Está en: Suárez Salazar, Luis. Las bicentenarias agresiones de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe: Fuente constante del Terrorismo de Estado en el hemisferio occidental
INTRODUCCIÓN
Esta cronología incluye información desde 1776 (fecha en que se proclamó la independencia del dominio británico de las Trece Colonias Unidas del Norte de América) hasta el año 2005. Aunque, en propiedad, entre 1776 y 1824 (fecha de la batalla de Ayacucho que selló la independencia latinoamericana del colonialismo español), es muy difícil hablar de agresiones norteamericanas contra América Latina y el Caribe, ya que –salvo en la isla Saint-Domingue (inicialmente denominada por Cristóbal Colón: “La Española”— no existían Estados nacionales soberanos en ese continente, decidí comenzar la cronología en la primera de esas fechas por dos razones básicas.
La primera, porque en esa etapa se encuentran las raíces más profundas de las percepciones ideológico-culturales, geopolíticas y geoeconómicas que, en los dos siglos más recientes (1804-2004), han guiado las sucesivas estrategias desplegadas por los grupos dominantes en Estados Unidos contra las naciones independientes o formalmente independientes, así como contra algunos de los territorios sometidos a diversas formas de dominación colonial ubicados al Sur del Río Bravo (o río Grande del Norte) y de la península de Florida.
Y, en segundo, porque entre 1790 y 1824, la posición “neutral” adoptada por sucesivas administraciones estadounidenses frente a la luchas por la independencia de América Latina y de las Antillas Mayores (en particular, en la isla La Española y los archipiélagos cubano y puertorriqueño), favorecieron el empleo del actualmente denominado “terrorismo de Estado” por parte de Francia y de la monarquía española. Así se demostró durante la Revolución Haitiana de 1791 a 1804 (fecha en que se fundó la primera República gobernada por ex esclavos y libertos, negros y mestizos, del mundo) y durante las luchas por la independencia de América Latina frente al colonialismo español iniciadas en 1806 –luego de una prolongada y complicada preparación— por Francisco de Miranda, justamente considerado como el Precursor de la independencia de las naciones que actualmente forman parte de América Latina.
Finalmente, como veremos en las páginas que siguen, para facilitar la comprensión de la información que en ella aparece, esta cronología se dividirá en varias etapas generalmente identificadas con los diferentes enunciados político-ideológicos que han guiado las estrategias de los grupos dominantes de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe. No obstante, es necesario advertir que algunos de esos enunciados han tenido y tienen una perdurabilidad que trasciende el momento histórico en que se incorporaron a la retórica de la política hemisférica de los grupos dominantes y de las autoridades estadounidenses. Asimismo que, en ciertas circunstancias históricas, el terrorismo de Estado fue utilizado por los imperios europeos (España, Francia, Holanda, Portugal y el Reino Unido) o por sectores de las clases dominantes del Hemisferio Occidental sin que necesariamente participaran los grupos dominantes en Estados Unidos.
ANTECEDENTES DE LA “DOCTRINA MONROE”
1776: El 4 de julio, los representantes de las Trece Colonias Unidas de Norteamérica proclamaron su independencia de Gran Bretaña. Tres meses después, los Padres Fundadores (Founding Fathers) de esa naciente “república pigmea” la bautizaron con el nombre de Estados Unidos de América: acto con el que, pese al limitado tamaño de su territorio original (aproximadamente el 5% del territorio de todo el continente americano), usurparon el nombre con el que –a comienzos del siglo XVI— se había identificado el entonces llamado “Nuevo Mundo”.
1786: Sólo tres años después que, mediante el Tratado de París de 1783, el Imperio británico reconociera la independencia de Estados Unidos de América, uno de sus más prominentes Padres Fundadores, Thomas Jefferson, sentenció: “Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Más cuidémonos (...) de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo”.
