Albores del cine latinoamericano |
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Escrito por Rodolfo Santovenia * |
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29 de diciembre de 2011, 08:02Por Rodolfo Santovenia *
La Habana (PL).-El cine llega a Argentina el 18 de julio de 1896 cuando, en el teatro Odeón, de Buenos Aires, el periodista español Eustaqui Pellicer y el empresario argentino Francisco Pastor proyectan algunas peliculitas del flamante sello Lumiere.
Al año siguiente, el fotógrafo Eugenio Py rueda la primera cinta en su país: La bandera argentina, un corto de 17 metros, pero hasta 1908, cuando aparece el italiano Mario Gallo, todo es confusión.
Es muy posible que en el intervalo se hayan rodado varias decenas de estas minúsculas cintas, nunca superiores a los 150 metros, entre actualidades y alguna que otra astracanada levemente cómica. Pero ¿cómo ubicarlas si no se ponen de acuerdo los historiadores?
Lo que se sabe con certeza es que Mario Gallo -pianista de café y hombre de múltiples inquietudes- rodó el primer filme nacional de largo metraje con argumento dramático: El fusilamiento de Borrego. Tuvo éxito y el italiano repitió con otro filme: El himno nacional, donde asomaba el perfil histórico del general San Martín.
Entre Gallo y el cine argentino corre una relación análoga a la de James White, autor de La vida de un bombero americano. O, mejor aún, si se quiere, entre Edwin S. Porter, realizador de El gran robo del tren, y el cine estadounidense.
En Brasil, las primeras filmaciones corren a cargo de los italianos Vittorio de Maio, en 1987, y de Alfonso Segretto, en 1898.
Diez años más tarde ç, el portugués Antonio Leal y el italiano Francesco Marzullo ruedan Los estranguladores, primera cinta con una duración mayor que la acostumbrada, basada en una caso policial que había conmovido a Río de Janeiro. Se considera uno de los éxitos genuinos del cine carioca en sus inicios.
Como es conocido, entre 1908 y 1911 hubo un gran salto (particularmente en Río) por parte de algunos exhibidores quienes comenzaron a rodar para luego exhibir en sus propios cines.
Además de Segretto, resaltaron en especial el brasileño William Auler, el italiano Giuseppe Labanca y el español Francisco Serrador.
Muchos de aquellos filmes eran cantados y hablados tras bambalinas por los mismos que habían trabajado ante las cámaras. La más famosa de estas cintas cantadas fue Paz y amor, fotografiada por Alberto Botelho y dirigida por Auler, en 1909, una historia que satirizaba la vida carioca y la situación política del país.
Gracias al ingeniero Salvador Toscazo, que con una cámara comprada a los Lumiere captó, desde 1896, los acontecimientos más importantes de la nación, el cine mexicano conserva mucho de la prehistoria de su cinematografía.
Se considera que el primer filme de argumento fue Don Juan Tenorio, en 1898, cuya duración era superior a un rollo, seguida de El San lunes del velador, en 1906. Durante este tiempo se rueda bastante. Pero no es hasta 1910 cuando los hermanos Alba producen El grito de Dolores, que inicia el medio y largo metraje mexicano de argumento.
En 1907 se funda Azteca Films, con recursos aportados por Enrique Rosas, Mimí Derba y el general Pablo González. El realizador estrella era Joaquín Coss y, como fotógrafo principal, el propio Rosas. Cuatro cintas de aquella etapa inicial fueron En defensa propia, Alma de sacrificio, La tigresa y En la sombra.
Dos años después, se invirtieron los papeles. Rosas, auxiliado por Coss, dirige una cinta que es pieza fundamental del cine azteca: La banda del automóvil gris, un filme que por un lado vence la tiranía teatral y por el otro lleva a la pantalla los problemas del México inmediato.
Todo este cine balbuceante se realizó, por supuesto, con iniciativas de carácter comercial y con importación de aparatos reversibles (tomavistas y proyectores a la vez, según se estilaba entonces) y de cintas de poco metraje.
Algunos de los realizadores de estas tres cinematografías citados fueron verdaderos pioneros. Otros, no tanto. No pueden aspirar a tal primacía aquellos que, pese a la heroicidad de sus intentos y nobleza de sus esfuerzos de aficionados o pujanza de sus peripecias comerciales, no consiguieron salir del campo experimental en el que se desempeñaron, no para hacer historia rigurosamente, sino para aprestar los hilos fundamentales de ella.
ag/rs
Historiador y crítico cubano de cine. Colaborador de Prensa Latina |
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