+ - 05.12.2011, 17:22 hs - ACTUALIZADO 17:32
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La Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) acaba de crearse sobre un absurdo político y una utopía económica. Su meta, enfatizada por su principal promotor, el presidente venezolano Hugo Chávez, es establecer una OEA sin Estados Unidos y Canadá, dos naciones democráticas, pero incluyendo a Cuba, un país dictatorial desde hace más de medio siglo. A la ausencia de la cláusula democrática existente en otros organismos, única forma de abrirle la puerta al régimen castrista, se agrega la notoria imposibilidad de conciliar asimetrías económicas y sistemas drásticamente diferentes en este campo.
La integración de un bloque de naciones es imposible si no existe una madura armonía entre sus gobiernos. Y aun con cierta armonía es sumamente difícil como lo evidencian los problemas que atraviesa la Unión Europea. En la ausencia de armonía radica la debilidad de la Celac. Es una ilusión ingenua esperar el conjunto accionar coherente de países democráticos con otros que viven bajo personalismos autoritarios como Venezuela o bajo una dictadura como es el caso cubano. Igual incidencia frustrante presenta el campo económico. Estados con prósperos sistemas abiertos, como Chile, Perú, Colombia, México o Brasil, mal pueden conciliar sus políticas con el fracasado dirigismo estatal de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina. Y como si fuera poco, nada indica una disposición a abandonar el proteccionismo y los intereses nacionales que han hecho trizas otros intentos integradores y de los cuales el Mercosur es un triste ejemplo.
Los esfuerzos latinoamericanos de integración llevan casi 200 años de fracasos, desde el Congreso de Panamá convocado por Simón Bolívar en 1826. Las innumerables conferencias fútiles siguientes desembocaron en 1948 en la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) como entidad política y jurídica. Pero la utilidad de la OEA se debilitó por la influencia dominante de Estados Unidos hasta hace pocas décadas. Fracasaron también desde 1960 los intentos de integración económica con la Alalc, la Aladi, los pactos regionales como el Mercosur o el bloque andino y la Unasur, inventada por Chávez y ahora reemplazada por la Celac con igual falta de garantías de que sirva para algo, excepto aumentar la costosa burocracia de instituciones inviables.
Aunque aprobada por 33 Estados, será seguramente otro organismo de papel, al igual que sus abundantes predecesores. Nadie cree que Colombia vaya a romper sus vínculos militares con Estados Unidos, que le han permitido quebrar la insurrección armada de las FARC; o que Chile frene su desarrollo subiendo aranceles para ponerse a tono con otros países; o que Brasil y Argentina depongan repentinamente sus arrestos proteccionistas; o que Cuba instale rápidamente un sistema democrático, con libre juego multipartidario y respeto a los derechos humanos.
Contra estas realidades choca la posición optimista del presidente José Mujica de que la integración no es una utopía. Pero, utopía o no, ¿tiene sentido decir que "el único camino es juntarse"? Ante todo "¿juntarse para qué?" Juntarse es una meta tan deseable como utópica mientras persistan las asimetrías políticas y económicas que dividen al continente. Y, más aun, cuando en la "rejunta" brilla por su ausencia una cláusula democrática, que obviamente excluiría a Cuba de la Celac. "Juntarse", como dice Mujica, sin cláusula democrática, principio básico de todo organismo internacional, es una receta para la inutilidad. Pero claro, se ve que con tal de zafar de Estados Unidos podemos tirar la democracia por la ventana. Mal comienzo de la Celac.
http://www.elobservador.com.uy/noticia/214515/un-absurdo-y-una-utopia/