De la celebración de la Fiesta Nacional destaco, en esta ocasión, el homenaje a la bandera.
Como todos los símbolos, la bandera, cualquier bandera, de cualquier entidad, tiene el valor que cada uno le otorgue. Puede ser un trapo sin más componente emocional que una sábana, o puede ser un elemento de unión que mueva lo más profundo del espíritu de quien siente lo que representa. Este es el caso de la bandera de una Nación, y en lo que atañe a los españoles, de nuestra bandera nacional.
El Gobierno de Zapatero ha devaluado los símbolos que unen a los españoles como ha malbaratado tantos otros valores importantes. En España se queman fotografías del Rey y no pasa nada. En España se queman banderas de España y no pasa nada. Por esos mundos un atentado contra la bandera de la Nación produce una respuesta inmediata con la Ley en la mano. En España no. Quienes tendrían que actuar suelen mirar para otro lado. Paralelamente, el Gobierno de Zapatero ha consentido que en ciertas regiones con ínfulas secesionistas por el método de inventarse la Historia, se respete y se homenajee a sus banderas, lógico, aunque más de una sea un auténtico invento sin tradición alguna, al tiempo que en esos territorios se menosprecia la bandera nacional que es la bandera de todos. Tampoco pasa nada, merced a un buenismo ciego y pusilánime. O a algo peor.
Pienso, por ejemplo, en aquella bandera del monte Gorbea. ¿Recuerdan? El 18 de junio de 2009 una unidad militar acampó en el monte Gorbea, en la raya entre Álava y Vizcaya, en el transcurso de unas maniobras, y a los soldados se les ocurrió colocar una bandera española en la cruz que existe desde hace más de un siglo en aquel lugar. Era un hecho natural. El monte Gorbea está en España y no existe impedimento alguno para que unos españoles, sean militares o no, coloquen una bandera de su país en cualquier lugar del territorio nacional.
El PNV, que acababa de perder el Gobierno del País Vasco, se sintió “agraviado” por la bandera española del Gorbea y pidió explicaciones a la ministra Chacón por tan grave ofensa. Y la ministra se las dio con más desahogo que sentido común. Dos militares sufrieron sanciones por el “error” de colocar la bandera. El día 4 de julio los “peneuvistas” convocaron en el monte, como “acto de desagravio”, un homenaje a la “ikurriña”. Decenas de “ikurriñas” ocuparon el lugar en que había ondeado la bandera de España.
Es sabido que la actual bandera oficial de la Comunidad Autónoma del País Vasco era la antigua bandera del PNV, que fue diseñada por Sabino Arana, el locoide fundador del nacionalismo vasco, y carece de tradición. Siempre he creído que fue un error del entonces Gobierno de UCD reconocer la bandera de un partido como bandera de la Comunidad. De aquellos polvos vienen estos lodos. Recuerdo sólo dos antecedentes del caso. La Rusia soviética hizo de la bandera de los bolcheviques la bandera de la URSS y la Alemania nazi hizo de la bandera del partido Nacionalsocialista la bandera del Reich. Quede escrito que, una vez reconocida como bandera de la Comunidad Vasca, la “ikurriña” merece el respeto y las deferencias inherentes a lo que simboliza.
En España desde la transición venimos asistiendo a una permanente “guerra de banderas”. No ya entre las banderas de Comunidades Autónomas que mantienen en su seno formaciones nacionalistas con declaradas intenciones de secesión, y la bandera de España, sino también entre la bandera nacional y la bandera tricolor de la II República. No hay manifestación, concentración o acto reivindicativo de la izquierda en el que no aparezcan banderas republicanas.
En Estados Unidos, cuyos nacionales son, al parecer, más inteligentes y más patriotas que nosotros, la bandera de la Confederación se utiliza en los Estados del sur como elemento decorativo, sentimental si se quiere, pero ello nunca supone una “guerra” con la bandera de la Unión, porque nadie quiere recordar una guerra civil. En España la bandera de la II República se confronta con la bandera nacional, hasta el punto de que la izquierda muchas veces ha otorgado gratuitamente a quien exhibe la bandera de España la condición de derechista, de retrógrado, incluso de “facha”. Esto es impensable en un país serio.
Esa atribución parcial de la bandera de España a una parte de los ciudadanos según su ideología se cae a plomo cuando los españoles, por propia y espontánea voluntad, exhiben la bandera de todos cuando quieren mostrar su orgullo nacional, como acabamos de comprobar a la vista de las múltiples banderas españolas que llenaban los vehículos, las casas y las calles durante el Campeonato Mundial de Fútbol. ¿Qué mejor respuesta general de los españoles a la memez de considerar a la bandera de la Nación un símbolo de adscripción política concreta?
