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General: El 9 de abril de 1948 es asesinado Jorge Eliecer Gaitán
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Respuesta  Mensaje 1 de 8 en el tema 
De: Nobotuma  (Mensaje original) Enviado: 09/04/2011 02:40
El 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá, Colombia, el político y abogado Jorge Eliécer Gaitán quien llegó a ser alcalde de Bogotá y candidato disidente del partido liberal a la Presidencia de Colombia. Tenía altas probabilidades de triunfar, pero su asesinato echó por tierra las esperanzas del pueblo colombiano. Este crimen produjo enormes protestas populares, la violencia tomó las calles de la capital colombiana y por eso se le dió el nombre del "bogotazo". Este suceso lamentable cambió la historia de Colombia para siempre.
http://2.bp.blogspot.com/_V-h5bSTQOTk/TMBb8O1LfBI/AAAAAAAAAc8/h5d4fCd52_E/s400/eliecer_gaitan.jpg


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Respuesta  Mensaje 2 de 8 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 09/04/2011 14:11

¿Quién era Jorge Eliécer Gaitán?

Sábado 29 de mayo de 2004

Todas las versiones de este artículo: [English] [Español]

Jorge Eliécer Gaitán nació el 23 de enero de 1898 en el barrio "Las Cruces" de Bogotá. De extracción popular, estudió en la escuela pública y terminó su carrera de Derecho en la Universidad Nacional. Fue orador por naturaleza y encontró tempranamente en la tribuna pública su mejor arma política. Como abogado se dedicó a las causas sociales desde una concepción liberal muy matizada por las ideas socialistas. Esto le permitió ubicarse críticamente ante la dirección y la elite del partido liberal, al que pertenecía.

En 1929, como congresista, asumió la defensa de los trabajadores bananeros, reprimidos y masacrados en 1928 durante un movimiento huelguístico que organizaron contra la transnacional norteamericana "United Fruit Company". Su carrera política se fortaleció por el apoyo popular, constituyéndose en una figura pública sin precedentes en la historia del país.

Después de haber sido Concejal y Alcalde de la ciudad de Bogotá, Ministro de Educación y Ministro de Trabajo, lanzó su candidatura a la presidencia en 1946, ocasionando la división del partido liberal, lo que facilitó el triunfo del conservatismo en esas elecciones. El liberalismo derrotado entregó su jefatura máxima a Gaitán, quien poseía en aquel momento la más alta popularidad como caudillo político. Al aproximarse las elecciones en las que se daba por segura su elección a la Presidencia de la República, el 9 de abril de 1948, tres disparos acabaron con su vida, iniciándose así una etapa nefasta en la historia colombiana.


Respuesta  Mensaje 3 de 8 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 09/04/2011 14:15
JORGE ELIÉCER GAITÁN AYALA

 

JORGE ELIÉCER GAITÁN

 

BOGOTA, COLOMBIA, 23 DE ENERO DE 1898
BOGOTÁ, COLOMBIA 9 DE ABRIL DE 1948

 


Himno Nacional de Colombia
Letra: Rafael Núñez
Música: Oreste Sindici
Autógrafo de Jorge Eliecer Gaitán Durán
Bandera de Colombia

 

