Las fuerzas de seguridad israelíes violan de forma rutinaria los derechos de los niños palestinos, según un informe recién publicado que expone que las palizas y la tortura se han convertido en algo habitual. Además, cientos de menores palestinos son procesados cada año en Israel sin el debido juicio y negándoseles las visitas familiares.
Los hallazgos de Defensa Internacional de los Niños (DCI, por sus siglas en inglés) aparecen tras las revelaciones hechas por soldados israelíes y altos comandantes en el sentido de que aterrorizar a los civiles palestinos, incluidos los niños, “es un procedimiento normal” que se utiliza en Cisjordania.
El coronel Itai Virob, comandante de la Brigada Kfir, reveló el pasado mes que cuando están cumpliendo una misión “es normal utilizar la agresividad contra todos y cada uno de los habitantes de un pueblo”. Según afirmó, los interrogatorios incluían bofetadas, palizas y patadas.
Como consecuencia de esto, Gabi Ashkenazi, el jefe de los servicios armados, se vio obligado a presentarse ante el parlamento israelí para desautorizar la conducta de sus soldados. Las palizas estaban “absolutamente prohibidas”, dijo a los parlamentarios.
El coronel Virob hizo esos comentarios durante un testimonio ante un tribunal en defensa de dos soldados, incluido su comandante adjunto, acusados de golpear a los palestinos en el pueblo de Qaddum, cerca de Nablus. Uno de ellos dijo al tribunal que “el ejército adiestra a los soldados para que se muestren agresivos”.
El coronel Virob apareció para confirmar esa observación, diciendo que era una de las políticas seguidas para “alterar el equilibrio” de la vida de los pueblos durante sus misiones y que la inmensa mayoría de los ataques se perpetraban “contra personas que no estaban implicadas en nada”.
La pasada semana hubo más revelaciones de malos tratos a palestinos, algunos tan jóvenes como de catorce años de edad, que fueron difundidos por la TV israelí utilizando el material recogido por soldados disidentes como parte del proyecto Rompiendo el Silencio, y en las que se pone de relieve la brutalidad del ejército.
Dos soldados que servían en el batallón Harub dijeron que habían sido testigos de palizas en una escuela del pueblo de Hares, al suroeste de Nablus, en Cisjordania, en una operación del mes de marzo efectuada para detener a los niños que lanzaban piedras. Muchos de los que se llevaron no estaban implicados, dijeron los soldados.
Durante una operación de doce horas de duración que empezó a las tres de la madrugada, a 150 detenidos les colocaron una venda sobre los ojos y les esposaron por detrás con una cuerda de nylon tan fuertemente apretada que hizo que las manos se les pusieran azules. Las palizas peores, dijeron los soldados, tuvieron lugar en los aseos de la escuela.
Según el testimonio de un soldado, a un niño de quince años se le dio “una bofetada que le tumbó en el suelo”. Añadió que muchos de sus camaradas “ponen de rodillas a los palestinos porque se aburren, porque estás allí durante diez horas y no estás haciendo nada, por eso se ponen a golpear a la gente”.
La información aportada por los soldados confirma los hallazgos del DCI, señalando que tras producirse algún disturbio, o durante los ataques nocturnos contra sus hogares, se llevaban a los niños en redadas generalizadas.
En su informe aparece una selección de testimonios de los niños que representaron a lo largo del año 2008 y en los que se describen las palizas que los soldados israelíes les dieron o las torturas aplicadas por los interrogadores.
Un niño de diez años, identificado como Ezzat H., describió un registro del ejército en la casa de su familia en búsqueda de una pistola. Dijo que un soldado le abofeteó y le pegó repetidamente durante las dos horas que le estuvieron interrogando, antes de que otro soldado le apuntara con el rifle: “El cañón del rifle estaba a tan sólo unos centímetros de mi cara. Me sentía tan aterrado que empecé a temblar. Se pusieron a burlarse de mí”.
Otro niño, Shadi H., de quince años, dijo que los soldados les obligaron a él y a su amigo a desnudarse en un huerto de naranjas cerca del Tulkarem mientras los soldados les lanzaban piedras. Después les golpearon con las culatas de los rifles.
Yamil K., de catorce años, describió cómo le llevaron a un campo militar donde fue golpeado y después le pusieron una cuerda apretado rodeando su cuello y se mofaron parodiando una ejecución.
Yehuda Shaul, de Rompiendo el Silencio, dijo que los soldados trataban como adultos a los niños de más de doce o trece años.
