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General: La verdad sobre la economía de Estados Unidos
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De: algoporalgo  (Mensaje original) Enviado: 14/01/2012 08:25

La verdad sobre la economía de Estados Unidos

El exsecretario de Trabajo con Clinton y canciller de la Universidad de Berkeley, Robert Reich, sostiene que no es posible una economía creciente y vibrante sin una clase media creciente y vibrante, por lo que insta a "restaurar la enorme clase media estadounidense" para volver a la senda de la recuperación económica.
Robert Reich, Robert Reich.org

La economía estadounidense sigue estancada. El consumo es bajo. Los salarios, también. Es vital que comprendamos cómo hemos pasado de la Gran Depresión a 30 años de Gran Prosperidad; de ahí a 30 años de ingresos estancados y crecientes desigualdades, para terminar en la Gran Recesión, y de ésta a una recuperación anémica.

Desde 1947 a 1977, la nación aplicó lo que podría denominarse una negociación básica con los trabajadores estadounidenses. Los empresarios les pagaban lo suficiente para comprar lo que producían. La producción y el consumo en masa demostraron ser complementos perfectos. Casi cualquiera que quería un trabajo podía encontrarlo con un salario decente. Durante estas tres décadas crecieron los sueldos de todos, no sólo de quienes estaban arriba. Y el Gobierno hizo cumplir esa negociación básica de muchas maneras. Utilizó una política keynesiana para conseguir casi el pleno empleo. Brindó a los trabajadores comunes más capacidad de negociación. Proporcionó el seguro social. Y amplió la inversión pública. Por consiguiente, creció la parte de los ingresos que iba a la clase media mientras mermó la porción destinada a lo más alto. Pero no consistía en un juego de suma cero: a medida que la economía crecía, casi todo el mundo mejoró, también los que estaban en lo más alto.

La paga de los trabajadores incluidos en el 20 por ciento más pobre creció un 116 por ciento en estos años, más rápido que los ingresos del 20 por ciento más rico (que subió un 99 por ciento). La productividad también subió más rápido. El rendimiento por hora trabajada se dobló, así como los ingresos medios. Expresadas en dólares de 1997, las rentas de una familia media se elevaron de unos 25.000 a 55.000 dólares. La clase media tenía los medios para comprar, y al hacerlo creaba nuevos empleos. A medida que la economía crecía, la deuda nacional reducía su peso.

La Gran Prosperidad también trajo una reorganización del trabajo. A los empresarios se les exigía por ley dar una paga extra -la hora y un 50 por ciento más- por lo que rebasara las 40 horas a la semana. Esto creó un incentivo para que se contrataran más trabajadores cuando la demanda repuntaba. Además, estaban obligados a abonar un salario mínimo, lo que mejoró los sueldos más pobres. Cuando se despedía, normalmente durante una recesión, el Gobierno concedía prestaciones por desempleo que solían durar hasta la recuperación. Lo que no sólo sacaba a las familias del apuro, sino que les dejaba seguir comprando, un estabilizador automático para una economía en receso.

Quizá lo más significativo sea que el Gobierno elevó la fuerza negociadora del trabajador común. Se le garantizaba el derecho a afiliarse a sindicatos, con los que los empresarios tenían que negociar de buena fe. A mediados de los 50, más de un tercio de los empleados del sector privado estaba afiliado. Y los sindicatos exigían una ración justa del pastel. Las compañías sin sindicatos, temiendo que sus trabajadores quisieran uno, ofrecían tratos similares.

Los estadounidenses también disfrutaban de una seguridad económica frente a los riesgos, no sólo con prestaciones de desempleo, sino también a través de la Seguridad Social, el seguro por discapacidad, por pérdida del sostén económico de la familia, por lesión en el lugar de trabajo o por incapacidad de ahorrar lo suficiente para la jubilación. En 1965, llegó el seguro sanitario para las personas mayores y pobres (Medicare y Medicaid). La seguridad económica fomentó la prosperidad. Al exigir a los estadounidenses compartir los costes de la adversidad, les permitía compartir los beneficios de la tranquilidad. Y eso los dejaba libres para consumir los frutos de su trabajo.

El Gobierno patrocinó los sueños de las familias estadounidenses de tener su hogar en propiedad, facilitando hipotecas de bajo coste y deducciones de los intereses. En muchas zonas del país, subvencionó la electricidad y el agua para que las casas fueran habitables. Y construyó carreteras que conectaban sus hogares con los principales centros comerciales.

El Gobierno también amplió el acceso a la educación superior. Pagó la de quienes volvían de la guerra. Y la expansión de las universidades públicas hizo que la clase media pudiera acceder a ella. El Estado sufragó todo con los ingresos fiscales procedentes de la creciente clase media. Los ingresos también se vieron impulsados por quienes estaban en lo alto de la escala de ingresos, cuyos impuestos marginales eran mucho más altos. El tipo marginal máximo del impuesto sobre la renta durante la II Guerra Mundial era superior al 68 por ciento. En los años 50, con Eisenhower, a quien pocos llamarían un radical, subió al 91 por ciento. En la década hasta 1970, el tipo marginal máximo estaba en torno al 70. Incluso después de explotar todas las posibles deducciones y créditos, el contribuyente medio de ingresos altos pagaba un impuesto federal marginal de más del 50 por ciento. Pero en contra de lo que los conservadores habían predicho, los altos tipos no redujeron el crecimiento. Al contrario, permitieron ampliar la prosperidad de la clase media.

Durante la Gran Prosperidad de 1947-1977, la negociación básica había garantizado que la paga de los trabajadores estadounidenses coincidiese con su rendimiento. Pero después de este punto, el rendimiento por hora siguió subiendo. Sin embargo, se dejó que la retribución real por hora se estancase. Es fácil echarle la culpa a la globalización, pero los avances tecnológicos han desempeñado un papel equivalente. Las fábricas que quedan en EEUU han ido echando trabajadores según se automatizan. Y lo mismo le ha ocurrido al sector servicios. Pero en contra de lo que dice la mitología popular, el negocio y la tecnología no han reducido el número de trabajos estadounidenses. Su efecto más profundo ha sido sobre la paga. En lugar de quedarse sin empleo, la mayoría de los estadounidenses se ha contentado con salarios reales inferiores o que se han elevado más lentamente que el crecimiento de la economía. Aunque el desempleo que vino después de la Gran Recesión sigue siendo alto, los puestos de trabajo lentamente vuelven. Pero, para conseguirlos, muchos tienen que aceptar una paga inferior.

Hace más de tres décadas, el comercio y la tecnología empezaron a abrir una brecha entre las ganancias del nivel más alto y las demás. La paga de los titulados por prestigiosas universidades ha remontado el vuelo. Pero la paga y prestaciones de la mayoría de los trabajadores se ha mantenido o bajado. Y la consiguiente división también ha hecho que las familias estadounidenses de clase media se sientan menos seguras.

