Viernes, Diciembre 23, 2011 | Por Víctor Manuel Domínguez / DESDE LA HABANA, Cuba
El incumplimiento de la zafra de 1970, donde el régimen prometía producir 10 millones de toneladas de azúcar, arrastró en su caída los tradicionales festejos que cada fin de año se celebraban en el país.
El 7 de diciembre de 1970, Fidel Castro los anuló por disposición de dedo y pidió mayores sacrificios a los trabajadores. Alguien tenía que pagar el fracaso del empecinamiento de los líderes de la revolución.
Y nadie mejor que un pueblo que no pudo lograr tan promocionado empeño. No importó que entre los meses de enero y junio se impusiera una movilización general del país para las labores de la zafra.
Fue un castigo para el pueblo. A partir de 1970, y de un solo plumazo, desaparecieron de nuestra tradición la Noche Buena, la Navidad, las fiestas de Fin de año, y el Día de los Reyes Magos.
Reunirse en familia y asar un puerco el 24 de diciembre se consideró un acto subversivo. Un signo de debilidad burguesa ante los retos de una revolución que pretendía borrón y cuenta aun para las tradiciones del país.
Celebrar la fecha del nacimiento de Cristo fue considerado desde entonces como comulgar con el enemigo, ya que la iglesia era el opio de los pueblos, según las enseñanzas de Lenin.
Hasta el tradicional cartel clavado en las puertas de la mayoría de las casas, y que rezaba: “Esta es tu casa, Jesús”, fue eliminado por miedo. Y como una manera de guardar las formas, lo sustituimos por otro cartel: “Esta es tu casa, Fidel”.
Melchor, Gaspar y Baltasar resultaron borrados de la ilusión infantil, ya que nuestro único “rey mago” era la revolución. Así que celebraríamos su fiesta el primer día de cada año.
Los villancicos y el arbolito de navidad eran sustituidos por marchas patrióticas y banderas del 26 de julio. Las uvas, las manzanas y los turrones de Gijón y de Alicante se convertían en empalagosos caramelos y raspaduras de azúcar.
El ambiente festivo y familiar de la Navidad cedió su lugar al jolgorio político y a las celebraciones colectivas. Nunca el país sintió tanta opresión espiritual en medio de alabanzas a la libertad.
Quienes, detrás de las puertas de sus casas, se atrevieron a celebrar algunas de las tradicionales festividades, fueron señalados, y no pocos terminaron excluidos de sus centros laborales y de otros derechos elementales, por infidelidad a las ideas revolucionarias.
Era menester ser ateo y olvidar todas esas manipulaciones engañosas tejidas por curas, burgueses y vendepatrias. Los niños debían ser pioneritos y cantar el tema Guerrillero y la Marcha del 26 de Julio.
Más de medio siglo después, otro fracaso, el de la revolución, nos devolvió las manzanas, a precios no aptos para el bolsillo del pueblo, e intenta en vano refrescarnos la memoria con olvidados villancicos. También nos devuelve el permiso para celebrar la Noche Buena, y hasta un remedo de Navidad sin promoción ni muchos artificios.
Pero no nos devuelven los Reyes Magos. Podría ser que ellos no regresen nunca. Tal vez porque no habría manera de explicar su ausencia de cincuenta años. O tal vez porque su magia nos resultaría hoy demasiado ingenua, comparada con la magia del pueblo para sobrevivir a lo largo de esos cincuenta años de su ausencia. Así que por ahora, continuamos sin nada que celebrar.
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