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General: PABLO PICASSO ... SÍMBOLO DEL PARTIDO COMUNISTA ESPAÑOL .-
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Da: Ruben1919  (Messaggio originale) Inviato: 01/01/2011 12:44
PABLO PICASSO
UN NOMBRE  Y UN HOMBRE
SÍNTESIS DE LA LUCHA Y EL ARTE DE SU TIEMPO
 

José María Lucas

Miembro del Partido Comunista

de los Pueblos de España

 

En cada período histórico hay uno, dos y hasta tres iconos de la cultura y el arte que reflejan, de una forma sintética, impactante y clarividente, los valores, las formas y el pensamiento de su tiempo. Indiscutiblemente, uno de estos genuinos iconos y representante por méritos propios del agitado período comprendido entre fines del siglo XIX y finales del XX es Pablo Picasso. De su mano, con su arte bajo el brazo, con su personalidad política y social, y utilizándolo como pretexto, vamos a hacer un brevísimo repaso, con homenaje incluido, de la cultura y el arte del exilio republicano, tanto del interior como del exterior, en un  tímido intento de contribuir a la alternativa política, cultural e ideológica frente al indigno proyecto de Ley de la Memoria Histórica, tan vil, tan ruin, tan barriobajero que obliga a realizar un esfuerzo en todos los campos para sacar a la luz pública algunos de  los nombres de hombres y mujeres que representaron lo mejor de la historia cultural, artística y científica de nuestro país. Por ello, comenzar con una cita que refleje la quintaesencia del cicerone ayuda a comprender, además de su pensamiento y su acción, el pensamiento y la acción de una enorme pléyade de personas a las que los pueblos de España, y la humanidad también, les deben eterno reconocimiento.  

Por consiguiente, las palabras que biógrafos de Pablo Picasso ponen en sus labios durante una distendida velada con amigos, allá por el año 1923, en Francia, son expresión clara y contundente de la filosofía e ideología que, como artista comprometido con los valores más radicalmente democráticos y populares, tendría a lo largo de toda su longeva existencia. Frases como: “Yo siempre he creído y creeré que los artistas que viven y trabajan según espirituales valores no pueden y no deberían permanecer indiferentes al conflicto en el que los altos valores de la humanidad y de la civilización están en juego”, son un espejo plano de la esencia de la  existencia de esta generación y, en consecuencia, y, por ello, merecen dignamente figurar en las antologías de los luchadores por la causa de la humanidad. Por la perfecta síntesis entre el artista, el luchador social y el mejor notario de su tiempo es por lo que Picasso merece ser recordado, homenajeado y admirado, y es por lo mismo por lo que se convierte, sin él desearlo, en vocero de toda una generación de luchadores portadores de los mas altos valores humanos. 

Sin ser Picasso paradigma del exilio obligado, sí que tuvo un exilio impuesto.El franquismo, primero, y los nazis, segundo, convirtieron a nuestro artista en exiliado a pesar de él. Consecuentemente, reflexionar con Picasso sobre el exilio ayuda a comprender los sentimientos, las pasiones, las añoranzas y los sinsabores que el conjunto del exilio artístico padeció. Otro exilio, el político y el social, de características más dramáticas, merecerá una atención especial en otros momentos. No lo olvidamos. 

Picasso, haciendo suyas las palabras del gran poeta Emilio Valls, decía a sus amigos: “Nosotros, desarraigados, exiliados, apátridas, ¡somos la prueba tangible de aquella tierra de la España insumisa!”. Con ello nos colocaba en el meollo de la problemática del exilio, de todo exilio que implica abandono, voluntario o involuntario, pero, de cierta manera, forzado, del país de origen. Esta salida obligada llevaba  consigo una imposibilidad de retorno o bien la claudicación de ideas y principios para hacer posible aquél. En cualquier caso, traspasada la frontera, el sentimiento de identidad se truncaba, porque las raíces se debían dejar atrás y ya no había firmeza ni seguridad, porque el exilio llevaba consigo desplazamiento, desarraigo, incorporando también  en sí la necesidad de depositar el bagaje vivencial y cultural en las fronteras de otra cultura que refleja la forma de vida y la visión del mundo de una sociedad diferente. 

En esa transmutación entre lo que se lleva y lo que se encuentra, el exilio, o se convierte en una nueva forma de ver el mundo (que puede llegar a ser profundamente enriquecedora al poner a la persona exiliada en contacto con lo que de identidad universal, de común, tienen todas las culturas), o deprime el alma y el cuerpo en todos sus aspectos.  

