Valter Pomar
Si quiere ampliar su fuerza sin perder el rumbo, la izquierda latinoamericana y caribeña tendrá que dar más atención al debate sobre el capitalismo del siglo XXI, al balance del socialismo del siglo XX y a la discusión estratégica. Que incluye resolver la ecuación entre línea política, base social, partido, gobierno y Estado.
La América Latina y Caribeña (ALC) jugó un importante papel en el desarrollo del capitalismo, más específicamente, para el enriquecimiento de potencias todavía hoy dominantes: los Estados Unidos y algunos países europeos.
El saqueo y la explotación de ALC contribuyeron para la acumulación de riquezas que precedió a la industrialización capitalista de las metrópolis europeas.
Posteriormente, los países de la región ALC sirvieron no sólo como proveedores de materias primas, sino también como mercado consumidor de productos industriales y receptor de capitales exportados por las metrópolis.
Esta relación de explotación se mantuvo a lo largo de la historia, no importando cuál fuera el país hegemónico del polo metropolitano: Portugal, España, Holanda, Francia, Inglaterra o Estados Unidos.
La explotación por parte de las metrópolis no impidió el desarrollo de América Latina. Pero generó un tipo de desarrollo que reproduce las condiciones generadoras de la explotación, de la dependencia externa y de la desigualdad.
En último análisis, las metrópolis aceptaban y hasta estimulaban el desarrollo, siempre y cuando fuera asociado, subalterno, dependiente, periférico.
Tanto la explotación como el desarrollo asumieron distintas formas, variando de acuerdo a: a) las condiciones naturales; b) las características de las sociedades precolombinas y de las respectivas metrópolis; c) los distintos tipos y niveles de explotación, por ende, de la actitud general de las clases dominantes y del comportamiento de los grupos sociales explotados.
Las diferencias – nacionales, subregionales, sociales, étnicas, culturales y lingüísticas – son a menudo utilizadas para cuestionar la existencia de una única América Latina y Caribeña. Así fue a principios del siglo XIX y así sigue siendo a principios de siglo XXI, como se puede verificar en el discurso de los sectores contrarios a las políticas de integración, especialmente aquellas impulsadas desde 1998 y plasmadas en instituciones como el Alba, Unasur, Celac, etc.
No cabe desconocer, ni tampoco minimizar, las diferencias profundas existentes entre los países de la región ALC. Incluso porque parte de estas diferencias proviene de la acción de las metrópolis y de sus aliados en la región.
Se trata, en cambio, de observar que, desde el período colonial, la región viene manifestando un doble potencial: a) por un lado, un potencial de integración subordinada o, más exactamente, de desintegración en unidades nacionales autónomas y a veces enfrentadas entre sí, pero igualmente subordinadas a centros metropolitanos; b) por otro lado, un potencial de integración autónoma.
Ambos destinos están inscriptos entre los futuros posibles de América Latina: o bien volverse una región integrada desde afuera, a partir de los intereses y necesidades de las potencias centrales; o bien volverse una región integrada desde adentro.
En este segundo futuro posible se inscribe un abanico de alternativas, que va desde una integración homogeneizada por una nación de la región en beneficio de los intereses de su propia clase dominante; hasta una integración de orientación socialista.
A lo largo de los últimos cinco siglos, prevaleció una variante dependiente, asociada y periférica de integración, combinada con desarrollos nacionales marcados por la desigualdad y por reducidas libertades democráticas.
A lo largo de dichos siglos, debido a las conexiones ya señaladas, cada vez que ocurría una crisis en las metrópolis, se acentuaba en la región la disputa sobre la naturaleza del desarrollo nacional, de la integración regional y de las relaciones con el resto del mundo.
Entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, el ciclo de las revoluciones burguesas en Europa creó un contexto favorable a las independencias latinoamericanas. Obsérvese que parte de las repúblicas independientes, así como la monarquía brasileña, escapó de la hegemonía ibérica hacia la hegemonía británica.
