Este es el último poema que tengo.
Está dedicado a una hermana espiritual de mi grupo de Recuperación:
Dime que no me amas
Dime que no me amas…
Que tú no puedes amar
a quien se atreve a posar
su nido entre tus ramas,
estando, como estoy,
en estas tristes condiciones,
que no sé ni a dónde voy,
ni recibo bendiciones.
Di que nunca te has fijado
en un hombre enredado,
enfermo, medio loco, desdentado,
viejo, miope, mal trajeado.
Que jamás tu corazón
se fijará, con pasión,
en rey pobre, sin blasón,
sin castillo, sin ganado,
sin riqueza, sin caballos,
sin corte ni vasallos,
sin reino y endeudado.
No lo dices, pero yo lo sé.
Que jamás tú hubieras amado
a un hombre arruinado
que no tiene ni para el té.
Que nunca hubieras soñado
con un hombre que ha iniciado
tarde su recuperación
y te entrega su corazón
desnudo, dolido, maltratado.
Mira, mujer, las virtudes
que tengo para mostrar
y que, en otras latitudes,
suelen de mí, hablar:
Que soy noble, espiritual,
sabio, muy audaz,
y valiente, y muy capaz…
Yo no sé si acaso soy
todo lo que me atribuyen,
pero sé que a donde voy
dos pupilas contribuyen
a mi recuperación.
Esas pupilas, en mi mente,
siempre dan alimentación
a mi sueño vehemente
de lograr la redención.
Esas pupilas, son
de tus ojos, hermana,
y guían mi recuperación.
Y aunque no me puedas amar,
yo me voy a recuperar,
con esa luz sin pasión
que de tus ojos emana.
(Edgar Campos, peruano)