BIOGRAFÍA DE JORGE ELIÉCER GAITÁN AYALA
--------------------------------------------------------------------------------

Iván Marín Taborda

Caudillo liberal, nacido en Bogotá, en el barrio Las Cruces, el 23 de enero de 1898, muerto en la misma ciudad, el 9 de abril de 1948. Para muchos colombianos, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán Ayala el 9 de abril de 1948 se convirtió en un suceso desequilibrador, después del cual no ha sido posible recuperar la estabilidad política en Colombia. Otros coinciden en señalar que este hecho partió en dos nuestra historia contemporánea. De esta manera, es posible determinar el impacto de Gaitán a lo largo de tres décadas durante las cuales fue protagonista político. No es exagerado considerar que las clases subalternas, tradicionalmente excluidas del escenario político, encontraron en Gaitán su mejor representante e intérprete, circunstancia que le permitió generar un movimiento de masas sin precedentes en la historia de Colombia, y que muchos en su momento identificaron, no equivocadamente, como revolucionario. Este líder popular, que emergió en un contexto histórico de grandes transformaciones económicas y sociales del país, ligadas al proceso de modernización capitalista, se constituyó no sólo en uno de los principales protagonistas de la vida política, sino en el gran transformador de las prácticas políticas en Colombia. Su padre, don Eliécer Gaitán Otálora, liberal radical, incursionó sin éxito en varios oficios y se dedicó finalmente a la venta de libros usados. Su madre, doña Manuela Ayala de Gaitán, maestra de escuela, era una mujer bastante activa y de ideas progresistas, lo que le ocasionó no pocas dificultades con la Iglesia y los conservadores. Debido a la precaria situación económica, la familia Gaitán Ayala se vio obligada a trasladarse al barrio Egipto, donde creció Jorge Eliécer, el mayor de los seis hijos de la familia. Doña Manuela llegó a ser la persona más importante en la formación básica de Gaitán en sus primeros años, en contra, incluso, de la voluntad de su padre, quien exigía la presencia de su hijo en su negocio. Gaitán ingresó a la educación formal cuando tenía doce años de edad, en una escuela de Facatativá, donde terminó sus estudios primarios en 1911. Sólo en 1913 pudo iniciar el bachillerato en el Colegio Simón Araújo, al cual asistían los hijos de liberales acomodados. Para un hijo de familia humilde, como lo era Gaitán, este hecho originó una situación bastante incómoda. Sin embargo, cursó allí hasta el penúltimo grado y para el último se matriculó en el Colegio Martín Restrepo Mejía, donde se graduó de bachiller. Al año siguiente, en febrero de 1920, ingresó a la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional. Cuatro años más tarde, en 1924, obtuvo su título de abogado con una controvertida tesis: "Las ideas socialistas en Colombia".
Durante sus años de estudiante, Gaitán no estuvo al margen de los hechos políticos más destacados del momento; participó en las elecciones presidenciales de 1918 como un entusiasta joven liberal, en apoyo a la candidatura del poeta Guillermo Valencia. También estuvo presente como orador entre las multitudes que protestaron en marzo de 1919 contra Marco Fidel Suárez por la importación de uniformes para la celebración del primer centenario de la batalla de Boyacá. Su actividad política la combinó con la difusión de la cultura, especialmente a través de la educación, para lo cual organizó junto con otros compañeros un centro universitario de promoción cultural. Este ensayo no resultó del todo exitoso, pero mereció el reconocimiento de algunos líderes políticos, como Benjamín Herrera, candidato del partido liberal a la elección presidencial de 1922. El ascenso político de Gaitán le permitió lanzar su candidatura a la Asamblea de Cundinamarca para 1924-1925, y fue elegido diputado. Los primeros años como abogado fueron bastante difíciles por su condición social, pero su capacidad profesional le dio acceso a casos como el de La Ñapa (mujer brutalmente asesinada por un exaltado tumulto), en los cuales demostró su brillantez jurídica. Pronto logró un reconocimiento profesional y de ese modo realizar su sueño de ir a estudiar a Europa, en la escuela más prestigiosa de Derecho en Italia, dirigida por Enrico Ferri, el penalista más importante del mundo entonces. En julio de 1926, Gaitán viajó a Italia e ingresó a la Real Universidad de Roma, donde obtuvo el título de doctor en Jurisprudencia, de la Escuela de Especialización Jurídico Criminal. Su tesis, "El criterio positivo de la premeditación", convertida después en texto de estudio, mereció la máxima calificación (Magna cum laude) y obtuvo además el Premio Enrico Ferri.
El año 1929 fue un año intenso por la agitación política y social que vivía el país. En marzo, Gaitán fue elegido a la Cámara de Representantes y el 8 de junio encabezó las protestas contra la hegemonía conservadora y la corrupción administrativa de la capital. Posteriormente viajó a la zona bananera para investigar directamente los sucesos del 5 de diciembre de 1928, que habían concluido con la masacre de trabajadores de la United Fruit Company. De regreso a Bogotá, en septiembre, se dedicó a denunciar la masacre y las injusticias cometidas en la zona por el gobierno y el ejército oficial. Las audiencias en la Cámara duraron dos semanas. La labor de Gaitán permitió al país conocer los graves acontecimientos de las bananeras. Su denuncia se convirtió en un debate público contra el gobierno de Miguel Abadía Méndez y el ejército oficial, y logró, al mismo tiempo, que muchos obreros presos recuperaran su libertad y se reconociera una modernización para las viudas y huérfanos de los trabajadores asesinados. Como consecuencia del debate de las bananeras, Gaitán se ganó el reconocimiento nacional como figura política en favor de los intereses de los trabajadores. Con la llegada de Enrique Olaya Herrera al poder en 1930, el papel beligerante de Gaitán le mereció un lugar destacado entre los liberales. En 1931 fue elegido presidente de la Cámara de Representantes y presidente de la Dirección Nacional Liberal, además de ser escogido como segundo designado a la Presidencia. En 1932 fue nombrado rector de la Universidad Libre. En noviembre de ese mismo año viajó por diferentes países latinoamericanos, gira de la cual se destaca su viaje a México, donde tuvo la oportunidad de plantear la posición de Colombia en el conflicto con el Perú, originado por la invasión de este país a Leticia. Tanto los programas sociales como las reformas constitucionales emprendidas durante la presidencia de Olaya Herrera fueron considerados insuficientes por los liberales de izquierda, entre ellos Gaitán, quien en repetidas ocasiones había presentado propuestas de reformas constitucionales y sociales que para algunos resultaban excesivamente socialistas. Decepcionado con el gobierno y con algunos sectores oficialistas del liberalismo, decidió romper con el partido en octubre de 1933. Fue en ese momento, cuando Gaitán y Carlos Arango Vélez decidieron fundar la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR).
Gaitán pretendió desarrollar en la UNIR su concepción política, tanto a nivel ideológico como organizativo. Impulsó una acción política permanente, carnetizó a los militantes del movimiento, organizó comisiones locales permanentes, y procuró crear los mecanismos que permitieran una relación estrecha entre los dirigentes y sus partidarios. Sin embargo, la presión ejercida sobre la UNIR por liberales y conservadores terminó a veces en hechos violentos. El 4 de febrero de 1934, en Fusagasugá, una manifestación de la UNIR, donde se encontraba Gaitán, fue abaleada por la policía y un grupo de liberales, con un saldo de cuatro muertos. Por otra parte, Gaitán era consciente de las dificultades para la realización del trabajo político por fuera del liberalismo.
Herbert Braun considera que «el regreso de Gaitán al partido liberal fue inevitable. En la oposición se volvía fácilmente clasificable, quedaba aislado de los militantes del partido e iba perdiendo más poder cada día». El retorno de Gaitán al liberalismo en 1935 fue recibido con beneplácito entre los sectores de la élite bipartidista. A1 año siguiente contrajo matrimonio con doña Amparo Jaramillo. El 8 de junio de 1936 se posesionó como alcalde de Bogotá. En sus escasos ocho meses de gestión, realizó una administración dinámica durante la cual pretendió introducir cambios en la ciudad en obras públicas y viales, actividades culturales, campañas de salubridad e higiene y vivienda para los trabajadores. Sin embargo, medidas como pretender uniformar a los conductores de vehículos públicos y la oposición de algunos sectores políticos presionaron la salida de Gaitán de la Alcaldía. El 23 de febrero de 1937 falleció doña Manuela Ayala, lo cual afectó profundamente a Gaitán. «Si algo me faltara, ahí está lo primero, la sombra de quien fue mi todo, la dulce maestra de escuela, hoy peregrina de la eternidad, que con su ejemplo supo enseñarme que en el camino del bien, lo imposible no es sino lo difícil mirado por ojos donde no ha nacido la fe y ha muerto la esperanza», dijo sobre ella. Ese mismo año, en el mes de septiembre, nació su única hija, Gloria.
Entre 1938 y 1940 Gaitán realizó algunos viajes internacionales y continuó desarrollando su actividad jurídica. En 1939 fue elegido magistrado de la Corte Suprema de Justicia. En febrero de 1940 reapareció en la vida pública, esta vez como ministro de Educación del gobierno de Eduardo Santos, cargo que ocupó por el breve lapso de ocho meses. Desde el ministerio, Gaitán pretendió introducir una reforma integral de la educación, proyecto que fue rechazado por el Congreso. Sin embargo, realizó acciones inmediatas para atender problemas como el analfabetismo, y adelantó campañas de difusión y democratización de la educación y la cultura. En 1941 Gaitán formó parte del grupo contra la reelección de Alfonso López Pumarejo. En abril del año 42, fue elegido senador por el Departamento de Nariño, y en septiembre fue nombrado presidente del Senado. Durante la presidencia interina de Darío Echandía, Gaitán fue miembro del gabinete como ministro de Trabajo, entre el mes de octubre de 1943 y junio de 1944. Como ministro, recorrió los sitios de mayor concentración obrera, como el río Magdalena y Medellín. En 1944, Gaitán decidió lanzar su candidatura presidencial e inició una vertiginosa carrera política que sólo pudo ser contenida con su asesinato en el año 48. Esta vez, recordando su frustrada experiencia en la UNIR, decidió mantenerse en el partido liberal y construir un movimiento que algunos han denominado Movimiento Gaitanista. Otra de las razones por las cuales Gaitán no se retiró del liberalismo, la explica ampliamente Herbert Braun: «Si hubiera mantenido su independencia abandonando el partido liberal, los convivialistas (oligarquías) lo habrían excluido, tanto física como ideológicamente [...] Gaitán escandalizó a los jefes tradicionales, poniéndolos constantemente a la defensiva y estableciendo así los vínculos con el pueblo que era el origen de su poder». Su campaña, iniciada con la consigna «Por la Restauración Moral y Democrática de la República», pretendía construir un proyecto político antioligárquico, que enfrentaba por igual a la oligarquía liberal y a la conservadora. La disciplina y organización de masas del movimiento gaitanista desconcertaba a los sectores políticos tradicionales, que observaban con asombro la rapidez con que el movimiento fue alcanzando un cubrimiento nacional. En mayo de 1944, los gaitanistas contaban con su propio periódico: Jornada. Tras una magnífica labor de organización, que duró varios meses, se realizó una convención popular y democrática a lo largo de una semana. La convención concluyó el domingo 23 de septiembre de 1945, en la Plaza de Toros de Bogotá, donde se proclamó a Gaitán como candidato del pueblo. La movilización de masas populares y una convención en la plaza pública contrastaban radicalmente con las costumbres políticas del bipartidismo. En palabras de Braun, ese día «Gaitán volvió todo al revés y transformó simbólicamente a sus oyentes en actores de la historia».
Actualmente, los análisis consideran que Gaitán, más que un disidente del liberalismo, representa un nuevo movimiento que se convirtió en una alternativa política sustentada sobre un movimiento social. Según Alfonso López Michelsen, «Gaitán, a diferencia de la casi totalidad de sus contemporáneos, era un socialista de convicciones», y así lo identificaron muchos de sus coetáneos. Sin embargo, por la confusión que suscitan, las posiciones ideológicas de Gaitán han sido descritas como ambiguas y contradictorias. No obstante, ideológicamente existe continuidad en el pensamiento de Gaitán, tal como lo plasmó en Las ideas socialistas, en 1924, pero su acción política cambiaba de acuerdo a las circunstancias que se presentaran. El historiador Gonzalo Sánchez establece una hipótesis que expresa claramente el accionar político de Gaitán y del gaitanismo: «El proyecto gaitanista no tiene una formulación acabada en un momento dado, sino que se estructura en su trayectoria misma, integrando al presente su propio pasado. Pero esto no invalida la posibilidad de definir, en cada una de sus etapas, blancos claramente diferenciables sobre los cuales recae el énfasis de su acción». En síntesis, lo que cambiaba no eran sus ideas, lo que variaba eran sus tácticas políticas.
El 20 de abril de 1946, en uno de sus acostumbrados discursos en el Teatro Municipal, Gaitán estableció la diferencia entre el "país político" y el "país nacional". Según Gaitán, «en Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene metas diferentes a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!». En las elecciones del 5 de mayo de 1946, ganadas por el candidato del conservatismo, Mariano Ospina Pérez, el candidato oficial del liberalismo, Gabriel Turbay, obtuvo la segunda votación. Gaitán, con una votación significativa, quedó en tercer lugar, con mayoría en los principales centros urbanos del país. Para Gaitán, las elecciones habían sido sólo un peldaño más en el camino a la presidencia. A partir de este momento reinició la campaña "Por la reconquista del poder". Como lo señala Braun, «con los conservadores en el poder, Gaitán se apoderaba de un partido liberal en la oposición. En la derrota liberal [Gaitán] vio su propia victoria». El 18 de enero de 1947 se inició una convención popular para escoger candidatos a las elecciones al Congreso, durante la cual se presentó la plataforma y los estatutos modernos del partido liberal, documentos conocidos como la "Plataforma del Colón", que propugnaba por la democracia social y económica. En las elecciones legislativas del 16 de marzo de 1947, se confirmaron las mayorías electorales del gaitanismo. A los pocos meses, los dirigentes tradicionales del liberalismo debieron reconocer la jefatura única de Gaitán en el partido liberal. Entre julio y agosto de 1947, Gaitán presentó a consideración del Congreso un proyecto de ley conocido como el "Plan Gaitán". El proyecto contemplaba fundamentalmente reformas democráticas en la esfera económica; sin embargo, la oposición del Congreso frustró las propuestas del plan. La complicada situación de violencia política del país en los dos últimos años, llevó a Gaitán a organizar, el 7 de febrero de 1948, la "Manifestación del Silencio" que convocó a más de cien mil personas en la Plaza de Bolívar. La impresionante marcha demostró la disciplina y organización alcanzadas por el movimiento gaitanista, lo que causó temor en los sectores tradicionales del bipartidismo. Pocos días después, Gaitán fue a Manizales y pronunció la "Oración por los Humildes", como homenaje a los liberales asesinados el 15 de ese mes. El 18 de marzo, ante la violencia incontrolada del régimen, Gaitán puso fin a la colaboración de los liberales con el gobierno de Ospina Pérez. El 30 de marzo se inauguró en Bogotá la IX Conferencia Panamericana; la delegación colombiana estaba presidida por Laureano Gómez. De esta Conferencia fue excluido Gaitán. El 8 de abril, como defensor del teniente Jesús María Cortés Poveda, Gaitán obtuvo su último éxito profesional. El 9 de abril, a la 1:05 de la tarde, al salir de su oficina, Jorge Eliécer Gaitán cayó asesinado. Su muerte provocó una insurrección popular en todo el país.


