Desde Carúpano.- No. El enfermo no es el jefe del gobierno "bolivariano, revolucionario y socialista" -e inepto, militarista y corrupto. El enfermo es el país. La enferma es Venezuela, como consecuencia fatal de 12 años ininterrumpidos de destrucción de sus estructuras institucionales y económicas, productivas, de su empresariado, de su cultura, de su moral, de sus servicios básicos, de su educación, de su identidad. Y, lo que es peor, de la entrega progresiva, sostenida, de su soberanía, de su independencia, al gobierno comunista de los hermanos Fidel y Raúl Castro, de los cuales es dócil e incondicional servidor el Presidente.
Lo que ocurre es que dramática y drásticamente disminuido en el favor de sus adeptos y de sus idólatras, que han comenzado a tomar conciencia de los engaños, las estafas y las trampas de que han venido siendo víctimas durante el nefasto régimen subalterno del gobierno comunista cubano, el jefe del gobierno apela al subterfugio de hacerse el enfermo para provocar la conmiseración, la lástima colectiva, y tratar de evitar su caída, su desmoronamiento definitivo.
Incapaz, y rodeado por incapaces, no puede esperarse de él ninguna rectificación honorable, que ponga al país en el camino del reencuentro con la institucionalidad democrática, con la eficacia en la conducción de la administración pública y con la reimplantación de las prácticas de la más exigente moral pública. Cada día se acentúa más la absoluta incapacidad y creciente inmoralidad del gobierno. Hágase una revisión, un repaso por la integración de su alto funcionarado y se comprobará que ninguno de sus integrantes escapa de la descalificación. A partir del ministro de Planificación y Finanzas, responsable directo de que Venezuela sufra hoy la más alta tasa mundial de inflación, hasta el ministro de Petróleo y presidente de Pdvsa, en cuyas torpes manos esa empresa, ha caído hoy a los más bajos niveles de descrédito general, empobrecimiento, endeudamiento e improductividad, al punto de que ya hasta escasea el aprovisionamiento de gasolina en los puestos de distribución del país.
Es la misma línea de acción -de destrucción- de los incontables ministros de Relaciones Interiores del gobierno, ninguno de los cuales ha acertado en su obligación de garantizar la seguridad colectiva e individual. La misma línea de acción -de destrucción- del ministro de Energía Eléctrica, responsable de los diarios apagones en todo el territorio nacional. La misma línea de acción -de destrucción- de los tantos ministros de Agricultura y Tierras, responsables del arrase de las empresas agrícolas, y con ello, de la vertiginosa caída de la producción nacional, en el área alimentaria, hoy absolutamente dependiente de la importación masiva hasta en renglones que antes eran de exportación, como el café, el cacao, el maíz, el arroz, las caraotas, carnes, pollos, etc.
Cierto. El enfermo -y de gravedad- no es el jefe del gobierno. Es el país. Pero no es hora de echarse a llorar, como plañideras, sino de actuar. Y en eso andan, activamente, las fuerzas democráticas que han encontrado en su unidad férrea el antídoto universal para los males de nuestra Venezuela de hoy y para evitar la recurrencia de esos males.
Ya lo demostrarán las elecciones presidenciales del próximo año.
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