La amenaza avanza. La radiación que ha escapado esta semana de la siniestrada central nuclear de Fukushima, a 250 kilómetros al noreste de Tokio, está llegando al agua de la capital y a las tierras de cultivo y ganaderías cercanas. En su primer informe sobre la contaminación en la cadena alimentaria tras la crisis nuclear que ha desatado el tsunami del 11-M japonés, las autoridades informaron ayer de que habían encontrado restos de yodo radiactivo en el agua del grifo de Tokio y otras cinco prefecturas, entre ellas Fukushima, donde se ubica la planta dañada. Según el Ministerio de Ciencia y Tecnología, los niveles hallados no superan los límites oficiales y, en el peor de los casos, se situaban un tercio por debajo de la barrera permitida.
Pero otro Ministerio, el de Salud, anunciaba que la cantidad de yodo detectada en el agua de Fukushima sí rebasó ligeramente el límite el jueves, aunque luego cayó por debajo de dichos márgenes el viernes y ayer sábado. En Tokio, la muestra de agua analizada contenía 1,5 becquereles por kilo de yodo 131, bastante por debajo de los 300 becquereles por kilo que pueden tolerar la comida y la bebida.
Aunque les cifras no parecen ser peligrosas para la salud, suponen un nuevo motivo de preocupación porque demostrarían el alcance de las fugas radiactivas. Hasta ahora, los análisis de agua solo se hacían una vez al año y jamás relevaban la existencia de yodo radiactivo.
El portavoz del Gobierno, Yukio Edano, anunció que se han detectado niveles de radiación en leche y espinacas. La leche procedía de granjas situadas entre 30 y 120 kilómetros de la central y las espinacas, de Ibaraki, una prefectura vecina. Aunque insistió en que la contaminación no suponía «un riesgo inmediato para la salud», señaló que se llevarán a cabo pruebas en otros alimentos y se detendrán los envíos de la zona para ser analizados.
«No significa que uno se sienta mal justo después de tomar estos alimentos, pero no sería bueno seguir ingiriéndolos», indicó Edano. Las espinacas contenían yodo y la leche cesio. Para contrarrestar sus efectos, las autoridades niponas recomiendan tomar pastillas de yodo a las personas que se hallen cerca de las zonas contaminadas en las cercanías de la central de Fukushima. El yodo radiactivo puede causar cáncer de tiroides pero, si se ingieren antes estas pastillas, el organismo rechazará el contaminado procedente del exterior.
Miedo hasta en Europa
«Aunque el yodo radiactivo tiene una vida de unos ocho días y desaparece naturalmente al cabo de unas semanas, hay un riesgo a corto plazo si lo contiene una comida que sea absorbida por el cuerpo», detalló el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), que tildó de «crítica» la medida.
El problema es que el miedo ante una posible radiación ha agotado las pastillas de yodo no solo en las farmacias de Japón, sino también en lugares tan alejados como Europa y Estados Unidos, a miles de kilómetros y a salvo de las fugas tóxicas. Los médicos advierten de que las pastillas de yodo solo deben tomarse en caso de someterse a la radiación en un plazo de 48 horas. De lo contrario pueden ser contraproducentes. Dañan el tiroides.
Mientras tanto, los operarios de la central nuclear de Fukushima 1 siguen luchando desesperadamente por conectar la refrigeración eléctrica de los reactores para bajar su temperatura y reducir el riesgo de fugas. Exponiéndose a potentes radiaciones que les están minando la salud y les recortarán años de vida, estos héroes kamikazes han conseguido conectar el cable de la electricidad a los reactores uno y dos. Ahora solo falta que la corriente funcione y no se produzcan chispazos que podrían causar nuevas explosiones. Pero dichas operaciones son muy complicadas y se pueden prolongar varios días, ya que los técnicos trabajan a contrarreloj arriesgando sus propias vidas. Moviéndose en la oscuridad entre los escombros de las torres que protegían a los reactores, que saltaron por los aires con las explosiones, los operarios se van turnando cada pocos minutos para evitar una larga exposición a la radiactividad.
Otra noticia positiva es que han logrado estabilizar el reactor número 3, uno de los más peligrosos porque no solo contiene uranio, sino también plutonio. Al parecer, han dado sus frutos los titánicos esfuerzos arrojando toneladas de agua del mar con ácido bórico desde helicópteros militares y a través de mangueras, cañones y autobombas.
Continúa el éxodo al sur
«La situación en la planta sigue siendo impredecible, pero al menos hemos impedido que continúe deteriorándose», concluyó Edano. Sus palabras no calmaron a miles de tokiotas, que aprovecharon el fin de semana y la jornada festiva de mañana para huir. Es el caso de la pareja formada por el español Leonardo Carrascosa, un madrileño de 27 años que trabaja en una revista de videojuegos, y su novia japonesa Mayu Kano, de 26. Ambos partieron ayer a la prefectura de Ehime, en la isla de Shikoku, a más de 800 kilómetros de Tokio.
«Hace mucho tiempo que se ha vaticinado un gran terremoto en Japón y hemos visto muchas películas catastrofistas, pero este ha sido el más fuerte. Nadie estaba preparado», relató por teléfono Mayu, trabajadora también en una empresa de videojuegos. Ha dejado la capital por miedo a la fuga radiactiva y las potentes réplicas. Ayer, la Tierra volvió a temblar en Japón con dos seísmos de 4,5 y 5,9 grados que no provocaron daños. Carrascosa volverá el jueves a España y esperará «un par de semanas a ver si se calma la situación».
A medida que pasan los días, aumenta la cifra de víctimas, que asciende ya a 7.348 muertos y 10.947 desaparecidos. A ellos se suman los damnificados que han perdido sus hogares y soportan bajísimas temperaturas en el arrasado noreste de Japón. Son cientos de miles.