Las autoridades paquistaníes no tienen ninguna duda: los talibanes han cumplido la venganza que prometieron por la ofensiva que el Ejército lleva a cabo en Waziristán del Sur. Aunque como siempre que hay víctimas civiles nadie reivindicó la matanza, Islamabad sabe que la mano insurgente está detrás del ataque más mortífero que ha sacudido el país asiático en los últimos dos años. Noventa muertos por la explosión de un coche-bomba en la ciudad noroccidental de Peshawar, muchos de ellos mujeres y niños. Los terroristas además aprovecharon la visita de la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, para que su barbarie tuviera mayor impacto.
Eran las 13.20 hora local (cinco menos España) y el popular mercado de Mandi se encontraba abarrotado de gente. Las madres acababan de recoger a sus hijos del colegio y se disponían a realizar la compra diaria. De repente se desató el infierno. El estallido de unos 150 kilos de explosivo hicieron saltar por los aires todo lo que se encontraba a decenas de metros a la redonda. Innumerables vehículos y casi una treintena de comercios, muchos de los cuales estuvieron durante horas en llamas, se convirtieron en chatarra y escombros. La bomba derrumbó también seis edificios.
El panorama era desolador. Los restos de los cadáveres quedaron esparcidos sin posibilidad de que se pudiera identificar a muchos de ellos. Cerca de dos centenares de heridos no dejaban de pedir auxilio, aunque algunos, dado su estado crítico, apenas emitían un sonido gutural. Los lamentos de los que habían sobrevivido se mezclaban con las prisas por ayudar a los atrapados bajo las ruinas. Poco después el ulular de las sirenas de las ambulancias y de las unidades de bomberos rompía el ambiente de muerte. Los heridos fueron trasladados a los hospitales, entre ellos el Lady Reading, el de mayor capacidad de Peshawar. Pero no daba abasto. Todo se desbordó y los responsables médicos sólo acertaban a realizar un llamamiento urgente para que se acudiera a donar sangre.
Víctimas atrapadas
Horas después del atentado, los equipos de rescate continuaban retirando cadáveres y las autoridades temían que hubiera más personas atrapadas. La televisión mostró en directo cómo uno de los edificios se derrumbaba cuando los bomberos trataban de apagar el fuego desatado por la detonación.
Las habituales condenas no se hicieron esperar. Tanto el primer ministro, Yusuf Razá Guilani, como el presidente, Asif Alí Zardari, así lo hicieron, pero no sirvieron de consuelo para los familiares de las víctimas.
El atentado más grave que sufre Pakistán desde el 18 de octubre de 2007, cuando un suicida acabó con 150 personas en Karachi, se produjo poco después de la llegada de Hillary Clinton a Islamabad para una visita de tres días.
En una rueda de prensa junto a su homólogo paquistaní, Shah Mehmud Qureshi, la jefa de la diplomacia de Estados Unidos, principal aliado de Islamabad, prometió «toda la ayuda necesaria» para derrotar al terrorismo. «Esta lucha no es sólo de Pakistán -señaló Clinton-. Es también nuestra lucha. Estamos hombro con hombro con vosotros y os vamos a dar toda la ayuda que necesitéis».