El Gobierno podría haber hecho cumplir la negociación básica. Pero hizo lo contrario. Redujo drásticamente los bienes públicos y las inversiones, golpeando los presupuestos escolares, incrementando el coste de la educación pública superior, reduciendo la formación laboral, recortando el transporte público y dejando que los puentes, puertos y autopistas se deterioraran.

Hizo trizas las redes de seguridad, reduciendo la ayuda para las familias desempleadas con hijos, endureciendo las condiciones para optar a los cupones de alimentos, y recortando el seguro de desempleo tanto que, en 2007, sólo el 40 por ciento de los parados estaba cubierto. Redujo a la mitad el tipo máximo del impuesto sobre la renta, pasando del ámbito del 70-90 que prevalecía durante la Gran Prosperidad al del 28-35 por ciento; permitió a muchos ricos tratar sus ingresos como ga- nancias de capital sometidas a un impuesto del 15 por ciento; y contrajo los impuestos de sucesiones que sólo afectaban al 1,5 por ciento de los asalariados del máximo nivel. Pero al mismo tiempo, EEUU impulsó los impuestos sobre el consumo y las nóminas, que se llevaron un trozo de la paga de la clase media y los pobres mayor que de los ricos.

Tres mecanismos de supervivencia


Pero Estados Unidos siguió comprando mediante tres mecanismos de supervivencia. El primero: las mujeres entran en el trabajo retribuido a partir de finales de los 70, y subiendo en los 80 y 90. Para la parte relativamente pequeña de mujeres con títulos universitarios, era la consecuencia natural de oportunidades educativas más amplias y de las nuevas leyes contra la discriminación, las cuales abrieron posibilidades profesionales. Pero la gran mayoría lo hizo para aumentar los ingresos familiares cuando los hogares se vieron golpeados por el estancamiento de los salarios de los hombres. Esta transición de la mujer al trabajo remunerado ha sido uno de los cambios sociales y económicos más importantes de las últimas décadas. En 1966, el 20 por ciento de las madres con hijos pequeños trabajaba fuera de casa. A finales de los 90, la proporción se había elevado al 60. Para las mujeres casadas con hijos de menos de 6 años, la transformación ha sido aún más dramática, del 12 de finales de los 60 al 55 por ciento a finales del siglo XX.

Mecanismo de supervivencia número dos: todos trabajan más horas. En 2005, no era extraño que los hombres trabajaran más de 60 horas a la semana y las mujeres, más de 50. Es decir, el estadounidense medio hacía más de 2.200 horas al año, 350 por encima del europeo medio, más incluso que un japonés.

Mecanismo de supervivencia número tres: gastarse los ahorros y tomar prestado hasta las cejas. Tras agotar los dos primeros mecanismos, era la única forma en que los estadounidenses podían seguir consumiendo como antes. Durante la Gran Prosperidad, la clase media ahorraba el 9 por ciento de sus ingresos. A finales de los 80 y principios de los 90, esa parte se había cercenado al 7 por ciento. Después, la tasa de ahorro cayó al 6 en 1994, y siguió bajando hasta el 3 en 1999. En 2008, los estadounidenses no ahorraron nada. Mientras, la deuda de los hogares explotó. En 2007, el estadounidense medio debía el 138 por ciento de sus ingresos después de impuestos.

Los tres mecanismos se han agotado. El desafío consiste en restaurar la enorme clase media estadounidense. Esto exige resucitar la negociación básica que relaciona los salarios con las ganancias generales, y facilitarle a la clase media una porción de la tarta suficiente. Como deberíamos haber aprendido de La Gran Prosperidad, no es posible una economía creciente y vibrante sin una clase media creciente y vibrante.
http://mamvas.blogspot.com/2011/06/la-verdad-sobre-la-economia-de-eeuu.html


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 14/01/2012 11:57
En verdad aplaudo este nuevo mensaje de residente porque al menos reconoce en parte los visos que presenta la actual crisis economica del capitalismo....la cual es nada mas y nada menos que de superproducción de un lado y del otro un subconsumo que crece por la depauperación de clases media y  baja .... de ahí la paralización de esa economía mientras avanza impetuosa la de la China comunista ( que inclusive aprovecha todo lo que hay de capitalismo para darle un entierro de segunda al imperio por la captura de sus mercados en todo el mundo ) .- Veamos el siguiente escrito con cuidado  y comparémoslo con el que trajo el resi ...
 
Aspectos económicos de la crisis actual del imperialismo ...
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desde la década de 1920. Antes de 2008, la disparidad en los ingre"Mientras tanto, según algunos cálculos, la desigualdad de ingresos de EE.UU. está cerca de su nivel más alto sos estaba disimulada tras factores tales como el crédito fácil, que permitió a los hogares pobres disfrutar de un estilo de vida más próspero. Ahora el problema está saliendo con toda su crudeza".

Magnus cita con aprobación el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859) de Marx:

"Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí".

Magnus dice que estas líneas tienen una especial relevancia en la situación actual:

"La cita anterior refleja la importante idea de conflicto o turbulencia cuando ocurren eventos que conducen a desafíos al poder, autoridad y legitimidad del orden político y económico existente. Durante los últimos meses, hemos visto una serie de tales desafíos en la zona del euro, en los EE.UU., e incluso, en forma embrionaria, en China. El nerviosismo reciente en los mercados financieros y el aumento de las primas de riesgo no sólo reflejan un aumento de la ansiedad sobre el deterioro de la salud de la economía global, sino también el agotamiento de la confianza de que las élites políticas son capaces de hacer frente a la situación".

Magnus reconoce que la crisis actual es una crisis de sobreproducción, a pesar de que confunde esto con la noción keynesiana de subconsumo –una idea completamente diferente (y falsa) –.

"Marx también señaló la paradoja de la sobreproducción y el bajo consumo: la gente, cuanto más se quede relegada a la pobreza, menos capaz será de consumir todos los bienes y servicios que las empresas producen. Cuando una empresa reduce los costos para aumentar los ingresos, es inteligente, pero cuando lo hacen todos, socavan la formación de los ingresos y la demanda efectiva de los cuales dependen para ingresos y beneficios.

"Este problema también es evidente en el mundo desarrollado de hoy. Tenemos una capacidad sustancial para producir, pero en los estratos de ingresos medianos y bajos, nos encontramos con una inseguridad financiera generalizada y bajas tasas de consumo. El resultado es visible en los EE.UU., donde la construcción de nuevas viviendas y las ventas de automóviles siguen siendo alrededor del 75% y 30% por debajo de sus puntos más altos en 2006, respectivamente.

