El castrismo es fascismo
No hay duda de la tenacidad con que se dicen socialistas Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Pero la tenemos, y muy grande, de que lo sean realmente. Y para no andar con manoletinas, diremos de una vez que andan lejos del socialismo los compadres, y en cambio plenamente identificados en su andar con el nazismo y un poco más con el fascismo de Mussolini. Asín lo dice hoy Fernando Londoño en su columna en “El Tiempo” de Bogotá.
Empecemos por recordar al que lo sabe, y por revelárselo al que lo ignore, que estas tres criaturas, nazismo, fascismo y socialismo, fueron engendradas por Federico Hegel, la cifra más alta del idealismo alemán. Hegel, sucesor en la cátedra de otro gran defensor del despotismo ilustrado, Fichte, identificó la idea con la realidad plena, el absoluto en cuya búsqueda va nuestro destino. En política, la suprema idea es el Estado y como tal es la plena realidad, o Dios sobre la Tierra, como el propio Hegel concluyó. O como Mussolini lo leyó, todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado.
Para ir de la mano de la concepción política de Hegel, el totalitarismo tenía que predicarse sobre lo social, insuperable fórmula para hundir en el abismo lo liberal como medida y forma de la política. Por eso, el nazismo es nacional-socialismo; el fascismo, el socialismo de los fascios y el comunismo, simplemente el socialismo, en la nomenclatura de Lenin.
Simplificando un tanto cuestión tan densa, diremos que el socialismo es el totalitarismo de Estado que pregona la eliminación de la propiedad privada, engendro burgués que soporta el sistema demo-liberal, para sustituirla por la propiedad estatal de todos los medios de producción. El socialismo es incompatible, absolutamente, con propietarios y empresarios privados.
El nazismo y el fascismo saben coexistir con los capitalistas, siempre y cuando se asocien a su proyecto de autoridad sin límites. Que está fundado, el primero, en una raza privilegiada que tiene vocación de dominar todas las demás, por un destino histórico irreversible. Es la raza del superhombre de Nietzsche, identificada con la aria exaltada por Hitler, o la raza indígena, fuera de la cual no hay salvación en el incipiente ideario de Chávez y Correa. Y el segundo, en un poder de dominación universal que sería el renacimiento de la Roma Imperial, montado sobre los hombros de los agresivos fascios. Ambos, nazismo y fascismo, son los pregoneros de la acción directa, que no es otra cosa que la violencia instituida como única regla del derecho. La noche de los cristales rotos tiene directo parentesco con las palizas que las camisas pardas les daban a sus contrincantes, y cuando se les fue la mano con la cadena de crímenes que empezó con el del socialista Matteoti.
Ni Chávez, ni Evo, ni Correa se le han apuntado hasta ahora a eliminar la propiedad y la empresa privadas. Persiguen a las que les estorben en su programa totalitario, y las confiscan o las compran. Pero nada más. Bien por cautela, o por convicción, o porque no sepan que no hay socialismo con propiedad burguesa, no pretenden eliminarla. Mejor, en la Venezuela chavista se hacen fortunas enormes, como suele ocurrir en todas las dictaduras. Pero los tres de la barra en el barrio aman y practican la acción directa, y cualquier cosa que se haga en oposición a sus dictados es traición a la patria, que es una, soberana, intangible… y, sobre todo, suya. Sobre ese trasfondo de grandes corruptelas y envejecidos fanatismos, se eleva el poder absoluto concentrado en una sola mano. El Congreso es una mascarada; el poder judicial, una sirvienta y los medios de control, unas comparsas. Y cuando la política interna amenaza crisis, nada mejor que una camorra externa. La de Hitler y Mussolini costó setenta millones de vidas y la ruina de sus naciones. Los fascistas del barrio, que de socialismo muestran poco, no saldrán gratis. En política no hay locato inofensivo.
Fernando Londoño Hoyos
El Tiempo - Bogotá
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