Tratando de comprender el sentido del exilio a lo largo de la historia, a través del reflejo del mismo en el quehacer literario de algunos de los que lo vivieron, Claudio Guillén recoge unas palabras del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos: “Procuro ver el exilio -dice- no como una penalidad política, como castigo o restricción, sino como algo que me ha obligado a abrirme al mundo, a mirarlo en toda su complejidad y anchura”. Esta amplitud del horizonte de vida es un elemento recurrente en las culturas que se generan como resultado de una expatriación forzosa. Es una manera consciente o inconsciente de hacer frente al “destiempo” dentro del cual navega la vida de toda persona exiliada, pues no está ni aquí ni allá, y, estando aquí, siente nostalgia del allá perdido. Sin embargo, como náufrago que ve hundirse el barco con todo lo que de suyo había en él, su anhelo es encontrar “un puerto acogedor”, en palabras de Vicente Llorens. 

Desde los albores de la historia hasta la actualidad, se pueden ver proyectadas estas percepciones en los continuados exilios que se han producido por motivos políticos, religiosos o étnicos, junto a los desplazamientos migratorios debido a causas demográficas o económicas. Dos caras de un mismo proceso de desplazamiento que se podrían definir, como decían los amigos franceses de Picasso, como chemins de la faim, chemins de la peur (caminos del hombre, caminos del miedo), porque la multitud de motivos que han llevado a las poblaciones a lo largo de la historia a aventurarse fuera de su patria se reducen, en definitiva, a dos causas principales: la necesidad económica y la necesidad de seguridad. 

Ningún exilio se puede estudiar como un fenómeno singular o aislado. Bien es cierto que responde a unas motivaciones específicas que se producen en el país de origen, pero sus anclajes están siempre enraizados en la historia anterior, incluso de siglos atrás, y esto es lo que en gran medida va a ayudar a la persona exiliada en su necesaria nueva vida. 

Así, el exilio español de 1939, responde al hecho histórico concreto de la derrota del régimen republicano en una guerra civil, pero no se puede entender la idiosincrasia de las personas exiliadas y las características de las culturas de exilio que produjeron en los países en los que se asentaron si no se conoce la realidad española del primer tercio de siglo, y, yendo más lejos en el tiempo, se ve que este exilio, que obedece a unas causas eminentemente políticas, con un no desdeñable componente religioso (no en balde la guerra para los golpistas fue una cruzada), tiene ya antecedentes cuando la nueva monarquía de los Reyes Católicos decretó, a fines del siglo XV, la expulsión de las personas judías reacias a convertirse a la religión católica. Es en relación con el éxodo de las personas protestantes (cifrado en unas 175.000) cuando se acuña el concepto de “refugiado” en su sentido actual. 

El encuentro de dos colectivos procedentes de un mismo país de origen en otro país es un aspecto importante que hay que tener en cuenta al acercarnos al estudio de cualquier exilio porque lo normal es que las personas exiliadas tiendan a ir a países en los que, por razones de vecindad o de afinidad histórica, ya han sido frecuentes los intercambios. Así, vemos como en Francia, México, Argentina, Venezuela, Chile, Cuba..., países todos ellos que acogieron a personas exiliadas del 39, estaban asentadas de antiguo sendas colonias de emigrados económicos, que reaccionaron de forma diversa ante los recién llegados, pero que, en cualquier caso, siempre contribuyeron a facilitar la integración de los que se quedaron. Con respecto a México, se ha insistido en el carácter eminentemente conservador de la colonia de emigrados económicos, la mayor parte de cuyos miembros apoyó a los militares sublevados durante la guerra civil y se manifestó contraria a la acogida dispensada a los refugiados españoles por parte del presidente Lázaro Cárdenas. Sin embargo, este profranquismo no fue obstáculo para que los refugiados en este país recibieran ayuda de miembros de la colonia de residentes, en especial a la hora de buscar trabajo. 

El más paradigmático de los interland migratorios es Francia, en donde las relaciones entre los grupos de emigrados políticos y económicos fueron fluidas, con frecuentes matrimonios mixtos. Aunque si bien se dieron estos mestizajes entre los emigrantes, cada colectivo tuvo sus intereses específicos y sus propias señas de identidad. Mientras los emigrados económicos apenas participaban de las reivindicaciones políticas, los refugiados políticos de primera o segunda generación mantuvieron su compromiso militante. Una hija de un exiliado republicano de 1939, Gladis Carbailleira, recuerda, en sus memorias, lo siguiente: “Mi padre tenía relación con los gallegos que trabajaban con él y con otros españoles y los visitábamos, íbamos a comer, eran muy buenas personas, pero la idea profunda era que venían aquí para reunir ahorros y después volver a España y abrir un comercio”. Y otro refugiado, Antonio Zapata, también en sus memorias,  afirma con contundencia: “Nosotros podemos ser amigos de los emigrados, pero no podemos compenetrarnos con ellos, no tenemos la misma ambición.  

Ellos venían a hacer dinero y nosotros vinimos a Francia a la fuerza y nos hemos mantenido a la fuerza debido a los hijos, porque yo no me he adaptado todavía, yo no pienso más que en España, yo no me he adaptado al pueblo francés, yo me reúno con cuatro españoles que a lo mejor no piensan como yo...”. Continúa Antonio Zapata señalando que los republicanos españoles en Francia se dejaron la vida para mantener la cultura, el idioma, el arte y los principios políticos que los trajeron al exilio.  