"Como decía Marx en El Capital: ‘La razón última de todas las crisis reales sigue siendo la pobreza y el consumo restringido de las masas’".

Naturalmente, Magnus aboga por soluciones keynesianas para la crisis: si tan solo los capitalistas (o el Estado) dieran un poco más dinero a los trabajadores, si tan solo aliviaran la carga de la deuda de los hogares, si tan solo reestructuraran la deuda hipotecaria, si tan solo hubiera alguna condonación de la deuda, si tan solo los bancos prestaran más dinero a las pequeñas empresas, si tan solo los gobiernos y bancos centrales gastaran dinero en programas de infraestructura, si tan solo los acreedores europeos fueran más buenos con los griegos… entonces todo estaría bien.

Si tan sólo, si tan sólo… Si los cerdos tuvieran alas… ¡Volarían! ¡Y estos economistas acusan a los marxistas de ser utópicos! Todo lo que el Sr. Magnus está pidiendo es que los capitalistas se comporten menos como capitalistas y más bien como San Francisco de Asís. Es como pedirle a un tigre carnívoro que coma ensalada en lugar de carne. Sabemos cómo el tigre reaccionaría ante esta agradable propuesta. Y también sabemos cómo los banqueros y capitalistas reaccionarían. Huelga decir que esta estupidez keynesiana no tiene absolutamente nada en común con las ideas de Carlos Marx.

Como señala Magnus, Marx predijo que las empresas necesitarían menos trabajadores a medida que mejorara la productividad, creando así un "ejército industrial de reserva" de los desempleados, cuya existencia mantendría la presión a la baja sobre los salarios de los empleados.

Como el artículo anteriormente citado de la revista Businessweek ha señalado:

"Es difícil argumentar contra eso en estos días, dado que la tasa de desempleo en los EE.UU. sigue siendo más de un 9 por ciento. El 13 de septiembre, la Oficina del Censo de los EE.UU. dio a conocer datos que muestran que el ingreso medio, ajustado a la inflación, cayó entre 1973 y 2010 para los hombres a partir de 15 años y a tiempo completo. La condición de los trabajadores de cuello azul en los EE.UU. está aún muy lejos de los salarios de subsistencia y de la ‘acumulación de la miseria’ que Marx previó. Pero las cosas no están tan brillantes en los Estados Unidos tampoco".

Nouriel Roubini

El 11 de agosto The Wall Street Journal publicó una entrevista con el conocido economista Dr. Nouriel Roubini, conocido por sus colegas economistas como el "Dr. Agorero" por su predicción de la crisis financiera de 2008. Hay un video de esta entrevista extraordinaria, que merece ser estudiada cuidadosamente, ya que muestra el pensamiento de los estrategas del Capital más perspicaces.

Roubini es totalmente escéptico acerca de la capacidad de los gobiernos y bancos centrales para evitar un nuevo colapso económico, y mucho menos de salir de la recesión actual. Él no cree que un nuevo brote de flexibilización cuantitativa, tasas de interés más bajas, o cualquiera de las otras medidas propuestas, vayan a suponer ninguna diferencia: "Si la gente no quiere pedir prestado", se pregunta, "¿para qué va a servir bajar las tasas de interés?"

Argumenta que la cadena de crédito se ha roto, y que el capitalismo ha entrado en un círculo vicioso en el que el exceso de capacidad (sobreproducción), la caída de la demanda de los consumidores, los altos niveles de deuda… todo genera una falta de confianza en los inversionistas que a su vez se reflejará en fuertes caídas en la Bolsa de valores, caída de precios de los activos y un colapso en la economía real.

Llega a la conclusión de que la economía de mercado no puede evitar una recesión, porque "no hay suficiente demanda final". También relaciona esta falta de demanda a un largo período en que el capital ha exprimido a la mano de obra, y la proporción de los beneficios ha aumentado a expensas de los salarios. Destaca la intensificación de la explotación, los salarios reales estancados o en descenso, y los niveles sin precedentes de la desigualdad como un elemento central para el estado turbulento de la economía en el mundo.

Al igual que todos los demás economistas, Roubini no tiene solución real a la crisis actual, a excepción de más inyecciones monetarias de los bancos centrales para evitar otra crisis. Sin embargo, admitió con franqueza que la política monetaria por sí sola no será suficiente, y que las empresas y los gobiernos no están ayudando.

Europa y los Estados Unidos están llevando a cabo programas de austeridad para tratar de arreglar su endeudada economía, cuando deberían estar introduciendo un mayor estímulo monetario, dijo. Sus conclusiones no podrían ser más pesimistas: "Carlos Marx tenía razón, en algún momento el capitalismo podría destruirse a sí mismo", dijo Roubini. "Pensábamos que los mercados funcionaban. No están funcionando". (El énfasis es mío).

Al recortar los salarios, han recortado el mercado, reducido la demanda final y causado una sobreproducción (exceso de capacidad) a escala mundial: "No se pueden seguir desplazando los ingresos de los trabajadores a los capitalistas, sin provocar un exceso de capacidad y una falta de demanda total. Y eso es lo que está pasando", indicó el economista.

Roubini predijo que hay más de un 50% de posibilidades de que todo el mundo se sumerja en otra recesión global y los próximos dos o tres meses revelarán la dirección de la economía: "Estamos a velocidad de punto muerto en este momento, y no sabemos si vamos a ir arriba o abajo ", dijo.

Roubini dice que está convirtiendo su dinero en metálico, apostando principalmente en bonos del Tesoro de los EE.UU. "Ahora no es el momento para los activos de riesgo", dijo. El entrevistador del Wall Street Journal, a este punto totalmente alarmado, preguntó a Roubini si pensaba que la caída del capitalismo era inminente. Éste respondió: "No estamos ahí todavía", pero dejó claro que él pensaba que estábamos de camino hacia una "segunda edición de la Gran Depresión".

¿Estaba equivocado Marx acerca de la revolución?

Contrariamente a la imagen reconfortante que se solía presentar del sistema capitalista ofreciendo un futuro seguro y próspero para todos, vemos la realidad de un mundo en el que millones de personas sufren de la pobreza y el hambre, mientras que los súper ricos se enriquecen cada día más. Volvamos el artículo de John Gray:

"Una pequeña minoría ha acumulado una enorme riqueza pero incluso eso tiene una cualidad evanescente, casi fantasmal. En la época victoriana los verdaderamente ricos podían permitirse relajarse, siempre y cuando fueran conservadores en la forma en que invertían su dinero. Cuando a los héroes de las novelas de Dickens por fin les llega su herencia, no hacen nada el resto de su vida.

"Hoy no hay un paraíso de la seguridad. Los giros del mercado son tales que nadie puede saber qué va a tener valor, incluso unos pocos años por delante".