“Es la primera vez que un soldado de alto rango [Coronel Virob] se une a nosotros para denunciar el hecho –aunque no sea ésa su intención- de que el uso de la violencia contra los palestinos no es algo excepcional sino la política que se sigue. Hace unos cuantos años ningún alto oficial hubiera tenido agallas para decir eso”, manifestó.
El informe del DCI también subraya el uso sistemático de la tortura por parte de los interrogadores del ejército y del servicio secreto, el Shin Bet, en un intento de conseguir confesiones de los niños que a veces están implicados en el lanzamiento de piedras.
Islam M., de doce años, dijo que le amenazaron con arrojarle agua hirviente al rostro si no admitía que había lanzado piedras y después le empujaron contra un arbusto espinoso. Otro muchacho, Abed S., de dieciséis años, declaró que le ataron de manos y pies en forma de cruz a un muro de la habitación de interrogatorio durante un día y después le confinaron en solitario durante quince días.
El mes pasado, el Comité de Naciones Unidas Contra la Tortura, un panel de expertos independientes, expresó “profunda preocupación” por el trato que Israel daba a los menores palestinos.
Según el informe del DCI, cada año se lleva a unos 700 niños ante tribunales militares israelíes, y que se les niega, hasta a los niños de doce años, poder contar con el apoyo de un abogado durante los interrogatorios.
Añade que los interrogadores, de forma rutinaria, tapan los ojos y atan las manos de los niños durante los interrogatorios y que utilizan técnicas que incluyen bofetadas y patadas, privación de sueño, confinamiento en solitario, amenazas a los niños y a sus familias, manteniéndoles atados durante largos períodos.
Esas prácticas fueron prohibidas por el Tribunal Supremo de Israel en 1999 pero siguen aplicándose, según documentan ampliamente los grupos israelíes por los derechos humanos.
El DCI dice que hay informes de que a varios niños se les encerró en celdas especialmente diminutas, en un centro de detención cerca de Haifa, al que se refieren como el Número 36. Las celdas no tienen ventana ni ventilación, sus paredes son oscuras y hay una débil luz encendida durante las veinticuatro horas.
En el 95% de los casos, los niños son acusados a partir de confesiones firmadas que están escritas en hebreo, una lengua que muy pocos de ellos comprenden.
Una vez sentenciados, y en violación del derecho internacional, se mantiene a los niños en prisiones de Israel donde sus familias no pueden visitarles y donde no se permite que reciban educación alguna.
El DCI critica también la “cultura de impunidad” entre el Shin Bet, indicando que ninguna de las 600 quejas por torturas presentadas contra sus interrogadores durante la segunda Intifada ha conseguido que se abra una investigación criminal.
Yesh Din, un grupo israelí por los derechos humanos, informó en noviembre que los soldados raramente se enfrentan a una acción disciplinaria como consecuencia de sus conductas ilegales.
Los datos del ejército desde el 2000 hasta finales de 2007, revelaron que la policía militar había acusado a soldados en sólo 78 de las 1.268 investigaciones. La mayor parte de los soldados recibieron sentencias insignificantes.
Los estudios académicos sugieren que los soldados israelíes vienen, desde hace años, utilizando rutinariamente la violencia contra los civiles palestinos.
A finales de 2007, los israelíes se sintieron traumatizados por los testimonios recogidos por la psicóloga clínica Nufar Yishai-Karin de 21 soldados con los que compartió el servicio militar durante los primeros años de la década de 1990.
Los soldados le contaron incidentes en los que se disparaba o atacaba a meros transeúntes. En uno de los testimonios más turbadores, un soldado contó que había presenciado cómo su comandante atacaba a un niño de cuatro años que jugaba con la arena en Gaza.
“Le rompió la mano por aquí, en la muñeca. Le rompió la pierna por aquí. Y empezó a pisotearle el estómago, en tres ocasiones, y luego se fue… Al día siguiente, salí con él en otra patrulla y los soldados empezaron a hacer lo mismo”.
Sigue aumentando la cifra de esa clase de testimonios desde que Rompiendo el Silencio empezó en 2004 a llamar la atención sobre el maltrato del ejército hacia los palestinos.
Jonathan Cook es escritor y periodista. Vive en Nazaret, Israel. Los últimos libros que ha publicado son: “Israel and the Clash of Civilizations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East” (Pluto Press) y “Disappearing Palestine: Israel’ Experiments in Human Dispair” (Zed Books). Su página web es: www.jkcook.net
Este artículo fue publicado por primera vez en The Nacional (www.thenational.ae).
Texto original en inglés:
http://www.counterpunch.org/cook06172009.html