En la primera mitad del siglo XX, el conflicto interimperialista ayudó a abrir las puertas a una creciente industrialización, proceso que a su vez estuvo en la base del ciclo revolucionario y populista de los años 1930-50, así como del ciclo de golpes y dictaduras iniciado en los años 1960.
Esta etapa de industrialización fue simultánea al declive de la hegemonía británica y a la consolidación de la hegemonía regional y mundial de los Estados Unidos (EEUU).
La crisis internacional de los años 1970, más exactamente la actitud de los EEUU para enfrentar esta crisis, desencadenó en el mundo y en la región ALC un proceso regresivo, caracterizado por el colapso de la socialdemocracia europea, de los nacionalismos africanos, de los desarrollismos latinoamericanos y del socialismo de tipo soviético; y, además, signado por la crisis de la deuda externa y por el ascenso del neoliberalismo.
En las décadas de 1980 y 1990, el neoliberalismo se volvió hegemónico en América Latina, acentuando la dependencia, la desigualdad y el conservadurismo político característicos del período anterior.
En América Latina, en los años 1990, la defensa de los intereses nacionales, populares, democráticos y socialistas entró en una etapa de defensiva estratégica. En otras palabras: en un contexto marcado por la crisis del socialismo y por la ofensiva neoliberal, se trataba de defender las conquistas obtenidas en el período anterior.
A partir de la segunda mitad de los años 1990, esta situación de defensiva estratégica de las fuerzas populares coincidió con un período de gran inestabilidad internacional, producto de la combinación entre dos fenómenos: la crisis del capitalismo y el declive de la hegemonía de los EEUU.
Tenemos, de un lado, una crisis de acumulación, que se manifiesta directa o indirectamente en todos los terrenos: financiero, comercial, cambiario, energético, alimentario, ambiental.
Del otro lado, tenemos la reacomodación geopolítica, resultante: a) de las dificultades que enfrentan los Estados Unidos para mantener su hegemonía mundial; b) de la agudización de las contradicciones intercapitalistas, crecientes tras la derrota del bloque soviético; c) del fortalecimiento de potencias competidoras, especialmente China.
Este período de gran inestabilidad internacional, causado por la combinación entre los fenómenos geopolíticos y macroeconómicos arriba mencionados, está y seguirá estando signado por crisis y revueltas sociales.
No es posible saber cuánto tiempo durará este período de inestabilidad internacional. Ello, al igual que el mundo que emergerá después, dependerá de cómo se articule la lucha política, dentro de cada país, con la lucha entre Estados y bloques regionales.
La lucha entre Estados y bloques regionales se encuentra, hoy, polarizada por los Estados Unidos y sus aliados europeos y japoneses, de un lado; y, del otro, los BRICS y sus aliados.
Diferentemente de lo que ocurría antes de 1945, hoy tenemos una disputa entre Estados de la (casi) antigua periferia y Estados del (casi) antiguo centro. Y, diferentemente de lo que ocurría antes de 1990, hoy se trata de una disputa en los marcos del capitalismo.
América Latina es uno de los escenarios de esta disputa entre los Estados Unidos y los BRICS. Desde el punto de vista geopolítico, considerando el mediano y el largo plazo, hay por lo menos tres escenarios posibles. En el primero de ellos, los Estados Unidos mantienen su condición de potencia hegemónica mundial y regional. En el segundo de ellos, los Estados Unidos pierden su condición de hegemonía mundial, pero se mantienen como potencia regional. En el tercer escenario, el más favorable para ALC, los Estados Unidos dejan de ser potencia hegemónica mundial y también dejan de ser potencia hegemónica regional.
La disputa EEUU/BRICS se da en los marcos del capitalismo. Sin embargo, hay en ALC una variable excéntrica que merece ser tenida en cuenta: como resultado de un proceso iniciado en 1998, se constituyó en la región una fuerte influencia de la izquierda.
Según el documento base del XVII Encuentro del Foro de São Paulo (www.forodesaopaulo.org), partidos de izquierda apoyan, participan o dirigen los gobiernos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Argentina y República Dominicana.
