Cercando a Venezuela
La
Revolución Bolivariana se ve rodeada por nada menos que trece bases
estadounidenses, situadas en Colombia, Panamá, Aruba y Curazao, así
como por los portaaviones y navíos de guerra de la IV Flota
Ignacio Ramonet |
Le Monde Diplomatique |
Hoy a las 16:25 | 244 lecturas | 5 comentarios
La
llegada al poder, en Venezuela, del Presidente Hugo Chávez el 2 de
febrero de 1999 coincidió con un acontecimiento militar traumático para
Estados Unidos: la clausura de su principal instalación militar en la
región, la base Howard, situada en Panamá, cerrada en virtud de los
Tratados Torrijos-Carter (1977).
En sustitución, el Pentágono
eligió cuatro localidades para controlar la región: Manta en Ecuador,
Comalapa en El Salvador y las islas de Aruba y Curazao (de soberanía
holandesa). A sus -por decirlo así- ‘tradicionales' misiones de
espionaje, añadió nuevos cometidos oficiales a estas bases (vigilar el
narcotráfico y combatir la inmigración clandestina hacia Estados
Unidos), y otras tareas encubiertas: luchar contra los insurgentes
colombianos; controlar los flujos de petróleo y minerales, los recursos
en agua dulce y la biodiversidad. Pero desde el principio sus
principales objetivos fueron: vigilar Venezuela y desestabilizar la
Revolución Bolivariana.
Después de los atentados del 11 de
septiembre de 2001, el Secretario norteamericano de Defensa, Donald
Rumsfeld, definió una nueva doctrina militar para enfrentar al
"terrorismo internacional". Modificó la estrategia de despliegue
exterior, fundada en la existencia de enormes bases dotadas de numeroso
personal. Y decidió reemplazar esas megabases por un número mucho más
elevado de Foreign Operating Location (FOL, Sitio Operacional
Preposicionado) y de Cooperative Security Locations (CSL, Sitio
Compartido de Seguridad) con poco personal militar pero equipado con
tecnologías ultramodernas de detección.
Resultado:
en poco tiempo, la cantidad de instalaciones militares estadounidenses
en el extranjero se multiplicó, alcanzando la insólita suma de 865
bases de tipo FOL o CSL desplegadas en 46 países. Jamás en la historia,
una potencia multiplicó de tal modo sus puestos militares de control
para implantarse a través del planeta.
En
América Latina, el redespliegue de bases ya permitió que la de Manta
(Ecuador) colaborase en el fallido golpe de Estado del 11 de abril de
2002 contra el Presidente Chávez. A partir de entonces, una campaña
mediática dirigida por Washington empieza a difundir falsas
informaciones sobre la pretendida presencia en ese país de células de
organizaciones como Hamás, Hezbolá y hasta Al Qaeda.
Con
el pretexto de vigilar tales movimientos, y en represalia contra el
gobierno de Caracas que puso fin, en mayo de 2004, a medio siglo de
presencia militar estadounidense en Venezuela, el Pentágono amplia el
uso de sus bases militares en las islas de Aruba y Curazao, situadas
muy cerca de las costas venezolanas, donde últimamente se han
incrementado las visitas de buques de guerra estadounidenses.
Lo
cual ha sido recientemente denunciado por el Presidente Chávez: "Es
bueno que Europa sepa que el imperio norteamericano está armando hasta
los dientes, llenando de aviones de guerra y de barcos de guerra las
islas de Aruba y Curazao. (...) Estoy acusando al Reino de los Países
Bajos de estar preparando, junto al imperio yanqui, una agresión contra
Venezuela" (1).
En 2006, se empieza a hablar en
Caracas de "socialismo del siglo XXI", nace la Alianza Bolivariana para
las Américas (ALBA) y Hugo Chávez es reelegido presidente. Washington
reacciona imponiendo un embargo sobre la venta de armas a Venezuela,
bajo el pretexto de que Caracas "no colabora suficientemente en la
guerra contra el terrorismo". Los aviones F-16 de las fuerzas aéreas
venezolanas se quedan sin piezas de recambio. Ante esa situación, las
autoridades venezolanas establecen un acuerdo con Rusia para dotar a su
fuerza aerea de aviones Sukhoi. Washington denuncia un presunto
"rearmamento masivo" de Venezuela, omitiendo recordar que los
principales presupuestos militares de América Latina son los de Brasil,
Colombia y Chile.
Y que, cada año, Colombia recibe una ayuda militar estadounidense de 630 millones de dólares (unos 420 millones de euros).
Apartir
de ahí, las cosas se aceleran. El 1 de marzo de 2008, ayudadas por la
base de Manta, las fuerzas colombianas atacan un campamento de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) situado en el
interior del territorio de Ecuador. Quito, en represalia, decide no
renovar el acuerdo sobre la base de Manta que vence en noviembre de
2009. Washington responde, el mes siguiente, con la reactivación de la
IV Flota (desactivada en 1948, hace sesenta años...) cuya misión es
vigilar la costa atlántica de América del Sur. Un mes más tarde, los
Estados sudamericanos, reunidos en Brasilia, replican creando la Unión
de Naciones Suramericanas (UNASUR), y, en marzo de 2009, el Consejo de
Defensa Suramericano.
Unas semanas después, el
embajador de Estados Unidos en Bogotá anuncia que la base de Manta será
relocalizada en Palanquero, Colombia.
En junio,
con el apoyo de la base estadounidense de Soto Cano, se produce el
golpe de Estado en Honduras contra el Presidente Manuel Zelaya quien
había conseguido integrar a su país en el ALBA. En agosto, el Pentágono
anuncia que dispondrá de siete nuevas bases militares en Colombia. Y en
octubre, el presidente conservador de Panamá, Ricardo Martinelli,
admite que ha cedido a Estados Unidos el uso de cuatro nuevas bases
militares.
De ese modo, Venezuela y la
Revolución Bolivariana se ven rodeadas por nada menos que trece bases
estadounidenses, situadas en Colombia, Panamá, Aruba y Curazao, así
como por los portaaviones y navíos de guerra de la IV Flota. El
Presidente Obama parece haber dejado manos libres al Pentágono. Todo
anuncia una agresión inminente. ¿Consentirán los pueblos que un nuevo
crimen contra la democracia se cometa en América Latina?
Notas:
(1) Discurso en el Encuentro del ALBA con los Movimientos Sociales de Dinamarca, Copenhague, 17 de diciembre de 2009.