"Este estado de agitación perpetua es la revolución permanente del capitalismo y creo que va a estar con nosotros en cualquier futuro que sea realísticamente imaginable. Sólo hemos recorrido una parte del camino de una crisis financiera que pondrá muchas más cosas patas arriba".

¿Qué conclusión saca Gray de todo esto? Sólo esto: que el capitalismo está destruyendose a sí mismo: "El capitalismo ha conducido a una revolución, pero no a la que Marx esperaba. El apasionado pensador alemán odiaba la vida burguesa y miraba hacia el comunismo para destruirlo. Tal y como él predijo, el mundo burgués ha sido destruido".

Pero luego añade: "No fue el comunismo quien lo hizo. Es el capitalismo el que ha matado a la burguesía". Esta es una conclusión de lo más peculiar. La burguesía no ha sido "matada" en absoluto, por usar la terminología melodramática de Gray. Está muy viva. Tiene en sus manos la tierra, los bancos y las grandes corporaciones. Toma todas las decisiones fundamentales que afectan a la vida y el destino de millones de personas en el planeta.

Gente como Gray se ve obligada a admitir lo que no se puede negar. Sí, el sistema capitalista está en crisis. Todo el mundo sabe esto. Pero, ¿cuál es el antídoto a la crisis? Si el capitalismo es un sistema anárquico y caótico que desemboca inevitablemente en situaciones de crisis, entonces hay que concluir que con el fin de eliminar las crisis, es necesario abolir el sistema capitalista. Si dices "A", también se debe decir "B", "C" y "D", pero esto es lo que los economistas burgueses se niegan a hacer.

Lo que Gray y gente como él no pueden aceptar es que la crisis del capitalismo puede y va a terminar en la revolución socialista:

"Marx dio la bienvenida a la autodestrucción del capitalismo. Estaba seguro de que se produciría una revolución popular que instauraría un sistema comunista que sería más productivo y mucho más humano. Marx estaba equivocado sobre el comunismo. Donde fue proféticamente correcto fue en su comprensión de la revolución del capitalismo. No es sólo la inestabilidad endémica del capitalismo lo que él entendió, aunque en este sentido era mucho más perspicaz que la mayoría de los economistas de su época y la nuestra".

Pero ¡espere un minuto, señor Gray! ¿De verdad se imagina que una crisis que está arrojando el mundo al caos, que condena a millones de personas al desempleo, la pobreza y la desesperación, que le roba a la juventud su futuro y destruye la salud, la vivienda, la educación y la cultura… que todo esto puede ocurrir sin que se produzca una crisis social y política? ¿No puede ver que la crisis del capitalismo está preparando las condiciones para la revolución en todas partes?

Esto ya no es una propuesta teórica. Es un hecho. Si tomamos sólo los últimos doce meses, ¿qué vemos? Los movimientos revolucionarios se han producido en un país tras otro: Túnez, Egipto, Grecia, España… Incluso en los Estados Unidos tenemos el movimiento "Okupa Wall Street" y antes que éste tuvimos las protestas masivas de Wisconsin.

Estos dramáticos acontecimientos son una clara expresión del hecho de que la crisis del capitalismo está produciendo una reacción masiva a escala mundial, y de que un número creciente de personas están empezando a sacar conclusiones revolucionarias. Esto fue resumido por Michael Moore en el programa de TV ">BBC Newsnight, cuando llegó a decir que "hay que acabar con el capitalismo".

"Las naciones occidentales están ahora maduras para la revolución"

Esto es reconocido al menos por algunos de los estrategas del Capital, como Andreas Whittam Smith, un periodista financiero y fundador de The Independent. El jueves 20 de octubre, escribió un artículo con el título: Las naciones occidentales están ahora maduras para la revolución, donde dice:

"Si va a haber un estallido revolucionario, uno no recibe mucho aviso. Escribiendo de las revoluciones europeas de 1848, por ejemplo, un historiador [Peter N Staerns] señaló recientemente: ‘A principios de 1848 nadie creía que la revolución fuera inminente’. Ahora la razón por la que he vuelto a 1848 se debe a que esta fecha se repite continuamente en mi cabeza según se extiende la oleada de protesta contra el capitalismo contemporáneo por todo el mundo.

"Ni París en 1968, ni tampoco 1917 a 1921 cuando, en el caos que siguió a la Primera Guerra Mundial, se estableció el dominio de los trabajadores temporalmente en algunas ciudades alemanas. En lugar de eso, he dirigido mi atención a 1848, cuando gran parte de Europa continental salió a la calle en lo que se hizo llamar la Primavera de las Naciones, o la Primavera de los Pueblos o el Año de la Revolución".

Whittam Smith, quien admite que estaría "horrorizado ante la perspectiva de la revolución o nada que se le parezca", sin embargo, cree que hay "una buena razón por la que debemos tener miedo": el intolerable abismo que se ha abierto entre ricos y pobres. Cita la consigna de "Okupa Wall Street": "Lo único que todos tenemos en común es que somos el 99 por ciento que no tolerará más la codicia y la corrupción del uno por ciento" y continúa:

"Durante los últimos 25 años, el abismo entre los ingresos de los ricos y los pobres se ha ido profundizando. La disparidad que comenzó a desarrollarse en los EE.UU. y el Reino Unido a finales de la década de 1970 se ha ido extendiendo. Un estudio de la OCDE publicado en mayo mostró que países como Dinamarca, Alemania y Suecia, que tradicionalmente han tenido una baja desigualdad, ya no se escapan".

"El resultado es que en el Occidente industrializado el ingreso promedio del 10 por cien más rico de la población es de aproximadamente nueve veces mayor que el del 10 por ciento más pobre. Esa es una diferencia enorme. Y si la comparación se hace entre, por ejemplo, la paga de los directores de las grandes empresas en comparación con la de su personal, la diferencia es asombrosa. En muchos casos, los directores ganan 200 veces más que sus trabajadores peor remunerados. En algún momento, esta diferencia excesiva va a causar problemas. ¿Ha llegado ese momento?". Para volver de nuevo a 1848.

En otro relato, el profesor Stearns escribió que la mayoría de las revoluciones de 1848 estallaron sin orden ni concierto. "Normalmente, solía haber un período breve y confuso de reivindicaciones y manifestaciones, durante el cual la incertidumbre del gobierno contribuyó a prolongar la tensión".