DOCUMENTOS SONOROS
DE LA BIBLIOTECA DE VOCES DEL SIGLO XX


Respuesta  Mensaje 4 de 8 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 09/04/2011 14:36

Oración por la paz

Señor Presidente Mariano Ospina Pérez:

Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.

En todo el día de hoy, Excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas las latitudes —de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies— han llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.

Señor Presidente: Aquí no se oyen aplausos: ¡Solo se ven banderas negras que se agitan!

Señor Presidente: Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en un silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.

Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración superior a la presente. Pero si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.

Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.

Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.

Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!

Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!

Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.

Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!

Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!

Jorge Eliécer Gaitán
7 de febrero de 1948 en la Manifestación del Silencio en la plaza Bolívar de Bogotá

 

Respuesta  Mensaje 5 de 8 en el tema 
De: Gran Papiyo Enviado: 09/04/2011 23:03
Un joven Fidel durante el Bogotazo :
 
 
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)          

Respuesta  Mensaje 6 de 8 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 10/04/2011 14:56
Asesinos del pueblo
Luis Vidales
(Bogotá, abril de 1948)
 
Publicado en el diario "Jornada". Reproducido en el libro La insurrección desplomada (El 9 de abril, su teoría, su praxis) , Editorial Iqueima, Bogotá, 1948, págs. 11-13.
 

 



¡SE LES CAYÓ el muerto encima! Era pesado el cadáver, y cayó como el inmenso cedro, dejando un gran boquete en la selva...

 

 

Si la patria está rota, no la desportillaron sus edades, que es aún joven y hermosa. Los bocados que muestra en su estructura son la huella del gigante, al caer sobre la estatua de su propio cadáver...

"Asesinemos en él al pueblo", dijeron los bandidos, los de siempre, los que nos acompañan de mala gana a forjar nuestra historia. ¡Los mismos! Los que odian a la plebe. Los que odian a la chusma. ¡Los mismos! Los que hace veinte siglos escupieron y crucificaron a Cristo. "Asesinemos en él al pueblo", dijeron otra vez, como entonces, como siempre que surja un apóstol de la pobrería, mientras tenga aliento de serlo. "A él, al defensor de los haraposos! Al que prentende menguar la bolsa de nuestras rapiñas y nuestras exacciones"... Así dijeron los protervos, que creyeron que en él asesinaban al pueblo. Pero mientras el pueblo en su conjunto no pierda la vida -lo cual es imposible- subsiste la posibilidad de victoria.

Y he aquí que el apóstol está ahora más vivo que nunca. Está en el aire de la patria. Su voz se quedó resonando para siempre en las aldeas, en las hondonadas, en los picachos andinos. El susurro de nuestras brisas la lleva. Está más adentro, en el alma del pueblo. Sobre el Nevado del Tolima el viento resuena: ¡A la carga! Y sobre El Ruiz y Santa Isabel, y el Puracé y el Galeras, grita el profundo corazón de Colombia: ¡A la carga! Y las palmeras, y los platanares y los trigales, modulan unísonamente: ¡A la carga! Y lo que dice el Magdalena en su hondo rumor, es: ¡A la carga!

Los asesinos que en él quisieron matar al pueblo no podrán ultimar al aire, a la atmósfera, al cielo de Colombia, allí donde él quedó vivo, y en permanencia perenne, ya librado de toda fugacidad y transitoria envoltura. Vedle ahí, cerca de ti y de mí, en nuestro hogar, junto a nuestra meditación, cerca a la lumbre, o a nuestro lado en la calle. El está aquí, con nosotros porque él es el pueblo, y el pueblo es eterno. En este barro heróico está él redivivo. Y por eso, en medio de la confusión en que nos deja su muerte, oímos una voz clara, firme y rotunda, que no sabemos si es de él o del pueblo, que nos dice, con modulación persistente: los peligros, por grandes que sean, nada valen; lo importante, es estar seguro de los medios de vencer .

 










Gaitán, héroe civil de la República
Luis Vidales
(Bogotá, abril de 1948)
 
Publicado en el diario "Jornada". Reproducido en el libro La insurrección desplomada (El 9 de abril, su teoría, su praxis) , Editorial Iqueima, Bogotá, 1948, págs. 15-38. El autor hizo ligeros cambios de forma en 1989, los cuales se incluyen en esta publicación.
 