Pero la persona exiliada, sobre todo para quien el exilio tiene una duración temporal muy extensa, acaba adquiriendo la condición definitiva de exiliada permanente y, aunque participe en actividades de la cultura del país donde vive y recree la de su lugar de origen, siempre será un ser escindido porque nunca se reconocerá de forma plena en ningún lugar, aunque, como ya se ha señalado con la cita de Roa Bastos, ese no ser permite más fácilmente proyectarse a otros mundos y empaparse de otras culturas, a la vez que se continúa alimentando y enriqueciendo la propia en una relación de interculturalidad, pues, al acercarnos a las culturas de estos exiliados españoles del 39, se ve cómo en ellas han acabado confluyendo distintas tradiciones culturales. Esto se puede observar sobre todo en escritores, artistas, filósofos... que reemigraron de Francia a América. 

El siglo XX, el siglo de Picasso, ha sido el siglo del “desorden” de las identidades humanas. Nunca en la historia de la humanidad se han producido desplazamientos de población del calibre de los inducidos por los conflictos y enfrentamientos bélicos provocados por el imperialismo. En este marco de constantes migraciones forzadas se sitúa el exilio de la guerra civil. Pero hay que tener en cuenta el carácter que presentó la guerra para entender la proyección que adquirió un exilio no muy extenso cuantitativamente, si lo comparamos con otros exilios que se estaban produciendo de forma coetánea, pero sí de fuerte impacto desde una perspectiva cualitativa. 

El exilio cultural republicano es consecuencia de varios procesos históricos, tanto nacionales como internacionales, pero, el que destaca por su grandiosidad, el más importante -a mi juicio- de todos, es el de la Revolución Bolchevique de Octubre de 1917. La revolución de octubre de 1917 en Rusia había llevado al poder a un partido obrero revolucionario, creando con ello la ilusión de que comenzaba la era de la revolución proletaria a escala internacional. Este espíritu es el que alentó la fundación, entre 1919 y 1921, de los partidos comunistas nacionales y el que llevó a la formación de la III Internacional, encargada de dotar al movimiento obrero y popular de una dirección unitaria en unos años en los que se estaba agudizando el proceso de radicalización de clases que llevaría, según convencimiento de muchos, a un inminente choque entre el proletariado y la burguesía.  

La solución fascista a la crisis capitalista  condujo a un cambio de estrategia de la Internacional Comunista, que se proyectó en la creación de los Frentes Populares a partir de 1934, y, en un plano cultural, en la asunción por parte de los intelectuales europeos de una actitud de compromiso ante la realidad. 

Atraídos por la literatura, el arte y el cine soviéticos, la intelectualidad y artistas de la izquierda se adhirieron al movimiento del realismo social, que tuvo su expresión en la URSS en el movimiento del realismo socialista, practicado por la Unión de Escritores Soviéticos desde 1932. Entre ese año y 1935 surgieron en diferentes países entidades similares a esa organización, que se denominaron Asociaciones o Alianzas de Escritores Antifascistas, a la par que intelectuales de distintos lugares viajaban por la Unión Soviética para contemplar in situ la práctica revolucionaria del reciente estado obrero y popular 

Ese proceso tuvo su crisol en la España de los años treinta, que se abría, en abril de 1931, con la proclamación popular de la II República, y se cerraba, en abril de 1939, con la instauración de una dictadura militar. La llegada de la República generó grandes expectativas. Políticos, intelectuales, pedagogos, sindicalistas... estaban convencidos de que la educación y la cultura sacarían a los pueblos de España de su ignorancia, y las reformas económicas y sociales les librarían de su opresión y miseria seculares. Sin embargo, esto pronto se frustró. El enfrentamiento ideológico entre derechas e izquierdas y la confrontación de clases tuvieron su expresión más pura y dura en la sublevación militar de carácter fascista de julio de 1936, que en pocos días degeneró en guerra civil. 

La Guerra Civil fue la primera guerra de ideas que estalló en una Europa traspasada por la necesaria toma de postura activa ante la realidad. El conflicto conmocionó a una gran parte de la opinión pública europea y americana. La mayoría de los intelectuales sintieron la guerra civil española como algo propio: significaba la defensa de las clases populares oprimidas, de la libertad y de la cultura contra el fascismo y el totalitarismo. La celebración del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura en el verano de 1937 en Valencia, Madrid, Barcelona y París constituyó un hito en este compromiso de la intelectualidad nacional e internacional  con las ideas republicanas y que se convirtió en  muestra de solidaridad activa en la formación de las Brigadas Internacionales. 

