JUDIOS EN CUBA
Por Ciro Bianchi Ross (CubAhora)
Aun así, fue tarea ardua la de ellos en su afán de echar raíces y en todo el nuevo continente, pues cuando se autorizó la venida de los hijos de los quemados por la Inquisición, se les impuso la restricción de que no ocupasen cargos públicos.
Se les obstaculizaba su movilidad social y no fructificaban sus expedientes de “limpieza de sangre”.
No fue hasta 1881 cuando el gobierno de Madrid autorizó la migración de los judíos.
Es a partir de entonces que puede hablarse de una comunidad judía en Cuba, si bien no existía la libertad de cultos.
Martí tuvo a judíos entre sus colaboradores cercanos y fue valioso el aporte de la comunidad judía de Cayo Hueso a la Guerra de Independencia, en la que sobresalieron combatientes judíos.
En 1906 sumaban unos mil los judíos radicados en Cuba.
Fundaron una sinagoga en La Habana y un cementerio en Guanabacoa. De 1910 a 1917 arribaron unos cuatro mil judíos sefarditas procedentes de Marruecos y Turquía. En 1919 llegaban a dos mil los hebreos ashknazis provenientes de Polonia, Rusia y Lituania y esa cifra se duplicaría hacia 1924.
Los sefarditas buscaban las zonas suburbanas o rurales. Eran vendedores ambulantes e introdujeron los créditos en su práctica comercial.
Al comercio y a la pequeña industria se dedicarían en La Habana los ashknazis, sobre todo durante la II Guerra Mundial y después. En 1945 se contaban unos 25 000 judíos en Cuba.
Dos periódicos, uno en yiddish, y otro en español, se editaban para esa comunidad que desplegaba una activa vida cultural y social, tanto en la capital como en las provincias.
Muchos de ellos, con el final de la guerra, volvieron a Europa o pasaron a radicarse en Estados Unidos o Canadá.
De esa etapa se recuerdan los nombres de Erich Kleiber, brillante músico que dirigió la Orquesta Filarmónica, Ludwig Chajovitz, que fundó e impulsó el Teatro Universitario, y Sandú Darié, destacado pintor y escultor que nunca más se fue de Cuba.
Esa comunidad entró en crisis a partir de 1960 cuando la nacionalización de comercios e industrias provocó la emigración de la mayoría de sus componentes, por lo general comerciantes y profesionales. ¿De qué fuentes se nutriría?
El Patronato Hebreo convocó a todo el que tuviera briznas de judaísmo en su estirpe. Eran escasas las parejas que contaban con ascendencia judía directa y desde 1965 las uniones matrimoniales eran mixtas, pues un judío o una judía casi nunca podían casarse con alguien de su misma creencia.
El Patronato debía actuar con tacto y de manera flexible, poniendo a un lado el excesivo fervor religioso. Por suerte había adoptado el rito conservador, que es mucho más moderno y acorde con los tiempos que el rito ortodoxo.
En ese rito, enquistado en tradiciones antiguas, es la madre judía la que otorga legitimidad a sus descendientes. Ahora se trataba de que todas las familias, mixtas o no, se asumieran como judías.
A diferencia del rito tradicional, donde las mujeres no pueden mezclarse con los fieles masculinos, el rito conservador concede a la mujer acceso pleno al ritual.
En Cuba, donde no reside ni oficia un rabino de manera estable, son mujeres las que se encargan de conducir el oficio.
El mundo judío no es uno ni monolítico, advierte el escritor cubano de ascendencia judía Jaime Sarusky.
En Cuba, los hebreos enfrentan la dramática disyuntiva de disolverse o intentar reencontrarse y conseguir una cohesión, por precaria que sea.
Concluye Sarusky: «Es imposible vaticinar cómo será la comunidad hebrea en Cuba en el 2025 o en el 2050. Pero si aún entonces permanece viva y activa, seguramente tendrá características muy propias, en las que estarán fundidas, en una entidad singularmente caribeña, dos tradiciones: la hebrea y la cubana».