Cuando el escritor británico Frederick Forsyth escogió el titulo Los Perros de la Guerra para la novela que publicó en mil novecientos setenta y cuatro, quizás no imaginó la vigencia que conservaría.
La brutal agresión que comanda Washington contra Libia, al frente de gobiernos de la OTAN, representa junto a Iraq y Afganistán su tercera gran aventura militar de los últimos ocho años.
Una vez más, entre otras cosas, Estados Unidos invoca los derechos humanos y la protección de civiles como pretexto de sus operaciones militares en otros lugares del planeta.
¿En qué momento? Cuando en su territorio aplican duros recortes al presupuesto nacional para aliviar su gigantesco déficit, calculado este año en más de un millón de millones de dólares.
Tienen la mayor deuda exterior del mundo, creciente déficit comercial, siguen tomando préstamos y emitiendo dólares sin respaldo.
En medio de su actual grave crisis económica, la Casa Blanca solicitó ciento sesenta mil millones de dólares más para sostener su ocupación militar en Iraq y Afganistán.
El año pasado el aumento de tropas en Afganistán significó para Washington un gasto de ochenta y dos millones de dólares por día, cincuenta y siete mil dólares por minuto y novecientos cincuenta y uno por segundo.
Sin embargo, como se reveló el martes en Atlanta, muchos hispanos en Estados Unidos no están recibiendo la atención médica preventiva que los proteja de la meningitis, la neumonía o el cáncer, y casi ninguno ha recibido una vacuna contra la gripe y otras enfermedades respiratorias.
En nombre de un sistema como ese vuelve a bombardearse a un país soberano, gracias a los nazis modernos que conduce, gallardo y sonriente, un Premio Nobel de la Paz.
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