Los pocos que tuvieron que ver con el coronel Muamar Gadafi lo consideraban impredecible, inconsecuente y temperamental. El presidente Ronald Reagan lo describió en 1986 como el “perro rabioso de Medio Oriente”, envió la Sexta Flota a bombardear su país e impuso un estricto embargo petrolero. Gadafi era un paria; sin embargo 20 años después había vuelto a colocar a Libia entre los principales exportadores de petróleo crudo del mundo, gracias sobre todo a los gigantes petroleros de EE.UU.
Evidentemente debe de haberse comportado de manera más racional en sus tratos con el sector petrolero que en otras iniciativas internas o de política exterior, tal vez porque estaba menos involucrado. Las compañías petroleras internacionales también aprendieron cómo operar –y ganar mucho dinero– en el entorno empresarial inestable, incluso hostil, de Libia.
Libia llegó a la independencia en 1951, como producto de la unión entre el languideciente imperialismo británico y una orden musulmana saharaui, la Senussi, cuyo líder se convirtió en rey de Libia. Libia había sido conocida durante mucho tiempo como el “reino vacío” y era pobre, su única exportación era chatarra recolectada en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial.
Exploraciones de geólogos italianos en los años treinta, continuadas por expertos del ejército de EE.UU., sugerían que podía haber petróleo bajo ese vasto país de 1,7 millones de kilómetros cuadrados. La Ley del Petróleo de 1955 de Libia rompió con la práctica usual en Medio Oriente de otorgar concesiones a una sola compañía, como Anglo-Iranian en Irán, Aramco en Arabia Saudí e Iraq Petroleum Company en Iraq. En su lugar, Libia ofreció muchas concesiones, limitadas geográficamente y con una duración de hasta cinco años. Una vez que se encontró petróleo, resultó una decisión sabia.
Unas 10 compañías se sumaron a la fiebre petrolera inicial, y en 1961 se embarcó petróleo por primera vez desde la terminal en Marsa el-Brega. En menos de cinco años, la producción pasó a una cantidad sin precedentes de un millón de barriles por día, y 19 compañías operaban en el país, incluidas Exxon, Shell, BP y ENI; en 1968 llegaron a ser 39. Este nuevo modelo de explotación de petróleo llegó gradualmente a ser global.
Enfrentando entre sí a las compañías petroleras
Cuando Gadafi tomó el poder en el golpe de 1969, estaba determinado a obtener un precio mayor por su crudo. Por consejo del primer ministro del Petróleo de Arabia Saudí, Abdullah al-Tariki (el “jeque rojo” despedido por el rey Faisal por su franqueza), hizo que las compañías petroleras se enfrentaran entre ellas, colocando a la mayor, Esso, contra una pequeña independiente, Occidental. Redujo su producción diaria a la mitad para tratar de obligarlas a pagar un precio mayor a su gobierno. Esso pudo reemplazar sus pérdidas con producción en otros países, pero Occidental no tenía pozos fuera de Libia. Estaba en una posición especialmente débil, ya que las siete mayores del mundo, más la compañía estadounidense Gulf Oil, y las compañías europeas/británicas Royal Dutch Shell y BP se negaron a cederle un solo barril. “Se lo había jugado todo a una sola carta”, se mofaron los negociadores libios. La compañía aceptó el aumento de precio. Con el cierre del Canal de Suez, el cártel petrolero de Achnacarry vino después en septiembre de 1970, y de un golpe los precios y los impuestos aumentaron en un 20%.
Otros países exportadores de petróleo aprendieron la lección de que más vale tratar con varios operadores que con uno, y equilibrar a los mayores con compañías más pequeñas sin recursos alternativos. Después de eso, compañías petroleras independientes y estatales europeas irrumpieron en la escena petrolera global.
Gadafi y el Consejo Revolucionario, siguiendo el ejemplo del presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser, estaban determinados a hacer que la nación volviera a enriquecerse. Pero también tenían que considerar precedentes negativos, como el del primer ministro iraní Mohammad Mossadeq, derrocado por la CIA en 1953 porque se había atrevido a enfrentarse a la Anglo-Iranian Oil Company; y el presidente argelino, elcoronel Houari Boumedienne, que nacionalizó los pozos petrolíferos de propiedad francesa en 1971, y sólo consiguió que le sometieran a un costoso embargo.
Las acciones de Libia tenían una base firme. Los soldados del Sha de Irán ocuparon Abu Musa y las islas Tunb en el Golfo en diciembre de 1971, justo antes de que las fuerzas británicas se retiraran de la región. Para castigar a Gran Bretaña por permitir que esto sucediera, el gobierno libio nacionalizó los activos de BP. El pretexto era frágil, pero había mucho en juego: BP poseía la mayoría del campo petrolífero Sarir, el mayor en Libia. Después de una tormentosa batalla legal, se firmo un acuerdo restaurando el control total del yacimiento a Libia. Cada confrontación terminó de la misma manera: los técnicos extranjeros fueron acosados, el trabajo en las plataformas ralentizado y la productividad reducida considerablemente. Gulf, Philips, Amoco, Texaco, Socal y otras abandonaron, indignadas, los campos petrolíferos, y Libia. La Compañía Nacional Libia de Petróleo (NOC), que había sido formada siguiendo el modelo estadounidense, no tuvo problemas en hacerse cargo, y en una década el ingreso nacional se quintuplicó, llegando a 10.000 dólares per cápita en 1979.