Salvo Cuba, cuyo gobierno es resultado de una lucha armada revolucionaria, en un proceso que en abril de 1961 asumió un carácter socialista, los demás gobiernos resultan de victorias electorales, en una ola iniciada en 1998 con Hugo Chávez (Venezuela) y que se mantuvo hasta 2009, con Mauricio Funes (El Salvador).
Los gobiernos en los cuales la izquierda participa conservan, entre sí, importantes diferencias, que van desde aquellas causadas por la naturaleza y geografía, pasando por las históricas y sociales, hasta aquellas producidas por las distintas líneas políticas, tanto de la izquierda que llegó al gobierno, como de la derecha que pasó a la oposición.
Las diferencias políticas no constituyen necesariamente un aspecto negativo. Al contrario: si fuera sólo una, si siguiera un único modelo, la izquierda latinoamericana no habría logrado vencer las elecciones en países tan disímiles.
Pero, pese a la diversidad, todas las izquierdas de ALC enfrentan problemas comunes: a) la herencia del neoliberalismo, el desarrollismo conservador y colonial (como el racismo en Bolivia y en Brasil); b) la oposición radical del sector mayoritario de la burguesía latinoamericana (y sectores aliados) contra cualquier tipo de política redistributiva, ya sea de poder, de riquezas, o de acceso a derechos sociales; c) la actitud belicosa de las antiguas metrópolis contra gobiernos latinoamericanos que priorizan los procesos de integración regional.
Existen distintos procesos de integración. Algunos tuvieron inicio antes de la ola de gobiernos progresistas y de izquierda. Es el caso del Mercosur y de otros acuerdos comerciales subregionales, que respondían a propósitos integracionistas, pero también eran tratados como pasos intermedios hacia el Área de Libre Comercio de las Américas.
Otros procesos de integración surgieron recientemente, por iniciativa de gobiernos en los cuales la izquierda participa: es el caso de Unasur, Alba y Celac.
El Alba es un marco institucional para la cooperación entre gobiernos ideológicamente afines. Unasur y Celac, por su parte, son proyectos de integración regional, que buscan incluir a todos los países de la región, independientemente de la orientación político-ideológica de sus gobiernos.
Dijimos anteriormente que la disputa EEUU/BRICS se da en los marcos del capitalismo; que ALC es uno de los escenarios en los que se entabla esta disputa; y que hay en ALC una variable excéntrica que debe ser tenida en cuenta: la fuerte influencia de la izquierda.
Esta influencia de la izquierda hace posible que ALC se constituya, no en un escenario pasivo, sino en uno de los polos del combate de naturaleza geopolítica que está en curso en el mundo. Como así también vuelve factible hacer de la región uno de los espacios de reconstrucción de una alternativa socialista al capitalismo.
Para transformar estas dos posibilidades en realidad, la izquierda de ALC tendrá que enfrentar varios desafíos teóricos, estratégicos y tácticos.
El primero de estos desafíos es derrotar el contraataque promovido por la derecha latinoamericana y sus aliados metropolitanos.
Este contraataque incluye: a) una campaña mediática permanente contra la izquierda; b) el intento de crear una cizaña entre los gobiernos de izquierda en la región, dividiéndolos entre “moderados” y “radicales” y poniéndolos unos contra otros; c) la promoción de campañas de desestabilización e incluso golpes, de los cuales hasta ahora tuvo éxito sólo el de Honduras; d) el lanzamiento de candidaturas electoralmente competitivas, táctica que tuvo éxito en Panamá, Costa Rica y Chile; e) la presión militar, a través del relanzamiento de la IV Flota y de la ampliación del número de bases militares de los EEUU y aliados europeos en la región.
Este contraataque de la derecha se ve favorecido por dos factores: por una parte, la administración Obama; por otra, los impactos regionales de la crisis internacional.