Hay un claro paralelismo entre esto y lo que vemos ahora. Que el movimiento de protesta actual es confuso en sus objetivos es evidente. Pero refleja un estado de ánimo general de ira que se está acumulando bajo la superficie y que tarde o temprano tiene que encontrar una salida. Una encuesta de la revista Time mostró algunos resultados interesantes:

"EE.UU.: 54% tiene una opinión favorable del movimiento "Okupa Wall Street", el 79% cree que la diferencia entre ricos y pobres ha crecido demasiado, el 71% cree que los altos directivos de las instituciones financieras deben ser llevados a juicio, el 68% piensa que los ricos deberían pagar más impuestos, sólo el 27% tiene una opinión favorable del movimiento Tea Party (33% desfavorable)".

Por supuesto, es demasiado pronto para hablar de una revolución en los EE.UU.. Pero está claro que la crisis del capitalismo está produciendo un creciente ambiente de crítica entre amplias capas de la población. Hay un fermento y un cuestionamiento del capitalismo que no existía antes. Se puede decir que estos movimientos de masas carecen de un programa claro, y eso es ciertamente el caso. Pero son sin duda movimientos anticapitalistas, y tarde o temprano, en un país u otro, la cuestión del derrocamiento revolucionario del capitalismo se va a plantear.

¿No hay alternativa?

Los economistas burgueses son tan miopes y estrechos de miras que se aferran al anticuado sistema capitalista, incluso cuando se ven obligados a admitir que está en un estado terminalmente enfermizo y condenado al colapso. Imaginar que la raza humana es incapaz de descubrir una alternativa viable a este sistema podrido, corrupto y degenerado es francamente una afrenta a la humanidad.

¿Es realmente cierto que no hay alternativa al capitalismo? No, no es cierto. La alternativa es un sistema basado en la producción para las necesidades de la mayoría y no el beneficio de unos pocos; un sistema que reemplaza el caos y la anarquía con la planificación armoniosa, que sustituye al dominio de una minoría de parásitos ricos con el dominio de la mayoría que produce toda la riqueza de la sociedad. El nombre de esta alternativa es el socialismo.

Uno puede discutir acerca de palabras, pero el nombre de este sistema es el socialismo –no la caricatura burocrática y totalitaria que existía en la Rusia estalinista, sino una verdadera democracia basada en la propiedad, control y gestión de las fuerzas productivas por la clase obrera–. ¿Es esta idea realmente tan difícil de entender? ¿Es realmente utópico sugerir que la raza humana puede apoderarse de su propio destino y gestionar la sociedad sobre la base de un plan democrático de producción?

La necesidad de una economía socialista planificada no es un invento de Marx o de cualquier otro pensador. Fluye de la necesidad objetiva. La posibilidad del socialismo mundial se deriva de las condiciones actuales del capitalismo mismo. Todo lo que se necesita es que la clase obrera, que constituye la mayoría de la sociedad, se haga cargo del funcionamiento de la sociedad, expropie los bancos y grandes monopolios y movilice al colosal potencial productivo no utilizado para resolver los problemas de la sociedad.

 

http://www.luchadeclases.org/economia/internacional/755-imarx-tenia-razon.html

 
Sigue ...

 

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 14/01/2012 12:00
 
Marx y el “mercado"

Marx predijo que el desarrollo del capitalismo conduciría inexorablemente a la concentración del capital, una inmensa acumulación de riqueza por un lado, y una acumulación igual de pobreza, miseria y trabajo insoportable en el otro extremo del espectro social. Durante décadas, esta idea fue desechada por los economistas burgueses y los sociólogos universitarios que insistieron en que la sociedad se estaba volviendo cada vez más igualitaria y que todo el mundo se estaba convirtiendo en clase media. Ahora todas estas ilusiones se han disipado.

Businessweek recientemente publicó un artículo con el título Marx y el mercado y advirtió que Marx podría haber tenido razón en algunas cosas, pero en realidad estaba equivocado y era peligroso. Expresa su preocupación porque "el pesimista y combativo filósofo parece encontrar adeptos en cada nueva generación".

Y continúa:

"Incluso se podría decir que el Barbudo nunca ha tenido mejor aspecto. La actual crisis financiera mundial ha dado lugar a un nuevo contingente de insólitos admiradores. En 2009 el periódico oficial del Vaticano, L'Osservatore Romano, publicó un artículo elogiando el diagnóstico de Marx sobre la desigualdad de ingresos, lo cual es un gran reconocimiento, considerando que Marx declaró que la religión es ‘el opio del pueblo’. En Shanghái, el centro archicapitalista de la supuesta comunista China, en 2010 el público se agolpó para ver un musical basado en El Capital, la obra más famosa de Marx. En Japón, El Capital ha salido en una versión cómic".

Y añade:

"El que Marx esté en boga debería verse natural en un momento en que los bancos europeos están al borde del colapso y en que los niveles de pobreza en los EE.UU. han alcanzado niveles nunca vistos en casi dos décadas".

“A pesar de que Marx estaba equivocado acerca de muchas cosas, y de que su influencia fue muy perniciosa en lugares como la URSS y China, hay áreas de sus (voluminosos) escritos que son increíblemente perceptivos. Uno de los argumentos más importantes de Marx era que el capitalismo era intrínsecamente inestable. Uno sólo tiene que mirar a los titulares de Europa –la cual está siendo perseguida por el fantasma de una posible moratoria griega, un desastre bancario y el colapso de la zona del euro como moneda única– para ver que tenía razón.

Marx diagnosticó la inestabilidad del capitalismo en un momento en que sus contemporáneos y predecesores, tales como Adam Smith y John Stuart Mill, estaban mayormente cautivados por su capacidad para satisfacer las necesidades humanas".

George Magnus

Hasta aquí Businessweek. Ahora vamos a leer lo que George Magnus, analista económico del banco UBS, escribió recientemente en un artículo con el título intrigante: Demos a Carlos Marx la oportunidad de salvar la economía mundial.

Con sede en Suiza, UBS es uno de los pilares del mundo financiero, con oficinas en más de 50 países y más de 2 billones de dólares americanos en activos. Sin embargo, en un ensayo de Bloomberg View, publicado el 28 de agosto, Magnus escribió que "la economía global de hoy tiene algún parecido asombroso a lo que Marx había previsto". En su artículo empieza describiendo a los responsables políticos como "tratando de entender el aluvión de pánico financiero, las protestas y otros males que afligen al mundo" y sugiere que haríamos bien en estudiar la obra de "un economista muerto hace mucho tiempo, Carlos Marx":

"Consideremos, por ejemplo, la predicción de Marx de cómo se manifestaría el conflicto inherente entre el capital y el trabajo. Tal y como escribió en El Capital, la búsqueda de beneficios y productividad de las empresas, naturalmente, les lleva a necesitar cada vez menos trabajadores, creando un ‘ejército industrial de reserva’ de pobres y desempleados: ‘Por tanto, la acumulación de riqueza en un polo representa, al mismo tiempo, la acumulación de la miseria en el otro polo’".

