El sistema hegemónico se sustenta en la sumisión de la clase dominada. Esto significa que millones de personas ignoran por qué su vida transcurre en medio de limitaciones económicas y episodios de frustración, impotencia y soledad. Quizás algunos al entrar en la vejez, tendremos un amargo sabor en la boca, de que algo faltó en nuestras vidas, pero no sabemos bien qué es. Esa resignación generalizada es la dominación.
La opresión de unos pocos sobre muchos es posible gracias a un sentimiento generalizado de incapacidad, de minusvaloración intelectual o moral en los dominados. Esta minusvaloración, por lo general, es producto de los mecanismos de exclusión necesarios para el funcionamiento del capitalismo. En primera instancia grandes mayorías quedan fuera del sistema educativo tradicional.
Por otro lado, la clase dominante avanza, constante y sistemática, hacia el dominio de los instrumentos de control del mundo. Los niños que nacen dentro de la clase dominante, son entrenados en el dominio pleno del lenguaje, luego tienen a su servicio la academia que alberga el conocimiento universal, el manejo de los idiomas y finalmente se les ofrece el roce interpersonal que les da la seguridad de manejarse en cualquier terreno.
El resultado, a grandes rasgos, son dos clases de individuos: el primero que temprano se le enseñó que debe resignarse a ser manejado por falta de conocimientos, y el segundo, que temprano aprendió que puede y debe aprovecharse de otros para que su mundo funcione.
La relación clase dominante-clase dominada tiene códigos específicos que permiten que la relación se perpetúe, se mantenga en el tiempo, como un carrusel que da vueltas sin parar.
Lo primero que debe quedar claro -y para ello la clase dominante lo inocula a los dominados de diversas formas- es que el dominado y su vida, su familia y sus hijos, no valen nada. Luego, le emponzoña que debe ser servicial y que se puede hacer con él lo que quiera, porque de lo contrario no podrá ni comer. Luego de que lo anterior queda claro, pasarán los años, pero nunca le ofrecerá libertad ni crecimiento personal. Queda así sellada la relación con una especie de bestia de carga.
Por su parte, el dominado por su condición de necesidad permanente, tiende a pensar en el corto plazo, su tiempo mental va del desayuno al almuerzo. Secretamente se desprecia, y al despreciarse a sí mismo, desprecia a todos aquellos que están en su misma condición social. Surge la contradicción interna, espiritual, donde siente un profundo desprecio por su clase social, y al mismo tiempo siente admiración y respeto por aquellos que pertenecen a la clase social que lo subyuga, que lo jode, que lo aplasta. Una especie de masoquismo de gran escala, por la cantidad de gente que se somete a ello.
Pongamos solo un ejemplo: La relación entre un siervo (Juan) y un hacendado (Don Luis) tomado del libro: Venezuela: Clases Sociales e individuos*. Resaltaremos la perspectiva del siervo a fin de mostrar como actúa la dominación:
...Al fin y al cabo, Don Luis me necesita y yo a él. Ahora en el trabajo me tiene la confianza Don Luis.
Salgo por la sabana a realizar el trabajo que más me gusta: montar a caballo, porque cuando uno anda a caballo anda divertido y siente amor. Un año tuve ese trabajo y sueño con volverlo a tener, aunque ahora lo tengo en parte; digo en parte, porque ese ganado no es mío y porque me da miedo que un día Don Luis no esté, sea porque venda, o porque va y se muere un día y llegan los hijos y venden. Ya no viene como antes y a uno le hace falta.
Yo le cuido los mautes a Don Luis, porque Don Luis se ha portado caballero conmigo.
Será la muerte y Dios y la Virgen que quieren que yo sea pobre. Fíjese usted, es bien bueno que existan obreros, capataces y gerentes, porque un gerente lo representa a uno. La gente que estudió y tiene profesión tiene que tener algo. Si mis padres hubieran tenido algo, yo hubiera podido ser gerente.
La gente dirá: ¡ese loco que no aprendió nada!, dirán que fui yo que no puse interés y no pensaba en el mañana. Pero mis padres eran del campo y no pensaban, creían que todo iba a ser igual como antes…
Fíjese, yo estoy aquí cuidando los mautes y Don Luis, está por los extranjeros.