 



 

 

 

 

 

 

 

 

I

NO HAY DÍA que no me sienta asombrado del inexhausto poder de resistencia del hombre ante la miseria invasora. Se diría que nada le importa si la desventura lo acosa. Nunca será lo suficientemente inevitable la ruina a sus ojos. En el peor de los casos, en el más grave, cuando parece que ya no puede apelar a sus reservas espirituales, siempre tendrá una justificación interior para esperar "algo" de la vida. ¡Oh, ese terrible "algo"! Tal vez allí reside el principio escondido del retardo de las revoluciones. O, acaso, que aquellas que maduran en el devenir de los pueblos, pasan, sin ser a veces advertidas siquiera. Porque siempre es indispensable que se presente un momento de tan solemne gravedad, de tan tremenda evidencia, ante el cual pueda ver el hombre la muerte —su muerte— como cosa insignificante, inferior en todo caso a su propia desgracia. En este "tempo" preciso, las insurrecciones deben, seguramente, ganar sus soldados.

Hace tiempo que nosotros estamos en este momento, casi sin darnos cuenta de ello. Hace años que nuestra gente está decidida a solucionar de una vez el problema. ¡Tanta acumulación de abandono y miseria ha caído sobre ella! ¿Y sabéis lo que hacía Gaitán?

Atemperaba esa masa, la ponía —¡casi nada!— al ritmo del clima histórico colombiano. Ni muy atrás que se apagara; ni muy adelante que se incinerara. la mantenía en la tónica justa, la propia al estado del progreso nacional. Le avivaba su viejo dolor, es cierto, porque así la dotaba de la espuela mística. Pero la retenía en los términos de la vieja revolución liberal.

No. Ni siquiera en los términos de esa vieja revolución, porque a la guerra civil, a la guerrilla insurgente por nuestros riscos, de que llenamos tramos enteros de nuestro siglo XIX, él anteponía la guerra civilista, la contienda ciudadana y política, algo así como una "guerra en frío", de que ahora se habla, aunque en efecto fuera "caliente". Al vivac de ayer, oponía la urna, en la que tenía fe absoluta.

El esquema de la historia nacional le daba la razón incontrovertible. Nos habíamos desarrollado sobre un plano único de conquistas políticas y filosóficas. Por ellas cruzamos la espada en la centuria anterior, para afianzar la democracia y hacer de la república la morada común. Pero dejamos intocado el mejoramiento económico de las gentes de abajo. Les dijimos: "Vosotros, los pobres, podéis libremente razonar, leer y oír, opinar y votar, si os place, enteramente a vuestro talante". Pero la república no acompañó su monserga filosófica, concretamente, con hechos como los de Cristo en la misa: "Comed y bebed, este es mi cuerpo". Francamente, la república carecía de cuerpo para tanto, porque la nación se había convertido en patria prematuramente.

Y he aquí lo que Gaitán quería: completar esa transformación. A las libertades política y filosófica que ya tenían, como herencia de la gesta emancipadora, Gaitán buscaba ponerles ahora la gran libertad moderna: la libertad económica, que ya era el objeto de sus luchas profundas.

Jamás, nunca, en ningún momento de su vida política, ni en el más fugaz siquiera, consideró que para hallar la libertad económica del pueblo fuera necesario recurrir a la revolución armada. Tenía plena confianza en los instrumentos de la lucha democrática de tiempos de paz. Se asentaba esa confianza en el sólido suelo de que el liberalismo era la mayoría en Colombia. Cuando habló de "paro nacional", había que entenderle que hablaba de prevenir —y castigar— el posible desconocimiento de la realidad democrática. En forma similar marchaba al implantamiento del programa de la oposición, que había estudiado con sumo cuidado, para detener las masacres y aproximar la realidad de la reconquista, cuando este acto le fue significativamente paralizado, al troncharle la vida.

Pero hay que repetirlo. Nunca, en ningún momento de su vida política, jamás abrigó el pensamiento de un golpe de fuerza. Cuatro días antes de ser inmolado, tuve de sus labios la explicación de esta invariable conducta. Sabido es que en las zonas públicas —creo que en las militares incluso— se hablaba con frecuencia de esta posibilidad, ligada al nombre de Jorge Eliécer Gaitán. "Mi rechazo a una salida de esta índole, me dijo, se basa en una profunda convicción. Creo que en la mayoría de los países de América Latina, el golpe de cuartel y el golpe de Estado sólo han podido convertirse casi en leyes históricas debido a la ausencia de partidos tradicionales, de un hondo legado histórico y de peso realmente especifico en la vida nacional. Por lo mismo, entre nosotros no prospera esta forma violenta de alternabilidad en el mando. Nuestros partidos, con un pasado de cien años, serán siempre, una valla a esas pretensiones. Gobiernos surgidos de tal cuna, no son capaces de afrontar a la opinión en Colombia. La nación los tumba a sombrerazos".

¡Es de este hombre, de este mismo hombre, de quien se han atrevido a decir que preparaba una revolución con los comunistas! ¿Qué se pretende con esa leyenda? ¿Qué cosa se esconde en este asesinato? Porque no esperarán —supongo— que el pueblo acepte el infundio. Al contrario. A mucha gente le viene pareciendo que este asesinato se sitúa históricamente dentro de los que suelen cometerse en vísperas de guerra mundial. Es decir, en el preciso instante en que fue asesinado Rafael Uribe Uribe; en el mismo en que cayó Jaurés en el “Café Croisant", en París. En el mismo... Pero no sigamos la lista. ¡Hay asesinatos en la historia, de un tipo específico inocultable!

 

II

ERA UN PENSADOR, no solamente por cuanto su profesión de penalista lo había conducido a ahondar en el alma humana. Quienes le acusaban de demagogo, lo veían lateralmente por el aspecto del orador tumultuoso. ¡Fue el más grande agitador de Colombia! Pero sus ideas, sus tesis, sus puntos de vista, eran sorprendentes de originalidad y de hondura. Buceaba en las cosas, taladraba con el berbiquí del análisis, cortaba con el bisturí del cirujano, con precisión asombrosa.

Su honda meditación, que en el ultimo tiempo de su vida lo abstraía en una fijeza muy parecida a la de algunos de los retratos de Bolívar, lo mostraba poseedor de un sutil instrumento de observación. Daba la impresión de algo así como un poderoso telescopio tras el cual se hacía luz cenital el universo de los objetos y los objetivos, como si fuera un cosmos subterráneo. Todo lo relativo a Colombia giraba en su torno con pasmosa precisión, como si fuera una "patria doméstica".

Su idea de la "mecánica política", por ejemplo, era el producto de reflexiones muy hondas sobre la sociología nativa. Veía en esta "mecánica" uno de los rasgos distintivos de nuestra incipiente estructuración nacional. La política, pero la política en su expresión electorera, de arribismo y preeminencias sin respaldo personal, lo era todo. Quien triunfaba dentro de ese engranaje aparecía como el "tipo de hombre", el representativo máximo del colombiano. A él los honores. A él los aplausos. A él los puestos de excepción en la consideración nacional. Era el epicentro de la atención pública. El héroe. El prototipo al que los demás querían parecerse. En Rusia, solía decir, el "tipo nacional de hombre" es el trabajador. En los Estados Unidos el "rey del jabón", el "rey de los palillos de dientes", en suma, el héroe industrial. En Francia, en cambio, es el hombre de letras. Si André Gide entra a un lugar, la gente se agita; la respiración de Francia se paraliza por unos minutos. Si el presidente de la república, en cambio, sale del "Elíseo", el ciudadano francés casi no se da cuenta del hecho. Entre nosotros, decía, la deficiente densidad cultural hace que el poeta, el escritor, se vean obligados a ingresar en esa "mecánica" para poder sobresalir. Su simple oficio no le acarrea los atributos del éxito. Pero si ha sido representante, senador o candidato a la presidencia, adquirirá gran prestigio, y lo curioso es que lo obtendrá como poeta. Aquel que no haya pasado por ese mundo de las bielas y los tornillos y los cigüeñales de la máquina politiquera, podrá ser un gran poeta —incluso un inmenso poeta—, pero permanecerá poco menos que ignorado por el país. Habrá siempre una elisión de su vida, porque solo hay entre nosotros verdadero triunfo en política. Esos son los casos, solía agregar, de Guillermo Valencia y de Porfirio Barba-Jacob.