Y continúa: "El proceso que él [Marx] describe es visible en todo el mundo desarrollado, particularmente en los EE.UU. Los esfuerzos de las empresas para reducir costos y evitar la contratación han aumentado las ganancias corporativas de EE.UU. como porcentaje de la producción económica total al más alto nivel en más de seis décadas, mientras que la tasa de desempleo se sitúa en el 9,1 por ciento y los salarios reales están estancados.

"Mientras tanto, según algunos cálculos, la desigualdad de ingresos de EE.UU. está cerca de su nivel más alto desde la década de 1920. Antes de 2008, la disparidad en los ingresos estaba disimulada tras factores tales como el crédito fácil, que permitió a los hogares pobres disfrutar de un estilo de vida más próspero. Ahora el problema está saliendo con toda su crudeza".

Magnus cita con aprobación el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859) de Marx:

"Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí".

Magnus dice que estas líneas tienen una especial relevancia en la situación actual:

"La cita anterior refleja la importante idea de conflicto o turbulencia cuando ocurren eventos que conducen a desafíos al poder, autoridad y legitimidad del orden político y económico existente. Durante los últimos meses, hemos visto una serie de tales desafíos en la zona del euro, en los EE.UU., e incluso, en forma embrionaria, en China. El nerviosismo reciente en los mercados financieros y el aumento de las primas de riesgo no sólo reflejan un aumento de la ansiedad sobre el deterioro de la salud de la economía global, sino también el agotamiento de la confianza de que las élites políticas son capaces de hacer frente a la situación".

Magnus reconoce que la crisis actual es una crisis de sobreproducción, a pesar de que confunde esto con la noción keynesiana de subconsumo –una idea completamente diferente (y falsa) –.

"Marx también señaló la paradoja de la sobreproducción y el bajo consumo: la gente, cuanto más se quede relegada a la pobreza, menos capaz será de consumir todos los bienes y servicios que las empresas producen. Cuando una empresa reduce los costos para aumentar los ingresos, es inteligente, pero cuando lo hacen todos, socavan la formación de los ingresos y la demanda efectiva de los cuales dependen para ingresos y beneficios.

"Este problema también es evidente en el mundo desarrollado de hoy. Tenemos una capacidad sustancial para producir, pero en los estratos de ingresos medianos y bajos, nos encontramos con una inseguridad financiera generalizada y bajas tasas de consumo. El resultado es visible en los EE.UU., donde la construcción de nuevas viviendas y las ventas de automóviles siguen siendo alrededor del 75% y 30% por debajo de sus puntos más altos en 2006, respectivamente.

"Como decía Marx en El Capital: ‘La razón última de todas las crisis reales sigue siendo la pobreza y el consumo restringido de las masas’".

Naturalmente, Magnus aboga por soluciones keynesianas para la crisis: si tan solo los capitalistas (o el Estado) dieran un poco más dinero a los trabajadores, si tan solo aliviaran la carga de la deuda de los hogares, si tan solo reestructuraran la deuda hipotecaria, si tan solo hubiera alguna condonación de la deuda, si tan solo los bancos prestaran más dinero a las pequeñas empresas, si tan solo los gobiernos y bancos centrales gastaran dinero en programas de infraestructura, si tan solo los acreedores europeos fueran más buenos con los griegos… entonces todo estaría bien.

Si tan sólo, si tan sólo… Si los cerdos tuvieran alas… ¡Volarían! ¡Y estos economistas acusan a los marxistas de ser utópicos! Todo lo que el Sr. Magnus está pidiendo es que los capitalistas se comporten menos como capitalistas y más bien como San Francisco de Asís. Es como pedirle a un tigre carnívoro que coma ensalada en lugar de carne. Sabemos cómo el tigre reaccionaría ante esta agradable propuesta. Y también sabemos cómo los banqueros y capitalistas reaccionarían. Huelga decir que esta estupidez keynesiana no tiene absolutamente nada en común con las ideas de Carlos Marx.

Como señala Magnus, Marx predijo que las empresas necesitarían menos trabajadores a medida que mejorara la productividad, creando así un "ejército industrial de reserva" de los desempleados, cuya existencia mantendría la presión a la baja sobre los salarios de los empleados.

Como el artículo anteriormente citado de la revista Businessweek ha señalado:

"Es difícil argumentar contra eso en estos días, dado que la tasa de desempleo en los EE.UU. sigue siendo más de un 9 por ciento. El 13 de septiembre, la Oficina del Censo de los EE.UU. dio a conocer datos que muestran que el ingreso medio, ajustado a la inflación, cayó entre 1973 y 2010 para los hombres a partir de 15 años y a tiempo completo. La condición de los trabajadores de cuello azul en los EE.UU. está aún muy lejos de los salarios de subsistencia y de la ‘acumulación de la miseria’ que Marx previó. Pero las cosas no están tan brillantes en los Estados Unidos tampoco".

Nouriel Roubini

El 11 de agosto The Wall Street Journal publicó una entrevista con el conocido economista Dr. Nouriel Roubini, conocido por sus colegas economistas como el "Dr. Agorero" por su predicción de la crisis financiera de 2008. Hay un video de esta entrevista extraordinaria, que merece ser estudiada cuidadosamente, ya que muestra el pensamiento de los estrategas del Capital más perspicaces.

Roubini es totalmente escéptico acerca de la capacidad de los gobiernos y bancos centrales para evitar un nuevo colapso económico, y mucho menos de salir de la recesión actual. Él no cree que un nuevo brote de flexibilización cuantitativa, tasas de interés más bajas, o cualquiera de las otras medidas propuestas, vayan a suponer ninguna diferencia: "Si la gente no quiere pedir prestado", se pregunta, "¿para qué va a servir bajar las tasas de interés?"

Argumenta que la cadena de crédito se ha roto, y que el capitalismo ha entrado en un círculo vicioso en el que el exceso de capacidad (sobreproducción), la caída de la demanda de los consumidores, los altos niveles de deuda… todo genera una falta de confianza en los inversionistas que a su vez se reflejará en fuertes caídas en la Bolsa de valores, caída de precios de los activos y un colapso en la economía real.

Llega a la conclusión de que la economía de mercado no puede evitar una recesión, porque "no hay suficiente demanda final". También relaciona esta falta de demanda a un largo período en que el capital ha exprimido a la mano de obra, y la proporción de los beneficios ha aumentado a expensas de los salarios. Destaca la intensificación de la explotación, los salarios reales estancados o en descenso, y los niveles sin precedentes de la desigualdad como un elemento central para el estado turbulento de la economía en el mundo.

Al igual que todos los demás economistas, Roubini no tiene solución real a la crisis actual, a excepción de más inyecciones monetarias de los bancos centrales para evitar otra crisis. Sin embargo, admitió con franqueza que la política monetaria por sí sola no será suficiente, y que las empresas y los gobiernos no están ayudando.