Pienso que no todos los venezolanos son iguales. Algunos se creen más que otros y yo estoy fallo, porque no he aprendido a leer y porque tengo que estar aquí trabajándole a Don Luis. Pensándolo bien, a mi no me gustaría que todos fuésemos iguales. Si Don Luis fuera igual que yo, a quién le ganaría yo los cobritos? Además estaríamos los dos sentados en el mismo rolo.
Yo creo que si hay discriminación en Venezuela por causa del color de la piel y también por otras cosas, mucha gente la murmuran y le dicen: mira donde va aquel, ese hijoeputa solo vive de la política, pero no agarra una escardilla…o ese loco por qué no habrá aprendido a firmar.
Por ley de Dios, existen pobres y ricos, pero yo estoy conforme.
La Venezuela de hoy está mejor, cuando yo tenía 15 años iba descalzo al conuco y estaba romo de jalar escardilla. Hoy mis hijos están mejor.
Yo cuento con Don Luis en la vida. Si yo tuviese un problema, sacaría las uñas para defenderme y luchar porque estoy limpio, pero Don Luis siempre estaría de mi lado. Quien tiene como pagar, paga y sale más rápido si está preso. Pero uno vale también, porque puede que sea pobre, pero tiene su padrino”…
Este es un buen ejemplo de cómo funciona en un individuo la exclusión y la dominación de clases.
Con la Revolución Bolivariana aparecieron las maravillosas Misiones Educativas, que permitieron a todos los Juanes del país de la narración anterior, comenzar a romper sus miedos. Ampliar su universo de palabras y con ellas ampliar su percepción del mundo y su manera de sentir. El componente político de las misiones debe enseñar a la clase dominada a pensar hacia atrás en términos de centurias y hacia adelante en términos de la supervivencia de la especie. El desarrollo podría plantearse desde lo biológico con la primera célula plasmática hasta el animal que camina derecho pero cuya cultura no le permite pensar derecho. Acompañar a los desposeídos en el atrevimiento de mirar cuán profundamente estamos hundidos en la ciénaga de la miseria capitalista. Entender que el conocimiento conduce a la esperanza y se irradia más allá de los individuos.
Pero para que eso sea posible, para que Juan deje de ser esclavo de un único amo y convertirse en dueño de su vida, debe superar primero a su opresor personal. Juan necesita grandes ideales y móviles revolucionarios, necesita un partido revolucionario bajo la dirección de un hombre realmente grande, digamos Jesús, Marx, Lincoln, Lenin o nuestro Chávez.
Los ideólogos del capitalismo tratan de atacar al líder y a la vanguardia, relacionándolos con el antiguo amo de Juan. Le dirán a Juan que ahora ese líder y la vanguardia revolucionaria quieren apoderarse de su vida para su provecho. Entonces hay que resaltar la diferencia entre la clase dominante y la dirigencia revolucionaria. ¿Cuál es la diferencia? ¿Cómo resolver esa duda en los desposeídos?
La primera diferencia que salta a la vista es que los grandes hombres los mueve una fe nueva, mejor y se toman muy en serio la libertad. Traen la buena nueva de que no quieren vernos como una bestia de carga, o como mujeres maltratadas, porque aman la vida y quieren verla libre de sufrimiento e ignominia.
Nos invitan a liberarnos, a construir un mundo nuevo donde no haya explotados ni explotadores, ni Juanes, ni Don Luis. Saben que un pueblo que construye un mundo así se transforma en el Hombre Nuevo del Che, un hombre capaz de dirigir su propio destino y por esa libertad hay que darlo todo, por el hombre social, socialista.
Los Revolucionarios, esa vanguardia, que tiene como misión guiar al pueblo en ese camino de transformación, son los primeros a la hora del sacrificio y los últimos a la hora de los beneficios.
Para ello conquistan el poder para los pobres, toman los medios de trabajo, la tierra y la renta para crear nuevas relaciones amorosas, que hacen de la acumulación personal una inutilidad, un sin sentido.
A través del ejemplo nos regalan la confianza en la humanidad, que engloba pero trasciende lo “nacional”.
* Venezuela: clases sociales e individuos, Roberto Briceño