Por ello, uno de los rasgos más definidores del exilio de 1939 es su carácter plural, ya que no se puede hablar de un exilio, sino de muchos, debido a la diversidad en la procedencia geográfica, composición socio-profesional, adscripción política y sindical, así como países de asentamiento de sus integrantes. En cuanto a la procedencia geográfica, el mayor porcentaje en Francia fue de catalanes y aragoneses. En el caso de la emigración a países latinoamericanos, el primer lugar lo sigue ocupando Cataluña seguida de Madrid. Esta distinta geografía hace que se hable de forma genérica del exilio de los republicanos españoles, pero también del exilio de los catalanes, de los vascos, de los valencianos, de los gallegos... En algunos casos, estos exilios regionales presentan una personalidad propia, ya que son el reflejo de una cultura que tiene como vehículo de expresión una lengua diferente al castellano. 

En este sentido, el presidente de Colombia, Eduardo Santos, señaló, en cierta ocasión, que el exilio español de 1939 era el exilio de todo un pueblo ya que, junto a los restos de un ejército derrotado, salían del país los dirigentes de los grupos políticos y organizaciones sindicales de la izquierda, los representantes de los gobiernos central y autónomos y una población de mujeres, hombres, niños, ancianos... que abarcaba todo el espectro demográfico de España. A esto se unía el hecho de que el grueso de los combatientes que fueron al exilio eran jóvenes que apenas habían iniciado su  actividad laboral. A este respecto, es necesario recordar las palabras de Picasso respecto a sus compatriotas: “La media de edad de los republicanos españoles era muy baja. Más de la mitad de los que entraron en Francia no había llegado a los veintitrés años y había hecho mucha guerra, muchas huelgas, mucho no debate, mucha lucha política o social, pero no tenía las manos adaptadas para coger ni un martillo ni una lima”. 

Otro aspecto que hay que retener es que fue un exilio de la izquierda española, es decir, de republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas, que, en los momentos del éxodo, ya no integraban ese frente popular que ganó las elecciones en febrero de 1936. El desarrollo de la guerra y la posterior derrota abrieron profundas brechas entre esos grupos y en el seno de cada uno de ellos. Aunque en el exilio hubo tomas de postura y actuaciones coyunturales unitarias, cada grupo vivió de forma diferente su exilio, tanto desde el punto de vista político como cultural. 

Con respecto a los lugares de asentamiento, el país que acogió un mayor volumen de refugiados fue Francia. No obstante, de las 465.000 personas que atravesaron la frontera a finales de enero y principios de febrero de 1939, la mayoría retornaron a España. Un informe del gobierno francés evalúa su número en 140.000 a finales de 1939, pero esta cifra es baja, porque había  personas que estaban indocumentadas y, por tanto, no sujetas a control. En cuanto a Inglaterra, que durante la guerra había acogido a 4.000 niños vascos,  recibió después un núcleo muy pequeño de exiliados, pero muy escogido desde el punto de vista intelectual. Por último, un tercer país europeo que acogió a republicanos españoles fue la Unión Soviética. A este país llegaron 2.967 niños en cuatro expediciones, entre 1937 y 1938. Además, en estos años llegaron unos quinientos adultos, en gran parte estudiantes para pilotos y marinos. En la primavera y verano de 1939, reemigraron desde Francia y el norte de África algo más de un millar de personas, militantes del PCE en su inmensa mayoría. Algunos partieron después a países de la Europa socialista, pero el volumen fue pequeño. La presencia de exiliados en otros países europeos fue también muy escasa. 

Para Francia, los republicanos constituyeron un problema desde el primer momento, tanto desde el punto de vista económico como de cara a una parte de la opinión pública, que consideraba al rojo español como un extranjero “indeseable”. Esto hizo que el gobierno francés alentara su repatriación a España o su reemigración a terceros países. Pablo Picasso, sus amigos, el PCF y numerosas organizaciones populares lucharon por ayudar en lo general y en lo particular a los numerosos exiliados. Si exceptuamos México y, en otro nivel, Chile y la República Dominicana, los países de Latinoamérica se mostraron, en general, poco receptivos, impusieron condiciones y establecieron criterios de selección para la admisión de refugiados. México fue el país que acogió un mayor número de republicanos, en torno a 22.000, entre 1939 y 1948, de procedencia socio-profesional diversa. Dentro de ella hay que destacar el grupo de intelectuales y políticos. Según ha señalado Javier Rubio, de los 197 diputados a Cortes que había en el exilio en 1945, 139 residían en América y, de éstos, 95 en México. Ello, unido a la agresión nazi–fascista de la II Guerra Mundial, que asoló Europa entre 1939 y 1945, explica que fuera en este país donde se inició la reconstrucción de los órganos de gobierno de la República española en el exilio y de las estructuras orgánicas de los partidos políticos y organizaciones sindicales. 