Comienzan los problemas
La política fue el problema. El Departamento de Estado de EE.UU. publicó su primera lista de patrocinadores estatales del terrorismo en 1979, y Libia figuraba en los primeros puestos por su apoyo a grupos radicales palestinos. Poco después EE.UU. cerró su embajada en Trípoli y prohibió a ciudadanos estadounidenses la compra de crudo libio. Entonces, en junio de 1986, todo el comercio con la Jamahiriya (el nuevo término nacional de Gadafi, de las palabras árabes para república y las masas) fue ilegalizado. Cuando tuvo lugar el atentado terrorista contra el vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie el 21 de diciembre de 1988, y el vuelo francés UTA 772 fue atacado en noviembre de 1989, se impusieron sanciones internacionales a Libia que afectaron a la industria petrolera. Eso se sumó a problemas como la caída del precio global del crudo, el gasto en grandes proyectos de construcción y un cierto desorden en la economía interior. (Fue el resultado del intento de seguir las recomendaciones del Libro Verde, el largo y abstruso folleto anarco-colectivista de Gadafi, la “guía de la Revolución” que predicaba una tercera teoría universal, a mitad de camino entre el capitalismo y el marxismo.)
Incluso a pesar de que NOC encontró fácilmente nuevos mercados en Europa, Turquía y Brasil para reemplazar las ventas a EE.UU., el embargo terminó con sus planes de desarrollar la exploración petrolera, los petroquímicos y el gas natural; fueron postergados por falta de capital, tecnología, experiencia y equipamiento occidentales. Hubo redes para soslayar el embargo a través de Túnez y Egipto, pero era costoso pagar a criminales a ambos lados del Mediterráneo. Un clavo o un tornillo costaban cinco o seis veces más en Libia después de 1986. Los campos petrolíferos envejecían y era esencial que se reiniciara la exploración para que no se detuviera la producción.
El período 1991-1999 fue difícil: el crecimiento económico se redujo a sólo 0,8% al año y el ingreso per cápita cayó un 20%. También aumentó el descontento y hubo levantamientos en Libia oriental (Cirenaica) y varios intentos de derrocar el régimen. A Gadafi no le quedó otra alternativa que ceder. Entregó al Reino Unido a los agentes de inteligencia libios acusados del atentado de Lockerbie, y pagó una generosa compensación a las familias de las 270 víctimas (y un poco menos a las 170 víctimas del vuelo de UTA). Después del 11-S, Libia apoyó la “guerra contra el terror” de EE.UU. y en 2003, pocos días después de que los tanques estadounidenses entraran en Bagdad, Gadafi renunció públicamente a toda ambición de desarrollar armas nucleares.
El 13 de noviembre de 2003, se levantaron las últimas sanciones internacionales, y la industria petrolera de Libia se reanimó. Gadafi quería duplicar rápidamente la producción, a más de 3 millones de barriles diarios (igual que Irán), y convertir a Libia en un miembro influyente de OPEC, el cártel que fija los precios del petróleo. En agosto de 2004, NOC subastó 15 licencias de exploración, provocando una fiebre del petróleo.
En total 120 compañías se interesaban, incluidos varios gigantes estadounidenses y británicos del petróleo que habían abandonado Libia en 1986 sin ser nacionalizados; 11 de los 15 bloques se otorgaron a compañías estadounidenses (Occidental, Amerada Hess, ChevronTexaco). La estrategia de Gadafi fue volver a favorecer a compañías de EE.UU. sobre las europeas como Total, a pesar del hecho de que ésta había apoyado a Libia durante el período de sanciones. Las compañías petroleras internacionales estaban impacientes por entrar en Libia a pesar de que los contratos eran duros: 133 millones de dólares a pagar en la firma y un mínimo de 300 millones a gastar en exploración. A cambio, las compañías conservarían un máximo del 38,9% de la producción, con mayor tendencia a sólo un 10,8%.
¿Por qué entonces existe semejante fascinación mutua y duradera entre Libia y las compañías petroleras, grandes y pequeñas, si las condiciones en ese país son tan difíciles? El crudo de Libia es de excelente calidad, y sus campos petroleros están cerca de las refinerías europeas, entre las mayores del mundo. El petróleo libio representa actualmente cerca de un 15% del consumo de Francia, aunque menos de un 10% en la Unión Europea. Pero la principal razón es que el equilibrio de fuerzas ha cambiado. En 1960 las principales petroleras británicas y estadounidenses controlaban la mayor parte de la producción fuera del mundo comunista. Las compañías nacionales de los países productores las han reemplazado. Ahora son dueñas de sus recursos minerales y controlan el acceso, incluso aunque todavía necesitan compañías internacionales para buscar nuevos yacimientos.
La prospección del petróleo es arriesgada y costosa, necesita un inmenso capital y experticia técnica. Las compañías petroleras nacionales no tienen ni lo uno ni lo otro. La mayor parte del dinero que ganan lo gastan en otros sitios (la familia Gadafi, con seis hijos y una hija, toma más que su parte) y su esfera de actividad sigue confinada dentro de sus fronteras. Por lo tanto, a pesar de las expulsiones, la revolución y la nacionalización, la renovación de vínculos es inevitable, con o sin Gadafi.
Traducido del francés al inglés por Stephanie Irvine.
Jean-Pierre Séréni es periodista y Valia Kaimaki es periodista basada en Atenas.
Este artículo aparece en la edición de abril de la excelente revista mensual Le Monde Diplomatique, cuya edición en inglés se encuentra en mondediplo.com.
Fuente: http://www.counterpunch.org/sereni04082011.html