1788: Otro de los Padres Fundadores de los Estados Unidos de América, Alexander Hamilton, expresó: “Podemos esperar que dentro de poco tiempo nos convirtamos en los árbitros de Europa en América, pudiendo inclinar la balanza de las luchas europeas, en esta parte del mundo, de acuerdo con lo que dicten nuestros intereses (...) Dejad a los trece Estados ligados por una firme e indisoluble unión, tomar parte en la creación de un Gran Sistema Americano, superior a todas las fuerzas e influencias trasatlánticas y capaz de dictar los términos de las relaciones que se establezcan entre el viejo y el nuevo mundo”.
1791: En lo que podríamos considerar la primera “agresión directa” contra América Latina y el Caribe, el entonces Presidente estadounidense George Washington (1789-1797) apoyó financieramente a la administración colonial francesa sobre la isla originalmente denominada por sus aborígenes Haití o Quisqueya (rebautizada por Cristóbal Colón con el nombre de La Española), sin lo cual la estructura burocrática-militar de la monarquía constitucional francesa surgida de la Revolución de 1789 no habría podido sostenerse durante los primeros meses de la revolución antiesclavista e independentista haitiana capitaneada, primero, por Vicent Ogé y, a partir de 1794, por el célebre general negro Toussaint Louverture.
1801: El ya Presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson (1801-1809), indicó: “Aunque nuestros actuales intereses nos restrinjan dentro de nuestros límites, es imposible dejar de prever lo que vendrá cuando nuestra rápida multiplicación se extienda más allá de dichos límites, hasta cubrir por entero el Continente del Norte, si no es que también el del Sur, con gente hablando el mismo idioma, gobernada en forma similar y con leyes similares...”.
1802: Fiel a sus posiciones político-ideológicas y a sus inclinaciones favorables a Francia, alarmado por el “peligro” que significaban los avances de la Revolución Haitiana para el orden esclavista existente en Estados Unidos y desconociendo los acuerdos firmados por su país en 1789 con Toussaint Lovertour, el presidente Thomas Jefferson le otorgó su “apoyo tácito” a la poderosa expedición militar organizada por Napoleón Bonaparte con vistas a tratar de reconquistar y restablecer la esclavitud en Saint-Domingue. Aunque dado el interés de los grupos dominantes en Estados Unidos en arrebatarle a Francia el territorio de Luisiana, Jefferson modificó esa posición, mantuvo su silencio cómplice frente al régimen de terror instaurado en la antes mencionada isla caribeña, primero, por el general francés Charles Leclerc y, luego de su muerte, por el también general galo Donatien Rochambeau. Como resultado de esas y otras acciones precedentes se calcula que, en una década, perdieron la vida más de 100 mil esclavos y libertos haitianos.
1804: El ex presidente norteamericano, John Adams (1797-1801) expresó: “...la gente de Kentucky está llena de ansias de empresa y aunque no es pobre, siente la misma avidez de saqueo que dominó a los romanos en sus mejores tiempos. México centellea ante nuestros ojos. Lo único que esperamos es ser dueños del mundo”.
Consecuentes con esa idea y con diferentes pretextos, en los años sucesivos tropas y navíos de guerra estadounidenses comenzaron a incursionar en el territorio de la Florida occidental y de Nueva España, así como en las aguas del Golfo de México: todavía bajo el dominio de España.
Paralelamente, y siguiendo las reaccionarias actitudes de los gobiernos de Dinamarca, España Francia, Holanda e Inglaterra, el presidente estadounidense Thomas Jefferson negó su reconocimiento a la independencia de Haití (1ro de enero de 1804) y a la fundación de la primera república gobernada por esclavos y libertos negros y mestizos del mundo, así como, por ende, al gobierno de Jean Jacques Dessalines (1804-1806), quien había sustituido a Toussaint Louverture luego de su muerte, el 7 de abril de 1803, en una cárcel francesa. A pesar del intenso comercio existente con esa isla, de que Francia reconoció la independencia de Haití en 1825 y que el Imperio británico lo hizo en 1839, esa retardataria conducta oficial estadounidense se mantuvo hasta 1862.
