Las sanciones económicas a los países afectan principalmente a la población. Muy poco al gobierno, sobre todo cuando es un régimen dictatorial.
Eso lo hemos comprobado con Cuba, sometida a un embargo económico por este país del que se ríe el dictador, pero que sufre el pueblo. Fidel Castro y su clan han vivido en la opulencia durante los 52 años del régimen. Y por supuesto, siempre previendo, como hacen todos los dictadores, tienen cientos de millones de dólares en bancos extranjeros y propiedades para toda la familia y allegados en un montón de países.
¿Cuál ha sido entonces la función del embargo? Unica y exclusivamente castigar a la población cubana. Cierto, el cacareado embargo le ha venido como anillo al dedo al dictador, que aunque pretende ante el mundo rechazarlo, lo ha utilizado durante medio siglo para tratar de justificar ante el pueblo la miseria a que lo tiene sometido.
Y aquí los políticos lo usan en sus campañas igual que hacen los que pretenden estar luchando por la libertad de Cuba, que basan su ``lucha'' (y valgan las comillas) en el apoyo al embargo.
El régimen de los Castro comercia con quien se le antoja, incluyendo este país. Y si no lo hace más, es por el desastre de su economía, que sólo funciona para la alta jerarquía de la dictadura castrista. Es una broma de mal gusto que aquí se siga esgrimiendo el embargo como arma de lucha. Pero los manipuladores del exilio, y sobre todo los políticos del patio, siguen con la cantaleta, conscientes de que no es más que eso, una cruel burla, pero que funciona a sus intereses.
Desde hace más de medio siglo, el único logro de los cubanos de la isla ha sido llegar a este país. El éxodo masivo comenzó con el triunfo de la revolución y no se ha detenido hasta el día de hoy, a sólo unos días de su 52 aniversario. Y desde que llegan a este país disfrutando de sus prebendas, lo menos que les interesa es el regreso. Así lo hemos demostrado los dos millones de cubanos que estamos en estas tierras pues definitivamente, en medio siglo no hemos hecho absolutamente nada por lograr ese regreso que hipócritamente decimos anhelar. ¡Oh!, rectifico, salvo apoyar el embargo.
José A. Vargas