. Ya desde la lucha por la independencia afloraron en el campo insurrecto manifestaciones de caudillismo. Ante las crisis de la república siempre añorábamos al hombre, al líder salvador. Machado venía a "enderezar" la república, la gente miró hacia él porque tenía fama de fuerte. Batista fue "el hombre" y Fidel "el caballo".
Cuando el periodista norteamericano del diario The New York Times Hebert Matthews preguntó a Celia Sánchez por qué no habían sido cumplidos algunos compromisos políticos anunciados durante la lucha en la Sierra Maestra, Celia lo explicó en estos términos: "En esa época no sabíamos que nosotros y el movimiento 26 de Julio éramos tan populares. Al principio pensábamos que deberíamos formar un gobierno con los auténticos, ortodoxos, etc. En lugar de ello, nos encontramos con el hecho de que éramos los dueños de Cuba. Entonces, ¿para qué perder el tiempo?"
Castro era el libertador y se sentía el dueño de Cuba. Estudioso de Maquiavelo, lector de Mussolini, admirador de Hitler, sabía que para adueñarse de un país de la forma en que él soñaba hacerlo sólo podía lograrlo implantando un sistema totalitario. Consumado actor, supo engañar a muchos. Si tuvo alguna duda, su teatral paso triunfante por la isla, su entrada en victoria al estilo de los emperadores romanos le confirmó que era posible. ¿Por qué no despertamos del hechizo cuando en la Plaza Cívica, hoy de la Revolución, en 1959, hizo aquella terrible pregunta-afirmación: "Elecciones, ¿para qué? Esta es una democracia griega donde el líder y el pueblo deciden en la plaza lo que van a hacer. Y, a ver, los que quieran elecciones que levanten la mano". Nadie lo hizo. O cuando enormes turbas gritaban "¡Paredón! ¡Paredón!" Pudo haber sido nazi o fascista o implantado un régimen a lo Perón, pero la guerra fría y el estalinismo le vinieron como anillo al dedo para sus propósitos.
Hitler adoraba los discursos vespertinos, se dejaba llevar por las emociones de la multitud, enhebraba sus discursos en las pasiones que despertaban sus palabras. Su alumno tropical adora las peroratas kilométricas, pasa horas y horas en las tribunas diciendo increíbles disparates propios, como los calificó Carlos Alberto Montaner, de una sicopatía de libro de texto. Una personalidad narcisista con rasgos paranoides, mientras le observamos hipnotizados, como el conejo ante la cobra.
El totalitarismo ha traído a Cuba miseria y muerte, pérdida de los valores nacionales, morales, cívicos. Hoy, en lugar de Constitución, tenemos un reglamento. En vez de presidente tenemos un Dios omnisciente, omnipresente, todopoderoso e infalible. No tenemos Congreso, sino un Gran Coro. No hay poder judicial, sino sistema judicial al servicio del Dios. Está prohibido reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. No hay partidos políticos ni prensa libre, mucho menos opinión pública. La única polémica que existe en la televisión es entre la realidad del país y las falsedades que muetra la pequeña pantalla, tan evidentes y burdas que mueven a risa.
En otro fragmento de su famoso alegato, refiriéndose al pueblo, dice que "estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada, sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas".
Y eso lo dijo el hombre que acabó con cualquier vestigio de libertad, que intentó borrar hasta su recuerdo. Ese pueblo hoy apenas recuerda qué cosa es la libertad, salvo un pequeño grupo de valiosos y abnegados luchadores empeñados en una oposición casi en solitario. La gran mayoría calla y busca la manera de huir a como dé lugar. De las instituciones democráticas no queda ni el recuerdo.
Más de cuatro mil asesinados, otros miles que han muerto en el Estrecho de la Florida intentando escapar, los caídos sin gloria en guerras absurdas en nombre del líder, los miles que han pasado sus mejores años en las ergástulas del régimen, los que han tenido que rehacer sus vidas en el exilio, los desterrados, los marginados, los excluidos en nombre de la ideología comunista, los que hoy sufren prisión por el simple delito de pensar diferente, en cárceles de régimen medieval. Son el resultado de la experiencia totalitaria en la Isla.
Si según sus propias palabras en La historia me absolverá, "ausente del más elemental contenido revolucionario el régimen de Batista ha significado un retroceso de veinte años para Cuba", su sistema ha retrotraído a Cuba a la época de la Real Ordenanza que en el siglo XIX concedió poderes omnímodos a los Capitanes Generales.
Ese ha sido el saldo del primer régimen totalitario implantado en el hemisferio occidental. En Cuba, como en Rusia, Alemania, China, Polonia o Corea, el pueblo ha pagado un precio bien alto.
Venezuela y el mundo que hoy aplaude, protege y ensalza al Comandante deberían recordar las lecciones de la historia. Los venezolanos y latinoamericanos en general deberíamos prestar atención a la historia, y darle la espalda de una vez a los Comandantes, llámense Chávez o Fidel, y a los aspirantes al trono como Evo Morales.
Si no se hace algo a tiempo vendrán nuevos Castros, Pol Pot, Mao o Stalin a ensangrentar y esclavizar nuestras tierras.
El camino del totalitarismo no ha finalizado. El espectro que se levantó en 1848 aún recorre el mundo. Como advirtió un célebre escritor disidente ruso, si no hacemos algo rápido regresará el torbellino rojo.
De nuevo "la soberbia y la rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en qué alzarse, frenéticos defensores de los desamparados" toma fuerzas.
http://www.cubanet.org/CNews/y05/nov05/14a7.htm