1805: A pesar de las gestiones diplomáticas realizadas por el gobierno de Haití con vistas a lograr su reconocimiento por parte de Estados Unidos, el Secretario de Estados norteamericano, James Madison, coincidió con el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Charles Talleyrand, en que: “La existencia de un pueblo negro en armas, (…) es un espectáculo horrible para todas las naciones blancas”.
1806: Sumándose a la política de bloqueo contra la Revolución Haitiana desplegada por las principales potencias imperiales europeas, el Presidente estadounidense Thomas Jefferson prohibió el comercio norteamericano con esa isla caribeña.
Asimismo, en contraste con la positiva actitud que había asumido el presidente haitiano Jean Jacques Dessalines (1804-1806), el antes mencionado mandatario estadounidense negó su apoyo oficial al Precursor de la Independencia Latinoamericana, Francisco de Miranda. Esto a pesar de la ayuda que Miranda le había prestado a la lucha por la independencia de las Trece Colonias Unidas de Norteamérica y de su amistad personal con algunos de los Padres Fundadores de Estados Unidos, cual era el caso del ya desaparecido Alexander Hamilton. En consecuencia, Miranda tuvo que acudir a lo que algunos historiadores definen como “la ayuda desinteresada de William Smith (inspector de la Aduana de Nueva York) y a la muy calculada (ayuda) de Samuel Odgen” para adquirir –pagando altos intereses— una nave de guerra –el Leander— y reclutar a la tripulación que, luego de diversas peripecias, lo llevó a desembarcar el 3 de agosto de 1806 en Vela de Coro, sobre la costa oeste del actual territorio de Venezuela, y a proclamar –por primera vez desde Tierra Firme— el inicio de la lucha por la independencia de “la América colombiana” frente al coloniaje español.
Fiel al criterio expresado en 1786, Jefferson reiteró que “no veía con mucho entusiasmo” la idea de la emancipación de los pueblos de la América Meridional del dominio colonial español. Adicionalmente, sobre la base de la estrategia trazada por el ex presidente Adams y cumpliendo órdenes del general James Wilkinson, tropas norteamericanas ocuparon el nacimiento del Río Grande, todavía bajo soberanía española. Fueron capturados y devueltos al territorio estadounidense.
1807: Manteniendo su estrategia contra la Revolución Haitiana, el presidente Thomas Jefferson renovó su “embargo” económico contra el gobierno haitiano entonces presidido por el general independentista Henri Christophe (1763-1820). Esa política –junto a las posturas similares de las potencias imperiales europeas y a las profundas contradicciones socio-políticas y socio-raciales existentes en Haití— propició que se produjera la división de esa recién liberada isla caribeña en una república (ubicada en el Sur) y en una monarquía (ubicada en el Norte). La primera fue presidida por Alexandre Petion y la segunda por Henri Christophe.
1809: Siguiendo el precedente de la compra del extenso territorio de Luisiana (1803), Thomas Jefferson le sugirió a su sucesor, James Madison (1809-1817), que le solicitara al entonces Emperador de Francia, Napoleón Bonaparte, la entrega de la isla de Cuba y del territorio de Florida oriental y occidental (entonces en poder de España) a Estados Unidos a cambio de su neutralidad frente a las multiformes resistencias a la dominación francesa que se expresaban en la península ibérica, así como entre sus “súbditos” americanos. Paralelamente y siguiendo la política precedente, Madison renovó el “embargo” económico de su país contra los antes mencionados gobiernos haitianos.
1811: En medio de la difícil situación por la que atravesaba España y luego de la ocupación por la fuerza del territorio de Florida occidental, el Congreso estadounidense proclamó la llamada Resolución de No Transferencia. Esta establecía que Estados Unidos no podría ver “sin seria inquietud” que parte alguna del territorio de Florida pasara “a manos de una potencia extranjera” diferente a España. Acto seguido, el presidente James Madison instruyó al general George Mathews (Comandante de las tropas que ocuparon la parte occidental de Florida) que soliviantara a la población de Florida oriental con vistas a que proclamara su independencia de España y se uniera a Estados Unidos.