Discurría sobre filosofía, ciencias y literatura con propiedad asombrosa. Hacía la disección de un libro, como experto lector que era, con destreza de crítico. Estaba al día en infinidad de cosas graves y abstrusas. Solía estar de acuerdo con sus juicios, y únicamente en arte guardábamos cierta distancia que no era solamente de gustos. En nuestra vida de París algún día llegamos acompañados de Moisés Prieto, al "Cine de las Ursulinas", un modesto teatrico en una calle escondida, donde se daban las películas más sorprendentes sobre los experimentos de Picabia y de otros, que querían demostrar que el cinematógrafo es —en su esencia— movimiento y ritmo. La película que se pasaba esa noche mostraba una serie de formas geométricas que se agitaban produciendo las más extraordinarias sugerencias de cosas vividas por el espectador. Pero de pronto, la tremolina se armó en la sala. Medio teatro comenzó a silbar y patear. El otro medio compuesto de fanáticos del arte nuevo, aplaudía y vivaba con ardor increíble. Gaitán era de los impugnadores. Yo de los defensores. En la platea se habían ido a las manos. El espectáculo fue suspendido. Y Gaitán y Prieto salieron debatiendo conmigo sobre los nuevos destinos del arte. Pocos días antes de su muerte, aquí en "Jornada", me recordó el episodio, en todos sus detalles, con memoria realmente feliz. Después de veinte años, Gaitán no había cambiado su punto de vista. Y yo, el mío, tampoco.

Tenía ciertos rasgos definitivamente de genio. ¡Cuán equivocados estaban quienes lo creían mal político! En los últimos tiempos había aprendido ese paso de gato, esos pies de lana, que es la política. Y, de todas maneras, había algo grande en su fondo. A veces adoptaba una actitud silenciosa en la que se posaba un vasto horizonte, como de presagios o de esas cosas interiores que los meditadores ven a distancia. Una especie de ensanchadura histórica lo rodeaba entonces casi físicamente como un halo. Jamás se lo dije. Pero para mí, mudo también frente a él, era un hecho objetivo. Mas cuando discurría le pasaba lo mismo. Era este el Gaitán maduro. La versión de un Jorge Eliécer Gaitán, que yo conocí y observé con asiduidad silenciosa, en la última etapa de su prodigiosa existencia.

COMO EN TODO gran hombre —o todo verdadero poeta— en él había mucho de niño. Era muy fuerte el contraste entre su personalidad tajante, rotunda, de hondo pensador político o de líder tocado del golpe seco del mando, autoritario y violento, con aquel aspecto infantil, candoroso, de acusadas suavidad y dulzura, que en ocasiones lo visitaba. Pero no era solamente la ternura. Era algo de travesura de chico, afanado por sorprender con pilatuna inocente. "Voy a llevar a Rómulo Betancourt, me decía, a que observe nuestro movimiento liberal en algunas ciudades. A que conozca a este gran pueblo nuestro. Pero quiero que todo sea desprevenido. Sin que lo sepa, concertaremos las recepciones. ¡Se va a llevar una sorpresa! No se sueñan en el exterior lo que tenemos aquí". Y esas dos personalidades alternaban en él —jefe y niño, niño y jefe— en un cabrilleo dialéctico que le prestaba una irresistible atracción. Ahora lo veo en las dos posiciones de su grande alma, con claridad que su misma presencia no me permitía fijar. Y sé que solo se comprende lo que ha existido; más aún: lo que ha dejado de existir.

Amaba al pueblo con amor entrañable, sincero. Su inteligencia, su viveza mental, su chispa de humor, su rápido sentido de orientación, el ánimo dispuesto a la defensa de sus derechos más caros... ¡Qué no decía Gaitán de su pueblo! Lo llevaba en el alma. Era el más grande pueblo de América.

De esta profunda compenetración surgió para mí el Gaitán más conmovedor, más grande y más puro. Era un espectáculo verlo. Estaba galvanizado, incinerado, fundido —no sé como decirlo— en su pueblo. Casi no era ya un jefe de partido. Amaba el liberalismo, era hijo auténtico de la gran tradición liberal. Pero se salía de los marcos estrictamente banderizos. Gaitán ya era más que eso, si cabe decirlo. Era, en la última etapa de su vida, un gran líder social. ¿Me explico? Amaba al pueblo, al liberal y al conservador, ya sin distinciones de bandera política. "Aquí si es cierto que las fronteras se acaban, solía exclamar. Tanto, como entre los oligarcas". Sus frases: "El hambre no tiene color político", "las enfermedades no son conservadoras ni liberales", respondían a su íntimo sentimiento sobre nuestra lamentable realidad nacional.

Es así como había penetrado a un punto de partida —más histórico y sólido, realmente— desde el cual dominaba una concepción infinitamente más vasta y mucho más generosa de su tarea política. Sus discursos están saturados de este espíritu eminentemente social. Pero es en las conversaciones donde esta personalidad de la etapa final de su vida resplandece con más intenso fulgor. Era de ver el asombro que le causaba la frialdad de la opinión dirigente, y de los propios jefes liberales, por las masacres de cuño oficial. "Desangran al partido, decía, mutilan hogares humildes y honrados, y nadie se conmueve por ello. Colombia está atravesando, definitivamente, por una crisis profunda. Todos los valores morales están subvertidos. De ahí nace el asco que me da la política. Cada vez más me invade la repulsión ante esta cosa viscosa, ante esta política que sólo entiende de vilezas, emulaciones bastardas y engaños groseros. No soy yo para esto. A mí solo me interesa lo grande, lo humano. Y es que lo humano es lo único permanente, lo único no transitorio. Todo lo demás puede pasar: partidos, hombres, instituciones. Sólo lo humano queda".

A esta concepción en que su personalidad se demoró en la fase final de su vida, le daba Gaitán su característico fervor y el caluroso entusiasmo que solían distinguir sus empresas. A mí, este nuevo Gaitán, forjado en la lucha, en la ardida experiencia —la más dura y difícil que político alguno haya tenido en Colombia— me acercaba entrañablemente a su pensamiento. ¡Si eso mismo había sentido yo toda la vida! Porque al cabo, ¿qué vale esa gritería de nuestro mundo moderno —y de nuestro colombiano universo contra lo "comunista", contra "lo liberal", contra "lo conservador" o viceversa, si por debajo de este debate se deja intacto el grande infierno en que el pueblo, que todo lo forja, se agita sin esperanzas de redención? Sí. Lo importante es saber qué intereses se defienden en ese debate. Porque hoy, más que nunca, ¡solo son sagrados los intereses del pueblo!

 

IV

ES DIFÍCIL LLEGAR a la comprensión plena de lo que ocurría entre el orador y la masa cuando Gaitán hablaba. Era una intimidad profunda, una estrecha alianza, cuyos términos precisos no son susceptibles de reducir a cifras de análisis ortodoxo ninguno. La filosofía tradicional solo le concede al hombre aisladamente considerado los atributos del honor, el deber y la responsabilidad. Es cosa de ver a los más grandes filósofos cuando se refieren a lo colectivo. La masa para ellos es torpe e inconsciente. No le conceden la menor importancia. Solo ahora, con los nuevos estudios de la sociología, la psicología colectiva está siendo vindicada del ataque cerrado que sobre ella lanzó la teoría del conocimiento "renacentista", esto es, basada en la exaltación única de lo individual.

