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General: La desaparición de Cuba
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De: unodostres  (Mensaje original) Enviado: 02/05/2010 01:16
Cuando escuchan una voz pidiendo libertad, estos reyezuelos del ajado verde olivo se apresuran a satanizar a los 'gusanos'
Este país jamás será doblegado. Prefiere desaparecer, como lo demostramos en 1962». Tal es la apocalíptica proclama con que reacciona Raúl Castro, presidente de Cuba, ante la condena internacional por la reiterada violación de los derechos humanos en aquel país. La inaudita amenaza, chantaje o rabieta del señor Castro ya no sorprende a nadie, y el empleo de la tercera persona ('prefiere') en el enunciado de la frase delata, una vez más, la naturaleza patrimonial que los hermanos Castro se arrogan sobre el país. Cuba no es de los cubanos, da a entender el mandatario; los amos de la isla son ellos, Raúl y Fidel. En exclusividad. Inapelablemente. Y a ninguno de los dos se le ocurre la idea de formular esta simple pregunta a la ciudadanía: ¿Prefieren desaparecer ustedes o que desaparezcamos nosotros?
El 8 de enero de 1959, tan lejano en el tiempo de mi juventud y tan vivo en la herida de los cubanos libres, presencié la llegada de los alzados de Sierra Maestra a La Habana. Ví cómo la muchedumbre se arremolinaba a lo largo del Malecón y se arracimaba en torno a los 'jeeps' desde los que levantaban brazos y fusiles victoriosos los hombres del 26 de Julio. Entre ellos venía, por supuesto, el 'barbudo' que arrancaba más aclamaciones: el Comandante. Rugían cláxones y altavoces, se despanzurraban en las aceras las ruletas, las máquinas tragaperras y todo símbolo del Gobierno vencido, mientras la multitudinaria comitiva avanzaba por la gran avenida marítima. Desde las aguas de la bahía -en otro tiempo frecuentadas por navíos negreros, por transatlánticos acarreadores de emigrantes gallegos y asturianos o por yates al mando de magnates de Wall Street- tronaban las sirenas de los barcos. Y al enardecimiento de la acogida se sumaban los jubilosos cañonazos disparados desde la fortaleza de La Cabaña.
La corrupción del régimen batistiano había engendrado en el pueblo tan elevadas ansias de liberación que, con el triunfo fidelista, se cumplía el gran sueño de los cubanos, desde el guajiro desasistido en su mísero bohío al encumbrado explotador de la zafra; desde el negro descendiente de africanos yorubas o lucumís a los regentadores de la ruleta, el burdel o las divisas; desde el politicastro mendicante de votos al turista degradado que, ahíto de ron y dólares, se dejaba rodear de jovencitas fáciles en el sofisticado Sugar Room del hotel Habana Hilton o ante el mostrador del Floridita, recinto bien pertrechado de truhanes, traficantes y buscavidas de cualquier latitud.
Por tanto, la revolución regeneradora que Fidel había propugnado desde las breñas de Sierra estuvo justificada. Ocurrió, sin embargo, que, detrás de la gran promesa sutilmente urdida no existía más que una despiadada mentira. Y hoy, medio siglo después, alcanza tal desmesura el fracaso de aquel falaz ideario 'humanista', que al pueblo cubano, sometido a una oprobiosa cerrazón de pensamiento único, se le impide exteriorizar el menor signo de discrepancia, pues sus insaciables gobernantes utilizan tan democrático sistema político como el que tilda de delincuente o mercenario del poder extranjero a quien sólo aspira a expresar su opinión. Recalcitrantes vulneradores de elementales derechos humanos ante un pueblo que luchó por ellos, que creyó en ellos y que hoy sobrevive bajo su abusiva tutela, aherrojado por privaciones y barreras, los hermanos Castro no dudan en recurrir a los métodos más expeditivos para apolillarse en el poder. Cuando escuchan una voz pidiendo libertad, estos reyezuelos del ajado verde olivo se apresuran a satanizar a los 'gusanos' que intentan rechazar las consignas oficiales. Sin embargo, tanta mordaza, tan enfermiza intransigencia ha comenzado a generar una reacción condenatoria desde muchas partes del mundo que, sobre todo, estimula la aparición de más 'gusanos' en la sociedad cubana. Ya no se trata sólo de los millares de 'gusanos' desterrados, ni de los desesperanzados balseros que se juegan la vida a merced de los tiburones del Golfo de México, ni de los maltratados presos de La Cabaña, ni de las valerosas Damas de Blanco, ni de la pobre jinetera que sueña con comprarse un par de zapatos ni de la heroica 'bloggera' Yoani Sánchez, a quien se le prohíbe salir del país para recoger los diversos galardones internacionales que ha venido recibiendo por su ejecutoria. 'Gusanos' son, en fin, todos los cubanos que no piensan como Fidel ni como Raúl, los dos arbitrarios revolucionarios.
Hablo de gusanos, y quiero reafirmarme en esta palabra. Nunca ha sido tan dignificado el nombre de gusano como ahora, en que se aplica a quienes disienten. Que no ofenda a los demócratas el calificativo de 'gusano' cuando el castrismo utilice el vocablo para señalar como vil y despreciable a quien se opone a la dictadura. Y, ante episodios de tanto coraje como los protagonizados por los disidentes Zapata y Fariñas, es deseable la unión de todos los cubanos demócratas, ofendidos a diario por los Comités de Defensa de la Revolución, impúdicos controladores de la respiración del pueblo. Que cunda, pues, la 'gusanera'; que afloren más 'gusanos' desde todos los rincones, en el convencimiento de que serán ellos, y no el totalitarismo vergonzante, quienes acabarán ganando la batalla. Ya se sabe que los verdaderos gusanos de la tierra gustan de lo rancio, lo corrompido y lo dañado. Ateniéndonos a lo que los hermanos Castro intentan al aplicar el apelativo pretendidamente vejatorio, ningún manjar se podría ofrecer con más justicia a los 'gusanos' que los malolientes despojos de un sistema político inepto y anacrónico. Estoy seguro, en fin, de que llegará la hora en que el diccionario de la Lengua española incorpore una nueva acepción del término 'gusano', en honor de todos los cubanos amantes de la libertad en una Cuba purificada y justa que está a punto de sobrevenir y que nunca desaparecerá.



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