1812: Consecuente con ese criterio, el general George Mathews ocupó la Isla Amelia y otros territorios de Florida oriental; pero fueron tan “irregulares” sus métodos que el presidente Madison se vio obligado a desautorizarlos.
Por otra parte, el agente especial de Estados Unidos en Chile, Joel Poinsett –calificado por algunos historiadores como uno de los “primeros espías estadounidenses en América Latina”— se involucró en los asuntos internos chilenos, por lo que los sectores de la Junta Patriótica opuestos al gobierno de José Miguel Carrera (1811-1813) exigieron su expulsión del territorio chileno. Con el posterior nombramiento del Libertador de Chile, Bernardo O’Higgins, como jefe de esa Junta, Poinsett fue declarado persona non grata y tuvo que retornar a Estados Unidos.
1814: Regresó al trono de España Fernando VII; quien derogó la Constitución liberal de 1912 y emprendió diversos esfuerzos para reconquistar, a sangre y fuego, las posesiones españolas en el Nuevo Mundo.
A pesar de la brutalidad que acompañó esa reconquista y los métodos terroristas contra la población civil criolla empleados por las tropas españolas, el presidente James Madison le ofreció garantías a esa reaccionaria monarquía de que su gobierno mantendría una posición “neutral” frente a las luchas por la independencia que ya se desarrollaban en casi toda sus posesiones americanas. En consecuencia, Madison dictó una Ley que prohibió involucrarse en ninguna empresa (entiéndase, en ninguna empresa vinculada a las luchas por la independencia de la también llamada América Meridional) contra España.
También instó a los ciudadanos estadounidenses a entregar a la justicia a “los delincuentes” que violasen esa disposición.
1815: Acusado de violar las Leyes de Neutralidad de Estados Unidos, fue encarcelado en ese país el coronel Martín Thompson, quien había viajado a Washington –capital federal— en demanda de ayuda para las luchas por la independencia frente a España que se desarrollaban en las entonces denominadas Provincias Unidas del Río de la Plata.
Paralelamente, luego de la derrota de la Segunda República de Venezuela, el Libertador Simón Bolívar redactó su célebre Carta de Jamaica en la cual –para disgusto de los grupos expansionistas de Estados Unidos— declaró su propósito de continuar luchando por la independencia de la América Meridional y su sueño de “ver formar en (esa) América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”.
1816: Con la persistente “neutralidad” del gobierno de Estados Unidos y gracias al desinteresado apoyo del presidente de Haití, Alexandre Pétion, (quien colocó como única condición la emancipación de los esclavos en los territorios latinoamericanos que fueran liberados del dominio español), Simón Bolívar pudo organizar en territorio haitiano las dos expediciones militares con las que iniciaría la última etapa de la lucha por la independencia del Norte de América del Sur.
Paralelamente, luego de proclamar la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan Martín de Pueyrredón nombró al general José de San Martín, jefe del Ejército de los Andes. Luego de cruzar la cordillera andina en dirección a Chile, este ejército venció a los realistas españoles en la batalla de Chacabuco, entró en Santiago de Chile y nombró a Bernardo O'Higgins como Director Supremo de la recién surgido República.
A su vez, en México –pese al fusilamiento del sacerdote independentista José María Morelos (22 de diciembre de 1815) y de las derrotadas sufridas por las fuerzas independentistas el año precedente, el general Vicente Guerrero continuó la lucha que lo transformó en uno de los principales líderes de la lucha por la independencia del llamado virreinato de Nueva España, del que dependía la Audiencia de Guatemala. Esta se extendía desde Chiapas hasta el actual territorio de Costa Rica.
1817: Pese a los significativos avances que ya se registraban en las luchas por la independencia de América Latina del dominio español, el presidente estadounidense James Madison ratificó el Acta de Neutralidad que prohibía la provisión de armamentos o la preparación de expediciones en apoyo a las fuerzas latinoamericanas. En contraste, el gobierno estadounidense mantuvo abierto sus puertos y territorios al comercio con la Monarquía española.