En Gaitán había una fusión conmovedora entre individuo y masa. Esa alianza de contrarios, ese conjunto de términos antagónicos fundidos en una poderosa fuerza análoga, era en Gaitán, el orador popular, de una presencia emocional intensa. El pueblo y él, eran una sola entidad vibrante. ¿Qué pasaba entonces? Nunca se sabrá suficientemente. Pero prendía la chispa escondida del alma humana, como nadie lo haya hecho en Colombia. Parecía que removía sedimentos de siglos que yacían aparentemente muertos en el cotidianismo del alma del pueblo y los ponía a operar como una avasalladora fuerza en marcha. Pero donde quiera que hablara, no solamente en Colombia, su palabra solía quemar la desuetud del tiempo en la vida del pueblo para incorporarlo hacia el paraíso de la pobrería. ¡Qué poder! ¡Qué íntimo conocimiento del duro sueño del pobre! Me cuentan que en Caracas, cuando Gaitán habló ante sesenta mil manifestantes en la Plaza de "El Silencio", se cumplió con fidelidad asombrosa el milagro. El milagro que solo él sabía producir. Y eso que habló después de dos grandes oradores colombianos. Nada menos que Carlos Lozano y Silvio Villegas. Tan solo ocupó diez minutos. Pero suficientes para que esa masa, ardida de entusiasmo, se alzara como un solo ser poderoso y terrible, moldeado a su amaño por el taumaturgo de nuestra oratoria. Y es lo interesante que era solo por el sentimiento que movía a la gente. A veces, a base de simple raciocinio —¡tan poderoso en él!— causaba idéntico efecto en el pueblo.

Su idioma —eso sí— era exactamente el vehículo preciso de sus victorias gigantescas de orador popular. Había suprimido la excrecencia de las palabras de parapetaje retórico. El adorno gramatical, el brillo literario, la perfección de la forma aparecían en él reducidos a su máxima expresividad esencial. En el último tiempo de su vida había llegado, a este respecto, a una maestría y un dominio perfectos. Su oratoria era una arquitectura móvil, flexible, bella, todo por la desnudez que la enseñoreaba. Por eso era un orador eminentemente moderno, con esa modernidad que en arquitectura está representada en el muro liso. Como cualquier gran orador de la hora mundial (como ocurre en Roosevelt, Stalin, Churchill) atendía a la estructura, dejando para el forraje flores gramaticales y hojillas de acanto. Era un anti-grecolatino. Y lo más importante es que ello respondía en él a un claro criterio teórico. Despreciaba el recargo de la prosa de que está saturada —aún a estas alturas— la cultura provinciana en Colombia. Toda cultura, como todo creador, pasa por dos períodos específicos. Uno, afanoso, fatigante, en que el atropello por decir todas las cosas no permite la respiración tranquila. Y otro, en que el dominio conduce a la expresión sosegada. En todo escritor, en todo pintor, en todo poeta, esas dos etapas señalan la del aprendizaje y la de plenitud de su arte. Y efectivamente en Colombia la cultura se encuentra en la primera clase de esas etapas. De ahí el "grecolatinismo". El floripondio vacuo. La adjetivación enfermiza. Y toda esa expresión sobrada, a la que se le atribuye el valer y lo hermoso en cultura. Pues bien. Gaitán estaba lejos de eso. Había llegado a un sosiego perfecto de su expresión, a una respiración natural de su discurso. Se reía cuando se le acusaba de que "cien palabras formaban todo su léxico". "Ni quiero, ni necesito más", solía decir. "El vestido idiomático, como lo usan aquí, es un estorbo pedante. Solo deseo machacar las ideas con las expresiones que elegí para que cumplan un objeto preciso. Repetir las cosas, inferirlas, encarnarías en el alma del pueblo. No soy un expositor de estética. Soy un político".

Pasados en su vida los años de la insurgencia verbal, el poder razonador se había hecho en Gaitán robusto e invencible. El despliegue de su discurso en la plaza, en la tribuna, en el parlamento, no difería de la disposición ejemplar en que un general coloca a sus tropas. Era pura artillería pesada. A ese campo mortífero no entraba impunemente ningún enemigo. Pulverizaba al antagonista. Lo volatizaba. Y todo con una elegancia y una finura de profesor de academia. Cuando Alzate Avendaño vino al Senado, sus amigos nos advirtieron que le había llegado el momento a Gaitán. Alzate lo iba a meter en solfa. Alzate no dejaría de Gaitán ni el recuerdo. Nos lo decían Carranza y todos los jóvenes derechistas con él. Pero se enfrentaron Y bastó un capeo, dado así, como sin gran trascendencia, para que el señor Alzate quedara como no digan dueñas. Si dicen ahora, hasta sus partidarios, que el fracaso del líder azul como parlamentario es definitivo. Pero bueno... ¡siquiera triunfó como periodista! ¿O tampoco?

 

V

HAY UN RASGO estelar en la vida de Gaitán, que lo define y distingue de todos los demás políticos colombianos. Sus victorias así fueran parciales, producían efectos mortíferos de victorias definitivas. Hecho tan espectacular en la política colombiana se debía, creo yo, a que ellas eran el resultado de su único esfuerzo, contra el querer de fuerzas poderosas. Si algún político se hizo solo en Colombia, en medio de la lucha más feroz e inhumana por impedírselo, ese fue Jorge Eliécer Gaitán. Quizás por eso mismo, un éxito de su parte, forjado a costa de tanto sacrificio, aparecía siempre como mayor al de su valor intrínseco. Era tan pertinaz, tan constante, tan vigoroso en su inconcebible capacidad de trabajo e iba tan directamente a su objetivo, que cuando lo lograba dejaba una estela de estupor, aun en el campo de su enemigo tradicional: las oligarquías. Sus triunfos eran —naturalmente— avances contra los poderes pretendidamente invencibles, y acaso por ello, aun no siendo totales le prestaban ese halo de vencedor, que lo distinguía a la legua de todos los demás políticos. De esa manera la alarma oligárquica contribuía —acaso sin saberlo— a darle un contenido virtual a sus éxitos. En la última batalla presidencial, Gaitán obtuvo menos votos que los demás candidatos. Pero bastó que pusiera más de los que se le calculaban, para que todo el país, sin distingos, lo señalara como el ganador de una singular victoria. Y así fue. Porque acaso lo fundamental de estos éxitos se debía a la expresión intrínseca de su movimiento. Con él era el pueblo el que avanzaba. El pueblo adquiría con él un contorno específico en la vida política nacional. Cuando él hacía un triunfo era el pueblo —el pueblo raso— el que aparecía acercándose al logro de sus propias conquistas. Y que el pueblo raso se acerque a su liberación, es algo que siempre asombra, en primer término a quienes lo miran con desprecio.