Europa y los Estados Unidos están llevando a cabo programas de austeridad para tratar de arreglar su endeudada economía, cuando deberían estar introduciendo un mayor estímulo monetario, dijo. Sus conclusiones no podrían ser más pesimistas: "Carlos Marx tenía razón, en algún momento el capitalismo podría destruirse a sí mismo", dijo Roubini. "Pensábamos que los mercados funcionaban. No están funcionando". (El énfasis es mío).

Al recortar los salarios, han recortado el mercado, reducido la demanda final y causado una sobreproducción (exceso de capacidad) a escala mundial: "No se pueden seguir desplazando los ingresos de los trabajadores a los capitalistas, sin provocar un exceso de capacidad y una falta de demanda total. Y eso es lo que está pasando", indicó el economista.

Roubini predijo que hay más de un 50% de posibilidades de que todo el mundo se sumerja en otra recesión global y los próximos dos o tres meses revelarán la dirección de la economía: "Estamos a velocidad de punto muerto en este momento, y no sabemos si vamos a ir arriba o abajo ", dijo.

Roubini dice que está convirtiendo su dinero en metálico, apostando principalmente en bonos del Tesoro de los EE.UU. "Ahora no es el momento para los activos de riesgo", dijo. El entrevistador del Wall Street Journal, a este punto totalmente alarmado, preguntó a Roubini si pensaba que la caída del capitalismo era inminente. Éste respondió: "No estamos ahí todavía", pero dejó claro que él pensaba que estábamos de camino hacia una "segunda edición de la Gran Depresión".

¿Estaba equivocado Marx acerca de la revolución?

Contrariamente a la imagen reconfortante que se solía presentar del sistema capitalista ofreciendo un futuro seguro y próspero para todos, vemos la realidad de un mundo en el que millones de personas sufren de la pobreza y el hambre, mientras que los súper ricos se enriquecen cada día más. Volvamos el artículo de John Gray:

"Una pequeña minoría ha acumulado una enorme riqueza pero incluso eso tiene una cualidad evanescente, casi fantasmal. En la época victoriana los verdaderamente ricos podían permitirse relajarse, siempre y cuando fueran conservadores en la forma en que invertían su dinero. Cuando a los héroes de las novelas de Dickens por fin les llega su herencia, no hacen nada el resto de su vida.

"Hoy no hay un paraíso de la seguridad. Los giros del mercado son tales que nadie puede saber qué va a tener valor, incluso unos pocos años por delante".

"Este estado de agitación perpetua es la revolución permanente del capitalismo y creo que va a estar con nosotros en cualquier futuro que sea realísticamente imaginable. Sólo hemos recorrido una parte del camino de una crisis financiera que pondrá muchas más cosas patas arriba".

¿Qué conclusión saca Gray de todo esto? Sólo esto: que el capitalismo está destruyendose a sí mismo: "El capitalismo ha conducido a una revolución, pero no a la que Marx esperaba. El apasionado pensador alemán odiaba la vida burguesa y miraba hacia el comunismo para destruirlo. Tal y como él predijo, el mundo burgués ha sido destruido".

Pero luego añade: "No fue el comunismo quien lo hizo. Es el capitalismo el que ha matado a la burguesía". Esta es una conclusión de lo más peculiar. La burguesía no ha sido "matada" en absoluto, por usar la terminología melodramática de Gray. Está muy viva. Tiene en sus manos la tierra, los bancos y las grandes corporaciones. Toma todas las decisiones fundamentales que afectan a la vida y el destino de millones de personas en el planeta.

Gente como Gray se ve obligada a admitir lo que no se puede negar. Sí, el sistema capitalista está en crisis. Todo el mundo sabe esto. Pero, ¿cuál es el antídoto a la crisis? Si el capitalismo es un sistema anárquico y caótico que desemboca inevitablemente en situaciones de crisis, entonces hay que concluir que con el fin de eliminar las crisis, es necesario abolir el sistema capitalista. Si dices "A", también se debe decir "B", "C" y "D", pero esto es lo que los economistas burgueses se niegan a hacer.

Lo que Gray y gente como él no pueden aceptar es que la crisis del capitalismo puede y va a terminar en la revolución socialista:

"Marx dio la bienvenida a la autodestrucción del capitalismo. Estaba seguro de que se produciría una revolución popular que instauraría un sistema comunista que sería más productivo y mucho más humano. Marx estaba equivocado sobre el comunismo. Donde fue proféticamente correcto fue en su comprensión de la revolución del capitalismo. No es sólo la inestabilidad endémica del capitalismo lo que él entendió, aunque en este sentido era mucho más perspicaz que la mayoría de los economistas de su época y la nuestra".

Pero ¡espere un minuto, señor Gray! ¿De verdad se imagina que una crisis que está arrojando el mundo al caos, que condena a millones de personas al desempleo, la pobreza y la desesperación, que le roba a la juventud su futuro y destruye la salud, la vivienda, la educación y la cultura… que todo esto puede ocurrir sin que se produzca una crisis social y política? ¿No puede ver que la crisis del capitalismo está preparando las condiciones para la revolución en todas partes?

Esto ya no es una propuesta teórica. Es un hecho. Si tomamos sólo los últimos doce meses, ¿qué vemos? Los movimientos revolucionarios se han producido en un país tras otro: Túnez, Egipto, Grecia, España… Incluso en los Estados Unidos tenemos el movimiento "Okupa Wall Street" y antes que éste tuvimos las protestas masivas de Wisconsin.

Estos dramáticos acontecimientos son una clara expresión del hecho de que la crisis del capitalismo está produciendo una reacción masiva a escala mundial, y de que un número creciente de personas están empezando a sacar conclusiones revolucionarias. Esto fue resumido por Michael Moore en el programa de TV ">BBC Newsnight, cuando llegó a decir que "hay que acabar con el capitalismo".

"Las naciones occidentales están ahora maduras para la revolución"

Esto es reconocido al menos por algunos de los estrategas del Capital, como Andreas Whittam Smith, un periodista financiero y fundador de The Independent. El jueves 20 de octubre, escribió un artículo con el título: Las naciones occidentales están ahora maduras para la revolución, donde dice:

"Si va a haber un estallido revolucionario, uno no recibe mucho aviso. Escribiendo de las revoluciones europeas de 1848, por ejemplo, un historiador [Peter N Staerns] señaló recientemente: ‘A principios de 1848 nadie creía que la revolución fuera inminente’. Ahora la razón por la que he vuelto a 1848 se debe a que esta fecha se repite continuamente en mi cabeza según se extiende la oleada de protesta contra el capitalismo contemporáneo por todo el mundo.