Por otra parte, siguiendo órdenes del nuevo presidente James Monroe (1817-1825), fue encarcelado Manuel Hermenegildo de Aguirre, quien estaba en Estados Unidos gestionando el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas del Río de Plata.
Paralelamente, acusándolos de “contrabandistas, aventureros y piratas”, las fuerzas armadas estadounidenses desalojaron de la isla Amelia (posesión española colocada frente a la península de Florida) a un destacamento al mando del capitán Luis Aury, quien la había ocupado en nombre de los luchadores por la independencia de Venezuela y Nueva Granada (Colombia).
1818: Para facilitar sus negociaciones con España en torno a la compra-venta de Florida occidental y oriental, James Monroe promulgó otra ley de “neutralidad” (siempre favorable a España) que castigaba con severas penas cualquier intento que se realizara en el territorio estadounidense para apoyar las luchas independentistas latinoamericanas.
Al mismo tiempo, dos barcos norteamericanos –el Tiger y el Liberty--, violando conscientemente el bloqueo establecido en el Río Orinoco por las fuerzas patrióticas comandadas por Simón Bolívar, trataron de entregarle un cargamento de armas a las fuerzas realistas españolas dislocadas en la región. Fueron capturados y, en un combate posterior, hundidos para evitar que las armas que portaban “cayeran en poder de los españoles”. En respuesta, el gobierno estadounidense envió a Angostura –lugar donde estaba el mando central de las fuerzas libertadoras— al político de Baltimore, Baptis Irvin; quien –como un vulgar “cobrador de deudas”— inició un ácido y ofensivo intercambio de cartas con Bolívar reclamándole una indemnización por la destrucción de ambos barcos. Tal demanda fue terminantemente rechazada por El Libertador.
1819: Luego de participar como invitado en el Congreso de Angostura (15 de febrero) en el que –bajo el liderazgo político y militar de Simón Bolívar— se fundó la Tercera República de Venezuela, Baptist Irvin regresó a Estados Unidos; donde calificó a Bolívar como “general charlatán y político truhán”.
Acto seguido, el gobierno estadounidense envió al entonces Teniente (y futuro Comodoro) de la Marina de Guerra norteamericana Matthew Calbraith Perry (1794-1858), a exigirle al gobierno de la República de Venezuela el pago de la indemnización por el hundimiento de los navíos Tiger y Liberty. Sus demandas fueron finalmente satisfechas por el entonces vicepresidente de Venezuela, Francisco Antonio Zea; capitulación que fue calificada por Simón Bolívar como “un acto humillante de debilidad”. Simultáneamente, y dándole continuidad a las acciones que habían desarrollado en el año precedente, trescientos aventureros estadounidenses invaden el territorio de Tejas (Nueva España) con el propósito de declarar su independencia del dominio español y anexarlo a Estados Unidos; pero estos fueron derrotados.
1820: El entonces speaker (vocero) de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y destacado dirigente del Partido Republicano Nacionalista, Henry Clay, urgió el reconocimiento de los Estados latinoamericanos ya independizados de España. En sus argumentos Clay reiteró sus intenciones: “Seamos real y verdaderamente americanos; coloquémonos a la cabeza de un nuevo Sistema Americano (...) del que seríamos el centro. Toda América obrará de acuerdo con nosotros (...) Podemos con toda seguridad confiar en el espíritu de nuestros comerciantes. Los metales preciosos están en América del Sur (...) Nuestra navegación reportará los beneficios del transporte y nuestro país recibirá los beneficios mercantiles...”. No obstante, Clay, al igual que otros congresistas estadounidenses, mantuvo su hostilidad hacia los gobiernos herederos de la Revolución Haitiana.