Algo más chusco, que denota ignorancia, es la adjetivación como bandera preconstitucional, y por ello reprobada, a la bandera que lleva en su franja amarilla el escudo con el águila de San Juan. Recuerdo, por ejemplo, lo que hicieron pasar al obispo de Alcalá, monseñor Reig Pla, porque se le ocurrió decir misa en Paracuellos del Jarama en una iglesia en la que figuraba una bandera de España con el antiguo escudo del águila de San Juan. La bandera junto a la que ofició la misa el obispo, ciertamente sin percatarse de ello, se tildó de “preconstitucional”, pero es una apreciación ignorante, como tantas falacias que maneja la izquierda y, concretamente, el socialismo, que se creen quienes no saben Historia.
La Constitución, que es uno de los textos más citados y menos leídos, en su artículo 4,1 señala que “la bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas”. No se describe escudo alguno sobre la franja amarilla.
La legislación posterior sobre Símbolos de España completó lo que en la Constitución faltaba. La Ley de 5 de octubre de 1981 reguló el escudo, y la Ley de 28 de octubre de 1981 reguló el uso de la bandera, y es en el artículo 2.2 de esta última Ley donde se señaló que se podrá incorporar el escudo de España sobre la franja amarilla, y se determinaba en qué casos es obligatorio que el escudo figure en la bandera.
En el ejemplar original de la Constitución Española que firmó el Rey, junto a los entonces Presidentes de las Cortes (Hernández Gil), del Congreso de los Diputados (Alvarez de Miranda), y del Senado (Fontán) aparece el escudo del águila de San Juan, así como en el ejemplar del Boletín Oficial del Estado de 29 de diciembre de 1978, número 311.1, en el que se publicó por primera vez la Constitución Española que había sido sancionada por el Rey dos días antes. Y eso ocurrió con todas las ediciones de la Constitución hasta la legislación de 1981. ¿Cabe mayor evidencia de constitucionalidad?
Tampoco se puede tildar a la bandera con el águila de San Juan de “bandera franquista”, porque en realidad lo fue también de los primeros años de reinado de Juan Carlos I. Obviamente había sido enseña nacional durante el régimen de Franco, aunque el águila de San Juan fue incorporada al escudo de sus reinos por los Reyes Católicos, a iniciativa de la Reina Isabel, incluso con el haz de flechas y el yugo, conjunto heráldico que recuperaría el franquismo.
El actual escudo nacional, sustitutivo del que llevaba el águila de San Juan, tiene muchos elementos heráldicos comunes con los escudos anteriores. La bandera con el águila de San Juan no es menos constitucional que la vigente ni menos representativa de la Monarquía reinstaurada, por los motivos que he explicado; es sencillamente una bandera obsoleta desde 1981, tres años después de aprobarse la Constitución.
Si un día hablásemos con rigor de banderas “históricas” y “obsoletas” habría que reflexionar sobre esa proliferación de la bandera de la II República, a la que ya me he referido, en determinados actos y manifestaciones, incluso con participación de miembros del Gobierno. Es una bandera históricamente respetable, incluso como lo puedan ser, por ejemplo, las de los Tercios de Flandes o la borbónica desde Felipe V hasta la adopción de la roja y amarilla, en principio enseña naval, como bandera nacional. Pero como un testimonio de la Historia no como un símbolo vigente ni como un símbolo de futuro.
La bandera tricolor republicana como enseña vigente en todo el territorio nacional se mantuvo sólo cinco años, desde 1931 a 1936, y desde 1936 a 1939 sólo en una parte de España, que crecía según iban avanzando las tropas de Franco y según su Estado iba siendo reconocido por la comunidad internacional. Otro dato histórico es que la I República no cambió la bandera roja, amarilla y roja, limitándose a excluir de ella el escudo monárquico.
Cuando veo proliferar banderas republicanas en manifestaciones o actos de la izquierda pienso en aquella afirmación de Francisco Largo Caballero, llamado el “Lenin español”, líder socialista que sería Presidente del Gobierno con el Frente Popular, en un mitin el 8 de noviembre de 1933, que recoge “El Socialista” del día siguiente: “Tenemos que luchar como sea hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la revolución socialista”.
Qué ingenuos son muchos de los que, con ignorancia, tremolan la bandera tricolor. Esa era una bandera que el socialismo quería derogar. Aspiraba a hacer lo mismo que hicieron los bolcheviques en la URSS y los nazis en Alemania: convertir la bandera del partido en bandera del Estado. Y no siempre precisamente por la vía democrática.
También aclararía eso el propio Largo Caballero en su discurso del Cine Europa el 10 de febrero de 1936: “La transformación total del país no se puede hacer echando papeletas en las urnas…Estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia”. Y para mayor claridad, Largo Caballero anunciaba en el mismo mitin: “Si los socialistas son derrotados en las urnas irán a la violencia pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos”, considerando “fascistas” a los adversarios por más recibieran los votos democráticos suficientes para gobernar.
Por lo que se ve la adjetivación de “fascistas” a los adversarios políticos cuando conviene no es una novedad de la España de Zapatero. Es una constante del socialismo cuando no se escribe la historia a su gusto, aunque esa historia se haya escrito con el aval de las urnas.