Por el cariño especial que hacia Cuba tenemos, lo cual nos hace referenciarla permanentemente, anotamos que el volumen de refugiados políticos, económicos y culturales tuvo una relevancia pequeña, puesto que no sobrepasaron los doscientos. José Amor y Vázquez, que residió en Cuba entre 1937 y 1946, señala un “total aproximado de 86 escritores, artistas y profesionales liberales que pasaron por la isla en visita breve o en estancia algo más extensa”. Al respecto, hay que destacar que este exilio tuvo en Cuba un marcado carácter intelectual y profesional a diferencia de la emigración económica. El triunfo de la Revolución, en enero de 1959, llevó a algunos de los exiliados españoles que habían permanecido en Cuba a abandonar la isla. Otros decidieron quedarse colaborando, en algunos casos, de forma activa con el nuevo régimen. Por último, hubo exiliados de otros países de Latinoamérica y de la Unión Soviética que se trasladaron a Cuba para colaborar en el proyecto revolucionario. 

El exilio republicano fracasó desde el punto de vista político, pero, en contraposición, generó unas prácticas culturales extremadamente ricas. Al acercarnos al estudio de las prácticas culturales de los exiliados españoles hemos que tener en cuenta el país en el que asentaron, ya que se dan diferencias significativas entre unos y otros.

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Da: Ruben1919 Inviato: 01/01/2011 12:52

El exilio republicano fracasó desde el punto de vista político, pero, en contraposición, generó unas prácticas culturales extremadamente ricas. Al acercarnos al estudio de las prácticas culturales de los exiliados españoles hemos que tener en cuenta el país en el que asentaron, ya que se dan diferencias significativas entre unos y otros.

Los tres países que acogieron un mayor volumen fueron, como ya se ha señalado,  Francia, México y la Unión Soviética. En relación con este último, hay que tener en cuenta el hecho de que aquí no se puede hablar de una cultura de exilio propiamente dicha. Algunos escritores y artistas llegaron a este país ya adultos, pero los que fueron niños (la mayor parte) aprendieron un oficio o cursaron estudios superiores y desarrollaron sus conocimientos en el seno de la sociedad soviética, en donde se daba un interés por lo español, sobre todo por su música y teatro clásicos, pero esto no eran expresiones de una cultura de exilio, sino patrimonio del pueblo español. En cuanto a México, los refugiados dieron vida a una rica cultura de exilio, que se movió entre los márgenes de la cultura de élite y que ha sido objeto de numerosas exposiciones, recopilaciones bibliográficas y estudios. 

Es importante constatar que, antes de 1939, existía  un profundo desconocimiento de la cultura española en la sociedad francesa, así como una imagen peyorativa de lo español alimentada, en cierta medida, por el carácter que presentó la emigración económica desde finales del siglo XIX y por la propaganda adversa sobre el “rojo” republicano que caló hondo en una parte de la opinión pública francesa durante la guerra. Las personas exiliadas, con su trabajo, con su mundo de valores, con su idea de la cultura y con su participación en la lucha contra el nazi-fascismo durante la segunda guerra mundial, contribuyeron a cambiar esas percepciones. En este sentido, y yendo más lejos, tendríamos que preguntarnos qué parte cabe atribuir a las personas exiliadas y a sus hijos y nietos en la fuerte revalorización y atractivo de todo lo español que, desde hace ya años, se viene produciendo en la sociedad francesa. 

Descontando a Pablo Picasso, al cual en muchos lugares se le considera, hoy todavía, francés, en la actualidad hay un escaso conocimiento de las manifestaciones culturales de los refugiados españoles en Francia. Apenas existen recopilaciones bibliográficas o catálogos realizados por los propios exiliados, como en el caso de México, o publicados por estudiosos de estos temas. En los últimos tiempos, se han organizado multitud de seminarios para intentar recopilar, analizar y estudiar de una manera sistemática toda la gran cantidad de obra artística y literaria del exilio español en Francia. En ese marco, cabe incluir  las numerosas exposiciones sobre Picasso en todas sus expresiones, desde el Picasso clásico al Picasso casi surrealista, pasando por el Picasso de la figura humana hasta el del aguafuerte terminando por el antifascista y amante de la paz.  

Un tema que no se puede dejar de lado, siquiera en breve mención, es el de los hispanistas que han contribuido en gran medida a difundir en Francia el conocimiento de la historia, la literatura y, en suma, la cultura española. Recordemos nombres como los de Marcel Bataillon, Jean Cassou, Nöel Salomón, Bartolomé Bennassar, Jean Sarrailh o Joseph Pérez, todos ellos amigos o conocidos de Picasso. La mejor síntesis es la de las colaboraciones de franceses en la prensa de los exiliados, como en el caso de L'Espagne Republicaine. 

Las primeras manifestaciones de la cultura de los republicanos españoles que traspasaron la frontera a principios de 1939 las encontramos en los “campos de concentración de la playa” adonde fueron conducidos. En Argelès, Barcarés, Saint Cyprien y, luego, en otros campos de concentración del interior, los españoles trataron de mantener la tradición cultural republicana que traían consigo como medio de enfrentarse a la trágica situación del exilio. En los campos fueron encerrados no sólo soldados del ejército republicano derrotado, sino también escritores, médicos, abogados, maestros, profesores, estudiantes... Pronto, los responsables españoles de los campos y muchos internados, para hacer más llevadera la vida de miseria y degradación de esa reclusión forzada, empezaron a organizar actividades que retomaban el espíritu de lo que había significado la cultura en los años de la República. Se organizaron barracones de la cultura en donde se desarrollaban diferentes actividades culturales y de ocio (bandas de música, competiciones deportivas...), se impartieron clases y se editaron boletines. 