1821: El Congreso estadounidense ratificó el Tratado Adams-Onís (en referencia al secretario de Estado John Quincy Adams y al representante español en Washington, Luis de Onís) de 1819 por medio del cual España reconoció el dominio estadounidense sobre Florida occidental y le vendió Florida oriental. Asimismo, aceptó las reclamaciones oficiales estadounidenses sobre la zona meridional de Alabama y Mississippi, con lo cual se definió por primera vez el límite occidental de Luisiana. Lo anterior posibilitó que la Casa Blanca cambiara su política oportunista –“neutralidad favorable a España”— hacia las luchas por la independencia de América Latina frente al dominio español; también creó las condiciones para que los sectores expansionistas y esclavistas del Sur de Estados Unidos continuaran sus planes para apoderarse del territorio de México.
Así, el efímero Emperador y primer mandatario de ese recién fundado país (obtuvo su independencia de España en julio de 1821), Agustín de Iturbide, tuvo que enfrentar una nueva expedición de filibusteros estadounidenses que había incursionado en Tejas.
1822: La Casa Blanca comenzó el proceso de reconocimiento de la independencia de diversos estados latinoamericanos. Sin embargo, mantuvo su “embargo” contra Haití y, consecuente con su llamada “teoría de la fruta madura” (según la cual las “fuerzas de gravedad política”, más tarde a temprano determinarían que Cuba cayera en manos estadounidenses), el entonces secretario de Estado, John Quincy Adams, impulsó un pacto con Inglaterra y Francia dirigido a evitar la independencia de esa isla y de Puerto Rico del dominio colonial ibérico.
Previamente, habían sido derrotados por las tropas españolas los intentos de los mercenarios Docoudray Holstein y Baptist Irvine –contratados por el gobierno de Estados Unidos— para establecer, bajo su control, una “República boricua” en Puerto Rico. Adicionalmente, fuerzas navales estadounidenses habían desembarcado en el noroeste de Cuba con el pretexto de destruir un grupo de piratas que habían recalado en esa isla.
1823: Generalizando a toda América Latina los enunciados de la ya mencionada Acta de No Transferencia de 1811, el presidente James Monroe proclamó las ideas expansionistas que posteriormente serían denominadas como “Doctrina Monroe”: “América para los (norte)americanos”.
Según algunos de sus exegetas, la teoría y la práctica de ese anunciado, contenía las siguientes afirmaciones positivas: Estados Unidos no consienten que naciones europeas adquieran territorios en América; ni que realicen acto alguno del que se pueda derivar esa adquisición; tampoco consienten que una nación europea obligue a otra de América a cambiar su forma de gobierno, ni tolera que una colonia europea sea transferida por su Metrópoli a otra potencia europea.
Asimismo, propugnó las siguientes afirmaciones negativas: Estados Unidos no hacen materia de pacto (con ninguna potencia europea, ni con ningún gobierno latinoamericano) los principios que envuelven la Doctrina Monroe; sin embargo, acepta la legitimidad de las colonias europeas existentes en América Latina y el Caribe antes de ser proclamada. Tampoco se aplica a la lucha de una colonia contra su Metrópoli.
Adicionalmente, Estados Unidos no interviene en demostraciones puramente punitivas que hagan los gobiernos europeos contra naciones americanas, con tal de que esos actos no se deriven la ocupación de territorio; mucho menos, en caso de guerras entre naciones americanas. En tal caso, el gobierno norteamericano no se opondrá a que una nación europea sea árbitro en una cuestión entre naciones americanas.
Cualquiera que sean los juicios que merezca ese análisis, lo cierto fue que en las consultas que antecedieron al discurso al respecto pronunciado el 2 de diciembre de 1823 por el presidente Monroe, el ex presidente Thomas Jefferson reiteró: “Yo confieso, con toda sinceridad, que siempre consideré a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados. El control que con la Florida nos daría esa isla sobre el Golfo de México y los países del istmo contiguo [Centroamérica], así como [sobre] las tierras cuyas aguas desembocan en el Golfo, asegurarán completamente nuestra seguridad continental”.
A su vez, el Secretario de Estado John Quincy Adams, señaló que, por su ubicación geográfica, Cuba y Puerto Rico constituían “apéndices naturales” de Estados Unidos.