Se trata de un villancico, de tradición popular, que el cantaor jerezano Rafael Ramos Antúnez, conocido como "El Niño Gloria", (1893-1954) lo hizo famoso, y su persanalísima forma de interpretarlo, lo ha convertido en un clásico en el cante gitano-andaluz, o flamenco. Tanto que el villancico se le llama "el villancico del Gloria". Un caso muy similar con lo ocurrido con Los Campanilleros de Manuel Torre.
Hoy, cuando el flamenco, o cante gitano-andaluz, tiene el reconocimiento de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, no podemos olvidar a tantas cantaoras y tantos cantaores que, gracias a ellos, supieron mantener, vivo y puro, este Arte que Andalucía creó, mantuvo y regala a toda la Humanidad. ¡Cuántos sacrificios, cuantas incomprensiones, cuántos desprecios sufrieron esos Artistas Grandes para que el flamenco no fueran canciones, (por muy respetables que sean las canciones) y que se conservara la verdadera esencia que este Arte posee, sin mixtificarlo y que no se perdiera la esencia, la grandeza y la pureza del Arte flamenco! Ellos, los que nos faltan hoy, son los merecedores de todos los elogios. Esa lucha desigual que supieron mantener esos artistas, conocidos y anónimos, ha servido. aunque las mieles del triunfo no la hayan disfrutados, como la estamos gustando y celebrando hoy los que amamos de verdad el flamenco. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) decidió incluir al flamenco en la lista de “Patrimonio inmaterial de la Humanidad”, y desde mi modesta posición de miembro de la Cátedra de Flamencología, mi agradecimiento a los que lucharon contra viento y marea, por conservar nuestro Arte andaluz, nuestra seña de identidad, y no han podido saber que el triunfo es de ellos, los que ya no están con nosotros. Los verdaderos guardianes de nuestro Patrimonio. Hoy, además, es de la Humanidad.
Celestino -Cele- Miembro de número de la Cátedra de Flamencología de Cádiz.