La vida en los campos ha sido recogida en dibujos, grabados, acuarelas... de pintores. Entre los pintores que recogieron la vida en los campos están los nombres de Antoni Clavé, Josep Franch-Clapers, Bartolí, Nicomedes Gómez, Jesús Martí...

Los catalanes desarrollaron una actividad cultural muy intensa en su propia lengua y lo mismo señalan las crónicas para los vascos y los gallegos. Hubo, en el campo de Agde, un islote de los catalanes (así llamado) donde se llevaron a cabo actividades del mismo carácter de las ya mencionadas, pero en la tradición de su propia cultura. Por otra parte, esa voluntad de restaurar la continuidad cultural rota por la guerra la encontramos en la creación por la Generalitat de Cataluña en el exilio de la Fundación Ramón Llull, que, en diciembre de 1939, emprendía la publicación de la Revista de Catalunya, considerada como la primera revista cultural del exilio fuera de los campos. Por otra parte, los catalanes impulsaron la creación de entidades asociativas de distinto carácter, como los casals catalans, que solían editar boletines y revistas, así como apoyar la organización de actividades culturales. 

La cultura española del exilio tenía niveles. Así, en Francia, junto a manifestaciones genuinas de cultura popular, que se desarrollaron especialmente en los medios libertarios, los intelectuales, profesionales liberales, escritores o artistas crearon centros de reunión y órganos de difusión de su actividad, a la par que trataban de que su obra fuera publicada y conocida en los círculos de exiliados y en el más amplio de la sociedad cultural francesa. En los primeros momentos del exilio, las publicaciones de los refugiados se desconocían en el interior de España. A partir de los años cincuenta empezó a ser una realidad el “puente” entre intelectuales del exilio y del interior. 

Uno de los pilares de este puente era institucional o asociativo. En él figuraban, por ejemplo, la Agrupación de Universitarios Españoles, el Comité de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos (Comité Nacional de la FUE), el Comité Español Provisorio de la Interayuda Universitaria Internacional (1944), la Agrupación Profesional de Periodistas Españoles en el exilio, la Unión de Intelectuales Españoles, creada en 1944, o el Centro de Estudios Económicos y Sociales de Toulouse-Barcelona. Otro lo representaban los ateneos, organismos impulsados por intelectuales, pero abiertos a un público más amplio. En París, estuvo primero el Ateneo Hispanista y, desde 1957, el Ateneo Ibero-Americano; en Lyon, el Ateneo Cervantes, y, el Ateneo Español, en Toulouse. El tercer pilar lo representaban las editoriales. Entre las más representativas se pueden mencionar a Ediciones Hispanoamericanas, Librería de Ediciones Españolas, Editorial Ruedo Ibérico, Colección Ebro o Ediciones Catalanas. 

Complementando estas fuentes culturales estaba la prensa militante, gubernativa, literaria o partidaria. Geneviève Dreyfus ha rastreado cerca de seiscientos títulos de publicaciones periódicas entre 1939 y 1975 en Francia y África del Norte. La mayor parte de estas publicaciones eran órganos de expresión de los gobiernos centrales y autónomos en el exilio y de partidos políticos y organizaciones sindicales. Presentaban un carácter diverso. En gran medida, eran publicaciones donde plasmaban la orientación política e intelectual. La riqueza formal y de contenidos, la amplitud o la duración variaron. Los problemas de financiación fueron frecuentes y sufrieron prohibiciones en diferentes momentos. No obstante, su consulta es fundamental para un conocimiento de las prácticas culturales de los exiliados. En ellas escribieron gran parte de los ensayistas, narradores, poetas o dramaturgos del exilio. En algunas, revistieron gran interés las ilustraciones, además de las noticias sobre actividades culturales o las relaciones de libros que se publicaba. Las más interesantes, a mi juicio, son: Boletín de la Unión de Escritores, Independencia, L' Espagne Républicaine, Méduse, Galería, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura y los  Cuadernos del Ruedo Ibérico. 