La elección de Obama generó enormes expectativas en la población de las periferias del mundo, expectativas que dieron al mandatario estadounidense un capital político del cual Bush no disponía. A pesar de que la administración Obama no haya alterado lo fundamental de la política externa de los EEUU, aquel capital político sigue activo, aunque bastante desgastado.
Asimismo, la crisis internacional trajo dificultades inmensas a varios países de la región, especialmente aquellos fuertemente dependientes de las exportaciones, como es el caso de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Los desafíos segundo y tercero de la izquierda político-social de ALC consisten en : a) no perder los gobiernos nacionales conquistaos hasta ahora; b) conquistar nuevos gobiernos nacionales.
Las próximas elecciones en la región serán: Perú, Guatemala, Argentina y Nicaragua. Por lo tanto, tres países gobernados por la centroizquierda y un país gobernado por la derecha. Posteriormente, tendremos dos elecciones fundamentales: Venezuela y México.
El cuarto desafío de la izquierda político-social es, en donde controla el gobierno nacional, impulsar cambios estructurales de naturaleza democrático-popular. En este punto, es necesario considerar algunos factores limitantes:
a) a nivel nacional, la izquierda todavía se encuentra en una etapa de defensiva estratégica, lo que crea dificultades objetivas para cambios estructurales;
b) impulsar cambios estructurales a partir de un gobierno electo es algo muy diferente de hacerlo a partir de gobiernos revolucionarios;
c) hacer reformas estructurales exige apoyo político mayor que el necesario para vencer elecciones;
d) los gobiernos de los cuales la izquierda político-social participa en ALC son generalmente coaliciones políticas (con partidos de centro y hasta de derecha) y sociales (con sectores de la burguesía), que actúan en los marcos del capitalismo y que, en mayor o menor medida, adoptan políticas que también benefician a sectores de la burguesía;
e) por ello, además de la oposición de derecha, los gobiernos apoyados por la izquierda político-social en ALC enfrentan una oposición de izquierda, contraria a acuerdos con sectores de centro y sectores de la burguesía, así como contrarias a políticas de tipo capitalista.
Brasil es un buen ejemplo de lo complejo y difícil que es, desde el gobierno nacional, impulsar cambios estructurales de naturaleza democrático-popular.
A lo largo de todo el siglo XX, la historia brasileña estuvo signada por la disputa entre dos grandes alternativas de desarrollo: la conservadora y la progresista.
La alternativa conservadora es aquella en la cual el capitalismo se desarrolla sin reformas estructurales, con bajos tenores de democracia y manteniendo la alineación de Brasil a los intereses de las metrópolis (primero Inglaterra, luego EEUU).
La alternativa progresista es aquella en la cual el desarrollo capitalista se combina con reformas, democratización, soberanía nacional y una política externa autónoma.
A lo largo de gran parte del siglo XX, la alternativa conservadora fue hegemónica, lo cual explica la coexistencia del crecimiento rápido, en un ambiente de dictaduras y desigualdad social creciente.
Durante casi todo el siglo XX, la alternativa progresista, además de minoritaria, fue hegemonizada por fuerzas capitalistas, teniendo a algunas fuerzas socialistas como aliadas.
Pero, a fines de los años 1980, las fuerzas socialistas, encabezadas por el Partido de los Trabajadores, pasaron a dirigir el bloque de fuerzas políticas y sociales defensoras de la alternativa progresista.
Por un breve momento, pareció que pasaríamos a tener, en Brasil, una disputa entre dos grandes alternativas: la capitalista-conservadora y la democrático-popular & socialista.
Pero ese momento duró poco: en un ambiente internacional y nacional marcado por la crisis del socialismo y por la ofensiva neoliberal, el Partido de los Trabajadores y gran parte de la izquierda brasileña alteraron sus objetivos programáticos y estratégicos, asumiendo gradualmente una línea hegemonizada por el progresismo (desarrollo capitalista con políticas sociales, democracia, soberanía e integración), aunque mantuviera el socialismo como meta de largo plazo.
Así, los años 1990 siguieron marcados por la disputa entre la alternativa conservadora (ahora bajo hegemonía neoliberal) y la progresista (ahora encabezada por el PT).
