El 2 de septiembre de 1960 parecía una fecha de coincidencias, pues al mismo tiempo que los cubanos proclamaban su soberano derecho a defender su independencia y elegir un modelo de desarrollo socialista en la Primera Declaración de La Habana, Fidel anunciaba el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China.
Visto a la distancia de 45 años, el hecho pudiera parecer una formalidad diplomática, pero en su esencia entrañaba una alta dosis de rebeldía, hasta entonces desconocida en el hemisferio occidental, porque hacerlo implicaba desafiar abiertamente al todopoderoso imperio.
Nacida en 1949 como resultado de años de lucha armada la República Popular China consumaba el gran empeño de emprender la construcción socialista en el país más poblado del planeta, pero, al mismo tiempo, marcado por siglos de dominación feudal.
Al establecer relaciones con la República Popular China, Cuba desafiaba las maniobras orquestadas en la reunión de cancilleres de San José, Costa Rica, y reafirmaba la línea que hasta hoy ha definido su política exterior.
Pero lo que ignoraban entonces los propugnadores del “peligro chino”, era que miles de chinos habían echado raíces en la isla caribeña mucho antes de que el gobierno de Washington mostrara sus pretensiones hegemónicas sobre todo el continente.
Trasladados a Cuba bajo supuestos contratos de trabajo, los primeros emigrados chinos conocieron una nueva versión de la esclavitud antes practicada con los africanos violentamente arrancados de su tierra por inescrupulosos traficantes.
Combatientes durante las luchas independentistas del siglo XIX y parte insoslayable de la nacionalidad cubana, la presencia china en Cuba ya ocupaba un espacio significativo cuando entre ambos se establecieron propósitos comunes.
El 28 de septiembre, ambos gobiernos publicaron simultáneamente el comunicado conjunto sobre el establecimiento de las relaciones diplomáticas bilaterales y La Habana rescindía los nexos sostenidos con el régimen de Taiwán.
Tras la desaparición de la Unión Soviética y ante el recrudecimiento de la política agresiva de Estados Unidos contra Cuba, la solidaridad del pueblo y el gobierno chinos se han acrecentado, y muestras evidentes son la colaboración en diferentes ramas económicas y los frecuentes intercambios de delegaciones partidistas y estatales.
El pasado año, China figuró como el segundo socio comercial de Cuba, con un volumen de intercambio superior a los 500 millones de dólares; en tanto, empresas mixtas chino-cubanas operan en la producción de medicamentos, la investigación biotecnológica y la producción de minerales.
Referentes para los pueblos del Tercer Mundo en la defensa de su independencia, ambos pueblos confirman los aciertos del socialismo y la determinación de proseguir el camino escogido.
Un abrazo histórico borra la distancia y reafirma que las revoluciones, cuando son verdaderas, hablan un solo idioma.
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