Un último aspecto que hay que destacar es el que se refiere a las artes plásticas. Así como una gran parte de escritores, científicos y profesionales liberales trataron de reemigrar de Francia a México, los pintores, escultores, ilustradores... permanecieron, en su mayoría, en Francia, y se vincularon al grupo español de la Escuela de París, integrado por artistas llegados a esta ciudad a principios de siglo o en el período de entreguerras, siendo ayudados por miembros de este grupo, como Picasso. Algunos de estos artistas se quedaron en París; otros, se instalaron en diferentes lugares, pero manteniendo siempre un lazo de unión con la capital francesa. Aquí permaneció el escultor Baltasar Lobo, autor del monumento erigido en Annency para recordar a los españoles muertos en las filas de la armada francesa y de la Resistencia. En Toulouse, la actividad plástica también tuvo gran fuerza auspiciada por los libertarios, que impulsaron las Exposiciones de Arte Español en el exilio, la primera de las cuales se celebró en febrero de 1947, en la Cámara de Comercio. Pintores vinculados a la vida de la “ville rose” fueron Hilarión Brugarolas o Juan Jordá. Entre los ilustradores, no se puede olvidar a Call y Argüello, merecedores de una monografía. 

Desde principios de los años sesenta, las manifestaciones culturales colectivas de los exiliados empezaron a decaer, por los cambios que se estaban produciendo en el seno de las sociedades en las que vivían y por la avanzada edad de la primera generación. Los hijos de éstos, educados en instituciones francesas, participaban en pequeña medida en las actividades de sus padres, en las que había un compromiso político como punto de partida ligado a un acontecimiento que ellos no habían vivido directamente. Por último, en estos años sesenta, se intensificaron los contactos entre los refugiados y los emigrados económicos que salían de la España de Franco.  

Estos hechos favorecieron la relación entre el exilio y el interior, y tuvo sus formas de expresión en la cultura. Muchos jóvenes escritores, artistas, universitarios procedentes del interior fueron a Francia, algunos en autoexilio voluntario, y acogieron en su actividad cultural elementos de las prácticas culturales de los exiliados a la par que se convertían en las nuevas voces críticas de un régimen dentro del cual se habían educado. En suma, la nueva situación era un reflejo del desvanecimiento de un exilio más por el irresistible paso del tiempo que por un cambio en las circunstancias históricas que lo habían provocado.

El marco general del exilio cultural no debe impedir rendir homenajes personales, y, en ese sentido, es conveniente citar, por sus especiales características, a escritores como Manuel Azaña, Max Aub, Arturo Barea, Manuel Andújar, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, León Felipe y Paulino Massip. Reconocimiento y recuerdo especial hacemos a aquellos que, a pesar de su muerte, son el alma de la contestación antifranquista, como Miguel Hernández, Antonio Machado o Federico García Lorca. 

Amigos y compañeros de lucha de nuestros intelectuales y artistas exiliados (y para los cuales vaya nuestro más cariñoso recuerdo) fueron, entre otros, Ilya Ehrenburg, Louis Aragón, Alejo Carpentier, Juan Marinello, César Vallejo, Octavio Paz, Stephen Spender, Julián Benda, André Malraux, Nicolás Guillén, Tristan Tzara, Anna Seghers… muchos de ellos, comunistas; todos, grandes militantes antifascistas y solidarios de pro con la causa y la cultura republicana. 

Y, de entre los cineastas, cabe citar a nuestro ínclito Luis Buñuel, referente obligatorio para el cine actual.

Además de en los campos de la cultura y el arte, marcharon al exilio gentes como Severo Ochoa (biólogo), físicos (como Arturo Duperier Vallesa), químicos (como Enrique González Jiménez), astrónomos (como Pedro Carrasco Gorronera), oceanógrafos (como Odón de Buen), filósofos (como Juan David García Bacca), además de un sinfín de filólogos, historiadores y pedagogos. 

Durante mucho tiempo, la vanguardia artística española estuvo en París, mucho antes de que la Guerra Civil convirtiera a los integrantes de esa vanguardia en exiliados republicanos. Por este motivo, algunos dudan hoy en día que los artistas, en general, hayan sido alguna vez «exiliados» políticos y, al parecer, está fuera de lugar considerarlos emigrantes, ni siquiera emigrantes culturales, que sería un eufemismo. Los Picasso, Julio González, Juan Gris, Salvador Dalí, Joan Miró, Óscar Domínguez y otros están perfectamente integrados en la cultura francesa y en la vanguardia internacional y son la gloriosa continuación de los Goya y Velázquez, ya que se alimentan de la misma fuente, una fuente en la que no existen los nacionalismos y en la que todos beben, pues poseen una raíz común y una determinada forma de ver la pintura que podemos llamar, quizás, europea. Esta situación explica perfectamente por qué los artistas se sintieron cómodos en el exilio europeo, sobre todo en Francia o en Italia, y no resistieron el paso por América Latina o EEUU. 

Por centrar más el tema, y concretar la llamada pintura “del exilio” (es decir, la vinculada a la República), ésta tendrá sus orígenes en la Guerra Civil y en lo decisivo que resultó la exposición del “Guernica” en el Pabellón Español de la Feria Internacional de París, en el que participan artistas como Alberto Miró, Alexander Calder, Renal, etc . Este grupo de artistas ya nos da las pautas de los diversos elementos que conformarán el exilio artístico. Del “Guernica” cabría decir todo y nada. Por ello, solamente diremos que es la representación más acabada, perfecta, completa y moderna del arte militante, habiendo colocado a su autor y a su tiempo en el centro de la historia mundial del arte. Su simbología es la proyección histórica de la visión antimilitarista emanada de Velázquez y Goya, y la visión descarnada y profética de los males del fascismo y del imperialismo. Con la simbología de que las víctimas  populares son los auténticos protagonistas del drama podríamos cerrar esta breve reflexión. 