El período neoliberal acentuó las tendencias más conservadoras del patrón tradicional del desarrollo brasileño, a un punto tal que ocurrieron escisiones en el bloque hegemónico. Las disidencias en la grande, mediana y pequeña burguesía fueron fundamentales para la elección de Lula para la presidencia de la República, en 2002.
Una vez conquistada la presidencia de la Republica, el gran tema de la política nacional (y el gran desafío táctico de la izquierda brasileña) siguió siendo la superación de la herencia neoliberal. En 2011, a pesar de los más de ocho años de gobierno encabezados por petistas, esta herencia neoliberal sigue siendo sumamente influyente.
El gran reto estratégico consistía y sigue consistiendo en, manteniendo el control sobre el gobierno nacional y manteniendo la hegemonía del PT sobre las fuerzas progresistas, hacer que la alternativa socialista vuelva a ser uno de los polos de la disputa (como ocurrió a fines de los años 1980). Este reto estratégico se ve dificultado, a su vez, por la creciente influencia material, política e ideológica que tienen distintos sectores de la burguesía sobre el PT.
La vinculación práctica entre el desafío táctico y el desafío estratégico depende de la realización de las llamadas reformas estructurales democrático-populares: reformas que apuntan a alterar la concentración del ingreso, la propiedad y el poder. Más concretamente, nos referimos a la reforma impositiva, reforma agraria, reforma urbana, reforma del sistema financiero, reforma política, democratización de la comunicación, etc. La reforma política tiene importancia destacada, ya sea para reducir la influencia del Capital sobre la izquierda, ya sea para volver alcanzable la mayoría parlamentaria indispensable para las transformaciones estructurales, al menos en los marcos de la estrategia actualmente implementada por la izquierda.
Si la izquierda en el gobierno no es capaz de realizar o al menos de dar pasos en el sentido de estas reformas, no posee significado estratégico, por más que en lo inmediato contribuya para mejorar la vida del pueblo. Y la no realización de tales reformas puede decepcionar y dividir a los apoyadores de la izquierda, como en parte ocurrió en Chile con la Concertación.
Pero, para realizar reformas estructurales (o por lo menos para acumular fuerzas en ese sentido), un gobierno de izquierda necesita sustentación política, sin la cual puede ser derribado, como ocurrió con el gobierno de Honduras.
Para enfrentar el cuarto desafío, por lo tanto, la izquierda político-social no puede ir muy rápido, ni tampoco muy despacio. Para ello, necesita considerar adecuadamente la correlación de fuerzas, a través del análisis concreto de la situación concreta. Y debe reanudar el debate estratégico abierto por la experiencia de la Unidad Popular chilena.
El quinto desafío de la izquierda político-social de ALC es acelerar el proceso de integración, fundamental para aprovechar el potencial de la región y también para reducir la injerencia imperialista.
Un sexto desafío es volver hegemónica, en la región, una cultura popular latinoamericana y caribeña. Pues la verdad es que el american way of life sigue siendo hegemónico, incluso cuando los EEUU están fuertemente cuestionados desde el punto de vista político.
El séptimo desafío se refiere a ampliar la capacidad teórica y política de las izquierdas latinoamericanas y caribeñas. Con destaque para la necesidad de ampliar la coordinación entre gobiernos, partidos y movimientos sociales. Sin esto será cada vez más difícil tanto enfrentar a la derecha en el plano nacional como enfrentar los desafíos de la integración continental y de la inestabilidad mundial.
La reflexión teórica debe enfrentar y superar tres factores negativos, que generan deformaciones sistémicas en la visión de mundo y en formulaciones de las distintas familias de la izquierda en ALC:
1) la crisis de las alternativas nacionalistas, desarrollistas, socialdemócratas y socialistas, combinada con la influencia del neoliberalismo;
2) la importancia asumida por los procesos electorales y por la participación en la institucionalidad estatal;
3) la necesaria construcción de frentes policlasistas, en un contexto de debilitamiento de la clase trabajadora en tanto clase en sí y para sí.