Fue así —de esta manera— como Jorge Eliécer Gaitán, el jefe de facción, el director de la UNIR y del "gaitanismo", sobre quien recayó constantemente la acusación de haber abandonado las toldas de su partido, se hizo Jefe Único del Partido Liberal colombiano. Fue así —de esta manera, con estos métodos— como Jorge Eliécer Gaitán unificó en torno suyo al partido liberal colombiano. ¡Qué lección tan poderosa entraña este hecho sorprendente! ¡Qué herencia táctica tan honda se encarna allí! Mientras se le estaba acusando de que había abandonado al partido, él, impertérrito, como un estratega consumado, estaba haciendo precisamente la unión del partido por el único método fecundo: por el método de la antinomia y de la diferenciación de las fuerzas. Había que diferenciarse para poderse juntar. Era necesario consolidar primeramente el bloque unitario constituido por sus prosélitos y por él, en una sola masa pensante, para que pudiera operar dentro de su signo político la consolidación de todo el liberalismo. Y a fe que lo consiguió. Quizás no fuera un dialéctico en la teoría. Pero era un maestro de la sagacidad casi enojosa en la dialéctica práctica. ¡No se le escapaba un detalle! Tal es la lección, la más sorprendente de la política colombiana de los últimos tiempos, que nos deja este experto piloto político. Desde su tumba parece gritar: "¡A aplicarla!".

En realidad, tuvo que hacer todo esto con un ejército imperfecto, como es el partido liberal colombiano. Claro que posee su organización específica. Que la tiene, lo revela el despliegue electoral, llamativo por su organización. Pero carece de estructuración moderna, lo que no le permite moverse unitariamente en momentos que no sean propiamente los electorales. Gaitán dejó precisamente el esquema de esta organización, de este "acuartelamiento" de las fuerzas liberales. Y ella debe hacerse, porque se necesita hoy más que nunca y como el mayor homenaje a la memoria del gran táctico desaparecido.

Libró sus más recias batallas con dos elementos: la masa y él. Y las libró contra todos los opositores a la preponderancia. popular dentro de su partido. Y contra todas las oligarquias. En estos combates, que a veces revestían caracteres violentos, la táctica de la ofensiva y la contraofensiva era perfecta en Gaitán. Sabía suavizar las palabras al oído del enemigo o lanzarse encima de él con ardiente ánimo de cruzado, según el momento y la circunstancia política. Atraía o repelía con sabiduría consumadas, según lo exigieran las conveniencias de su movimiento.

No dejaba nada a medias. A cada cosa le daba el giro decisivo. Hasta cuando dejaba algo a medias, estaba en esa forma situándolo exprofeso en su fase final. Era suave y rudo, dulce y bronco, terciopelo y alambre de púas. Y en ambas fases era oportuno. Conocía a los hombres y sabía tratarlos de conformidad con estas dos alas de su personalidad. Acaso el estrado judicial, donde es preciso conseguir la absolución con guante de seda —y donde cosechó los más íntimos triunfos de su vida— le dio la suavidad y le afinó la exquisita delicadeza que solía exteriorizar en ocasiones. El rudo estruendo del ágora le prestó el acento marcial.

El poder de concentración sobre sí mismo era en él absoluto. Aquí residían en gran parte sus éxitos. Su poderosa actividad era eficaz, sin duda. Su energía, su voluntad, su capacidad de lucha, verdaderamente monstruosas. Tenía rango de faro. Siempre despierto, siempre alumbrando pasionalmente las vastas zonas oscuras, atento siempre a los movimientos más sutiles en torno. Poseía un olfato tremendo, como el de todo zorro político. Pero, a pesar de todo, en la manera de reconcentrarse en sí mismo veía yo su mejor cualidad de político. Permanecía algún tiempo así ausente del mundo circundante. Quien lo veía y no lo conocía juzgaba que aquello era fingido. ¡Mentira! En Gaitán no había nada de pedante. Era más bien un hombre llano. Gaitán concentraba su pensamiento y siempre, de allí, salía un camino a seguir.

Nunca dudó de su estrella. Y a fe que tenía razón. Cuando lo sorprendió la muerte, iba procelosamente hacia una de las batallas decisivas del liberalismo colombiano. El programa de la oposición que Gaitán había planeado hubiera sido suficiente, en su aplicación, para poner sobre la víspera de la reconquista de 1950 al partido liberal. Pero había quienes no podían esperarse a semejante prueba. Y ellos se jugaron el todo por el todo. "¡Es el comunismo!, ¡Es el comunismo!", dijeron. Pero no consultaron a la opinión para su juicio. El pueblo supo que esa acusación era una finta. Otros, ante el terror de la derrota obraron como aventureros desesperados. ¡La conciencia del país los conoce!

Lo mataron. Pero hoy, un Jorge Eliécer Gaitán, el más grande líder de la gleba colombiana, es el que alienta en la conciencia del pueblo. ¿Alcanzaría a descubrirlo el propio Gaitán? A veces me detengo a pensar que si lo hubiera visto en su inmensidad soberana, se habría aterrado. Tan descomunal es su propia proyección sobre el alma de los humildes. Sobre el estero de la historia nacional, esa figura marcha hacia la conquista popular. Lo vemos a él, alto como el cielo, grande como el cuerpo de la República. El asesinato lo trasladó a esa vida infinita en la que ya no lo puede alcanzar la muerte. En muchas casas de pobre, en la Colombia lejana, a estas horas están alumbrando en la pared su retrato. ¡Y está haciendo milagros! El fue quien dijo: "Yo no soy un hombre; yo soy un pueblo". Ahora el pueblo le dice: "Yo no soy solamente un pueblo; yo soy Jorge Eliécer Gaitán".

Si. Nos hallamos en uno de esos períodos en que solo florece la muerte, como la ofrenda más tímida que podamos hacer, en aras de quienes vienen detrás de nosotros. Con ser la más valiosa de todas, Gaitán dio la suya. He aquí el significado profundo de su muerte gloriosa. Y es ese su ejemplo. Estas palabras parecen ascender de su tumba...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

Respuesta  Mensaje 7 de 8 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 10/04/2011 15:03
Galán, el Gaitán de la derecha
Las posiciones ideológicas tanto de Gaitán como de Galán son muy claras: el uno representante de las clases bajas y el otro representante de las clases altas.
 
El uno interesado en que el Estado entrara  a asumir un papel preponderante para hacer la justicia social, en lucha frontal contra las oligarquías. El otro ya tiene una impronta liberal, en donde el respeto a la empresa privada y los derechos individuales es lo importante.  El uno aceptaba su posición de izquierda, socialista. El otro, no obstante decirse de centro-izquierda, lo cierto es que estaba más a la derecha que a la izquierda.

Gaitán subió  penosamente la escala social, luego de venir de un hogar de clase media baja y de quemarse las pestañas en Roma para que en medio de grandes sacrificios pudiera convertirse en  uno de los grandes penalistas de le época y luego conductor de multitudes. Había recibido escuela escenográfica en  el imperio de balcón  de Mussolini, pero ya no terciado a la derecha sino a la izquierda, insistiendo en un socialismo adaptado al tiempo y al lugar.

Galán en cambio venía de la clase media alta, muy bien apadrinado, como que sus acudientes en Bogotá cuando viajó a estudiar fueron Eduardo Santos y Roberto García -Peña, quienes de una vez lo vincularon a El Tiempo. Luego Lleras lo acogió como su discípulo amado, Pastrana lo mimó con el ministerio de educación y el resto lo hizo él, con sus capacidades de comunicador, de orador parlamentario y de plaza pública y una dedicación ejemplar a la cosa pública, además de una bagaje de conocimientos que lo pusieron a la altura de los grandes políticos nacionales.

Gaitán debe enfrentarse a problemas de estructura como la pobreza, los desequilibrios sociales, en tanto que Galán deberá enfrentar problemas de coyuntura como el narcotráfico, que degeneraría en narcoterrorismo y luego en narco-guerrilla.  Gaitán trabajó su imagen con  dichos populares: contra la oligarquía, ¡a la carga!, el país político y el país nacional, el hambre no es conservadora ni liberal. Galán trató de encontrar su inspiración en la simbología de José Antonio Galán, que en pose estatuaria llevara el escultor Carlos Gómez Castro al bronce e, inclusive, tomar frases como la  de Ni un paso atrás, siempre adelante y lo que ha menester, sea. Gaitán alcanzó  a quedarse con las masas, a quitarle el  partido liberal a la oligarquía, hasta el punto de que Eduardo Santos tuvo que entregarle las llaves de la casa liberal, para que él dispusiera de ella.