"Ni París en 1968, ni tampoco 1917 a 1921 cuando, en el caos que siguió a la Primera Guerra Mundial, se estableció el dominio de los trabajadores temporalmente en algunas ciudades alemanas. En lugar de eso, he dirigido mi atención a 1848, cuando gran parte de Europa continental salió a la calle en lo que se hizo llamar la Primavera de las Naciones, o la Primavera de los Pueblos o el Año de la Revolución".

Whittam Smith, quien admite que estaría "horrorizado ante la perspectiva de la revolución o nada que se le parezca", sin embargo, cree que hay "una buena razón por la que debemos tener miedo": el intolerable abismo que se ha abierto entre ricos y pobres. Cita la consigna de "Okupa Wall Street": "Lo único que todos tenemos en común es que somos el 99 por ciento que no tolerará más la codicia y la corrupción del uno por ciento" y continúa:

"Durante los últimos 25 años, el abismo entre los ingresos de los ricos y los pobres se ha ido profundizando. La disparidad que comenzó a desarrollarse en los EE.UU. y el Reino Unido a finales de la década de 1970 se ha ido extendiendo. Un estudio de la OCDE publicado en mayo mostró que países como Dinamarca, Alemania y Suecia, que tradicionalmente han tenido una baja desigualdad, ya no se escapan".

"El resultado es que en el Occidente industrializado el ingreso promedio del 10 por cien más rico de la población es de aproximadamente nueve veces mayor que el del 10 por ciento más pobre. Esa es una diferencia enorme. Y si la comparación se hace entre, por ejemplo, la paga de los directores de las grandes empresas en comparación con la de su personal, la diferencia es asombrosa. En muchos casos, los directores ganan 200 veces más que sus trabajadores peor remunerados. En algún momento, esta diferencia excesiva va a causar problemas. ¿Ha llegado ese momento?". Para volver de nuevo a 1848.

En otro relato, el profesor Stearns escribió que la mayoría de las revoluciones de 1848 estallaron sin orden ni concierto. "Normalmente, solía haber un período breve y confuso de reivindicaciones y manifestaciones, durante el cual la incertidumbre del gobierno contribuyó a prolongar la tensión".

Hay un claro paralelismo entre esto y lo que vemos ahora. Que el movimiento de protesta actual es confuso en sus objetivos es evidente. Pero refleja un estado de ánimo general de ira que se está acumulando bajo la superficie y que tarde o temprano tiene que encontrar una salida. Una encuesta de la revista Time mostró algunos resultados interesantes:

"EE.UU.: 54% tiene una opinión favorable del movimiento "Okupa Wall Street", el 79% cree que la diferencia entre ricos y pobres ha crecido demasiado, el 71% cree que los altos directivos de las instituciones financieras deben ser llevados a juicio, el 68% piensa que los ricos deberían pagar más impuestos, sólo el 27% tiene una opinión favorable del movimiento Tea Party (33% desfavorable)".

Por supuesto, es demasiado pronto para hablar de una revolución en los EE.UU.. Pero está claro que la crisis del capitalismo está produciendo un creciente ambiente de crítica entre amplias capas de la población. Hay un fermento y un cuestionamiento del capitalismo que no existía antes. Se puede decir que estos movimientos de masas carecen de un programa claro, y eso es ciertamente el caso. Pero son sin duda movimientos anticapitalistas, y tarde o temprano, en un país u otro, la cuestión del derrocamiento revolucionario del capitalismo se va a plantear.

¿No hay alternativa?

Los economistas burgueses son tan miopes y estrechos de miras que se aferran al anticuado sistema capitalista, incluso cuando se ven obligados a admitir que está en un estado terminalmente enfermizo y condenado al colapso. Imaginar que la raza humana es incapaz de descubrir una alternativa viable a este sistema podrido, corrupto y degenerado es francamente una afrenta a la humanidad.

¿Es realmente cierto que no hay alternativa al capitalismo? No, no es cierto. La alternativa es un sistema basado en la producción para las necesidades de la mayoría y no el beneficio de unos pocos; un sistema que reemplaza el caos y la anarquía con la planificación armoniosa, que sustituye al dominio de una minoría de parásitos ricos con el dominio de la mayoría que produce toda la riqueza de la sociedad. El nombre de esta alternativa es el socialismo.

Uno puede discutir acerca de palabras, pero el nombre de este sistema es el socialismo –no la caricatura burocrática y totalitaria que existía en la Rusia estalinista, sino una verdadera democracia basada en la propiedad, control y gestión de las fuerzas productivas por la clase obrera–. ¿Es esta idea realmente tan difícil de entender? ¿Es realmente utópico sugerir que la raza humana puede apoderarse de su propio destino y gestionar la sociedad sobre la base de un plan democrático de producción?

La necesidad de una economía socialista planificada no es un invento de Marx o de cualquier otro pensador. Fluye de la necesidad objetiva. La posibilidad del socialismo mundial se deriva de las condiciones actuales del capitalismo mismo. Todo lo que se necesita es que la clase obrera, que constituye la mayoría de la sociedad, se haga cargo del funcionamiento de la sociedad, expropie los bancos y grandes monopolios y movilice al colosal potencial productivo no utilizado para resolver los problemas de la sociedad.

En su Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx escribió lo siguiente:

"Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización".

Las soluciones a los problemas a los que nos enfrentamos ya existen. Durante los últimos 200 años, el capitalismo ha creado una fuerza productiva colosal. Pero es incapaz de utilizar este potencial al máximo. La crisis actual es sólo una manifestación del hecho de que la industria, la ciencia y la tecnología han crecido hasta el punto en que no se pueden contener en los estrechos límites de la propiedad privada y el Estado nacional.

Hace veinte años, Francis Fukuyama habló del fin de la historia. Pero la historia no ha terminado. De hecho, la verdadera historia de nuestra especie sólo se iniciará cuando se ponga fin a la esclavitud de la sociedad de clases y comencemos a establecer el control sobre nuestras vidas y destinos. Esto es lo que el socialismo realmente es: el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad.

La crisis actual no es más que una manifestación de la rebelión de las fuerzas productivas contra estas limitaciones sofocantes. Una vez que la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología sean liberadas de las restricciones sofocantes del capitalismo, las fuerzas productivas serían capaces de satisfacer inmediatamente todas las necesidades humanas sin ninguna dificultad.

Por primera vez en la historia, la humanidad estaría libre para desarrollar todo su potencial. Una reducción general del tiempo de trabajo constituiría la base material para una auténtica revolución cultural. La cultura, el arte, la música, la literatura y la ciencia se elevarían a alturas inimaginables.

http://www.luchadeclases.org/economia/internacional/755-imarx-tenia-razon.html



 
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