Estos factores negativos actuaron de manera distinta sobre cada familia de izquierda, y sobre cada organización en particular. Podemos identificar, sin embargo, tres tendencias que se hicieron presentes en todas las familias y partidos: el centrismo, el utopismo y el movimientismo.
En la coyuntura de los años 1990, hacer concesiones (políticas y programáticas) era inevitable, salvo para el izquierdismo fanático. Por lo tanto, cuando hablamos (y criticamos) el centrismo, nos estamos refiriendo a organizaciones que hicieron concesiones más profundas, cambiando de objetivos programáticos, de base social o sencillamente adoptando una postura estratégicamente subalterna a los intereses de sectores de la burguesía. Postura que fue predominante entre los que adoptaron estrategias dichas de centroizquierda.
En cualquier coyuntura, una organización de izquierda necesita alguna dosis de voluntarismo romántico (o utopismo, en el sentido corriente de la palabra), que fortalezca las convicciones científicas y racionales, al mismo tiempo que ayude a recordar los objetivos de largo plazo. Por lo tanto, cuando hablamos (y criticamos ) el utopismo, nos estamos refiriendo a organizaciones que, en el plano táctico, adoptan una postura de sistemática minimización de la fuerza de nuestros enemigos; y que, en el plano estratégico, adoptan paradigmas precapitalistas. Esta segunda característica está muy presente en la izquierda boliviana y ecuatoriana, pero no solamente.
Un partido de izquierda que cambia bases sociales organizadas por bases electorales está condenado a la derrota ideológica, política e incluso electoral. Motivo por el cual la izquierda necesita, obligatoriamente, tanto apoyar como fomentar la movilización y organización de sus bases sociales. Por lo tanto, cuando hablamos (y criticamos) el movimientismo, nos estamos refiriendo a una concepción cripto-anarquista, que subestima la importancia de la lucha electoral y de la participación en gobiernos, en este período histórico; que mistifica y mitifica los llamados movimientos sociales; y que tiende a convertir, en el plano de las ideas, a los movimientos sociales en la vanguardia de la lucha contra el capitalismo.
Como resultado de todo lo que apuntamos antes, la izquierda de ALC enfrenta, actualmente, grandes dificultades para cumplir las dos tareas básicas para quienes desean alterar el status quo: ofrecer un mapa del camino y coordinar el conjunto de los frentes de actuación.
Claro que la afirmación anterior puede no ser adecuada en lo que atañe a algunas organizaciones y/o a algunos sectores que existen dentro de cada partido. Pero, desde una mirada de conjunto, consideramos que se trata de una descripción adecuada.
Específicamente en el caso de los partidos de gobierno, es preciso también tener en cuenta que ganar elecciones y administrar países profundamente desiguales, con poblaciones fuertemente influenciadas por la prensa de masas, exige movilizar el apoyo de capas populares más propensas a seguir liderazgos carismáticos, a contramano de las indispensables direcciones colectivas.
Exige, también, gran cantidad de recursos financieros, indispensables en procesos electorales en que el debate programático es fuertemente tensionado por el “comercio del voto”. Lo que genera una relación con el Estado y con los sectores empresariales que puede autonomizar, aunque sea parcialmente, a estos partidos de sus bases sociales originales.
Exige, finalmente, actuar dentro y fuera del aparato del Estado, buscando ser, al mismo tiempo, fuerza hegemónica y contra-hegemónica, capaz de disputar elecciones y gobernar como parte del camino hacia el poder, o sea, hacia una revolución político social. Lo cual es más fácil decir que hacer, especialmente cuando se está atrasado en el debate estratégico acerca de la vía chilena, o sea, acerca del camino estratégico que la Unidad Popular de 1970/1973 intentó recorrer.
Los factores negativos comentados más arriba afectan a todos los partidos políticos de gobierno, independientemente de la radicalidad exhibida por las administraciones que integran o apoyan. Pero hay diferencias relevantes que considerar.
