Elecciones presidenciales en Argentina
La enfermedad infantil de la izquierda
[Tomado de El Socialista No. 585, Junio de 2003]
El pasado 27 de abril se realizaron las elecciones para presidente en Argentina. Los dos candidatos que se impusieron para la segunda vuelta fueron Néstor Kirchner y Carlos Menem. Este último renunció antes de que se realizarán las elecciones de segunda vuelta, quedando como presidente Néstor Kirchner quien sólo obtuvo el 22% de los votos.
Las elecciones no son el mejor escenario para la lucha de los trabajadores. Ese es el terreno de la burguesía, pero mientras los trabajadores podamos participar en ellas es una obligación hacerlo.
Los trabajadores aprendemos de nuestras experiencias, así como de las de nuestros hermanos de clase de otros países. Es por eso que con los acontecimientos de Argentina donde se derrocaron varios gobiernos en diciembre de 2001, hasta las elecciones recientes para presidente, podemos sacar lecciones que nos sirvan para la intervención en la lucha contra los gobiernos y el imperialismo, contra sus medidas y sus mecanismos parlamentarios.
Lenin polemizó con el Partido Comunista alemán, con un sector del Partido Comunista holandés y con un sector de su mismo partido —el Partido Bolchevique— por que estos sectores impulsaban como política, frente a las elecciones burguesas, la abstención. Lenin catalogaba este comportamiento como una enfermedad infantil de la izquierda, pues para Lenin la lucha contra la burguesía también había que desarrollarla en las instituciones burguesas como el parlamento, por más reaccionarias que fueran. No hacerlo, según Lenin, era dejarle las manos libres a los políticos burgueses para que arrastraran en su apoyo a las masas confundidas. Esto es lo que ha pasado en Argentina con la mayoría de la izquierda en el último periodo.
De la insurrección decembrina a la trampa electoral
El 19 y 20 de diciembre de 2001 las masas argentinas se tomaron las calles, se insurreccionaron y tumbaron varios gobiernos, empezando por el gobierno radical de De la Rua, los partidos tradicionales quedaron en crisis, se extendió la construcción de organismos de trabajadores desempleados que ya existían como los piqueteros y las asambleas populares (ver recuadro sobre los piqueteros), surgieron otros como los motoqueros (trabajadores jóvenes del correo que utilizan moto) y coordinadoras de trabajadores docentes. Muchos de esos organismos han desaparecido. Igualmente se ha impulsado la toma de fábricas por parte de sectores de trabajadores. Al estallido de diciembre de 2001 la izquierda lo caracterizó como una revolución. Algunos como una revolución triunfante, otros como una revolución débil, etc. Lo que sí parece que ocurrió es que se abrió una situación revolucionaria, pero por ejemplo las fuerzas armadas no se descompusieron. A los 16 meses los candidatos burgueses en las elecciones presidenciales lograron que cerca del 80% de los electores votaran por ellos.
Análisis y política errados
El análisis de la izquierda argentina, sobre la dinámica de la lucha abierta en ese diciembre por parte de los trabajadores así como el impacto de las medidas tomadas por el gobierno y el régimen, fue errado porque solo tuvo en cuenta el sentimiento de la vanguardia y no el nivel de conciencia del conjunto de la clase trabajadora. De ahí se desprendió una política igualmente equivocada, que ha tenido como consecuencia un serio revés político para la izquierda y el movimiento obrero. Al mismo tiempo, el régimen burgués y el imperialismo han logrado un resultado favorable que les permite en mejores condiciones continuar aplicando sus planes de hambre contra las masas argentinas y estabilizar la situación, por lo menos por ahora. El gobierno de Kirchner es un gobierno de continuidad. Seguirá con los planes de Dualde.
En general el análisis de la izquierda era que la revolución de diciembre se seguía consolidando, que el gobierno y el régimen estaban en crisis, incluso para algunos sectores como el Partido Obrero, el gobierno estaba acabado. No tuvieron en cuenta que ese proceso tenía una gran debilidad, y es que la clase obrera organizada no estaba a la vanguardia y su participación era muy al margen, y que este sector es estratégico en las luchas decisivas.
Con ese análisis sectores de la izquierda como el Movimiento al Socialismo (MAS) y el Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS), solo para nombrar algunos, definieron como política electoral el abstencionismo. Luis Zamora, personalidad reconocida por un sector de los trabajadores, renunció a presentarse como candidato y discutir un programa obrero a pesar de que el año pasado logró intención de voto del 18%. La abstención presentada como voto bronca y voto protesta se basaba en caracterizar que las masas mayoritariamente se iban a abstener expresando su rechazo al régimen capitalista. Una variante de esta política fue la del Partido Obrero que presentó un candidato para impulsar la abstención. Este sector de la izquierda capituló a la reacción democrática por la vía del ultraizquierdismo, abandonando la lucha en el terreno que tocaba.
Por su parte, el comportamiento de Luis Zamora es nefasto en la medida en que ha representado la tradición del trotskysmo como candidato de los trabajadores varias veces y en esta ocasión abandonó a un sector de las masas que depositaba la confianza en él. Con ello se configura una traición porque abandona este sector facilitándole las cosas a la burguesía.
Otro sector de la izquierda, el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) y el Partido Comunista (PC), presentaron candidato pero no tuvieron una política de unidad y asumieron una actitud autoproclamatoria. Llegaron a expresar que podían estar en la segunda vuelta, pero solo lograron cerca del 1.75% de los votos. Este sector traiciona a las masas cuando genera expectativas de que por la vía parlamentaria se pueden resolver los problemas de la clase obrera.