Una situación muy distinta es la época vivida durante el franquismo, cuando los artistas tenían que irse si querían informarse o, sencillamente, respirar, en términos utilizados por Antonio Saura o Eduardo Arroyo. La situación del exilio de la vanguardia artística española se prolonga durante toda la etapa franquista, se llega a identificar vanguardia artística con antifranquismo, y París seguirá siendo el mayor centro de acogida. 

Mientras que en el conjunto del exilio republicano se producían situaciones iguales o parecidas a las anteriormente escritas, en el exilio interior, con toda su carga de represión, aparecían poco a poco actitudes y tendencias intelectuales y artísticas que tenían como objetivo enlazar con la cultura republicana del exilio, tanto en forma como en fondo, y que con el tiempo, y a pesar de la censura, la cárcel o el exilio, produjeron importantes y significativas obras artísticas. 

Mientras en la España franquista de 1949, el entonces Director de Bellas Artes, Marqués de Lozoya, decía, sin que le temblara la voz ni se le descompusiera la figura, que “el mal de España reside en que hubo gobiernos empeñados en enseñar a leer y escribir al pueblo”, un pequeño riachuelo de intelectuales, que más tarde se haría torrente, regaba culturalmente los yermos campos de la España franquista. Así, se puede citar a novelistas como Alejandro Sánchez Ferlosio (autor de “El Jarama”), Juan Goytisolo (“La resaca”), Armando López Salinas (“La mina”), José López Pacheco (“Central eléctrica”), Luis Goitysolo (“Las afueras”), Juan García Hortelano (“Nuevas amistades”), Luis Martín Santos (“Tiempo de silencio”), José Manuel Caballero Bonald (“Dos días de septiembre”), Alfonso Grosso (“Germinal”), a autores teatrales como Antonio Buero Vallejo (“Historia de una escalera”), Alfonso Sastre, creador del teatro social (“Escuadra hacia la muerte”, “La mordaza”), José Martínez Recuerda (“Las arrecogías del beaterio de Santa Maria Egipciaca”), José María Rodríguez Méndez (“Vagones de madera”), Andrés Ruiz (“La guerra de los hombros”), Lauro Olmo, premiado en el Festival Internacional de Moscú, “La camisa”, a poetas como Blas de Otero (“Pido la paz y la palabra”), Gabriel Celaya (“Poesía urgente”), etc.  

Mujeres como María Luisa Algarra, Carmen Laforet, Ana María Matute o Carmen Martín Gaite inscriben sus nombres en la nómina intelectual democrática y sus aportaciones serán tema de un próximo trabajo en estas páginas.

Entre los intelectuales canallas que por acción u omisión colaboraron con el régimen franquista se puede citar a Jacinto Benavente, Ramón Menéndez Pidal, Pío Baroja, Azorín, Miguel de Unamuno, Manuel Machado, Eduardo Marquina y Ramón Pérez de Ayala, entre otros. El doctor Marañón y José Ortega y Gasset juegan permanentemente a la ambigüedad, en una primera etapa, y a una aceptación más o menos explícita de los vencedores, en la segunda.

Para ir terminando por el principio, la vida y la obra de Picasso se confunden con la Historia General y con la Historia del arte y la cultura del siglo XX, y, dentro de ella, con la cultura de los exilios interior y exterior.

Es imposible comprender la historia, la pintura y la cultura moderna sin Picasso, pero, asimismo, es imposible comprender a Picasso sin ella. El autor de la frase “cuando se es joven de verdad, se es joven para toda la vida”, refleja cristalinamente su legendaria vitalidad y la de su generación. No sé si Picasso es el mejor pintor de nuestro tiempo; solo sé que su pintura, su escultura, su cerámica, con  todos sus cambios brutales y sorprendentes, es la quintaesencia del arte de nuestro tiempo. Incluso cuando estuvo en contra de las normas de su tiempo fue el pintor de su tiempo. Picasso fue un artista inconforme que rompió la tradición pictórica. Y esa inconformidad ante la vida, ante la política y ante el arte es la idea y la actitud que atraviesa a todo un conjunto de intelectuales a los que estas líneas ofrecen un pequeño homenaje. Un artista galardonado con dos Premios Lenin de la Paz, por su inquebrantable lucha contra el imperialismo y la guerra, y autor del símbolo por antonomasia de la lucha pacifista, la paloma, no puede ser nada más que el símbolo de un período.

Ese símbolo es el comunista Pablo Picasso y, ese período, el siglo XX



 
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