Elaboró su plataforma ideológica y de gobierno, que ciertamente no pasaba de un esquema socialdemócrata, pero que para la época era muy avanzado y, sobre todo, por el sabor popular que le dio Gaitán a sus campañas, donde el pueblo bajo lo tenía como un semidios o un nuevo Mesías. Vea el texto completo en raulpachecoblanco.blogspot.com
Publicada por
Raúl Pacheco Blanco

Respuesta  Mensaje 8 de 8 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 10/04/2011 15:08
Otros responsables del 9 de abril
Luis Vidales
(Bogotá, mayo de 1948)
 
Publicado en el diario "Jornada". Reproducido en el libro La insurrección desplomada (El 9 de abril, su teoría, su praxis) , Editorial Iqueima, Bogotá, 1948, págs. 77-82.
 

 



Uno de los capítulos más fecundos de la alucinante doctrina de Segismundo Freud es, sin duda, el de la asociaciones de ideas. Por los caminos más sutiles de esa especie de "caneca de la basura espiritual" que es el subconsciente, un objeto, una palabra una idea revelada de pronto por el contorno presente del sujeto, lo traslada a viejas cosas vividas, especialmente en la infancia, en la que según el judío vienés, quedaron para siempre grabados los rumbos del destino del hombre.

Algo parecido me ha ocurrido en estos días, con el solo anuncio, leído en la prensa. de que entre los escombros del palacio arzobispal fue hallado un libro que ardía misteriosamente desde el 9 de abril: la "Historia de los Padres de la Iglesia". La obra humeante aún, en condiciones que el periódico parece atribuir a un milagro, me trasladó a algo que en mí grabó su impronta con el sello de otro tiempo. Entre el 9 de abril y los Padres de la Iglesia parecía surgir en mí una asociación extraña, de esas que como chispas iluminan un minuto la conciencia y nos trasladan a cosas ya vividas. Yo era algo así como la sirvienta de los clérigos, que durante treinta años estuvo oyéndoles sus latines y de pronto, una mañana, irrumpió a hablar en el correcto idioma de los "clercs", como un dulce Virgilio de cocina.

Y se hizo en mí la luz. Era como si la "Historia de los Padres de la Iglesia", de par en par abierta ante mis ojos, me invitara a la lectura. Y comenzó el hojeo de las páginas.

Aquí, en ésta, estaba San Justino el Mártir, que me decía con su tibia voz de agonizante: "Nosotros traemos a la comunidad cuanto poseemos y lo repartimos con quien lo necesita". Más adelante, la hoja del libro se abría para San Ambrosio, con estas palabras suyas: "No es la naturaleza la que ha creado el derecho de la propiedad privada".

Y no bien había pasado cinco páginas, cuando di de manos a boca con el propio San Agustín y sus palabras de fuego: "Poseemos demasiadas cosas superfluas. Contentémonos con lo que Dios nos ha dado y tomemos solo aquello que necesitamos para vivir, porque lo necesario es obra de Dios y lo superfluo, obra de la codicia humana. Lo superfluo de los ricos es lo necesario de los pobres. Quien posea un bien superfluo, posee un bien robado".

La cuestión, como se ve, estaba cobrando suma gravedad. Sátiras, indirectas, flechas sardónicas arrojaban los Padres de la Iglesia... ¿Contra quién? Es lo que yo no sabía con justa precisión. Pero como entonando en el coro de los doctores de nuestra santa madre, etc., San Ambrosio volvió a la carga (¡siempre a la carga!), para decir: "La Naturaleza da todo para todos. Dios ha creado los bienes de la tierra para que los hombres los disfruten y para que sean propiedad de todos". ¡Cómo así!, exclamé yo, fuera de mí, ya maliciando con quiénes se las había mi memoria freudiana. ¡Cómo así! ¡Mucho cuidado con nuestro 9 de abril! Pero al punto San Agustín volvió a tornar en sus manos la metralla cristiana y exclamó, ya con más ira en la voz: "No por virtud del derecho divino, sino por virtud del derecho de guerra, alguien puede decir: Esta casa es mía, esta es mi villa. este criado es mío. La propiedad privada provoca disenciones. guerras, matanzas, insurrecciones, pecados mortales y veniales. Por eso, si no nos es posible renunciar a la propiedad en general, renunciemos, cuando menos, a la propiedad privada".

De aquí en adelante, los Padres de la Iglesia entonaron tremenda grita. Uno alzaba la voz y más allá otro se unía al coro, hasta formar una orquesta de denuestos, regaños, acusaciones, condenas. Ordenando sus palabras. fueron éstas las más significativas: San Clemente de Alejandría: "Todas las cosas son comunes. No existen para ser adquiridas únicamente por los ricos".

San Barnabás de Chipre: "Tendrás todo en común con tu prójimo. No deberás poseer nada en propiedad. Porque si posees en común lo que es eterno, ¿con cuánto más motivo no debes poseer en común lo que no lo es?".

San Jerónimo: "Quien quiera que posea más de lo necesario para vivir, deberá dárselo a otro, y considerarse deudor de tanto como da".

San Cirilo de Alejandría: "Ni la Naturaleza ni Dios conocen ninguna diferencia social de las que ha introducido la codicia humana".

Tertuliano: "Nosotros, los cristianos, somos hermanos en lo que concierne a la propiedad, que origina entre vosotros tantos conflictos. Unidos de corazón y de alma, estimamos todas las cosas como pertenecientes a todos. Compartimos todo, excepto nuestras mujeres. Entre vosotros, por el contrario, es lo único que poseéis en comun". San Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla: "Imposible enriquecerse honestamente".

San Basilio, el Grande: "¿Podemos ser más crueles que los animales, nosotros que estamos dotados de razón? Porque ellos consumen en común los productos de la tierra. En el mismo rincón de la montaña pacen los rebaños de carneros y caballos. Pero nosotros nos apropiamos los bienes que deben pertenecer a todos. El pan que te apropias es del que tiene hambre, del que está desnudo la vestidura que guardas, del que va descalzo los zapatos de tu armario, del que no posee nada el dinero que escondes".

Un último respiro, una pequeña mota de silencio, y con más furia golpeó el aire como un alfange de filo la tremebunda voz de Santiago, ruda, fulminante, desde el fondo de su Epístola:

"¡Llorad por la miseria que os aguarda a vosotros los ricos! ¡Vuestras riquezas han entrado en putrefacción! ¡Vuestros lujosos trajes están roídos por los gusanos! ¡Herrumbosos están vuestro oro y vuestra plata! Habéis acumulado tesoros, mientras guardábais en provecho vuestro el trabajo de los obreros que segaron vuestros campos. La querella de los segadores ha subido a los oídos de Dios".

Llegado a este punto, la cosa para mí se hizo cíarísima. El coro de los santos doctores se estaba refiriendo —¡quién lo creyera!— al 9 de abril. ¡Sí señores! Yo había descubierto, sin saberlo, por una simple reminiscencia freudiana, a los autores intelectuales del 9 de abril. Con qué saña los oí referirse a los especuladores, a los de los dólares al 175, a los de las ganancias del 400 y el 500 por ciento, a los... ¡Bueno! Ya no me queda más camino que darle traslado de mi hallazgo a los de Scotland Yard. ¡Que sigan por esa pista!

Mientras tanto, la obra de la "Historia de los Padres de la Iglesia" continúa ardiendo milagrosamente desde el 9 de abril entre los escombros del palacio arzobispal de Bogotá. ¡Y después, hay quienes no creen en milagros!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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