Algunos pequeños grupos convertidos en sectas se han limitado a afirmar que la única salida es el socialismo y que hay que construir un partido revolucionario. Puras generalidades, porque se niegan a hacer política y presentar alternativas para la situación concreta. Por esa vía, aparentemente principista, capitulan a la burguesía y también abandonan a las masas a su suerte.
Una oportunidad desperdiciada
La izquierda desaprovechó una oportunidad y hoy la burguesía se da el lujo de elegir a Kirchner como presidente con solo el 22%. La renuncia de Menem ha generando una crisis en la burguesía, debilitando la institución electoral, pero no hay una dirección revolucionaria que aproveche esta crisis. La burguesía, con todos sus problemas, sigue adelante.
Lo que se puede apreciar es que en diciembre de 2001 hubo una insurrección importante y con el derrocamiento de los gobiernos se abrió una situación favorable para las masas trabajadoras, pero las direcciones mayoritarias del movimiento obrero, especialmente las direcciones de las centrales obreras, traicionaron al no movilizar a los sectores organizados. Por el contrario lo que hicieron fue darle una tregua al gobierno. Por su parte la izquierda, mayoritariamente, se emborrachó y terminó sobredimensionando el proceso. Eso le dio tiempo al gobierno y al imperialismo para estabilizar el régimen y recomponer las instituciones, pasando a la ofensiva y canalizando el descontento hacia las elecciones, hacia el campo institucional, pacífico, a lo que hemos denominado la política de “reacción democrática”.
En cuanto a la política, lo que había que hacer era ligar la movilización y la lucha a las elecciones, por ejemplo, convocando un encuentro nacional donde participaran los trabajadores organizados sindicalmente, el movimiento piquetero y demás organismos que surgieron, que votara presentar un candidato de los trabajadores y un programa de gobierno obrero.
¿Participación o boicot?
Incluso si el análisis hubiera sido correcto en el sentido de que las masas iban a expresarse en contra de las elecciones, la política a levantar tendría que haber sido el boicot, es decir, la lucha contra las elecciones para impedir que se realizaran, pero esto sólo era posible si está política estaba relacionada con un plan de movilización insurreccional. Un boicot no se puede garantizar con discursos sino con la fuerza de la movilización que lo imponga.
La izquierda empezó cediendo a la conciencia de los sectores más atrasados ante la consigna apolítica “¡que se vayan todos!” Lo que quería decir que se fueran todos los políticos tanto los burgueses responsables de la crisis como los de izquierda que no tenían ninguna responsabilidad sobre la misma. La consigna que debió levantar la izquierda era que se fueran los burgueses y que gobernaran los trabajadores. Otra consigna equivocada fue la de la abstención. Algunos sectores justificaban la abstención afirmando que las elecciones eran una farsa. Cuestión que es cierta, pero de ahí no se puede desprender una política abstencionista, porque esta no le presentaba ninguna alternativa a los trabajadores y los dejaba en manos de los partidos burgueses. Al no encontrar alternativa desde el campo de los trabajadores, las masas terminaron votando por los candidatos burgueses que consideraban como el mal menor, como Néstor Kirchner y Alicia Carrió. Entre ellos se repartieron los votos y la izquierda se quedó esperando la masiva abstención.
Con esto no quiere decir que si la izquierda se hubiera unificado alrededor de un programa socialista y un candidato de los trabajadores hubieran ganado las elecciones. Pero habían logrado organizar un polo para denunciar a los candidatos burgueses, y colocar de su lado a muchos de los trabajadores que votaron por esos candidatos, creando mejores condiciones para preparar la lucha contra el próximo gobierno.
Combatir la división, impulsando la unidad de los revolucionarios
Un análisis errado de la realidad, la división irremediable, el sectarismo y la autoproclamación fueron los elementos que llevaron a que la izquierda argentina sufriera una derrota y los trabajadores no vieran en este sector un punto de referencia como alternativa de gobierno. Si la izquierda argentina no supera esa realidad, podrán llegar muchos procesos revolucionarios y simplemente los verán pasar.
La desindustrialización del país ha desestructurado a sectores importantes de los trabajadores, ha producido una derrota en la clase obrera y eso se ha expresado en la crisis y división de la izquierda con sus manifestaciones de sectarismo y escepticismo en algunos grupos y oportunismo en otros.
Dentro de la izquierda argentina hay partidos reformistas, el Partido Comunista, los maoístas y algunos sectores del trotskysmo, y están las sectas que renuncian en la práctica a construir partido, pero hay varias organizaciones trotskystas que se mantienen en el marco de la lucha revolucionaria.
Esos sectores tienen el reto de combatir su sectarismo y proponerse la unidad para construir un partido revolucionario. Al mismo tiempo es preciso abrir el debate para la construcción de un partido internacional. La construcción de la Cuarta Internacional sigue siendo vigente. Los trotskystas no podemos quedarnos simplemente en declarar que la reivindicamos, hay que asumir la tarea concreta de construirla en la práctica.
Para enfrentar el próximo gobierno, el movimiento obrero argentino necesita la unidad y la izquierda revolucionaria puede jugar un papel importante si hace un balance autocrítico, deja a un lado la actitud autoproclamatoria y sectaria, combate la burocracia de las centrales obreras y al reformismo y lucha por la construcción de un partido revolucionario, pero en la intervención común. Limitarse a decir que se está por la construcción de un partido revolucionario sin hacer nada por ello, es simplemente quedar bien con su conciencia, pero eso de nada le sirve a la clase obrera. Esto es especialmente importante en la medida en que varios de los partidos más importantes son trotskystas.
Alejandro Pereira