En días recientes me he desentendido un poco de la blogosfera cubana. Al parecer, la falta de tiempo, el trabajo acumulado y el miedo a repetirme y repetirme provocaron un desgano del cual sólo me podría librar un amigo de mi juventud y cómplice de siempre —que no es Borges, ni Bolaño, ni Kundera—: Robert Graves. El lunes —que acá es feriado— devoré de una sentada su excelente recuento de los mitos griegos. Y ya tengo en mis manos The Golden Fleece, que leí una y otra vez en mi adolescencia, en edición en castellano que llevaba por título Hércules y yo y que ahora no aparece ni en los centros espirituales.
Ya con el ánimo repuesto, anoche pegué algún cabezazo releyendo la “Apología de Sócrates” y esta mañana me ha sacado del marasmo de una vez y por todas la correspondencia que Juan Juan Almeida ha dirigido al diario Granma —Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba—, así como al ministro de salud de la isla y al mismísimo Raúl Castro, Heredero en Jefe©.
Para quienes no conozcan al remitente: el susodicho es hijo de Juan Almeida Bosque, uno de los pilares de la dictadura cubana. Sin embargo, el alto linaje de Juan Juan no ha impedido que el régimen que su padre ayudó a instaurar y mantener por la fuerza le haya negado en repetidas ocasiones el permiso de salida de la isla; esto, en detrimento de su salud, ya que padece de una enfermedad reumatológica que sólo puede atenderse fuera de Cuba. No estoy aquí para defender a hijos de papá, pero no olvido que el derecho a entrar y salir de cualquier país —incluso del propio— es universal y el régimen cubano lo viola a su antojo. (A tal efecto, el blog Evidencias se dedica a compilar los casos de negativas de entrada o salida de la isla).
Regreso a Juan Juan. Y hago tres apartes.
El primero: su caso no es único. Cuando el régimen le niega a un cubano el permiso de salida de la isla, dicha decisión va directamente en detrimento de la salud del implicado. En la actualidad, no hay peor lugar para el bienestar de cuerpo y alma de un cubano que su tierra natal. Si no a su salud física, la prohibición afectará su salud mental. (Quería hacer un chiste aquí, pero esto no tiene nada de cómico).
El segundo: en la carta a Raúl Castro, Almeida Jr. refiere un intercambio con funcionarios del ministerio de salud pública, en el que le dicen que «necesita un nivel de aprobación que no está aquí, y sin ese nivel de aprobación su caso no puede proceder. Por parte del ministerio, de este ministerio, en lo que a presupuesto y eso no hay ningún problema. Tu (sic) has ido en otras ocasiones y (…)».
El tercero: en la carta a Granma, el afectado declara: «desde principios de los 90, me atiendo en el Hospital Erasme de Bruselas, Bélgica».
La relación implícita entre los dos párrafos anteriores no deja de llamarme la atención. Este descendiente de la alta cúpula de la Junta Militar cubana, según se puede inferir, viajaba con fondos del erario público a curar sus dolencias allende los mares. No tengo nada en su contra y le deseo que pueda salir pronto y curarse de ese mal endémico que es Cuba, pero no quiero pasar por alto el hecho de que mientras el pueblo cubano sufría una hambruna terrible que desencadenó en aquella polineuritis que hizo perder desde la vista hasta la vida a un considerable número de sus ciudadanos, este descendiente predilecto de la revolución entraba y salía a sus anchas (sospecho que financiado por fondos públicos).
En este caso, la relación entre sujeto y Estado ha ido de «en lo que a presupuesto y eso no hay ningún problema» —el énfasis es mío— a una recurrente negativa a permitirle viajar.
Vuelvo a su carta al diario oficialista Granma, en la cual Juan Juan alega que lo montaron en un microbús y lo hicieron viajar con un capuchón y que entre interrogatorios y demás perdió la noción del tiempo, y hasta menciona al dios Cronos, que en la antigüedad regía el correr del minutero… ¡y recuerdo por qué empecé esta nota hablando de mis relecturas de los mitos griegos! Cronos, padre de Zeus y quien fuera destronado y enviado al exilio por éste, logró escapar de la isla a la cual fuera confinado y se mezcló con los mortales, adoptando el nombre de Saturno, ente famoso por devorar a sus hijos.
La revolución cubana, intuyo, por fin completa su ciclo.
http://belascoainyneptuno.com/2009/05/27/la-salud-en-cuba-y-otros-mitos/