En aquellos países en que el neoliberalismo fue más destructivo, éste solapó incluso las bases de sustentación de la derecha clientelista y disolvió todo el espectro político, incluso de izquierda.
También por ello, cuando se agota la hegemonía neoliberal y la oposición vence las elecciones, los nuevos presidentes son parte integrante de organizaciones políticas relativamente recientes, como es el caso del MVR venezolano, del MAS boliviano y del PAIS ecuatoriano.
Además, los nuevos gobernantes encuentran la necesidad y al mismo tiempo disponen de los medios para convocar procesos constituyentes, radicalizando el proceso desde el punto de vista retórico, político e institucional.
Esta radicalización es, en parte, una reacción contra las brutales desigualdades estructurales; por otra parte, constituye una respuesta a la radicalidad de la oposición de derecha, con sus campañas de descalificación, desestabilización y golpes.
No obstante, la radicalidad política no implica que, en esos países, las condiciones macro y microeconómicas sean las más favorables a la construcción de un modelo económico post neoliberal, ni mucho menos de un modelo post capitalista.
La contradicción entre las condiciones subjetivas y objetivas está en la base del creciente conflicto entre una parte de la base social original de estos gobiernos, con algunas de las políticas desarrollistas que estos mismo órganos de gobierno son obligados a ejecutar. Decimos “obligados” porque se trata tanto de responder a las demandas sociales acumuladas, como de corresponder a las necesidades futuras de mediano y largo plazo.
Como el desarrollismo realmente existente es de naturaleza capitalista, eso genera reacciones centristas (alianzas estratégicas con el capital), movimientistas (reacciones sectoriales contra determinadas políticas) y utopistas (rechazo izquierdista al desarrollismo) en las distintas familias de la izquierda. Tales divisiones en la base política y social de los gobiernos, en un escenario de dificultades causadas por la crisis internacional, pueden generar un escenario electoral favorable a la oposición de derecha.
En otros países del continente, donde había una economía industrial diversificada, la resistencia político-social consiguió imponer más límites al neoliberalismo; y el Estado y el espectro político fueron más preservados.
En estos países, los partidos políticos antiliberales que vencen las elecciones tienen muchos años de vida, como es el caso del Partido de los Trabajadores de Brasil (1980) y del Frente Amplio de Uruguay (1971). Por motivos similares, la derecha que pierde las elecciones sigue muy poderosa e influyente, bloqueando procesos constitucionales y reformas estructurales.
No sorprende que, en estos países, el pragmatismo centrista sea fuerte, mientras que el utopismo y el movimientismo son relativamente marginales.
Paradójicamente, a contramano de esta relativa moderación política de los procesos, en estos países, las condiciones macro y microeconómicas son (al menos potencialmente) más favorables a la construcción de un modelo económico post neoliberal; e incluso a la construcción del socialismo.
Aun considerando el esquematismo de la descripción, la contradicción que señalamos, entre condiciones subjetivas y objetivas, sólo encuentra solución teórica y práctica en los marcos de una estrategia continental. Es por eso que el tema de la integración es el principal divisor de aguas en el debate político de la izquierda en ALC.
La integración no garantiza un futuro socialista para cada uno de los países de América Latina y el Caribe. Y no toda integración es compatible con una estrategia socialista. Pero, en la actual situación internacional, para la mayoría de los países del ALC, sólo la integración vuelve el socialismo (o incluso un desarrollismo capitalista progresista) una alternativa realista.
Por ello, si quiere ampliar su fuerza sin perder el rumbo, la izquierda latinoamericana y caribeña tendrá que dar más atención al debate sobre el capitalismo del siglo XXI, al balance del socialismo del siglo XX, y a la discusión estratégica. Que incluye resolver la ecuación entre transformación nacional e integración regional.
*Valter Pomar es miembro del Directorio Nacional del PT.
(contribución al seminario organizado por Movement for Social Justice. Trinidad y Tobago, 12 y 13 de mayo de 2011)